Filosofía en español 
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 < Luis de Montalto · Las Provinciales… > 


1684 1849

Carta primera escrita a un provincial

Por un amigo suyo acerca de las disputas que al presente hay en la Sorbona

De París, a 23 de enero de 1656

Señor mío,

Hemos vivido hasta ahora muy engañados. De ayer acá salí del error en que estaba. Siempre pensé que la causa, y razón de las disputas que hay en la Sorbona eran de mucho peso, y de gran consecuencia para la Religión. Y a la verdad, viendo tantas Juntas de una Facultad de Teología tan célebre como la de París; y viendo que sucedían casos tan extraordinarios, no se podía dejar de creer que hubiese alguna razón muy grande, y muy peregrina que movía todo este cuerpo.

Sin embargo se admirará V. M. cuando viere por esta relación, donde van a parar tanto alboroto, y tanto desasosiego. Esto diré a V. M. en pocas palabras, pues tengo muy bien averiguado todo el caso.

Propónense dos cuestiones, una de hecho, y otra de derecho.

La de hecho consiste en saber, si el Doctor Arnauld ha sido temerario en decir en su Carta segunda: Que ha leído con cuidado y con exactitud todo el libro de Jansenio, y que no ha hallado en él las proposiciones condenadas por el Pontífice de feliz memoria; pero sin embargo, que las tenía por tan bien condenadas en Jansenio si estaban en él, como en cualquier otra parte que estuviesen.

El caso es ahora, si pudo sin temeridad dar muestras que dudaba, que aquellas proposiciones estuviesen en Jansenio, después que los señores Obispos tienen declarado, que efectivamente están en él.

Propónese la dificultad en la Sorbona. Setenta y uno de los Doctores emprenden su defensa, diciendo que para satisfacer a los que se lo preguntaban por diferentes escritos; no pudo responder otra cosa, sino que no había visto esas proposiciones en Jansenio, pero no obstante que si se hallaban en él, que las tenía por bien reprobadas.

Y algunos dijeron más, porque declararon que habiéndolas ellos mismos buscado con todo cuidado, no las pudieron hallar, y que antes toparon otras totalmente contrarias; y por consiguiente pidieron con mucha instancia, que si había algún Doctor que las hubiese visto, que las señalase; que era una cosa tan fácil que no se les podía rehusar; y que este era el camino para reducirlos a ellos, y aun al Doctor Arnauld. Pero no fueron oídos. Y esto es lo que pasó por parte destos.

Por la parte contraria se hallaron ochenta Doctores seglares, y cuarenta Religiosos mendigantes, los cuales condenaron la dicha proposición del D. Arnauld, sin querer examinar si era verdadera o no, y además declararon que no se trataba aquí de la verdad, sino de la temeridad de la tal proposición.

Hubo otros quince, los cuales fueron de parecer, que ni aun se debía tratar de esa materia, y a estos los llaman indiferentes.

Desta manera se resolvió la cuestión de hecho, pero muy poco se me da; porque no está interesada mi conciencia en que el D. Arnauld sea temerario, o que no lo sea. En verdad que si me moviera la curiosidad de saber si aquellas proposiciones están en Jansenio, no es tan raro su libro, ni tan grueso el volumen, que no le pueda leer todo, por salir de duda, sin consultar la Sorbona.

Pero si no me recelara de ser también tenido por temerario, yo creo que me dejara llevar con la mayor parte del pueblo, que habiendo hasta ahora creído sobre la fe pública, que aquellas proposiciones están en el libro de Jansenio, empiezan a desconfiar y a creer lo contrario, porque nadie las quiere mostrar; y no hallo hombre que me haya dicho que las ha visto. Con que temo que esa censura cause más daño que provecho, y que imprima en la mente de los que saben esta historia, un concepto muy contrario de lo que se quiere probar: porque en verdad que los hombres dan en ser incrédulos el día de hoy, y no quieren creer si no es lo que ven. Pero como ya he dicho, es un punto ese de muy poca importancia, pues en él no se toca a la Fe.

La cuestión de derecho en materia de fe, es de mayor peso y consideración: y así he procurado con particular cuidado sacar alguna claridad. Pero quedará V. M. muy satisfecho, cuando conozca que esta cuestión no es más importante que la primera.

Llégase a examinar lo que el dicho D. Arnauld dijo en la misma carta: Que la gracia, sin la cual no se puede nada, faltó a S. Pedro al tiempo que cayó en la negación. Habíamos pensado V. M. y yo, que este era un punto donde se habían de examinar los mayores misterios de la gracia, y donde habíamos de ver, si la gracia se daba a todos los hombres, o si era eficaz: pero salionos muy al contrario. Aseguro a V. M. que me he vuelto gran Teólogo en breve tiempo, y ahora lo verá.

Para informarme de la verdad, visité al N. Doctor de Navarra, que vive junto a mi casa: este, como V. M. sabe, es del número de los que se muestran más celosos contra los Jansenistas; y como mi curiosidad me avivaba casi tanto como a él su celo; al instante le pregunté, si se atrevía a decidir formalmente, que la gracia es dada a todos los hombres, para que no hubiese más duda. Apenas lo dije, cuando me rechazó con aspereza, diciéndome que no era ese el punto; que algunos había de su parte que tenían que la gracia no se daba a todos; y que los examinadores mismos habían declarado en pleno auditorio en la Sorbona, que esa opinión era problemática, y que él era de ese sentir, y me alegó para la confirmación aquel lugar, que dice ser célebre de S. Agustín: Sabemos que la gracia no es dada a todos los hombres.

Pedíle que me excusase, si no lo había entendido bien, y le supliqué que me dijese, si no condenaría estotra opinión de los Jansenistas, que hace tanto ruido en el mundo: que la gracia es eficaz, y que ella determina nuestra voluntad para hacer el bien. Pero no me fue mejor con esta segunda pregunta. Tú no lo entiendes me dijo; has de saber que esa proposición, no es herética, ortodoxa sí, todos los Tomistas la llevan, y yo mismo la llevé en las conclusiones llamadas Sorbónicas.

No me atreví a proseguir en mis dudas; y no alcanzaba en qué podía estar la dificultad; y deseoso de sacar alguna luz, le rogué que me dijese, en qué consistía pues la herejía del D. Arnauld. Consiste, dijo, en que no admite que los justos tienen poder de cumplir con los mandamientos de Dios, de la manera que nosotros lo entendemos.

Tomada de memoria esta instrucción, le dejé; y muy ufano y contento con pensar que sabía en qué estaba la dificultad, fuime a casa de N. Halléle convaleciente y con bastantes fuerzas para venir conmigo a la de su cuñado, el cual es Jansenista si le ha habido jamás, y sin embargo hombre de bien. Para ser más bien venido, fingí que era muy de los suyos y dije: ¿sería posible que la Sorbona quisiese introducirán en la Iglesia un error como este; que todos los justos siempre tienen poder de cumplir con los mandamientos? Cómo qué, me replicó mi Doctor, ¿llamas tú error un sentir tan católico, y que solamente los Luteranos y Calvinistas opugnan? Pues qué, dije yo, ¿no decís vosotros que es un error? De ninguna manera, dijo él; no tenemos nosotros esa opinión, antes la anatematizamos como herética, y impía. Atónito quedé de tal respuesta, y bien conocí que me había mostrado más Jansenista, como con el otro más Molinista de lo que debiera. Pero para asegurarme más de su respuesta, pedí que me dijese confiadamente si creía, que los justos siempre tenían verdadero poder de observar los preceptos. A esto se encendió mi hombre, pero de un celo devoto; y dijo que por ninguna cosa encubriría jamás su sentir; que esa era su fe, y que él y todos los suyos la defenderían hasta la muerte, y que era doctrina de S. Tomas, y de S. Agustín su maestro.

Hablóme tan de veras, que no me dejó lugar de dudar. Y sobre esta seguridad volví a mi primer Doctor, y le dije muy satisfecho, que tenía por cierto que muy presto entraría la paz en la Sorbona; porque los Jansenistas estaban de acuerdo acerca del poder que tienen los justos para cumplir los preceptos, y que yo salía por fiador, y les haría firmar esta doctrina con su propia sangre. Pasito, me dijo; es menester ser muy teólogo para alcanzar la profundidad de esta Teología. La diferencia que hay entre nosotros es tan sutil, que apenas podemos divisarla nosotros mismos; y tendrás dificultad en conocerla. Conténtate pues con saber, que los Jansenistas bien te dirán, que todos los justos siempre tienen el poder de cumplir con los mandamientos: no está en eso nuestra disputa. Pero no te dirán que este poder es cercano e inmediato: y en esto está el punto.

Gran novedad me hizo este vocablo. Hasta aquí entendía algo; pero este término me ofuscó el entendimiento, y yo creo que no se inventó, si no es para ponerlo todo en disensiones. Pedíle pues la explicación de este término; pero hízomele un misterio, y me remitió sin más satisfacción a los Jansenistas para preguntarles, si admitían aquel poder cercano.

Cargué la memoria con este término, por cuanto mi inteligencia no le alcanzaba; y por no olvidarle, volví luego a mi Jansenista: y después de haber hecho los primeros cumplimientos, le supliqué que me dijese, ¿si admitía el poder cercano? Dióle gran risa, y me respondió muy fríamente: ¿Dime tú mismo en qué sentido le tomas, y luego te diré yo lo que creo? Como mi conocimiento no llegaba a tanto, no me hallé en términos para poderle responder. Sin embargo, porque no se me volviese vana e inútil la visita, a Dios y a la ventura, le dije, que yo le entendía en el sentido de los Molinistas. Y mi hombre, sin hacer demostración alguna, me preguntó: ¿cuáles son esos Molinistas que tú sigues? Díjele que a todos juntos, pues no hacen más que un cuerpo, y no se mueven sino por un espíritu mismo.

Ciertamente: me dijo, que sabes muy poco. Es menester entender que los Molinistas andan muy encontrados en el sentir: pero como están unidos y conformes en el designio que tienen de perder al D. Arnauld, han tomado por expediente de convenir en ese término de cercano, con tal que los unos, y los otros le habían de pronunciar, pero que cada uno de por sí quedase libre de entenderle como quisiere. Ajustáronse pues entre ellos que habían de hablar una misma lengua, y con los mismos términos, para con esta conformidad aparente, poder formar un cuerpo considerable, y hacer número mayor, para poder oprimir con mayor certeza al dicho D. Arnauld.

Esta respuesta, me dejó asombrado. Pero como no le quise creer sobre su palabra en cosa que ni me va ni me viene, no admití estas impresiones sobre los malos designios de los Molinistas: solamente quise saber los diferentes sentidos que dan a este vocablo misterioso de cercano. Díjome que me los enseñaría de muy buena gana; pero verás, prosiguió, una repugnancia y una contradicción tan grosera, que se te ha de hacer dificultoso el creerla: y podrás satisfacerte mejor sabiéndolo de ellos mismos; y para eso no tienes más que ver a M. le Moine y al Padre Nicolai, a cada uno de por sí. A ninguno de los dos conozco, dije yo. Pues mira, me respondió, si no tienes noticia de algunos de los que ahora te nombraré, porque estos siguen el sentir de M. le Moine. Con efecto conocí algunos; y luego me dijo: Mira si conoces algunos Dominicanos de aquellos que llaman Nuevos Tomistas, porque estos son todos como el P. Nicolai. También conocí algunos de los que me nombró; y con resolución de valerme de este consejo, y deseoso de salir desta dificultad, despedíme de mi Doctor, y acudí luego a uno de los discípulos de M. le Moine.

Así como llegué, le pedí que me dijese, qué cosa era tener poder cercano para hacer algo. Eso es fácil, me respondió; Es tener todo lo necesario para hacerlo, con tal que no falte nada. De esa suerte, dije yo, que ¿tener poder cercano para pasar un río, es tener un barco; marineros, remos y lo demás sin que falte nada? Así es, me dijo. Y tener poder cercano para ver, dije yo, es tener buena vista y estar en claro día; porque si alguno tuviera buena vista, y estuviera en tinieblas, no tendría poder cercano para ver, según vuestra opinión, porque le faltaría la luz sin la cual no se puede ver. Discurres doctamente, me dijo. Y por consiguiente, dije yo, cuando vosotros decís que todos los justos tienen siempre poder cercano para observar los mandamientos, es lo mismo que decir que tienen toda la gracia necesaria para cumplir con ellos, y que no les falta nada de parte de Dios. Detente, me dijo, siempre tienen lo necesario para cumplir con ellos, o por lo menos para pedirlo a Dios. Bien lo entiendo, dije yo, esto es que tienen todo lo necesario para pedir a Dios que les asista, sin que sea necesaria nueva gracia de Dios para orar. Muy bien, dijo él. Luego ¿no es necesario que tengan una gracia eficaz para orar? Respondióme que no, según la doctrina de M. le Moine.

Por no perder tiempo, fuíme a los Dominicanos, y llamé a los que yo sabía que eran nuevos Tomistas. Roguéles que me dijesen, qué cosa era tener poder cercano. ¿No es aquel, pregunté yo, que tiene todo cuanto ha menester para obrar? Dijéronme que no. Pues cómo, Padres míos, si le faltase algo a ese poder, ¿podríase llamar cercano? Pongo el ejemplo. ¿Podríase decir, que de noche y sin luz un hombre tiene poder cercano para ver? Sí, respondieron ellos, según nuestra opinión, como no esté ciego. Sea muy en hora buena, dije yo; Pero M. le Moine lo entiende de otra manera. Es verdad, dijeron, pero nosotros así lo entendemos. Estoy bien en eso, dije yo; porque nunca quiero disputar sobre el nombre, como se me explique el sentido que se le da. Pero veo que cuando vosotros decís, que los justos siempre tienen poder cercano para orar, se entiende o se supone que necesitan de otro auxilio para orar efectivamente, y sin el cual jamás orarán. Muy bien dijiste, me respondieron los buenos Padres, dándome mil abrazos: porque es cierto que es menester que tengan además de ese poder, una gracia eficaz, la cual no se da a todos, y la cual mueve y determina la voluntad para orar, y es herejía el negar la necesidad de esta gracia para orar.

Muy bien, dije yo: pero según esta opinión vuestra, los Jansenistas son católicos, y M. le Moine es hereje. Porque los Jansenistas, dicen que los justos tienen poder para orar, pero que han menester además una gracia eficaz, y esto es lo mismo que vosotros decís y aprobáis. Y M. le Moine dice, que los justos oran sin gracia eficaz, y es lo que vosotros condenáis. Sí, dijeron ellos, mas estamos de acuerdo con M. le Moine en llamar cercano al Poder que tienen los justos para orar, y esto es lo que no hacen los Jansenistas.

Padres míos, dije yo, esto es jugar de vocablos, decir que estáis conformes en los términos, cuando tan contrarios en el sentido. No me respondieron. Y a esto sobrevino mi buen discípulo de M. le Moine. Tuve su venida a dicha extraordinaria; pero después supe, que de continuo andan unos con otros.

Volviéndome pues al tal discípulo de M. le Moine le dije: Yo conozco a un hombre que dice, que todos los justos tienen siempre poder de orar, pero que nunca oran, sin que tengan una gracia eficaz que los determine, y la cual Dios no da siempre a todos los justos; pregunto, ¿si este será hereje? Tened, me dijo él, porque puede haber en esto algún engaño. Vamos pues de espacio; distinguo: si llama ese poder cercano: será Tomista, y por consiguiente católico: si no, será Jansenista, y por consiguiente hereje. Ni dice que es cercano, dije yo, ni que deja de serlo. Luego es hereje, me respondió; y si no me crees, pregúntaselo a estos buenos Padres. No los quise yo tomar por jueces; porque ya veía yo que cabeceaban, y daban muestras que venían en eso. Pero dije, sabed que este tal no quiere admitir ese término de cercano por cuanto no se lo quieren explicar. A esto uno de ellos quiso traer su definición: pero poniéndose de por medio el discípulo de M. le Moine, le dijo: pues qué, ¿queréis que volvamos a nuestras dificultades? ¿No quedamos ajustados de no explicar nunca ese vocablo de cercano, y que se hubiese de pronunciar, así de vuestra parte como de la nuestra, sin decir lo que significa? Bajó las orejas el Dominicano, y calló.

Por donde llegué a penetrar el designio que tienen; y les dije levantándome para despedirme: En verdad, Padres míos, que temo que todo esto no sea más que un puro enredo; y resulte lo que resultare de vuestras Juntas, lo que puedo asegurar, es, que aunque la censura salga no se establecerá la paz: porque aunque se decida que es menester pronunciar aquellas sílabas cer-ca-no, quién no verá, que no habiendo sido explicadas, cada uno de vosotros querrá gozar de la victoria. Los Dominicanos dirán que ese vocablo se debe entender según su doctrina, y M. le Moine dirá que según la suya; y de esta manera habrá más dificultad para explicarle, que para introducirle; porque bien que no hay riesgo en recibirle sin darle sentido alguno, pues no puede dañar si no es con el sentido; pero será cosa indigna para la Sorbona y descrédito para la Teología el usar de términos equívocos y cautelosos sin quererlos explicar. Por fin y postre, Padres míos, decidme ¿qué he de creer para ser católico? Es menester, (me respondieron a una voz:) que digas que todos los justos tienen poder cercano, haciendo una abstracción y dejando a un lado todo sentido: abstrahendo a sensu Thomistarum, & a sensu aliorum Theologorum.

Esto es, dije yo despidiéndome de ellos, que será menester pronunciar con los labios ese vocablo, para no ser hereje de nombre. Pero ¿acaso está ese vocablo en la Escritura sagrada? Respondiéronme que no, ¿valiéronse de él los SS. Padres, o los Concilios, o los Pontífices? No. ¿Hállase en Santo Tomás? No. Pues qué necesidad hay para usar de él, ya que no tiene autoridad que le apoye, ni sentido alguno por sí mismo que le valga. Muy pertinaz eres, me dijeron ellos; es menester que le pronuncies, o serás tenido por hereje, y será tenido por tal el D. Arnauld a pesar de todo el mundo: porque haremos mayor número, y si fuere necesario, haremos liga con tantos Franciscanos que seamos bastantes para salir con la nuestra.

Acabo en este instante de despedirme de ellos, habiendo oído esta tan sólida razón, para referir a V. M. la historia: por donde bien verá V. M. que no se trata de ninguno de los puntos siguientes, ni la una ni la otra de las partes los ha condenado: 1. Que la gracia no es dada a todos los hombres. 2. Que todos los justos tienen poder para cumplir con los mandamientos de Dios. 3. Que no obstante necesitan para cumplir con ellos, y aun para orar, de una gracia eficaz que determine la voluntad. 4. Que esta gracia eficaz no se da siempre a todos los justos, y que depende de la pura misericordia de Dios. De suerte que solo aquel vocablo de cercano sin sentido alguno, es el que corre riesgo.

¡Dichosos los pueblos que le ignoran! ¡Dichosos los que han precedido su nacimiento! porque yo no le hallo remedio, a menos que los Señores de la Academia destierren de la Sorbona ese término bárbaro que causa tantas disensiones. Si no hacen esto, parece que la censura será cierta; pero veo que no hará más de infundir un desprecio que se hará de la Sorbona, por donde perderá el crédito y autoridad que ha menester para otras ocasiones.

Sin embargo dejaré a V. M. en su libertad; que tome el vocablo de cercano si quisiere, o que lo deje; porque es tanto lo que amo a mi prójimo, que no quiero molestarle sobre un pretexto tan flaco. Si esta relación agradare a V. M. continuaré en avisar de todo lo que sucediere. Guarde Dios a V. M. &c.

[ Luis de Montalto, Les Provinciales…, Colonia 1684, páginas 3-21. ]