Revista Europea | Madrid 1874-1880 |
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Revista Europea, Madrid, 5 de abril de 1874, año I, tomo I, nº 6, páginas 172-181.
La lectura de obras relativas a las grandes escenas de la naturaleza tiene numerosos inconvenientes, porque llena la imaginación con descripciones falsas, incoloras y muchas veces exageradas, y, aun cuando sean exactas, quitan la ilusión de las primeras impresiones. Esto sucede a casi todos los que van a visitar la catarata del Niágara. Las relaciones de los primeros que la observaron están llenas de inexactitudes. Admirados ante un espectáculo tan grande y tan nuevo, la emoción tuvo más fuerza que el juicio, y sus descripciones han sido causa de numerosos desengaños.
Dícese que la primera alusión al Niágara se encuentraen la relación de un viaje que en 1535 hizo un marino francés llamado Santiago Cartier. En 1603 dibujó el primer mapa de aquella región otro francés, Chaplain. En 1648, el jesuíta Rageneau escribió a su superior de Paris que el Niágara era una catarata de una altura espantosa. Durante el invierno de 1678 a 1679, el padre Hennepin visitó la catarata y la describió en una obra destinada al rey de la Gran Bretaña, uniendo a ella un dibujo, que demuestra que el aspecto de la catarata ha cambiado mucho desde entonces. El padre Hennepin dice que es una grande y prodigiosa caída de agua, sin igual en el universo, y cuya altura pasa de 600 pies. Las aguas, dice, que se precipitan en este inmenso abismo, hierven y espuman de un modo admirable, produciendo ruido más terrible que el del trueno. Cuando sopla viento Sur el terrible mugido de las aguas se oye a más de quince leguas de distancia
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