Filosofía en español 
Filosofía en español

Pedro Fedoséiev · Dialéctica de la época contemporánea · traducción de Augusto Vidal Roget

Parte segunda. El progreso de la sociedad y del individuo

La revolución socialista y la aceleración del progreso histórico


El progreso social bajo el socialismo

En todas las sociedades en que han dominado los explotadores, la lucha de clases ha sido la principal fuerza motriz del desarrollo social, y el progreso siempre, e inevitablemente, ha ido acompañado de una agravación de contradicciones sociales como la que se da entre la minoría explotadora y la mayoría explotada, entre la ciudad y el campo, entre el trabajo intelectual y el físico, entre las naciones dominadoras y las sojuzgadas. El capitalismo, último régimen de explotación, después de imprimir un impulso colosal al avance de las fuerzas productivas, se ha convertido en un obstáculo ingente para el progreso de la colectividad humana.

Únicamente la revolución socialista abre nuevas formas de movimiento ascensional. Bajo el socialismo no existen la propiedad privada sobre los medios de producción ni, claro está, los antagonismos y contradicciones que ella origina. La propiedad [225] de los medios de producción sirve de punto de partida para el desarrollo planificado y acelerado de la sociedad.

El régimen socialista eleva a una altura gigantesca el trabajo humano. Le libera del odiado yugo de la explotación, pone a su servicio todas las conquistas del intelecto, todas las riquezas materiales y espirituales y con ello crea las condiciones propicias para que florezcan las ilimitadas energías creadoras y las aptitudes de las masas populares. Se modifican, pues, de raíz, el papel y el lugar de estas masas en el progreso social. Por primera vez resulta posible aplicar sin obstáculos y eficazmente los resultados de la ciencia y de la técnica, cuyo avance no tropieza ya con los intereses egoístas de los explotadores.

Como dijo Engels, en todas las sociedades con regímenes de explotación, "el progreso histórico se hallaba reservado, en términos generales, a la actividad de una insignificante minoría privilegiada, mientras que la enorme masa de la población se veía condenada a ganarse sus exiguos medios de subsistencia y, además, a aumentar constantemente las riquezas de los privilegiados"{5}.

Sólo en el régimen socialista el progreso se convierte en obra de las propias masas, de los trabajadores de filas, de los koljosianos, de los trabajadores intelectuales, vitalmente interesados en consolidar el régimen socialista y aumentar sus riquezas.

Bajo el socialismo, el activo papel del pueblo se pone de manifiesto, ante todo, en el trabajo, en la creación de la base material y técnica de la nueva sociedad.

En la sociedad socialista, las fuerzas productivas crecen a un ritmo inconmensurablemente mayor que bajo el capitalismo. Y este hecho constituye el criterio más importante del progreso social. Los países de la comunidad socialista, en 1963 y en comparación con el nivel de preguerra, habían aumentado globalmente el volumen de la producción industrial en unas ocho veces, mientras que los países capitalistas no habían llegado a aumentarlo en tres veces. En la U.R.S.S., durante 46 años –desde 1918 hasta 1963– los ritmos medios anuales de incremento de la producción industrial fueron del 10 %, mientras que en los Estados Unidos fueron del 3,4 %.

De esta suerte, la situación y el papel de nuestro país y de todos los estados socialistas frente a los demás países del mundo y en la economía mundial han variado por completo. La Rusia zarista en sus últimos decenios cada vez iba quedando más a la zaga de los países adelantados del mundo; los países de la Europa central y del sureste, así como la mayor parte de los de Asia, hasta la segunda guerra mundial fueron quedando cada vez más relegados a un segundo plano; en cambio, durante los años de poder soviético, nuestro país se convirtió en una gran potencia [226] de vanguardia, industrial y koljosiana, y los estados socialistas de Europa y Asia, durante los últimos años también han progresado mucho más rápidamente que los países capitalistas, han renovado y consolidado su economía, han creado una industria moderna.

Esto significa que la tendencia básica del desarrollo de los países socialistas ha cambiado de raíz en relación con los demás países del mundo, y esta ley hace que la correlación de fuerzas en la arena mundial evolucione sin cesar en favor del socialismo y en detrimento del capitalismo.

En esto se revela la superioridad del sistema socialista de economía y sus leyes. La economía socialista no se deteriora por crisis y desempleo, por el juego espontáneo del mercado capitalista y el poder ilimitado de los monopolios. Los éxitos económicos de la Unión Soviética y de los otros países socialistas infunden la seguridad de que año tras año se acrecentará la eficacia económica de la producción social, y mejorará la situación material de los trabajadores.

Uno de los exponentes más claros del progreso bajo el socialismo estriba en el crecimiento enorme, antes nunca visto, de las ciudades como grandes centros industriales.

Lenin indicó que "las ciudades constituyen los centros de la vida económica, política y espiritual del pueblo, y son los principales motores del progreso"{6}.

La progresión de las ciudades y de la población urbana bajo el capitalismo es un resultado de la ley económica del incremento del capital constante en la industria, del más rápido aumento de los medios de producción respecto al consumo. El ascenso de las ciudades bajo el capitalismo no lima las contradicciones sociales, sino que las encona, no elimina las privaciones y la miseria de las masas, sino que las empeora. Las ciudades, bajo el régimen capitalista, además de centros industriales, son puntos de apoyo de la explotación capitalista. En la Rusia prerrevolucionaria, a medida que el capitalismo se extendía, las ciudades crecían, pero tal crecimiento era relativamente lento y doloroso, llevaba a la población a pavorosas situaciones de miseria.

Durante los años de poder soviético, se ha registrado un impetuoso auge de las ciudades y de la población urbana. Ésta constituye ahora el 53 % de la población del país. En 1964, el número de habitantes de las ciudades pasaba de los 119 millones, siendo de 227 millones nuestra población total. El país contaba con 4.900 ciudades y poblados de tipo urbano. Tal aumento gigantesco de la población de las ciudades en nuestro país es resultado de la industrialización socialista.

Este enorme progreso histórico se ha reflejado en el aumento [227] de la producción social. Entre 1913 y 1964, habiendo aumentado la población en 1,4 veces, los fondos de producción básicos se incrementaron en más de diez veces, y la producción global de toda la industria, a finales de 1964, se había elevado en 56 veces.

El nuevo papel de las ciudades en el desarrollo progresiva de nuestro país y de los países de democracia popular estriba en ser puntos de apoyo de la reestructuración socialista de la agricultura y de su avance incesante.

La Gran Revolución Socialista de Octubre abrió el camino para llegar a abolir la contradicción entre la ciudad y el campo después de poner fin al dominio de los terratenientes y de los capitalistas. Liquidar por completo tal contradicción requería convertir las pequeñas haciendas campesinas en una gran producción socialista altamente mecanizada, del mismo tipo que la industria urbana.

Se alcanzó ese objetivo creando sovjoses y cooperativas de producción agrícola, lo cual fue posible gracias al progreso de la gran industria, que prestó al campo constante ayuda económica. Con el concurso de los centros industriales de las ciudades, se ha llevado a cabo, en la U.R.S.S. y en otros países socialistas, la reconstrucción tecnológica de la agricultura y se ha iniciado la fase en que la producción está mecanizada.

De este modo el socialismo ha abierto un nuevo camino al desarrollo de las ciudades, ha creado poderosos centros de progreso en el campo –sovjoses y koljoses–, ha establecido, entre la ciudad y el campo, nuevas formas de relación que conducen a una aproximación cada día mayor entre una y otro y, en último término, a la eliminación de las diferencias esenciales entre ellos.

Este es el camino que ofrece más vastas posibilidades al progreso social. El incesante crecimiento de las ciudades y de las empresas socialistas en el campo es un brillante testimonio de cómo se eleva la potencia económica de nuestro país.

Una de las manifestaciones más importantes del progreso social la tenemos en el incremento de la productividad del trabajo. Los clásicos del marxismo-leninismo subrayaron reiteradamente que el progreso social resultó posible cuando el trabajo del hombre empezó a crear más productos que los necesarios para su subsistencia. "Que haya un excedente del producto del trabajo respecto a los costos de este último, que se forme –a base de tal excedente– un fondo social de producción y un fondo de reserva, todo esto ha sido y sigue siendo la base de todo progreso social, político e intelectual"{7}.

En los estados explotadores, dicho excedente ha sido siempre propiedad de las clases explotadas. Bajo el socialismo, el excedente de trabajo se destina al desarrollo de las fuerzas productivas [228] y a mejorar la situación material de los trabajadores. De ahí que éstos, en el régimen socialista, se sientan interesados en que la productividad del trabajo aumente en todo lo posible, en que los medios de producción se economicen en grado máximo.

A medida que se va pasando, gradualmente, del socialismo al comunismo, van adquiriendo mayores vuelos la actividad creadora y la iniciativa de las masas en el empeño de elevar el rendimiento del trabajo. Así lo atestigua, precisamente, el poderoso y saludable papel que desempeña la emulación socialista.

En el proceso del trabajo creador y en la participación de los trabajadores en la vida colectiva se registran importantes cambios sociales. El más importante estriba en que se forman nuevas relaciones sociales y un nuevo hombre. En el trabajo colectivo nacen y se afianzan los brotes de los lazos sociales comunistas, se forjan las mejores cualidades del hombre. La preocupación por aumentar la riqueza colectiva y por elevar el rendimiento del trabajo se ha convertido en una cuestión de honor para el obrero de vanguardia, para el agricultor, para todo aquel que participa conscientemente en la edificación del comunismo.

La línea general leninista de nuestro Partido se sustenta en las conclusiones que formula la ciencia marxista-leninista de la sociedad. Resolver la tarea económica fundamental –creación de la base material y técnica del comunismo– es la condición determinante del progreso en todos los aspectos de la vida social. La enorme labor educativa del Partido se halla indisolublemente vinculada al cumplimiento de dicha tarea económica.

Para la victoria y el ulterior progreso del nuevo régimen social, lo más importante y trascendental es el incremento de la productividad del trabajo. En el Programa de nuestro Partido se prevé que, gracias al progreso tecnológico, seguirá mejorando sensiblemente la formación profesional de los trabajadores, se utilizará de manera más racional la mano de obra, se elevará en flecha la productividad del trabajo en la industria y en la agricultura. La consecución de tal objetivo representará un gran éxito del progreso comunista.

Bajo el socialismo, el progreso posee un carácter cualitativamente nuevo, y ello se manifiesta en el enorme avance cultural de toda la masa de la población. Nuestros adversarios sostenían que nos habíamos lanzado a una insensata empresa: establecer el socialismo en un país poco culto. Lenin los sometió a una demoledora crítica. Arremetiendo contra esa afirmación, escribió: "En nuestro país, el cambio político y social ha resultado ser el precursor del cambio cultural, de la revolución cultural, que ahora, de todos modos, tenemos a la vista.

Nos basta, ahora, esta revolución cultural para convertirnos en un país plenamente socialista, pero dicha revolución presenta, para nosotros, dificultades increíbles, tanto de naturaleza puramente cultural (pues somos analfabetos) como de carácter material, [229] ya que, para ser cultos, hace falta cierto desarrollo de los recursos materiales de producción, cierta base material"{8}.

Esa revolución cultural se ha llevado a efecto durante los años de poder soviético. Contando con una potente base material, la cultura soviética ha florecido esplendorosamente. Los éxitos que ha obtenido nuestra sociedad en la conquista del cosmos, acogidos con entusiasmo por toda la humanidad progresiva, nos ofrecen un brillante resultado de la ciencia, de la tecnología y de la cultura soviéticas.

Han alcanzado alturas verdaderamente asombrosas, en su progreso económico y cultural, todas las repúblicas nacionales de la Unión Soviética. En un breve plazo han dado, en este sentido, un salto gigantesco.

En la periferia del país, antes atrasada, se han construido fábricas y plantas modernas; en los campos de las repúblicas que allí existen, trabajan máquinas agrícolas de novísima construcción, en manos ya de especialistas locales. Bajo el poder soviético, más de cuarenta nacionalidades de la URSS –kirguises, kabardos, nentses y adigueses entre otros– han creado su escritura y han cultivado sus idiomas nacionales.

Todo ello se encuentra determinado por el hecho de que en nuestro país se aniquiló para siempre el monopolio de las clases explotadoras sobre la instrucción y los valores culturales, la cultura se ha convertido en patrimonio de millones de individuos, que la cultivan y la enriquecen. Las más amplias masas del pueblo, con su trabajo y con su polifacética obra creadora, con su activa lucha por el comunismo, no sólo contribuyen a que la economía del país progrese y a que nuestras instituciones políticas se perfeccionen, sino que cooperan, además, a que florezca la cultura socialista.

El progreso comunista se ha convertido en la forma normal del desarrollo histórico. De teoría científica, el comunismo, ha pasado a ser una fuerza poderosa que se manifiesta en los éxitos de la vida económica, política y cultural de los países socialistas.

El socialismo crece y se robustece a escala mundial. Sus fuerzas internas son inagotables, sus cimientos vitales son inconmovibles. Así se ha demostrado en la lucha contra las fuerzas hostiles del imperialismo, en la lucha para superar las dificultades inherentes a la formación de la nueva saciedad y para vencer la resistencia de todo lo caduco y reaccionario. La causa del socialismo vacilaría e inspiraría poca confianza si no se sustentara en las leyes objetivas del desarrollo social y se apoyara tan sólo en los sueños y deseos de la gente o en la voluntad de tales o cuales partidos y sus dirigentes. El socialismo no resistiría las pruebas de la historia ni podría superar las contradicciones y dificultades si sus destinos, en vez de estar determinados por las [230] necesidades vitales del devenir social, dependieran de motivaciones casuales y subjetivas. La causa del socialismo es invencible, precisamente, porque descansa sobre las leyes objetivas de la marcha de la historia y esas leyes no pueden abrogarlas ni destruirlas las maquinaciones ni la terquedad de las fuerzas sociales caducas, como tampoco los ejercicios subjetivistas ni las excentricidades aventureras de tales o cuales dirigentes.

Venciendo obstáculos y dificultades colosales, el socialismo ha abierto ante la humanidad posibilidades de desarrollo tan formidables que ni siquiera era posible soñar con ellas en el pasado. Conocer y aplicar las leyes del socialismo para el progreso de la sociedad y del individuo, para satisfacer cada día más plenamente las crecientes necesidades materiales y culturales del hombre, utilizar las leyes de la ciencia con el fin de dominar las riquezas y las fuerzas de la naturaleza significa establecer una libertad no verbal, sino real: una libertad sin el yugo de las relaciones económico-sociales reaccionarias y de las fuerzas ciegas de la naturaleza.

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{5} C. Marx y F. Engels, “Obras”, t. XIX, p. 113.

{6} V. I. Lenin, “Obras”, t. XXIII, p. 341.

{7} C. Marx y F. Engels, “Obras”, t. XX, p. 199.

{8} V. I. Lenin, “Obras”, t. XLV, p. 377.