Menudencias


«Letras y letrados de Hispano-América» se titula un libro de don Rufino Blanco Fombona: libro –editado en París– que acaba de llegar a Buenos Aires.

En realidad, tal obra nos interesaría medianamente, si no se ocupase de algunos de nuestros colaboradores.

Para regocijo de los lectores vamos a transcribir algo de lo que dice el señor Blanco Fombona.

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El autor de «Letras, etc.», es un hombre de espíritu independiente, poeta de cuyos versos sentimos no acordarnos, prosista elocuente a ratos y a veces chabacano, enemigo de los frailes, entusiasta de Leopoldo Díaz y natural de Venezuela.

Persona que reúne tan envidiables condiciones, dedica su trabajo al «doctor» Max Nordau y al «doctor» Vargas Vila (¡qué mixtura!) y aprovecha la oportunidad para decir en letras de molde un montón de galanterías como esta: «…el general Mitre, en su fantástico novelón a la Dumas, llamado con cinismo HISTORIA...»

En el montón aludido figuran también los amables conceptos siguientes: «Quien si es un rastaquoère insufrible, una mediocridad encanecida y petulante, es el argentino que publica recientemente un volumen con el título de Prosa ligera»…«Termino con este libro del cual hablo más de lo que merece. ¡Ah! ... se me olvidaba decir que su autor se llama el señor Miguel Cañé.»

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Al compañero, al querido compañero Ugarte le trata así:

«Nuestro querido compañero Manuel Ugarte ha puesto su talento, sus relaciones y su labor personal meritísima, al servicio de la casa Armand Collin, de París, para la publicación de una Antología de escritores jóvenes americanos»...«Así La joven literatura hispano-americana es obra de especulación comercial, intitulada con cinismo (ya apareció otra vez el cinismo) Antología. Como para probar que todo es vano y fraudulento en esta obra, hasta las apreciaciones históricas, Manuel Ugarte asegura en su prólogo...»

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Pasemos á otro colaborador nuestro:

«¿Y Valbuena? Este bufón frenético, de chistes gramaticales, espumajea como un epiléptico, se contorsiona como un poseído y combate por los vocablos como otros hombres combaten por las ideas. La mayoría de los poetastros que ha fustigado con disciplinas llenas de cacabeles, risueños y locuaces, no merece otra crítica, sino la de ese pedagogo con dientes de ratón. Cuando se atreve con poetas de veras, ¡qué papel tan triste hace el roedor, quebrándose los dientes en el mármol! Y es entonces cuando uno advierte que el censor posee, más que gramática, mala intención.»

Todo esto no ha impedido que el señor Blanco Fombona imite al vapuleado Valbuena, en cierto articulejo llamado «Un soneto infeliz»; articulejo que resulta más desabrido que el pan de gluten y más triste que una necrópolis.

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El distinguido venezolano, llama a Juan de Dios Peza: «buen viejo que ha cantado sus cuernos», y, con un poco más de benevolencia, trata de snob a Pérez Petit.

«El snobismo no es un mal suyo, sino nuestro; yel señor Petit anda por ese camino en compañía de un gran poeta: el autor de Los Raros, y de un cronista elegantísimo y amable; el autor de Almas y Cerebros.»

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Tal vez don Rufino no tiene la culpa de lo que hace.

M. Michel Luneau escritor francés, decía no hace mucho a un periodista extranjero: «¿Es que Vinci, el gran Leonardo, hubiera soñado en crear el tipo pérfido de su Monna Lisa, el fondo de su Virgen de las Rocas, si en lugar del cielo puro y la vida sutil de su Florencia hubiese pintado bajo la lluvia y con el pesado pensamiento de un holandés? Pues bueno fuera que esto no lo olvidasen los americanos. Y así no les devolveríamos artistas y literatos contagiados desoladoramente del gran pecado parisiense; el amor al reclamo. No son culpables aquéllos, es lo que ven aquí; ven la batalla por el ruido, por el lanzamiento, por suspender repentinamente el curso de la multitud con un ¡oh! de admiración... El triunfo, el laurel del artista, está en esa fugitiva emoción de un día, el día de su popularidad y para conseguirlo lo hace todo, acude a todos los medios: a la extravagancia, a la anormalidad, al soborno, en una porfía frenética, desesperada, por dar el grito más alto, por hacerse oír, aunque sea el comentario una carcajada»... «Y el reclamo que produce ese efecto, que conduce a la popularidad, remedo de la gloria, es una sugestión que pervierte al artista y deprava su genio, y hace del adorador de la belleza laborante silencioso que se complace en crear, para deleite de sípropio antes que nada, un mercachifle vocinglero que grita desde su puerta los mentidos méritos de su mercancía…»

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Hay que reconocer en el «letrado de Hispano-América» dos excelentes cualidades. Califica de «obscuras páginas» a las suyas, y termina así la introducción de la obra que nos ocupa: «Como frases liminares, proemio de libraco baladí, sobra con estas descosidas apuntaciones.»

Más adelante escribe: «El 18 de noviembre de 1903 murió, a los 46 años de una vida hermosamente vivida, un venezolano de quien cumple hablar en estas páginas como elegantísimo poeta que fue. Se llamaba don Manuel Fombona Palacio. Era hermano de mi madre. Tengo por su memoria veneración, porque en vida supo inspirarme afecto y gratitud. Pero no será otro sentimiento sino el de la justicia el que me inspire estas líneas…»

El señor Blanco Fombona reconoce su escaso mérito y recuerda cariñosamente a su tío.

Esa modestia y ese amor a la familia hacen que olvidemos todo lo demás.