Materia & Materialismo

Luis Büchner 1824-1899
Fuerza y materia
Estudios populares de historia y filosofía naturales
1855

 
§ XX
Alma animal

Las mejores autoridades en materia de fisiología están casi conformes actualmente en que el alma de los animales no difiere del alma humana en calidad, sino únicamente en cantidad. Vogt ha tratado hace muy poco tiempo esta cuestión con su gran inteligencia, y la ha decidido según acabamos de indicar. No tenemos, pues, mucho que agregar a su discusión. El hombre no tiene preeminencia absoluta sobre el animal. Su superioridad intelectual sobre este último no es más que relativa. El hombre no tiene ninguna facultad intelectual privilegiada. La mayor intensidad de sus facultades y su unión, es lo que le dan únicamente la superioridad. La causa natural y necesaria de la perfección de las facultades del hombre está en el desarrollo más perfecto del órgano material de la inteligencia. Así como hay una escala no interrumpida en el desarrollo físico de este órgano, desde el más inferior de los animales hasta el más perfecto de los hombre, así también hay otra escala de facultades intelectuales que corresponde a la primera, desde el último grado hasta el más alto. No puede encontrarse diferencia esencial en la forma ni en la composición química entre el cerebro del hombre y el de los animales. Aunque sean grandes las diferencias, sólo consisten en grados. Este solo hecho, unido a los que hemos [222] mencionado sobre la relación de las funciones intelectuales, con la forma, magnitud y composición del cerebro, bastaría para demostrar esta verdad.

Por una presunción extraña ha querido el hombre llamar instinto a las manifestaciones de la inteligencia de los animales. Pero no existe el instinto, en la acepción que generalmente se da a esta palabra, que sólo significa, según el doctor Weinland, «una pereza de espíritu para ahorrarnos los esfuerzos que exige el estudio penoso del alma animal», o, como dice el inglés Lewes, «es una de esas palabras que ocultan a los hombres su ignorancia». No existe impulso ciego y arbitrario que haga obrar a los animales, sino una reflexión que resulta de una comparación y un juicio. El procedimiento intelectual por el que se verifica esta operación es idéntico al del hombre, aunque la fuerza del juicio sea más débil. Este acto de voluntad, producido por la reflexión, está, sin duda alguna, tan restringido por las condiciones exteriores e interiores, que la libertad de elegir resulta muchas veces nula o circunscrita a límites estrechísimos. Lo mismo sucede respecto a las acciones del hombre. El libre albedrío de que cree gozar, en el sentido lato de esta palabra, es sólo una quimera. El mismo derecho habría para decir, si se hicieran derivar del instinto todas las acciones de los animales, que el hombre sólo obedece en las suyas a un impulso instintivo. Pero ambas conclusiones son falsas. El animal reflexiona, piensa, adquiere experiencia, se acuerda de lo pasado, piensa en el porvenir, siente como el hombre, y no es difícil demostrar que lo que se creyó en el animal un instinto ciego, es resultado de la conciencia y de la inteligencia. «La opinión –dice Czolbe– de que los animales no tienen ideas, juicio ni raciocinio, está [223] desmentida por la experiencia.» «Es el colmo de la locura –dice el autor del famoso Sistema de la Naturaleza– negar las facultades intelectuales a los animales. Sienten, tienen ideas, juzgan, comparan, eligen y deliberan, tienen memoria, demuestran amor y odio, y muchas veces son sus sentidos más delicados que los nuestros.» La zorra no abre dos salidas a sus madrigueras, ni persigue a las gallinas en los corrales por sólo el instinto, sino deliberadamente. No es el instinto el que hace que sean más prudentes los animales más viejos que los más jóvenes, sino la experiencia. Estos ejemplos, que son numerosos y conocidos de todo el mundo, prueban que los animales tienen reflexión y juicio. Cuantos tienen ocasión de observar a los perros, pueden referir cosas sorprendentes de su inteligencia y sus habilidades. Léase lo que refiere Dujardin sobre la inteligencia de las abejas, lo que sobre el talento de las cornejas dice Burdach, lo que Vogt cuenta de los delfines y de la admirable educación dada a un perro joven por otro viejo. Recuérdese la anécdota conocida de la golondrina que, encontrando al regresar en primavera ocupado su nido por un gorrión, se vengó del usurpador, que no quería salir, tapando la entrada del nido. ¿Por qué no tienen miedo los animales a quienes se caza, especialmente los pájaros, a las personas que no llevan escopeta? ¿Quién no conoce la hermosa descripción que Vogt hace del gobierno de las abejas? ¿Quién no ha leído el relato de los establecimientos de perros en los campos de América del Norte? El inglés Hooker dice de los elefantes: «La docilidad de estos animales es conocida desde la antigüedad, pero pierde mucho en las descripciones. La bondad, docilidad e inteligencia de estos animales es tan sorprendente, [224] que me pareció que no había leído ni oído nunca nada de ella. Nuestro elefante era excelente, y tan dócil, que se le hacía recoger con la trompa una piedra y entregársela por cima de su cabeza al jinete, que de este modo no tenía precisión de apearse en sus excursiones geológicas.» –Preciso es haber visto y frecuentado ciertas clases inferiores de nuestra sociedad para comprender que no está en manera alguna interrumpida la escala intelectual del animal al hombre. Sin hablar de las razas humanas inferiores, encuéntranse a veces individuos en la población europea cuyo estado intelectual es tal, que se pregunta uno si son superiores a un animal inteligente. Los idiotas, que son también criaturas humanas, ¿no son inferiores a los animales? ¿Qué diferencia notable hay entre el negro y el mono? Hemos visto en el jardín zoológico de Amberes un mono que tenía en su jaula una cama completa donde se acostaba, arropándose como un hombre. Hacía juegos con aros y pelotas, dirigiéndose a los espectadores como si quisiera hablarles y mostrarles su habilidad. Se notó que pasaba el dedo por el perfil o silueta que producía su sombra proyectada en la pared. La vista de este animal causaba pena, porque no era fácil acostumbrarse a la idea de que un ser que pensaba, que sentía y que se asemejaba al hombre, estuviese encerrado en una jaula. El negro, por su parte, según la excelente descripción de Burmeister, se aproxima notabilísimamente al mono, tanto en su naturaleza espiritual como física. Tiene la misma manía de imitación, la misma cobardía, en una palabra, los mismos rasgos característicos. La historia de los negros los muestra, según dice un corresponsal de la Gaceta Universal, medio tigres, medio monos, como también a los habitantes de Taití. [225] Burmeister pinta al hombre primitivo del Brasil como un animal en todas sus acciones, privado de toda inteligencia superior. Hope refiere que en los desiertos del interior de Borneo y de Sumatra, y en las islas de la Polinesia, andan errantes muchas hordas salvajes que tienen una semejanza completa con el babuino, y cuyo cuerpo y espíritu presentan escasa superioridad sobre los del bruto. «Tienen poca memoria y menos imaginación; parecen incapaces de recordar el pasado ni prever el porvenir, &c. Nada les hace salir de su apatía, a no ser el hambre, y no se nota en ellos más facultad intelectual que esa astucia brutal y baja que pertenece al mono.»

Cítase con frecuencia el lenguaje como rasgo característico que distingue al hombre del animal, añadiendo que es el abismo que media entre ambos. Los que presentan esta objeción no saben ciertamente que los animales también hablan. Hay una porción de ejemplos que prueban que los animales poseen en el más alto grado la facultad de comunicarse sus ideas, aun sobre cosas enteramente concretas. Dujardín colocó en el hueco de una pared, y muy lejos de las colmenas, un vaso con azúcar. Una sola abeja que había descubierto este tesoro grabó en su memoria el estado de sitio, volando alrededor de los bordes del hueco y tocándolos con la cabeza; después de este examen, marchóse volando y volvió con un enjambre de compañeras que se echaron sobre el azúcar. ¿No se habían hablado estos animales? Infinitos ejemplos demuestran que las aves se comunican detalladamente una porción de cosas, se conciertan, &c. Fraviere, en su obra sobre las abejas y su educación, refiere las cosas más extraordinarias, descubiertas por una observación minuciosísima sobre [226] el lenguaje y la facultad de comunicarse de estos insectos. El medio empleado por los camellos para colocar centinelas y avisarse de la proximidad del peligro, demuestra también plenamente aquella facultad. Es indudable que no han podido existir cazadores de camellos antes de existir éstos. ¿Han aprendido, pues, por mero instinto a tomar semejantes precauciones? Muchos animales que viven asociados eligen un guía y se ponen voluntariamente a sus órdenes. ¿Puede acontecer esto sin haber comunicaciones por ambas partes?

Pero no comprendiendo el hombre la lengua de los animales, cree que vale más negarla. El inglés Parkyns, que ha viajado por Abisinia, observó algún tiempo las costumbres de los monos y halló «que tenían una lengua tan inteligible para ellos como la nuestra para nosotros». «Los monos –dice Parkyns– tienen jefes, a los cuales obedecen mejor que los hombres a los suyos, y han organizado un verdadero sistema de pillaje. Si una de las tribus baja de las rocas que habitan para robar, por ejemplo, en un campo de trigo, lleva a todos sus miembros, machos y hembras, viejos y jóvenes. Después de haber elegido guías y exploradores entre los más viejos de la tribu, conocidos por sus pelos largos y espesos, examina cuidadosamente todas las hondonadas antes de bajar, y trepa a todas las rocas desde donde se puede descubrir la comarca. Otros centinelas cubren los flancos y la retaguardia, y su vigilancia es exquisita. De cuando en cuando se llaman y se contestan, para participarse mutuamente que todo va bien o que hay peligro. Son tan acentuados sus gritos, tan variados y tan claros, que al fin se comprende, o al menos así se cree. Al menor grito de alarma se detiene toda la tribu y presta oído hasta que un segundo grito [227] de diferente entonación les hace seguir andando.»

Un observador ha referido hace poco tiempo que había asistido un día de primavera al interesante espectáculo de una junta de golondrinas. Una pareja de estos animales había comenzado a construir su nido bajo el techo de una casa. Un día llegaron otras golondrinas y se entabló una larga discusión entre éstas y las propietarias del nido. Puestas todas sobre el techo de la casa, y no lejos del comenzado nido, cantaban y gorjeaban haciendo gran ruido. Después que hubo durado algún tiempo esta deliberación, y mientras que algunas se separaban de las demás para inspeccionar el nido, se disolvió la asamblea. El resultado fue que la pareja abandonó el nido que antes había principiado, y se puso a construir otro en un sitio mejor elegido (1).

{(1) Refiérese un hecho más notable aún, ocurrido recientemente. En los alrededores de una casa de campo, situada en el pueblo de Weddenfort, cerca de Magdeburgo reuniéronse varias cigüeñas, y después de una seria deliberación, condenaron a una cigüeña por adúltera. Su marido y las demás cigüeñas la mataron a picotazos y la echaron fuera del nido. Según las observaciones de ciertos barqueros ingleses llamados punters, los patos salvajes tienen reuniones parlamentarias y votan. Hasta ahora no conocen de la lengua de los patos, los mencionados barqueros, más que los graznidos de aviso y de seguridad. Pero estas aves tienen, como los demás animales, expresiones particulares para significar sus sensaciones de alegría, de dolor, de hambre, de amor, de miedo, de celos, &c., y algunos punters experimentados los comprenden cuando hablan de marcharse, de descansar, de peligro, de cólera, &c. Estos términos varían también con las especies. A cada viaje matutino precede una discusión viva y acalorada, que dura de diez a veinte minutos, [228] y hasta después de esta deliberación no se ponen en marcha. Refiérese también que un pato hembra que había caído enfermo al empollar sus huevos, fue a buscar a otro y le habló a su manera. A consecuencia de esta conversación, el último reemplazó al enfermo que se colocó al lado del otro y murió una hora después. Según F. W. Gruner, la zorra tiene en la voz inflexiones y entonaciones muy distintas. El perro ladra cuando está alegre de un modo muy distinto que cuando está furioso. El lenguaje mímico y de sonido de los insectos (abejas, hormigas, escarabajos, &c.), mediante antenas y los diversos movimientos de las alas, es muy rico y variado.}

Los animales, se nos dirá, tienen una lengua, pero no es susceptible de perfeccionamiento. Este es otro error. Sin hablar del perfeccionamiento posible o real de la lengua de los animales, por la [228] misma razón de que sabemos poco o nada de ella puesto que no la comprendemos, existen sin embargo una porción de hechos y observaciones que demuestran que la voz de los animales, así como sus gestos y su mímica, son susceptibles hasta cierto punto de desarrollo y perfeccionamiento, hechos que son desconocidos indudablemente para aquellos que acostumbran a juzgar superficialmente por las apariencias o por abstracciones filosóficas. Por esta razón se notan esenciales diferencias en los sonidos de la voz de los animales salvajes enjaulados y de la misma especie. Si en este sentido volvemos a ocuparnos del hombre, preguntaremos de qué desarrollo es susceptible el lenguaje de un negro, y en general del de los pueblos salvajes, de los cuales dicen los viajeros que hablan más bien por signos que por sonidos articulados. La lengua de los salvajes, que acabamos de ver descrita por Hope, consiste en algunos sonidos roncos y ásperos. El lenguaje del bosquimano es tan pobre de palabras, según Reinchenbach, que sólo consiste en una especie de aullidos producidos por la lengua, en tonos rudos y guturales que nosotros no podemos expresar con nuestros caracteres, y además de esto, en muchos casos se ve obligado a hacer gestos para darse a entender. Sabemos, por el contrario, que [229] las facultades intelectuales de los animales son en general susceptibles de desarrollarse y de perfeccionarse como las del hombre. ¡Qué de cosas admirables no vemos ejecutar a ciertos animales educados! ¡Qué diferencia entre el perro de caza enseñado y el que no lo está! Esta instrucción no es, como se cree, puramente mecánica. Consiste en una verdadera educación, en el modo de hacer comprender al animal el objeto que se quiere que alcance. ¿Sería posible que cazara el perro sin tener conocimiento del fin que se propone? Tampoco hay que atribuir la causa de la larga y penosa educación del animal el objeto que se quiere que alcance. ¿Sería posible que cazara el perro sin tener conocimiento del fin que se propone? Tampoco hay que atribuir la causa de la larga y penosa educación del animal a su falta de inteligencia, sino más bien a la imposibilidad de comunicarse directamente con él. Hay que emplear los mismos medios de que nos servimos en la penosa instrucción de los sordomudos. Pero sabido es que aun sin estar educados, todos los animales enjaulados o domésticos se convierten, por el trato con el hombre, en seres más inteligentes que en el estado de naturaleza.

La afirmación de que la inteligencia del hombre es la única susceptible de desarrollo y progreso, y que la del animal permanece eternamente estacionaria sin el impulso del hombre, no es justa, ni puede además establecer con seguridad la diferencia esencial entre el alma humana y el alma animal. Es un hecho notorio que la inteligencia de las razas humanas menos educadas no tiene ese movimiento espontáneo, y no encuentra, por esa razón, lugar alguno en la historia de la civilización. Hemos mencionado además, en uno de los precedentes capítulos, que el género humano, en su totalidad, ha necesitado un tiempo infinitamente largo, en comparación con el tiempo histórico, para llegar a sentir ese impulso espontáneo.

Es, pues, imposible negar la transición insensible [230] que, por numerosos grados intermedios, liga al animal con el hombre, tanto respecto a las facultades intelectuales como a las corporales, y los que la nieguen prefieren poner su opinión por cima de los hechos. Todas las diferencias conocidas que se han hecho valer en pro de una separación rigurosa, no son sino relativas por su naturaleza, y en manera alguna absolutas. ¿Cómo podría suceder de otro modo? La acción recíproca y variada de las substancias y de las fuerzas en la Naturaleza debe también dar lugar a las más variadas producciones, las cuales no tienen límites entre sí, y se desarrollan en todos sentidos en una no interrumpida continuidad. La Naturaleza no tiene límites; pero la inteligencia del hombre, que tiene la manía de sistematizarlo todo, cree conocerlos. Por esta razón no conviene al hombre colocarse por encima del mundo orgánico, considerándose como un ser de distinta naturaleza y de origen superior. Mejor le resulta, por el contrario, reconocerse como el lazo sólido e indisoluble que le liga a toda la Naturaleza. Tiene el mismo origen y el mismo fin que todo lo que vive y florece.

«Lo que no contribuye poco –dice Darwin– a ocultarnos, por tanto tiempo y tan grandemente la parte psicológica del mundo animal, es la antigua creencia de que el hombre, único ser dotado de razón, está separado de los animales por un abismo insuperable. Una vez exentos de esa preocupación, y penetrados de la idea de que el mundo animal contiene, no sólo bajo el punto de vista físico, sino también bajo el intelectual y moral, todos los elementos humanos, anímicos y corporales, podremos crear una psicología comparada, del mismo modo que lo hemos hecho con la anatomía comparada.» [231]

El profesor Cotta refiere un hecho notable, y que Darwin fue el primero en observar en las islas de Keeling. Consiste en un cangrejo que abre de una manera particular las nueces de coco con las patas en forma de pinzas, y se come la almendra que contienen. Se ha querido encontrar en este hecho la prueba de un instinto innato, y el naturalista que lo refiere parece inclinado a ver en él una prueba de la suprema sagacidad del Creador. Extraño es que un naturalista pueda tener semejante idea, y creemos haber refutado toda esta doctrina en uno de los capítulos precedentes. Es indudable que ese animal había hecho el experimento de semejante relación, y de las nueces de coco en particular, antes de ocurrírsele emplear así sus patas. Pero querer hallar en esto otra cosa, y particularmente creer que le habían regalado el aparato de las patas en forma de pinzas para abrir las nueces de los cocos, sería absurdo y temerario. Fundándose en esto, podría sostenerse que el hombre ha sido creado para hacerse transportar por ferrocarriles, que ha construido las locomotoras por instinto, y que le han dado las piernas para montar en los vagones.

 
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{Luis Büchner 1824-1899, Fuerza y materia. Estudios populares de historia y filosofía naturales, (1855). Traducción de A. Gómez Pinilla. F. Sempere y Compañía, Editores / Calle del Palomar 10, Valencia / Olmo 4 (Sucursal), Madrid / sin fecha (aproximadamente 1905) / Imprenta de la Casa Editorial F. Sempere y Compª. Valencia, 255 páginas.}

 
Prólogo | I. Fuerza y materia | II. Inmortalidad de la materia | III. Inmortalidad de la fuerza | IV. Infinito de la materia | V. Dignidad de la materia | VI. Inmutabilidad de las leyes de la Naturaleza | VII. Universalidad de las leyes naturales | VIII. El cielo | IX. Períodos de la creación de la tierra | X. Generación primitiva | XI. Destino de los seres en la Naturaleza | XII. Cerebro y alma | XIII. Inteligencia | XIV. Asiento del alma | XV. Ideas innatas | XVI. La idea de Dios | XVII. Existencia personal después de la muerte | XIX. Fuerza vital | XX. Alma animal | XXI. Libre albedrío | XXII. Conclusión


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