Pensamiento Crítico 42
El cine cubano
Pensamiento Crítico, La Habana, julio de 1970, nº 42, cubierta + páginas 1-6.
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Presentación
Afirmar que el cine es la manifestación artística que más certeramente ha expresado la dinámica de la revolución cubana constituye casi un lugar común, intentar elucidar las razones que fundamentan esta aseveración quizás no lo sea tanto. Las condiciones que informan el origen del movimiento cinematográfico cubano lo hacían tanto el más como el menos indicado para llegar a justificar, en el escasísimo plazo de diez años, una conclusión tan lapidaria como la que da inicio a estas líneas. Nos explicamos: se carecía de tradición y de base técnico-material; se tenía, en cambio, una férrea voluntad de hacer vinculada a un pequeñísimo grupo de revolucionarios-cineastas, y, sobre todo, al clima propiciado por una revolución capaz de inscribir en uno de sus primeros decretos la proposición siguiente «por cuanto: el cine es un arte.»
Cualquier valoración de los pro y los contra indica que los primeros llevaban, sin duda, ventaja. Esta realidad no puede, sin embargo, guiarnos a una conclusión que oculte la experiencia implícita en el hecho. En otras palabras: no estaba escrito en ningún libro de historia del futuro que el movimiento cinematográfico cubano se convirtiera en lo que es, ello se debe a una política cultural específica que ha sabido hacer válidas las proposiciones revolucionarias en el terreno asignado; la prueba, si hiciere falta, está en la lamentable realidad de nuestro teatro, y en la crítica situación de nuestra literatura narrativa.
Una consideración esquemática de esta política nos lleva inevitablemente a dos términos; militancia e imaginación. Es imprescindible establecer que, para todos los planos de la vida, la revolución es imaginación militante. Uno de los lastres más crueles del dogmatismo ha sido, precisamente, el hábito pernicioso de vincular la militancia a la rutina para traicionarla mejor. Ello «justificaba» la hipersensibilidad liberal ante todo intento de organización y planeamiento. Negarse a esta trampa hábilmente tendida por más de medio siglo de relaciones entre política revolucionaria y cultura –mediante el expediente de luchar por hacer también revolucionaria a la segunda– no constituye ciertamente un mérito menor.
Este vínculo, cuyos primeros principios pueden hallarse en el carácter mismo de la lucha de los revolucionarios-cineastas contra la tiranía, continuarse en las relaciones Ejército Rebelde-Cine Cubano en los meses iniciales de la revolución, desarrollarse en la voluntad latinoamericana, que explica e implica la existencia misma de nuestro país, en el Noticiero Latinoamericano ICAIC, y comenzar a fructificar en obras de arte que apuntan a la creación de estructuras y lenguajes auténticos o que como el movimiento documental han producido una realidad artística tan madura y universal y nuestra como La primera carga al machete y Lucía, son testimonios de la validez y la posibilidad de aquella política.
De otra parte, el carácter mismo de su objeto de trabajo, el cine, cuya significación para la revolución había sido advertida ya por Lenin, ha permitido potenciar de un modo extraordinario la significación social de sus logros. Esto ha operado en el plano de la selección de películas para su exhibición en nuestro país, en la labor de divulgación y discusión que incluye el trabajo de la cinemateca, de la editora, del servicio de traducciones, y de la revista Cine Cubano, y, sobre todo, en la inducción sobre otras formas de arte como la plástica –singularmente el cartel– y más recientemente la música, cuya revitalización en nuestro país ha estado, en ambos casos, estrechamente vinculada con la política de dirección de la actividad cinematográfica. No se trata de no hayan habido, subsistan, y aún se generen problemas en el cine cubano. El problema de la comunicación con el público, de la asimilación de lenguajes y estructuras de las cinematografías europeas y norteamericanas, de la calidad de los guiones, de la situación de la crítica cinematográfica y la labor de extensión cultural, han estado o están presentes en la evolución de esta actividad. Este número propone y discute muchos de ellos a través, precisamente, de las voces de quienes los encaran y tienen la responsabilidad y la decisión de resolverlos. No pretende ser otra cosa que un reconocimiento y una posible fuente de próximos y más profundos debates.
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Indice del número 42
Alfredo Guevara, Un cine de combate, 7-33
Los directores hablan, Santiago Álvarez, Jorge Fraga, Julio G. Espinosa, José Massip, Manuel Pérez Paredes, Enrique Pineda Barnet, Humberto Solás, Pastor Vega, 34-80
Julio García Espinosa, El cine documental cubano, 81-88
Los documentalistas y sus concepciones, Octavio Cortázar, Manolo Herrera, Bernabé Hernández, Sara Gómez Yera, Rogelio París, Héctor Veitia, 89-98
Pastor Vega, El documental didáctico y la táctica, 99-104
Leo Brouwer, La música en el cine cubano. Un año de experimentación, 105-112
Héctor García Mesa, El cine móvil ICAIC. Estructura del cine móvil, 113-121
Miguel Torres, Los cine-móviles, exploración de su público, 122-126
Eduardo Heras León, “Historias de la Revolución” y “El joven rebelde”, 127-134
Julio García Espinosa, A propósito de “Aventuras de Juan Quinquín”, 135-139
Fernando Birri, Tomar conciencia no es bañarse en las aguas del Jordán o sea “Las aventuras de Juan Quinquín”, 140-143
Fernando Birri, David, 144-148
Fernando Pérez, Memorias del subdesarrollo, 149-155
Elena Díaz, Lucía, 156-165
Daniel Díaz Torres, La primera carga al machete, 166-171
Carlos Núñez, Chile 1970: ¿última opción electoral?, 172-220
Paulo R. Schilling, Brasil: ¿una nueva política exterior?, 221-231
Documentos, Manifiesto de Vanguardia Popular Revolucionaria y Alianza Nacional Libertadora, 232-234
Documentos, Declaraciones del Capitán Carlos Lamarca, 235-240 + Contraportada