Pedro Fedoséiev · Dialéctica de la época contemporánea · traducción de Augusto Vidal Roget
Parte segunda. El progreso de la sociedad y del individuo
La revolución socialista y la aceleración del progreso histórico
El progreso abate los viejos pilares
Los éxitos históricos, de universal alcance, que ha obtenido la revolución socialista ejercen también una enorme influencia sobre el mundo capitalista. Así como en el seno del capitalismo la revolución socialista se prepara gracias a determinados procesos objetivos –crecimiento de las fuerzas productivas, concentración de la producción–, el desarrollo del sistema socialista mundial obliga al capitalismo a adaptarse febrilmente a las nuevas condiciones históricas.
El que los monopolios sigan concentrando más y más el capital y la producción, el que el Estado burgués intervenga más cada día en la vida económica de la sociedad capitalista, el que resulten vanas cuantas tentativas se hacen para utilizar, en el régimen capitalista, tales ventajas del socialismo como son el colectivizar la producción y planificar el desarrollo de la economía, todo ello demuestra, con meridiana claridad, que las fuerzas productivas se ahogan en el marco del modo capitalista de producción, y que un nuevo modo de producción –el socialista– va a sustituir ineluctablemente al capitalismo en todas partes.
Ello no es óbice, sin embargo, para que los ideólogos y los políticos burgueses procuren demostrar que el régimen capitalista obtiene nuevas posibilidades de expansión gracias, en primer lugar, al acrecentamiento del capitalismo monopolista de Estado. Últimamente, en los países occidentales se habla mucho sobre las posibilidades de hermanar la planificación con la economía capitalista, con la democracia burguesa. Así, verbigracia, el economista burgués Fritz Sternberg afirma: "Una de las tareas decisivas [231] de nuestro siglo consistirá en seguir impulsando la economía planificada en el mundo occidental, y ello de suerte que al mismo tiempo se desarrolle también la democracia"{9}.
Las tentativas de utilizar las ventajas del nuevo modo de producción sin cambiar las relaciones de producción ya periclitadas no son nuevas. Eso se ha hecho en todas las épocas de transición. Cuando la sociedad esclavista hubo envejecido, los dueños de esclavos pasaron al sistema del denominado colonato.
Engels indicaba que los colonos "fueron los precursores de los siervos de la gleba medievales"{10}.
Y cuando en Europa empezó a afirmarse el capitalismo, los señores feudales intentaron acomodar su sistema a las nuevas condiciones y utilizar las ventajas y les estímulos del capitalismo basándose en la servidumbre, conservando la propiedad señorial de la tierra.
El objetivo cardinal de la ingerencia –que actualmente se acentúa– del Estado burgués en la esfera de la producción material consiste en prestar ayuda para que la producción se concentre y se modernice en las ramas en que ello resulta ventajoso a los monopolistas. Y esta ayuda se presta, ante todo, a cuenta de la recaudación de impuestos, es decir, a costa de los trabajadores.
A la vez que se realizan tentativas de planificación estatal, se toman otras medidas para regular la producción capitalista, como son nacionalizar algunas de sus ramas y distribuir los pedidos de material de guerra para salvar el régimen capitalista militarizando la economía. Tales medidas, sin embargo, no hacen sino agudizar las contradicciones y los fenómenos de crisis en la economía de los países capitalistas.
En los Estados Unidos, pese a la frenética carrera de armamentos, las crisis de superproducción se han hecho más frecuentes. Desde que terminó la segunda guerra mundial, la economía americana ha sufrido cuatro crisis de ese tipo. También se deja sentir, en dicho país, y con singular intensidad, la falta crónica de trabajo suficiente para que las empresas funcionen a pleno rendimiento. En 1962, el número de parados forzosos oficialmente registrados en los Estados Unidos era de 4 millones; en 1963, era de 4.204.000, y a comienzos de 1964 pasaba de 4.600.000. En Inglaterra, según datos oficiales, había 503 mil parados en febrero de 1964 (377 mil en 1961). El número de parados parciales en el conjunto de los países capitalistas desarrollados se ha mantenido al nivel de los 8 millones durante el último quinquenio.
Una de las tentativas emprendidas para regular la producción capitalista ha sido la formación del denominado Mercado común [232] europeo. Sus organizadores esperan que, con él, se resolverán las contradicciones más agudas del capitalismo.
La propaganda en favor de una asociación interimperialista en forma de "Mercado común" y de una "Europa integrada" no es más que una nueva variante de la "teoría" del ultraimperialismo, teoría que batió Lenin en toda la línea. Lenin indicaba que en la realidad capitalista, todas las uniones ultraimperialistas resultan siempre alianzas temporales, simples "treguas" en la lucha que sostienen tales grupos entre sí. Bajo el imperialismo, la concentración económica tiende a formar un trust mundial, pero en el camino surgen tales contradicciones, conflictos y choques que ese régimen estallará inevitablemente antes de que semejante trust pueda constituirse.
Los ideólogos burgueses abogan por una "Europa integrada" como unión política de estados, como concentración política. Al poner en evidencia la teoría del ultraimperialismo, Lenin escribió que la ley de la concentración económica, bajo el capitalismo, existe realmente, y en verdad la gran producción y el gran capital vencen a los de reducidas proporciones, pero "en ninguna parte se reconoce la ley de la concentración política o estatal"{11}. Los intentos de liquidar los estados nacionales y formar uniones imperialistas no significan que las contradicciones imperialistas se debiliten, sino que se acentúan.
Bajo el imperialismo, la producción se colectiviza en proporciones colosales, surgen asociaciones monopolistas de capital interestatales. Ante tales hechos, se ha elaborado la teoría de, que la soberanía nacional ya ha envejecido y la estructura del Estado nacional carece ya de auténtica importancia. Semejante teoría ha servido de disfraz ideológico a los rapaces anhelos de los imperialistas, que pretenden dominar el mundo. Como es notorio, también en el movimiento socialista se difundió, en su tiempo, la tesis de que la lucha de liberación nacional carecía de perspectivas, y de que la autodeterminación de las naciones era irrealizable.
El leninismo destruyó este error. Según el leninismo, las tendencias a la unión económica y a la internacionalización de la vida política no excluyen la existencia de estados nacionales ni la posibilidad de que surjan otros estados de ese tipo. La humanidad sólo puede llegar a la inevitable fusión de las naciones pasando por un período en que todas las oprimidas alcancen su absoluta liberación.
Cuando Lenin elaboraba estos principios teóricos, tenía ante sí un ejemplo, Noruega, que se había separado de Suecia. Pero ahora vemos varias decenas de nuevos estados nacionales surgidos durante los últimos años como resultado de las grandes [233] victorias del socialismo y del movimiento revolucionario internacional, como corolario de una tenaz lucha de liberación nacional. Se han desplomado las "teorías" que los ideólogos del imperialismo habían concebido sobre la perdurabilidad y la intangibilidad del sistema colonial del mundo. Al mismo tiempo, de día en día resulta más evidente que las tentativas de los imperialistas encaminadas. a establecer la unidad política de Occidente mediante la integración económica de Europa y la formación del "Mercado común", están fracasando irremisiblemente.
La fundación de la "Comunidad Económica Europea" señala una nueva ofensiva de los monopolios contra el nivel de vida de los trabajadores, lo cual agudiza de nuevo la lucha de clases en los países del capital.
El Mercado común engendra, entre los países europeos, toda una serie de contradicciones de tipo económico y político. Ya hoy en día se observa, en Europa, una profunda escisión en agrupaciones económicas y políticas rivales. Cada vez es más dura su lucha por los mercados de venta, por alcanzar la prioridad económica y política en Europa. El "Mercado común" no regula la producción de los países capitalistas europeos, sino que hace más brutal la pugna competitiva y ahonda la crisis general del capitalismo.
De esta suerte, las leyes económicas del capitalismo, descubiertas por Marx, actúan también en la fase monopolista de Estado. Además, la fuerza destructora de dichas leyes no sólo no ha disminuido, sino que ha aumentado. A ello se debe, precisamente, el que bajo el capitalismo no quepa la "regulación estatal" planificada de la economía.
Llevar una economía nacional planificada en estados aislados y en un sistema mundial, consolidar la amistad y la colaboración política de pueblos y estados sólo es posible bajo el socialismo, cuando impera la propiedad social sobre los medios de producción. En estas condiciones, la economía progresa rápida e incesantemente, no sufre pérdidas derivadas de crisis y paro forzoso, ya que la sociedad se libra de estas lacras planificando la economía.
El cumplimiento del grandioso programa de la edificación comunista, cuando no sólo se resuelven las cuestiones del momento, sino, además, otras de grandes perspectivas, indica que nuestro país se pone a caminar a un nuevo paso de mayor alcance. Esto da origen, inevitablemente, a ciertas dificultades relacionadas con el incremento enorme que experimenta la obra económica y cultural, con los defectos y los errores de cálculo en la dirección y en la planificación de la economía originados por el subjetivismo y el burocratismo administrativo. Estas dificultades se superan elevando la actividad de las masas en el trabajo, perfeccionando los métodos y las formas de dirección en la edificación comunista, reforzando la organización, la unidad y la cohesión del pueblo en torno al gran Partido de Lenin. [234]
Los éxitos de los países del campo socialista son un nuevo exponente del progreso comunista. Actualmente, en las sendas del capitalismo no hay perspectivas de desarrollo progresivo. Hoy, el capitalismo no sólo constituye un freno para el avance de las fuerzas productivas, sino que conduce, además, a una malversación colosal de recursos materiales en la carrera de armamentos, encierra el horrible peligro de la guerra termonuclear, que destruiría las fuerzas productivas de la humanidad, aniquilaría países enteros y causaría la muerte a millones de personas. Ante los pueblos de los países capitalistas se plantea, ineludible, un dilema: o el progreso o el estancamiento y la catástrofe. La inexorable acción de las leyes económicas, la enconada lucha de clases, la ampliación del movimiento de liberación nacional, la lucha de los pueblos por la paz así como todos los otros movimientos populares de masas conducen inevitablemente al triunfo de las fuerzas progresivas.
La conocida tesis marxista de que los países que encabezan el progreso social muestran a dos otros las líneas generales de su propio futuro, se funda en el reconocimiento del significado general que poseen, para el desenvolvimiento de todos los países, las leyes económicas objetivas. Los sociólogos burgueses y los socialistas de derecha sostienen, valiéndose de sofismas, que las leyes de desarrollo de la revolución socialista y de la edificación socialista de la U.R.S.S. carecen de vigencia y no son aplicables en otros países, pero la concepción materialista de la historia y la experiencia práctica, tan extraordinaria, ponen de manifiesto cuán falsas y absurdas son tales afirmaciones. Las leyes objetivas de la transformación socialista de la sociedad que se manifestaron primeramente en un país, la U.R.S.S., actúan ya en varios países de Europa y. Asia, así como también en Cuba. Estas leyes regirán en todos los demás países, que más pronto o más tarde entrarán en la vía del desarrollo socialista.
El valor que para toda la humanidad progresiva tiene la experiencia de la revolución socialista y de la edificación del socialismo en la U.R.S.S. y en otros países, radica, precisamente, en el hecho de que esa experiencia no se basa en unas particularidades excepcionales de tipo regional o nacional, sino en la aplicación de las leyes objetivas del desenvolvimiento económico del socialismo. Y estas leyes se pondrán de manifiesto, en una u otra forma, en todos los países al pasar del capitalismo al comunismo.
El progreso auténtico sólo es posible por los caminos del socialismo. El luminoso futuro de toda la humanidad está –así lo determinan las leyes de la historia– en el comunismo.
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{9} F. Sternbeg, “Wer beherrscht die zweite Hälfte des 20 Jahunderts?”, Köln-Berlin, 1961, S. 73.
{10} C. Marx y F. Engels, “Obras”, t. XXI, p. 148.
{11} V. I. Lenin, “Obras”, t. XXX, p. 100.