Materia & Materialismo

Luis Büchner 1824-1899
Fuerza y materia
Estudios populares de historia y filosofía naturales
1855

 
§ XIII
Inteligencia

Hemos tomado el tema de este capítulo del conocido aforismo de Vogt, que dice: «Entre la inteligencia y el cerebro hay la misma relación que entre la bilis y el hígado, o la orina y los riñones.» Esta expresión ha provocado tantas injurias, que el mismo Vogt la hace preceder de las siguientes palabras: «Para expresarme en cierto modo rudamente.»

Sin asociarnos a esos sabios, periodistas y teólogos, que han fulminado un anatema general contra su autor, no podemos negar, sin embargo, que la comparación no es feliz. Después de un escrupuloso examen, no podemos descubrir analogía entre la secreción de la bilis o de la orina y el procedimiento mediante el cual se forma la inteligencia en el cerebro. La orina y la bilis son materias palpables, ponderables y visibles y además excrementicias, que el cuerpo expele después de haberlas usado. La inteligencia, el espíritu, el alma, por el contrario, no tiene nada de material, no es substancia por sí misma, sino el encadenamiento de distintas fuerzas que constituyen una unidad: el efecto del concurso de muchas substancias dotadas de fuerzas y cualidades o facultades. Si una máquina hecha por la mano del hombre produce un efecto, pone en movimiento su mecanismo u otros cuerpos, da un golpe, indica la hora o cosa [136] parecida, este efecto, considerado en sí mismo, es, a no dudarlo, una cosa esencialmente distinta de ciertas materias excrementicias, producidas quizás durante su actividad. La máquina de vapor goza en cierto modo de vida, y produce, como resultante de una combinación particular de substancias dotadas de fuerzas, una acción combinada, de la cual usamos sin poderla ver, sentir, ni tocar. El vapor arrojado por la máquina es una cosa accesoria, no tiene nada de común con el objeto de la máquina, y puede, como materia, ser visto y sentido. A nadie, sin embargo, se le ocurriría decir que la naturaleza de la máquina de vapor consiste en producir vapor. Sucede, pues, que así como esta máquina engendra el movimiento, así la complicada organización de las substancias dotadas de fuerzas del cuerpo animal, produce, análogamente, un conjunto de efectos que llamamos en su unidad: espíritu, alma, inteligencia. Esta reunión de fuerzas no tiene nada de material, no puede ser percibida inmediatamente por los sentidos, como sucede con cualquier otra fuerza simple, magnetismo, electricidad, &c., y sólo puede observarse en sus manifestaciones. Hemos definido la fuerza como una propiedad de la materia y visto también que ambas son inseparables. Sin embargo, la idea de cada una es muy diferente de la otra: hasta puede decirse que una de ellas es la negación de la otra. Nosotros no sabríamos, por lo menos, definir el espíritu, la fuerza, sino como una cosa inmaterial, una cosa que excluye la materia o que se opone a esta última. Por otra parte, la bilis y la orina no son una suma producida por efectos inmateriales, sino cuerpos compuestos de substancias dotadas de fuerza, y que de ellas han surgido. Es preciso que el hígado y los riñones se desprendan de materias si han de [137] producir secreciones, mientras que el cerebro no presta substancias de sí mismo, por más que cambie continuamente bajo la influencia de una acción recíproca. El cerebro produce también una substancia material. Segrega una cantidad mínima de materia líquida que se adhiere a las paredes de sus cavidades interiores, cantidad que en las enfermedades puede aumentar mucho. Pero esta secreción no toma directamente la menor parte en la actividad del alma, y a nadie se le ocurrirá hoy hallar en ella la causa, ni aun la analogía de la inteligencia {(1) Kant ha buscado el asiento del alma en el agua contenida en los ventrículos del cerebro.}. Al contrario, esta secreción, producida en demasía, es absolutamente hostil a la actividad anímica. Así es que el cerebro es el principio y la fuente, o mejor dicho, la causa única del espíritu, de la inteligencia, pero no por eso es el órgano secretor de ella. Produce una cosa que no es arrojada, que no dura materialmente, sino que se consume a sí misma en el momento de la producción. La secreción del hígado y de los riñones se verifica sin nuestro conocimiento, de una manera oculta e independiente de la actividad superior de los nervios, y produce una materia palpable. La actividad del cerebro no puede verificarse sin completa consecuencia de ello, ni segrega substancias, sino fuerzas. Todas las funciones vegetativas, como son la respiración, la pulsación del corazón, la digestión y la secreción de los órganos excretores, se verifican lo mismo durante el sueño que en estado de vigilia; pero las manifestaciones del alma quedan en suspenso en el instante que el cerebro, bajo el influjo de una circulación más lenta, queda sumergido en el sueño. Esta circunstancia demuestra al [138] propio tiempo que la comparación de que se trata no es admisible. Ningún otro órgano duerme como el cerebro; ningún otro se cansa como él de su actividad; ningún otro necesita guardar reposo; particularidad que marca, no sólo una diferencia esencial entre sus órganos, sino también entre la actividad física y mecánica. El corazón late mientras recibe sangre; la máquina trabaja en tanto que se le da material: ni el uno ni la otra se fatigan. Pero la función cerebral no puede sostener su actividad sino por cierto tiempo, y se debilita y perece si le faltan el cambio y el reposo. Lo propio acontece respecto de los órganos que el cerebro pone en movimiento mediante el sistema nervioso de la vida animal, es decir, por medio de los músculos que dependen de la voluntad.

Según las más recientes investigaciones, la electricidad, esa fuerza cuyos notables efectos sólo se habían observado hasta ahora en el mundo orgánico, es la que hace un papel esencial en los procedimientos psicológicos del sistema nervioso. Corrientes eléctricas circulan continuamente alrededor del nervio en reposo. Estas corrientes cesan o se debilitan así que está excitado o puesto en movimiento el nervio, de cualquier modo que sea. Los nervios no son, pues, los conductores, sino los productores de la electricidad. Esta acción cesa con la actividad nerviosa, es decir, tan luego como hay en ellos sensación o voluntad. A consecuencia de estos hechos se ha definido la actividad intelectual como una electricidad latente, y el sueño una función desprendida de la electricidad nerviosa. Quizás llegue un día en que la antorcha encendida por las investigaciones experimentales guíe el camino que conduzca al conocimiento de la naturaleza de las funciones psíquicas. [139]

Sin embargo, estas investigaciones cambian de carácter si examinamos la idea más verdadera y más profunda que entraña el aforismo de Vogt. Esta idea es la que creemos haber expuesto con numerosos hechos en el capítulo anterior. Esta idea es la que nos revela la ley de que el espíritu y el cerebro se suponen mutuamente de un modo necesario, y se hallan en una relación inseparable. Así como no hay bilis sin hígado, ni orina sin riñones, así tampoco hay inteligencia sin cerebro. La actividad del alma es una función de la substancia cerebral. Esta verdad es sencilla, clara, fácil de demostrar con hechos. Los acéfalos nacen con un cerebro rudimentario. Estas miserables criaturas, que son una evidente y poderosa protesta contra la teoría de las causas, son incapaces de toda actividad, de todo desarrollo intelectual, y mueren pronto, porque están privadas del órgano esencial a la existencia y al espíritu del hombre. «No hay nada tan cierto –dice el mismo Lotze– como que el estado físico de los elementos corporales puede crear un conjunto de condiciones, de que dependen absolutamente la existencia y la norma de nuestra vida intelectual.»

 
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{Luis Büchner 1824-1899, Fuerza y materia. Estudios populares de historia y filosofía naturales, (1855). Traducción de A. Gómez Pinilla. F. Sempere y Compañía, Editores / Calle del Palomar 10, Valencia / Olmo 4 (Sucursal), Madrid / sin fecha (aproximadamente 1905) / Imprenta de la Casa Editorial F. Sempere y Compª. Valencia, 255 páginas.}

 
Prólogo | I. Fuerza y materia | II. Inmortalidad de la materia | III. Inmortalidad de la fuerza | IV. Infinito de la materia | V. Dignidad de la materia | VI. Inmutabilidad de las leyes de la Naturaleza | VII. Universalidad de las leyes naturales | VIII. El cielo | IX. Períodos de la creación de la tierra | X. Generación primitiva | XI. Destino de los seres en la Naturaleza | XII. Cerebro y alma | XIII. Inteligencia | XIV. Asiento del alma | XV. Ideas innatas | XVI. La idea de Dios | XVII. Existencia personal después de la muerte | XIX. Fuerza vital | XX. Alma animal | XXI. Libre albedrío | XXII. Conclusión


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