Materia & Materialismo

Luis Büchner 1824-1899
Fuerza y materia
Estudios populares de historia y filosofía naturales
1855

 
§ IV
Infinito de la materia

Si la materia es infinita en el tiempo, es decir, inmortal, tampoco tiene principio ni fin en el espacio.

Las ideas que nuestro limitado espíritu se forma del tiempo y del espacio, tomándolas del mundo objetivo, no tienen aplicación en la materia. Ya busquemos la extensión de la materia en el [29] macrocosmo o en el microcosmo, nunca le encontramos fin ni última expresión. Cuando la invención del microscopio nos reveló mundos en otro tiempo ignorados y la delicadeza de los elementos que constituyen las formas orgánicas, de los cuales no se tenía idea alguna, se concibió la temeraria esperanza de descubrir la última expresión de la forma orgánica y aun el principio del nacimiento. Esta esperanza se desvaneció a medida que nuestros instrumentos se fueron perfeccionando. El microcosmos nos muestra en la centésima parte de una gota un mundo de animalillos de formas sumamente tenues, pero bien determinadas, que se mueven, comen, digieren y viven como cualquiera otro animal, estando provistos de órganos cuya estructura nos es desconocida. Los más pequeños apenas son perceptibles por sus contornos exteriores con el auxilio de los más fuertes microscopios. Su organización interior también nos es absolutamente desconocida, y menos todavía sabemos qué seres aun más infinitamente pequeños pueden existir. «¿Llegaremos –se pregunta Cotta–, perfeccionando mucho nuestros instrumentos, a ver a los microzoarios como una raza de gigantes en un mundo de pigmeos dotados de organismos más pequeños todavía?» El rotífero, que no es más voluminoso que la décima o vigésima parte de una línea, está provisto de boca, mandíbulas dentadas, estómago, glándulas intestinales, vasos y nervios. La mónada, tan ligera como una flecha, mide la dosmilésima parte de una línea, y una sola gota de líquido contiene millones de estos animalitos. Los vibriones, infusorios también de la especie más pequeña, aparecen, mirados con el microscopio, como agrupaciones de puntos pequeñísimos en vibración y apenas perceptibles, contándose en una sola [30] línea cúbica más de cuatro millones. Estos animales tienen órganos de locomoción, y el género de sus movimientos no permite dudar de que experimenten sensaciones y tengan voluntad, debiendo estar, por consiguiente, provistos de órganos y tejidos susceptibles de reproducirlos. Pero nuestra vista no ha podido aún darnos cuenta de la forma de estos órganos, tejidos, ni elementos materiales que constituyen el principio de su conformación.

Los granos de semilla de una seta que se encuentra en Italia en las uvas, son de una pequeñez tal, que un glóbulo de sangre humana parece, mirado con el microscopio, un gigante al lado de este grano. Los mismos glóbulos sanguíneos son tan tenues, que en una gota de sangre se cuentan más de cien millones.

La materia de los cometas es, según Babinet, tan fina, tan delicada, que su densidad, con relación a la del aire atmosférico, no puede representarse sino por medio de una fracción cuyo numerador es la unidad, y cuyo denominador es igual a un número de ciento veinticinco cifras. Puede además descubrirse por el nuevo análisis espectral la existencia en la atmósfera de una materia igual a la tresmillonésima parte de un miligramo, molécula que sería completamente imperceptible a nuestros sentidos, aun cuando llegáramos a hacer que nuestros microcosmo fueran mil veces más fuertes.

Llámese átomo a aquella pequeñísima parte de la materia que es invisible, o que nos la representamos como tal, y se admite que toda la materia está compuesta de estos átomos, que existen en virtud de su atracción y repulsión y cuyas propiedades adquieren. Sin embargo, la palabra átomo sólo sirve para expresar una noción convencional, aunque indispensable, que atribuimos [31] subjetivamente a la materia; pero es imposible que formemos una idea exacta de lo que se llama átomo, puesto que nada sabemos de su magnitud, forma posición, &c. Nadie los ha visto. La filosofía especulativa niega los átomos, porque no quiere admitir la existencia de una cosa que puede imaginarse divisible. Así que ni la observación ni la idea que tenemos de la materia nos conducirían jamás a un punto en que pudiéramos detenernos, y hemos renunciado a la esperanza de llegar a lograrlo nunca. «Los microscopios más fuertes –dice Valentín en su Curso de fisiología– no presentarán jamás a nuestra vista la forma ni la posición de las moléculas, ni aun las agrupaciones de las menores moléculas. Un grano de sal, que apenas nos hace impresión en el paladar, contiene millones de grupos de átomos que la vista humana jamás llegará a percibir.» Por eso decimos que la materia, y por consiguiente el mundo, son infinitos en las cosas más pequeñas, e importa poco que nuestro limitado espíritu, acostumbrado a encontrar una medida y una palabra para todo, rechace esta idea.

Lo que el microscopio nos muestra en el microcosmo, nos hace ver el telescopio en el macrocosmo. En ese mundo penetraron los osados astrónomos con la esperanza de hallarse límites; pero cuanto más se perfeccionaban los instrumentos, tanto más veían aparecer ante sus miradas asombradas mundos infinitos e inconmensurables. Las ligeras nubes blancas que percibimos a la simple vista en un cielo claro, han sido descompuestas por el telescopio en millares de estrellas, mundos, soles y planetas; y la tierra con sus habitantes, que el hombre se complace en considerar como corona y centro de toda existencia, han caído de su quimérica [32] altura para no ser más que un átomo perdido en el espacio. Las distancias que los astrónomos han calculado en el universo son tan inconmensurables, que el espíritu siente vértigos al considerarlas. La luz, que recorre el espacio con una velocidad de millones de leguas en un minuto (78.841 leguas por segundo), no ha empleado menos de dos mil años en llegar desde la vía láctea a nuestro planeta. El telescopio monstruo de lord Rosse nos ha enseñado estrellas cuya distancia es tan extraordinariamente grande, que su luz ha necesitado 30 millones de años para llegar a la tierra. Una sencilla observación prueba que estas estrellas no indican los límites del espacio poblado de cuerpos celestes. Todos estos cuerpos siguen las leyes de la gravitación y están sometidos a una atracción recíproca. Desde el momento que se trazan límites a estos cuerpos, la atracción encuentra su punto de gravitación y están sometidos a una atracción recíproca. Desde el momento que se trazan límites a estos cuerpos, la atracción encuentra su punto de gravitación imaginaria en el centro de este mundo, y el resultado de esta atracción sería aglomerarse todas las materias en un solo globo. Cualquiera que sea la distancia de los límites que admitamos, sería preciso que esta aglomeración se efectuara. Pero como este hecho no acontece, ni ha acontecido nunca a pesar de la infinita duración del mundo, no puede admitirse semejante atracción hacia un centro. Esa atracción hacia ese centro, sólo puede impedirla la existencia de otros globos que se encuentren más allá de los límites del mundo visible, y que ejercen su atracción exteriormente, y así hasta el infinito. Por consiguiente, todo límite imaginario anonadaría al mundo.

Si no hemos podido asignar límite a la materia en las cosas más pequeñas, menos capaces seremos todavía de encontrarle en las más grandes, y por eso la declaramos infinita en los dos sentidos del [33] macrocosmo y el microcosmo, independiente de los límites del espacio y del tiempo. Si las leyes del pensamiento consideran la divisibilidad de la materia hasta el infinito; si según esas leyes es imposible concebir lo finito en el espacio, y por consiguiente la nada, reconocemos un notable y satisfactorio acuerdo de las leyes lógicas con los resultados de nuestras investigaciones. Más tarde tendremos ocasión de probar, bajo otros puntos de vista, la identidad de las leyes del pensamiento con las leyes mecánicas de la naturaleza exterior, demostrando cómo las primeras no son más que el producto de las últimas.

 
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{Luis Büchner 1824-1899, Fuerza y materia. Estudios populares de historia y filosofía naturales, (1855). Traducción de A. Gómez Pinilla. F. Sempere y Compañía, Editores / Calle del Palomar 10, Valencia / Olmo 4 (Sucursal), Madrid / sin fecha (aproximadamente 1905) / Imprenta de la Casa Editorial F. Sempere y Compª. Valencia, 255 páginas.}

 
Prólogo | I. Fuerza y materia | II. Inmortalidad de la materia | III. Inmortalidad de la fuerza | IV. Infinito de la materia | V. Dignidad de la materia | VI. Inmutabilidad de las leyes de la Naturaleza | VII. Universalidad de las leyes naturales | VIII. El cielo | IX. Períodos de la creación de la tierra | X. Generación primitiva | XI. Destino de los seres en la Naturaleza | XII. Cerebro y alma | XIII. Inteligencia | XIV. Asiento del alma | XV. Ideas innatas | XVI. La idea de Dios | XVII. Existencia personal después de la muerte | XIX. Fuerza vital | XX. Alma animal | XXI. Libre albedrío | XXII. Conclusión


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