Filosofía en español 
Filosofía en español

Pedro Fedoséiev · Dialéctica de la época contemporánea · traducción de Augusto Vidal Roget

Parte segunda. El progreso de la sociedad y del individuo

El humanismo y el mundo contemporáneo


El hombre de hoy y el destino de la humanidad

En nuestra época, ha adquirido un nuevo carácter, desde el punto de vista de los principios, el problema de la responsabilidad del hombre en la sociedad. Nuestra responsabilidad por el destino de todo el género humano se ha hecho muchísimo más directa. Es de extraordinaria importancia consignarlo ahora, cuando se cierne sobre el mundo la amenaza de una catástrofe bélica sin precedentes.

En el Congreso filosófico, los ponentes principales sobre el tema Crítica de nuestra época fueron el mexicano F. Larroyo y el norteamericano G. Schneider. Ambos filósofos intentaron definir la época actual como "época de crisis", crisis provocada, a su entender, por los avances de la ciencia y de la técnica. Hablaron, sobre todo, de crisis de la persona humana, de crisis moral de la época moderna, de fracaso de las ideas de progreso. Larroyo, por ejemplo, declaró que la crisis social representa un "desconcierto. ante la faz de la vida", una "confusión de valores", etc{15}. Schneider afirmó que el concepto de progreso se ha heredado del siglo. XVIII y se ha de rechazar por dudoso y vago. El término "desarrollo" también le parece un "vocablo pérfido", inocente tan sólo a primera vista, aunque en realidad –afirmó Schneider– conduce a errores.

En Occidente se habla mucho sobre las perspectivas de la época contemporánea. Algunos la denominan el siglo de América, otras la llaman el siglo "del mundo libre", refiriéndose a la época triunfal del capitalismo

En el Congreso hubo varias debates acerca de cómo se ha de entender nuestra época. Los marxistas enjuiciaron lo que tiene de esencial, y subrayaron que no nos encontramos ante una crisis de las ideas de progreso, ante una crisis de la sociedad en general, sino ante la crisis del sistema capitalista y su ideología. [306]

Nuestra época es una época de transición: se hunden las viejas relaciones capitalistas y se afirman otras relaciones nuevas, socialistas, basadas en la propiedad colectiva. En toda época de transición, aflora la crisis de la formación social caduca, mas a la par de esta crisis, surgen de ella misma nuevas formas, más elevadas, de organización social. Ahora, aproximadamente una tercera parte de la humanidad ha emprendido la vía del socialismo. La formación del sistema socialista mundial constituye un magna progreso histórico.

La época actual se caracteriza por la dura lucha entre los dos sistemas sociales contrapuestos y por un cambio de correlación de fuerzas en favor del socialismo. Durante los últimos años, en África y en Asia, de las ruinas de los imperios coloniales, han surgido más de cincuenta jóvenes estados nacionales. El que se formen nuevos estados de ese tipo no constituye, desde luego, una crisis, sino un gigantesco paso adelante en el progreso de la humanidad.

La idea de progreso no sólo vive, sino que se plasma con una efectividad sin precedentes en la historia real.

En el siglo XIX y a comienzos del. XX, victorioso el régimen burgués en Europa, la vida social sufrió grandes cambias, pera fueron sobre todo cuantitativos. El desarrollo de la sociedad tenía un carácter eminentemente evolutivo. Se incrementaban con gran rapidez las fuerzas productivas, iban apareciendo nuevas máquinas y nuevos inventos tecnológicos. El capitalismo ganaba en extensión y conquistaba colonia tras colonia. Al crecer la industria, aumentaban los efectivos de la clase obrera, se multiplicaban sus organizaciones de clase. Sin embargo, la lucha de clases y el movimiento de liberación nacional no podía demoler aún los cimientos del imperialismo.

La época actual es una época de radicales cambios cualitativos, de profundas transformaciones revolucionarias en la vida social. Es la época de la victoria de las revoluciones socialistas y del triunfo del socialismo, es la época de las revoluciones de liberación nacional, de la bancarrota del colonialismo y del nacimiento de nuevos estados nacionales. La historia se desenvuelve coma vaticinaron los fundadores del marxismo-leninismo.

En la actualidad, la revolución socialista se manifiesta ya en la vida red como ley universal de la historia.

Mientras la revolución estuvo circunscrita a un sola país –Rusia– los capitalistas aseguraban TI: no se daría en ninguna otra parte. Cuando hubo triunfado en varios puntos de Europa y Asia, los apologistas del capitalismo empezaron a decir que los países del Hemisferio Occidental no eran idóneos para la revolución. Cuba dio al traste con semejante leyenda. La revolución llegó también a ese hemisferio. Y los pueblos de varios países africanos proclaman a los cuatro vientos que están firmemente decididos a edificar el socialismo. La marcha toda de nuestra época [307] constituye una brillante prueba del carácter universal inherente a la ley de la revolución social.

Hubo en el Congreso filósofos que exaltaron el "americanismo" y declararon que América da solución a todos los problemas.

¡Pero en América existe el imperialismo de los Estados Unidos y existe también la Cuba revolucionaria!

Los marxistas impugnan enérgicamente el determinismo geográfico, se manifiestan contra la suplantación de las relaciones sociales por factores geográficos. En Europa y en Asia existen, como en América, sistemas político-sociales distintos. Y lo que ha de servir de punto de referencia no es tal o cual zona geográfica, tal o cual continente, sino el comunismo: el futuro luminoso de toda la humanidad.

El Congreso filosófico demostró convincentemente que los problemas sociales de la época actual pueden hallar, y hallan, una solución científica desde el punto de vista marxista, el único justo y consecuentemente de clase, si se observa con todo rigor el principio del internacionalismo socialista. Cualquier otra posición, por buenas que sean las motivaciones subjetivas, conduce inevitablemente a conclusiones no científicas, desde las que tienen un carácter abstracto y escolástico, hasta las abiertamente reaccionarias.

Es de interés, a este respecto, la comunicación que presentó al Congreso el filósofo italiano Emanuele Gennaro, Este y Oeste, en la que procuró señalar los posibles caminos reales para resolver los problemas de la época actual y salir del presente estado de "crisis", condicionado por la lucha entre capitalismo y comunismo, entre "Occidente y Oriente".

Gennaro pertenece a la categoría de filósofos occidentales que se esfuerzan por comprender la esencia de los cambios que se producen en el mundo y quiere formarse un juicio claro acerca de las perspectivas que ofrece el desarrollo de la humanidad. Pero en sus concepciones, las tesis acertadas se entrelazan con otras, erróneas. Estima, por ejemplo, que el comunismo es una reacción lógica ante el mal a que dio origen el capitalismo, del siglo pasado, y que la "intolerancia" del comunismo es una consecuencia de la intransigencia y de los males del capitalismo. Al mismo tiempo, cuando intenta elucidar la naturaleza de las contradicciones entre los dos sistemas sociales contrapuestos, se remonta a la esfera de las interpretaciones puramente morales acerca del origen de la sociedad de clases y de sus relaciones de propiedad. "Es necesario darse cuenta –declaró en el Congreso– de que la antítesis entre capitalismo y comunismo en que hoy el mundo aparece dividido, no es más que la última forma que ofrece el contraste entre el sistema del particularismo polémico y la tendencia al universalismo pacífico"{16}. El "particularismo", a su juicio, siempre ha [308] constituido la base de la explotación del hombre por el hombre. La explotación, surgida ya en el estadio del "individualismo salvaje", fue acrecentándose, y de medio para asegurar la vida del individuo se convirtió en explotación capitalista, mientras que el "particularismo" se revela invariablemente como un "agente de una mentalidad cruel", que no puede reducirse a las motivaciones propiamente económicas de asegurarse la vida y el bienestar{17}.

Sin embargo, Gennaro no se decide a relacionar directamente el comunismo con la antítesis del "particularismo", con el famoso "universalismo pacífico", es decir, con el principio humanista que anida, en la conciencia del hombre. Considera que este principio no sólo ha existido siempre, sino que, además, se ha dado en todas partes, y este criterio le sirve de "fundamento" para descartar, eludir y pasar en silencio el problema del triunfo del comunismo y de sus ideales humanistas. "En cuanto a la actual división de la humanidad en dos sistemas, en el de Occidente y el de Oriente –dice Gennaro– mucha gente sigue preguntándose cuál de los dos es el mejor o preferible. Mas desde el punto de vista filosófico (visión general mirando a la sabiduría), semejante pregunta carece de sentido. Lo que realmente existe es tan sólo una situada humana única de alcance mundial y en curso de evolución..."{18}.

Gennaro cierra los ojos a la necesidad de examinar con un criterio realmente histórico los fenómenos de la vida social, se niega a verlos en movimiento, en desarrollo, y a definir sus perspectivas objetivas, con lo cual deja sin resolver el problema del futuro de los dos sistemas y se condena a la búsqueda de ilusiones. "Para salir del actual impasse– –afirmó– es esencial partir de un cambio de mentalidad, de una nueva orientación de ideas e intenciones"{19}.

En su informe, el filósofo italiano glosó la concepción idealista de la vida social. Propuso sustituir la perspectiva histórica por la "biopsíquica". "El problema de la situación actual se aclara... –sostuvo– si en vez de considerarlo desde el punto de vista histórico, se enfoca desde el ángulo biopsíquico. La indagación en este sentido constituye el máximo esfuerzo que puede realizarse para la apertura auténticamente científico-filosófica del vivir humano”{20}.

Tal es la culminación lógica de la tentativa encaminada a evitar el examen clasista del problema del futuro. Al humanista burgués Emanuele Gennaro le repugnan el egoísmo, el afán de lucro, el ansia del capitalista por satisfacer insaciables apetitos. Le indignan los males del capitalismo, pero, al mismo tiempo, la victoria del comunismo no le parece solución al problema del humanismo, [309] e insta a que se transforme "psicobiológicamente" el pensamiento del hombre, en primer lugar de quienes dirigen el Estado. El resultado es que su "humanismo" pende en el aire y no pasa de ser, en el mejor de los casos, una exhortación formal en pro del espíritu pacífico y de la cordura.

En el Congreso, la lucha ideológica fue una lucha entre dos corrientes filosóficas, entre dos metodologías: la marxista, científica y materialista, y la burguesa, positivista e idealista.

La comunicación del pensador francés Matthias Matschinski, “De la responsabilidad estadística”, permitió ver claramente hasta qué punto se hallan imbricados en el actual pensamiento filosófico burgués el agnosticismo filosófico y el pesimismo social, la metodología positivista y la sensación de catástrofe histórica. Después de poner en duda la posibilidad del dinamismo social en nuestra, época, Matschinski rechazó todas las características cualitativas de los cambios sociales, a los que declaró "siempre y en principio discutibles". "La humanidad ¿se vuelve más feliz o más desdichada –preguntó–, más sana o más enferma, más culta o no?, la inteligencia y el nivel de todo desarrollo espiritual y físico, ¿progresan o degeneran?; ¿evoluciona el refinamiento del espíritu y de los sentimientos y es ese refinamiento, como dicen algunos, un signo de progreso o de regresión? Incluso la misma técnica, último ídolo de la humanidad, ¿cómo ha de ser juzgada? Todo se halla sometido a duda –afirmó–, a una confrontación de opiniones opuestas, semiopuestas o simplemente incomprensibles por quienes están situados «en la otra orilla», todo es objeto únicamente de discusiones infructuosas..."{21}.

A juicio de Matschinski, el único hecho indubitable es que el número de los seres humanos aumenta, y de este hecho intenta inferir la idea de un cambio de responsabilidad moral del individuo. La limitación de objetivos, la falta de fe en el mañana, la actitud positivista ante el importantísimo problema filosófico-sociológico de la responsabilidad moral del individuo impiden a Matschinski incluso formularse una pregunta que la lógica impone: en efecto, si surgen tales cambios "estadísticos" de la responsabilidad moral, ;.qué aportan al desarrollo moral del hombre y de la sociedad, "Que no se nos impute describir una moral «colectiva» –manifestó–. No creemos que tal moral exista. Lo que hemos expuesto es estrictamente individual”{22}.

El no saber o no querer comprender la dialéctica de lo general y de lo particular –principio importantísimo de la metodología científica– lleva inevitablemente a Matschinski a descripciones superficiales. La metodología positivista, incapaz de llegar a la entrañar de los procesos sociales y de generalizar en un plano científico los rasgos esencialmente generales de los fenómenos de [310] la sociedad humana, invita, en el mejor de los casos, a "generalizar" hechos aislados según meros signos de semejanza externa. Ignora la ley general y presenta la sociedad como simple suma de individuos, vistos como hechos particulares de la conciencia personal. El defecto de la metodología positivista consiste en tergiversar por completo, en sus concepciones teóricas, –que pierden, así, su valor científico– observaciones estrictamente particulares certeras, aunque unilaterales, de las que se infieren luego conclusiones superficiales y anticientíficas.

El profesor mexicano Larroyo, el filósofo japonés Savad y otros congresistas abogaron, en sus intervenciones, por la formación de un gobierno mundial y por la limitación de la soberanía de las naciones como salida a la "crisis de la época actual".

Los marxistas criticaron a fondo semejantes "recomendaciones". Desde luego, las barreras nacional-estatales no se mantendrán perpetuamente y, con el tiempo, desaparecerán. Pero esto sucederá cuando ya no haya explotación ni propiedad privada sobre los medios de producción, cuando el mundo se haya liberado del imperialismo y cuando las naciones se aproximen cada vez más gracias a su libre desenvolvimiento. Ahora, en cambio, el cosmopolitismo, objetivamente y con independencia de motivaciones personales, se utiliza para encubrir las pretensiones imperialistas al dominio mundial, significa, de hecho, renunciar al principio de la soberanía nacional, subordinar los países poco desarrollados a los principales países capitalistas.

Nosotros tenemos en cuenta que la idea cosmopolita de un gobierno mundial encuentra cierto eco entre algunos pacifistas burgueses, quienes suponen que, ahora, la supresión de las formaciones estatales conduciría a la paz. Pero esta misma idea responde a los intereses de los imperialistas, y es indispensable explicar su carácter nefasto.

El socialismo proclama y afirma la igualdad plena y la hermandad de todos los pueblos, se manifiesta enérgicamente contra la subordinación de unas naciones a otras –tanto en el aspecto teórico como en la práctica–, contra todas las pretensiones al dominio del mundo.

Algunos filósofos burgueses quisieron atribuir a la Unión Soviética apetencias de dominio mundial. Los filósofos soviéticos batieron en toda línea esos viles infundios. Explicaron que, desde nuestro punto de vista, la idea de dominio mundial es una idea reaccionaria e, históricamente, está condenada al fracaso.

Nuestros enemigos identificaron sofísticamente la propagación de las ideas comunistas en el mundo con la ideología y la política del dominio mundial. Mas se trata de fenómenos radicalmente distintos. La lucha por este dominio es una lucha por el sometimiento económico y político de todos los países a los imperialistas de una potencia y a sus aliados, por lograr que los monopolistas yanquis y sus cómplices puedan someter y explotar a todos los [311] pueblos de la Tierra. En cambio, la lucha por la victoria universal. de los ideales comunistas se hace por la liberación de los trabajadores de todas las naciones, por la libertad y la igualdad de derechos de todos los pueblos.

Nuestro puebla ha vertido no poca sangre combatiendo contra los pretendientes al dominio del orbe. En la segunda guerra mundial, la Unión Soviética perdió dos decenas de millones de vidas para salvar la libertad y la independencia de la Patria, puestas en peligra por los agresores fascistas, que querían convertirse en los dueños de la Tierra.

Los trabajadores de los países socialistas y los hombres avanzados del mundo entero saben que la carrera de armamentos y las aventuras bélicas que los imperialistas llevan a cabo tienen por objetivo dominar en todo el globo. Para poner coto a esas intrigas imperialistas, se lucha por el desarme general y total, por la destrucción del arma atómica. Los imperialistas se niegan a desarmarse, dado que necesitan el ejército para atacar a los países del socialismo, para aplastar el movimiento de liberación nacional y las manifestaciones de la clase obrera dentro de sus países.

Los éxitos del movimiento de liberación nacional son enormes, y en la presente etapa su, perspectivas se presentan bajo un signo altamente favorable. En el pasado, las naciones subyugadas se alzaron decenas y centenares de veces contra el imperialismo, derramaron torrentes de sangre en la lucha, pero volvieron a caer bajo el yugo de sus esclavizadores. ¿Cuándo se hicieron posibles y reales los éxitos del movimiento de liberación nacional? Después de la victoria, de la revolución socialista, primero en nuestro país, y luego en otras partes. Los países socialistas y la clase obrera del mundo constituyen un firme punto de apoyo de ese movimiento de liberación. Y quien pretende separarlo de los países socialistas y de la clase obrera, lo perjudica.

Las perspectivas del movimiento de liberación nacional se hallan vinculadas, asimismo, al reforzamiento de los países socialistas, a la lucha de la clase obrera de los países capitalistas contra el imperialismo. La tarea capital está en hacer más sólida cada día la unidad de estas. fuerzas sociales fundamentales: países socialistas, clase obrera de todo el mundo y movimiento de liberación nacional.

En el XIII Congreso Internacional de Filosofía se dedicó mucha atención a los problemas relacionados con la lucha por la paz y contra la amenaza de la guerra. Ésta es la cuestión más candente de nuestro tiempo. La actitud que ante ella se adopte, tanto en el aspecto teórico corno en el práctico, constituye, hoy, el criterio fundamental del humanismo. El problema es vital para todos los pueblos del orbe.

Está fuera de toda duda que, entre los filósofos occidentales, es cada día mayor el número de quienes sienten y comprenden [312] toda la magnitud del peligro que encierra la guerra mundial termonuclear y se manifiestan sinceramente en favor de la paz. Esto responde a los intereses y a los anhelos de los pueblos, concuerda con los principios humanistas y con las tradiciones del pensamiento social avanzado. Y en el Congreso nadie se atrevió a alzar su voz en defensa de la agresión, contra la paz y las relaciones pacíficas entre los pueblos.

¿En qué sentido se luchó, a pesar de todo, en torno a esa cuestión?

Se polemizó, ante todo, al examinar el problema de las causas de la guerra, de la tensión bélica, y de las posibilidades de eliminarlas.

Es imposible no darse cuenta de que aún circulan teorías que en vez de facilitar la conservación de la paz, la dificultan. Entre las concepciones aludidas se dan infinitas variantes, desde las que preconizan la guerra como elemento que tonifica y remoza a la humanidad y la consideran como ley perdurable de- la existencia humana, hasta el fatalismo pesimista y la resignación pasiva que ven la guerra como un mal inevitable.

Es antihumana y filosóficamente insostenible la idea de que las causas de la guerra tienen sus raíces en la naturaleza del hombre, en su "espíritu batallador" innato, en su "agresividad congénita", en sus "instintos bélicos", &c. Todavía hay quien cree que ha de abstenerse de participar en la resolución del problema de la paz, lo cual, en las condiciones existentes, se convierte con demasiada frecuencia en un apoyo efectivo y en un estimulo pasa las fuerzas de la guerra.

El humanismo auténtico no sólo exige que se condene la guerra; requiere, además, que se luche activamente contra el peligro de que estalle. Encontrar los caminos que conducen a la solución de este magno problema de nuestro tiempo presupone haber comprendido científicamente el hecho de que hoy la guerra no es fatal e inevitable.

Cierto, en nuestra época siguen actuando aún las fuerzas del imperialismo, y la amenaza que esto supone para el mundo no tiene parangón en la historia de la humanidad, pero la realidad de hoy abre asimismo ante las personas una esperanza inmensa, desconocida en el pasado. El sostén principal de esta esperanza radica en el incremento incesante de la potencia de las fuerzas en favor de la paz, del progreso social y de la liberación nacional. Por primera vez en la historia, existe en la Tierra un sistema social que ha escrito en su bandera y realiza en la práctica la siguiente divisa: el hombre es el amigo, el camarada y el hermano del hombre. Por primera vez han aparecido y se consolidan en el mundo poderosas fuerzas pro paz capaces de excluir la guerra para siempre, de la vida de la sociedad. Por primera vez estas fuerzas superan a las fuerzas de la guerra. [313]

Los apologistas del imperialismo se esfuerzan por apartar la atención de los pueblos de las verdaderas causas de la guerra, que se encuentran en la propia esencia del imperialismo, en su política agresiva.

La diplomacia y la propaganda burguesas –y muchos filósofos les hacen coro– difunden la maligna tesis de que la fuente de la tensión y del peligro de la guerra está en la lucha ideológica. Los cabecillas burgueses desearían que, en el aspecto ideológico, los trabajadores de los países socialistas se subordinaran al imperialismo. Quisieran que nosotros renunciáramos a la propaganda del comunismo, a la crítica del colonialismo y del imperialismo. Ellos, en cambio, realizan una furibunda propaganda anticomunista.

Ante esta situación, los marxistas estimaron necesario dar una explicación científica, en el Congreso –en las sesiones plenarias, en las secciones y en las conversaciones que se sostuvieron–, de la esencia de la lucha ideológica, y demostrar que la coexistencia pacífica es posible en el ámbito de la competición económica de los dos sistemas y de la lucha inconciliable entre las dos ideologías contrapuestas.

Actualmente son ya muchos quienes reconocen que el principio de la coexistencia pacífica es razonable y justo. Se va comprendiendo mejor que la interrupción de la guerra fría entre los estados constituye una tarea importantísima de nuestro. tiempo. De ella hablaron filósofos de diversos países, incluso de los Estados Unidos. No obstante, todavía se identifican a menudo los conceptos de "guerra fría" y de lucha ideológica. Se arguye que no es posible poner fin a la primera sin renunciar a la segunda. Mas se trata de fenómenos distintos. La lucha ideológica es una forma de la lucha de- clases, es una discusión acerca de qué clase debe estar al frente de la sociedad, qué sistema social es mejor, cuánto tiempo se mantendrá aún el capitalismo y si es o no inevitable la victoria del comunismo. No hay tratado capaz de interrumpir semejante discusión. En cambio la "guerra fría" es la utilización de recursos económicas, diplomáticos y políticos para luchar en la esfera de las relaciones internacionales, es el bloqueo económico-, la discriminación en el comercio, la presión diplomática, la carrera de armamentos, la exacerbación del histerismo bélico, &c. Y esto condujo y puede conducir a la guerra caliente. La "guerra fría" es el bandolerismo político, corno. observamos en la conducta de los imperialistas frente a Cuba y otros países socialistas, frente a varios estados nacionales jóvenes.

En el Congreso», los marxistas subrayaron que la atmósfera misma que emana de la preparación de una nueva guerra y del militarismo desenfrenado limita la fuerza creadora del intelecto humano, ahoga lo humano en el hombre, convierte al individuo en ciego instrumento de fuerzas hostiles al progreso social, con lo que se entorpece el avance de la humanidad. [314]

Participar en la lucha por una sociedad mejor, por el triunfo de los principios que abogan por la paz y la amistad entre los pueblos, dignifica al hombre, contribuye a que se desarrolle en él cuanto hay de elevado y humano.

El filósofo que busca una respuesta sabia a los interrogantes que hoy inquietan a la humanidad, no puede permanecer al margen del problema de la guerra y de la paz, especialmente en nuestros días en que es tan real la amenaza de la más destructora de todas las guerras: la guerra mundial termonuclear. Nosotros no podemos seguir a los filósofos y políticos que discuten acerca de si cabe o no que se empleen tales o cuales armas atómicas o termonucleares. De lo que se ha de tratar es del desarme total y general, de la prohibición y de la destrucción absolutas de las armas nucleares.

Es posible ser partidario de la paz y del humanismo sin ser comunista, mas no cabe ser verdadero comunista y no luchar por la paz y el progreso social, por la vida y el bien del hombre. Está fuera de toda duda que los comunistas son los humanistas más consecuentes. El comunismo es el humanismo real. La filosofía del comunismo es incompatible con todas las formas del antihumanismo, jamás establecerá con ellas un armisticio ideológico. Exhorta a la unión en la lucha por la causa común de todos los verdaderos enemigos de la guerra, de todos los adalides de la paz, de todos cuantos anhelan la felicidad y el perfeccionamiento del hombre.

La conciencia de la humanidad no puede resignarse a, que subsistan formas de vida como la explotación del hombre por el hombre y la opresión de una nación por otra. Comprender la responsabilidad del hombre en nuestro tiempo significa luchar contra toda opresión social, contra el yugo económico y político, contra el imperialismo y las diversas manifestaciones del colonialismo y del neocolonialismo.

La filosofía burguesa actual es incapaz de plantear de manera más o menos clara, sensata y científica los problemas cardinales de la época. Las diversas corrientes del positivismo, del existencialismo, del pragmatismo, &c., se ocupan cada vez más de cuestiones particulares, vuelven la espalda a las grandes cuestiones de la concepción del mundo y de la! vida de la sociedad La lección del positivismo, tan reiteradamente expuesta a lo largo de muchos años, ha conducido –era inevitable– a este desmenuzamiento del pensar filosófico.

En el Congreso se hizo patente cómo algunas tendencias destacadas de la filosofía idealista se niegan en redondo a debatir las cuestiones que más inquietan a la humanidad. En este sentido, resultó característico el ejemplo de los filósofos burgueses de Inglaterra. Como es notorio, en las universidades inglesas predomina el positivismo en la variante de la denominada filosofía del análisis lingüístico. Al Congreso de México asistieron cinco [315] o seis filósofos ingleses de esta escuela, entre ellos Alfred Ayer. Ninguno de ellos estimó necesario presentar comunicaciones sobre los temas fundamentales ni intervenir en los correspondientes debates. Los filósofos ingleses sólo participaron en las sesiones de los simposios y de las secciones dedicadas a temas rigurosamente especiales.

También es característico el hecho de que el famoso positivista Rudolf Carnap, en México en aquel entonces, no participase en los trabajos del Congreso, y accedió tan sólo. a pronunciar una conferencia para un público muy restringido, al margen del programa, sobre una cuestión muy especial de probabilidad lógica.

Y tales filósofos se jactan de dedicarse –dicen– a la ciencia pura. Por lo común, los filósofos burgueses se muestran partidarios de que la filosofía se separe de la política y de la ideología para poder defender, veladamente, la política de la burguesía.

Es preciso consignar que muchos filósofos occidentales están aquejados de una enfermedad provocada por la atmósfera político-social del mundo capitalista. Se manifiesta esa enfermedad como divergencia entre los discursos y publicaciones de los filósofos y lo que éstos piensan. Cuando uno oye hablar en público a tales filósofos, tiene la impresión de oír palabras dirigidas al Departamento de Estado o al Servicio Federal de Investigación para demostrar la lealtad de quien está hablando. En cambio, cuando el mismo filósofo conversa con científicos soviéticos, con marxistas, parece un hombre totalmente distinto: comprende muchas cosas, juzga de la situación de las cosas si no con mucha profundidad por lo menos tal como lo ve desde el punto de vista del sentido común. De ahí que cuando apreciamos las concepciones de los filósofos burgueses, hemos de diferenciar lo que dicen para el Departamento de Estado y el público burgués, y lo que piensan.

Entre los intelectuales de los países capitalistas es posible encontrar a no pocas personas espiritualmente deshechas, con la conciencia desdoblada en virtud de las condiciones sociales en que se hallan inmersos. Muchos de ellos no creen en lo que dicen. Afirman que el capitalismo crece, que en su ámbito prospera la democracia y existe la libertad individual. Pero la vida los empuja hacia conclusiones totalmente distintas, En efecto, ¿cómo puede un hombre hablar sinceramente de democracia y de dignidad humana cuando ve el desenfreno de la reacción y la discriminación racial de los Estados Unidos, el peor renacimiento del orden esclavista?

En los países capitalistas también hay filósofos que, a su manera, quieren hallar la verdad, comprender lo que sucede, mas no pueden hacerlo. Y son estos científicos precisamente, quienes se encuentran en la encrucijada en el aspecto espiritual. Si uno anhela sinceramente abrazar el humanismo, no puede huir de la vida ni permanecer estancado, no puede ser un mero observador de los acontecimientos. [316]

El verdadera humanismo es inseparable de los movimientos sociales progresistas de nuestro tiempo, se halla indisolublemente unido a las profundas transformaciones revolucionarias y a la lucha liberadora de los pueblos.

Y la filosofía ha de considerar como problemas fundamentales suyos los que san esenciales para la humanidad. La responsabilidad del filósofo en el mundo actual, es ante todo, responsabilidad por el presente y por el futuro del hombre. Es imposible que los problemas humanos, que preocupan a todos los individuos, no sean los problemas capitales de la filosofía.

La filosofía y las ciencias sociales se encuentran ante una tarea apremiante: contribuir al descubrimiento, a la investigación y al desarrollo de las condiciones y de los factores del progreso social, infundir a la gente la certidumbre de que el futuro aportará el triunfo de los altos ideales del comunismo, de la paz y del humanismo.

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{15} “Memorias del Congreso Internacional de Filosofía”, vol. I, pp. 173-174.

{16} Ibíd., vol. IV, p. 122.

{17} Ibíd., pp. 122-123.

{18} Ibíd., p. 121.

{19} Ibíd., p. 127.

{20} Ibíd., p. 129.

{21} Ibíd., p. 220.

{22} Ibíd., p. 227.