Filosofía en español 
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Internacional de los Trabajadores de la Enseñanza

Pedagogía Proletaria. Jornadas Pedagógicas de Leipzig 1928

II. Fin de la Educación

E) Fin de la Educación
por Redgrove (Inglaterra)


TESIS

1.º ¿Qué es la educación?

Saber cuál es el fin de la educación está íntimamente ligado a esta otra cuestión más fundamental: “¿Qué es la educación?” Indudablemente, son dos cuestiones distintas; pero nuestra respuesta a la primera depende necesariamente de la que demos a la segunda.

Al hacer la pregunta: “¿Qué es la educación?” entiendo que lo que se pide es una descripción, en términos tan generales como sea posible, del proceso educativo. Acerca de la naturaleza de ese proceso existe una gran controversia, que alcanzó su máxima importancia en otros tiempos. ¿Es un proceso que consiste en introducir algo en el espíritu del educando o, por el contrario, en sacar algo de él? Los defensores de la segunda opinión han señalado la etimología de la palabra “educación” en apoyo de la exactitud de su criterio. Pero yo estimo que es un argumento muy débil, porque el sentido de las palabras está determinado por el uso y sujeto a la evolución, como todo, en el mundo.

2.º El “surmenage” de la memoria y el sistema de exámenes

Aunque sólo fuera como reacción contra la teoría y la práctica de la educación memorista, la rebeldía de los que consideraron la educación esencialmente como un proceso destinado a despertar y poner en juego las facultades latentes del espíritu, tenía, sin duda alguna, un carácter saludable. En teoría –si no en la práctica– han ganado la batalla. Ni uno solo de los educadores eminentes sería hoy el paladín del viejo sistema de “surmenage” de la memoria. Digo “en teoría” porque, dado el sistema de los exámenes, el gran valor que se concede al éxito en ellos, y el hecho de que la mayoría de los exámenes sean principalmente pruebas de memoria, el abuso de ésta continúa siempre en práctica.

Verdaderamente, el que considere el proceso pedagógico tal como se presenta en las escuelas secundarias de la Gran Bretaña, llega a formular una respuesta muy sencilla a la cuestión de saber cuál es el fin de la educación: ejercitar la memoria y amueblar el espíritu de conocimientos de especies determinadas, de tal suerte que el alumno pueda aprobar el examen de ingreso en la Universidad de Londres.

Sin embargo, yo estimo que ha de reconocerse que ese no es el verdadero fin de la educación, y nosotros debemos evitar esos errores del proceso pedagógico si queremos llegar a una verdadera comprensión de su naturaleza.

3.º La educación como interacción dirigida del espíritu y de la experiencia

Parece que no se puede estar completamente conforme con ninguna de las dos fórmulas: “introducir el conocimiento en el espíritu del educando”, “despertar las facultades latentes del espíritu”. Esas fórmulas representan puntos de vista extremos; una síntesis de ambos es, en efecto, indispensable para describir exactamente ese proceso.

Hay una interacción constante entre el espíritu del educando y los hechos que se le presentan, y después de esa interacción es cuando las facultades latentes del espíritu se ponen en juego y el espíritu se enriquece de conocimientos. En cierto modo, puede decirse que hay ahí una descripción de la misma vida, que consiste esencialmente en la interacción del espíritu y de sus experiencias. Y, evidentemente, para tomar las palabras en un sentido menos amplio, toda vida puede describirse como una especie de proceso pedagógico. Como se dice vulgarmente, no cesamos nunca de aprender; y además se nos dice que la Vida es la mejor educadora. No obstante, el rasgo característico de la educación, en el sentido estricto de la palabra, es la dirección. Esta es la labor singular del educador. Todo niño va hacia nuevas necesidades; pero si fuera preciso que recorriera el mismo camino que ha recorrido la especie, no sería posible el progreso ni el desarrollo del conocimiento o del dominio del hombre sobre las fuerzas naturales. La tarea del educador consiste en presentar al espíritu de sus alumnos hechos tales, y presentados en forma tal, que el proceso pedagógico de la Vida se acelere de manera que, en el curso de una estancia relativamente breve en la escuela, puedan llegar al estado de civilización alcanzado por la especie durante su existencia milenaria.

4.º La creación de valor

¿Con qué fin? Me mantengo firmemente en el punto de vista de que el único fin legítimo de toda actividad humana, es la creación de valor, y, si el término “legítimo” no es suficientemente explícito, se me permitirá decir “el único fin que a la humanidad, en general, le es permitido tolerar”. En opinión mía, es un hecho que el fin de todas las actividades es: ora la creación de valor, ora la transferencia de valor, aunque, entiéndase bien, aquellos que están en disposición de alcanzarlo pueden no reconocer claramente tal fin y que toda clase de ideas falsas pueden prevalecer sobre la definición del valor. (La crítica de la guerra, por Kojiro Sugimori, en los Principios del Imperio moral, Londres, 1917, página 86).

Al intentar responder de una manera satisfactoria a la cuestión de saber cuál es el fin de la educación, es imposible evitar ciertas cuestiones metafísicas. Sin embargo, creo que sería prudente, al tratar esta cuestión, hacer el mínimum de suposiciones.

5.º ¿Qué es el valor?

El mundo, tal como lo conocemos, es un mundo de experiencias y de espíritus que recogen experiencias. Toda experiencia va acompañada de una tonalidad hedónica, es decir, que es más o menos agradable o inversamente, y precisamente el espíritu valora su experiencia en relación con esa tonalidad. Por consiguiente, podemos identificar los términos “valor” y “placer”; pero el término “felicidad” es preferible por razón de su mayor comprensión. Esta razón es importante porque las experiencias no son unidades aisladas; forman un tejido continuo para la vida de un individuo en su conjunto, y también para otros conjuntos diferentes; y la experiencia común nos enseña que, en un conjunto cuya tonalidad general es agradable, la tonalidad hedónica de uno o dos elementos puede ser desagradable. El factor tiempo es también digno de tenerse en cuenta y, a mi parecer, es correcto el calificar de agradable la tonalidad de un grupo que consta de dos elementos, uno agradable y otro desagradable, en igual grado, si la duración del primer elemento es superior a la del segunda.

6.º La aspiración a la felicidad

La humanidad busca la felicidad. No creo que nadie lo discuta. Todos los sistemas de moral, todos los sistemas de filosofía política, que después de todo no son más que ensayos para aplicar la moral a la humanidad organizada dentro de los límites de los Estados, están obligados a admitir, en último análisis, que la felicidad es el fin del hombre. Luego, una vida feliz es una vida que consiste en grupos de experiencias agradables, que, a su vez, esas experiencias o son el resultado de la satisfacción de instintos primitivos (hambre, sed, sexualidad) o del instinto no menos primitivo que nos hace buscar la camaradería de los demás, asistir a los desgraciados y alegrarnos de los placeres de otro, ya se trate de experiencias recogidas en la creación artística o en el descubrimiento y en la invención científicas, en la alegría de los placeres delicados como la música o en la maestría de los misterios complicados de las matemáticas o de cualquier otra de las mil maneras posibles. Las personalidades y los gustos difieren, pero todos los hombres buscan el modo de satisfacer sus deseos. Y al mismo tiempo que la humanidad progresa, puede enriquecerse la vida del hombre llegando al conocimiento de formas nuevas de placer y más delicadas (este último término es preferible a la palabra corriente “más elevadas” que implica una idea de superioridad moral absolutamente injustificada).

7.º El Estado y el individuo

No soy, de ninguna manera, partidario de la opinión (a veces calificada, por error, de socialista) que consiste en considerar al Estado corno una entidad, con un valor propio por encima del valor de los individuos que lo componen. El Estado es simplemente una colectividad organizada de individuos y el Estado feliz es el que está integrado por individuos felices. Por otro lado, no tengo tampoco simpatía por la opinión individualista que parece confundir la transferencia de valor y su creación. El que crea valor, presta servicio a la humanidad toda. Aunque el valor tenga un carácter tan limitado que no exista más que para su creador, quedará siempre el hecho cierto de haberse enriquecido el mundo, por lo menos con la felicidad de un individuo. Pero el que se dedica a transferir el valor de otro a sí, aumentando su propia felicidad por la disminución de la felicidad de otro, no hace nada por el enriquecimiento del mundo.

8.º La felicidad como fin de la educación

Por desgracia, son los designios de los individualistas los que parecen dominar en el mundo actual. El hombre ha ido demasiado lejos. La ciencia y el arte conspiran para ofrecer al hombre civilizado una multitud de goces nuevos, desconocidos de sus antepasados. Y, no obstante, encontramos por todas partes la miseria de las masas de hombres, de mujeres y de niños (¿Y por qué precisamente en la clase de los productores de todos los manantiales del goce?) que se ven privados hasta de los medios de satisfacer convenientemente sus instintos primitivos, lo que se llama comúnmente las necesidades de la vida. Si la humanidad llegara a estar realmente organizada en orden a la felicidad, los recursos de la ciencia moderna son tales, que, en el intervalo de unos cuantos años, se podría muy bien realizar una situación mucho más paradisiaca que la soñada por los anteriores de las antiguas utopías.

Ciertamente, el fin de la educación es ayudar a ésa realización. Mejor dicho, el fin de la educación es preparar al educando para una vida de felicidad; de felicidad para sí mismo y para el resto de la humanidad en la medida en que su acción personal alcance a la humanidad.

9.º El doble carácter del fin de la educación

Al pretender definir con mayor precisión el fin de la educación, se debe retener cuidadosamente en el espíritu su doble carácter. La educación de tipo puramente cultural tiende a considerar al niño simplemente como un individuo, como si existiera y debiera continuar existiendo toda la vida y como si la felicidad del individuo no dependiera en modo alguno de la acción de los demás individuos. En cambio, la educación de tipo puramente profesional tiende a olvidar que el niño es y seguirá siendo un individuo, y a tratarle únicamente como un servidor del Estado o (lo que es peor) de la clase particular del Estado que posee e interviene los medios de producción, de distribución y de cambio.

Bien mirado, se encuentran ciertos conocimientos cuya adquisición tiene a la vez un valor individual y social. A decir verdad, esto es más o menos cierto para todos los conocimientos. Pongo por ejemplo, la fisiología. A mi parecer, ni un solo niño debería dejar la escuela sin tener, por lo menos, un conocimiento elemental de esa disciplina. Tiene un valor para el individuo desde el punto de vista de la dirección que él ejerce respecto a la satisfacción de los instintos de hambre, de sed y de sexualidad, y a la prevención de las enfermedades. Pero tiene también, ciertamente, un valor social, porque la persona que cae enferma por ignorancia, constituye un peligro para todos los que la tratan. Desgraciadamente, por razón de la arraigada creencia en la naturaleza esencialmente mala del instinto sexual, hay en la Gran Bretaña una fuerte oposición a incluir la fisiología sexual en los programas escolares. En esta materia, como en otras muchas, es interesante notar que las escuelas rusas han dado un buen ejemplo al mundo pedagógico.

Además, para poner otro ejemplo, el obrero que produce objetos fabricados no está destinado únicamente a contribuir al placer de otro, sino que, siendo agradables las condiciones de trabajo, encuentra placer él mismo en el ejercicio de su oficio.

Sin embargo, aun cuando es verdad que muchas disciplinas incluidas o que deberían estar incluidas en los programas, llenan una doble finalidad, yo estimo muy importante el subrayar el hecho de que la educación debe ser doble en su fin y que un plan adecuado debe prever para todo alumno, a la vez, la educación cultural la educación profesional.

10. La educación cultural

Yo entiendo por educación cultural la que tiende a proporcionar al alumno el máximum de posibilidades de placer. El hombre que no sabe leer o que, sabiendo leer, no tiene gusto literario, se halla privado de uno de los más abundantes manantiales de placer que la civilización ha proporcionado a la humanidad. La literatura tiene carta de naturaleza en la escuela. Pero, por desgracia, las demás artes están totalmente sacrificadas. Figuran en los programas con tales limitaciones, que no son más que otras tantas disciplinas cuya técnica deben adquirir los niños. Enseñamos a los niños a dibujar; enseñamos a algunos a tocar el piano u otros instrumentos de música. No tengo nada que decir en contra, y soy por completo partidario de ello, si los niños demuestran aptitudes para esa técnica. Pero lo mismo que enseñamos, o deberíamos enseñar a los niños, a comprender la literatura y a gozar de ella, deberíamos también formarlos para la comprensión y el goce de la pintura, de la escultura, de la música y del teatro. No se nos ocurre consagrar los cursos completos de literatura a enseñar a escribir, y, sin embargo, eso es lo que hacemos con las demás artes, excepto el caso en que las dejamos completamente ignoradas como en la mayor parte de las escuelas inglesas de la actualidad.

¿Qué disciplinas deben estar exactamente comprendidas en la sección cultural de la educación de un niño? Eso es lo que hay que decidir, en cierto modo, según las aptitudes del propio niño. Como ya he dicho, las personalidades difieren, ya que lo que para un espíritu es causa de placer, puede ser para otro de fastidio o de algo peor. Yo no digo que la educación no deba tender a formar en el niño el gusto para toda disciplina cultural. Al contrarío, su fin debe ser crear gustos tan numerosos y variados como sea posible. Pero la realidad nos dice que no es siempre posible, ni quizás deseable, el crear un gusto determinado en un espíritu determinado, y el fin de la educación será mal servido, si se trata de violentar la inclinación particular del niño. Hay algunos niños que se van a las matemáticas como el pato al agua; otros tienen horror a esas disciplinas. Para aquellos que les seducen, las matemáticas tienen un gran valor cultural y constituyen un motivo de placer para toda su vida. Otros espíritus encuentran su placer en el estudio de los misterios de la Naturaleza, revelados por las diferentes ciencias naturales, mientras que, para los que tienen aptitud, la adquisición de una lengua extranjera es la llave de una nueva literatura que les abre nuevos horizontes de placer.

Trazar así la lista de las disciplinas que tienen un valor cultural sería volver a trazar la lista de todas las disciplinas comprendidas o susceptibles de estar comprendidas en los programas, porque no es en sí la disciplina, sino el gusto del alumno y el fin por el cual se enseña esa disciplina lo que determina si tiene un valor cultural o no. Y ese fin es hacer accesible al niño una fuente de placer, de suerte que su vida pueda enriquecerse.

11. La educación profesional

a) La formación del trabajador. El elemento profesional de la educación tiende a hacer del alumno un miembro útil de la comunidad a que ha de pertenecer. Su fin es la felicidad de la comunidad, y sólo indirectamente la felicidad del individuo en la parte que es miembro de la comunidad.

Ese elemento, como tal, implica dos subdivisiones igualmente importantes.

Por una parte hay que aspirar a hacer del alumno un trabajador capaz, un creador de valor para el bienestar general. Por otra parte, se debe procurar hacer de él un ciudadano útil. Porque tales son las dos profesiones, si puedo emplear esa palabra, que el niño estará llamado a abrazar a su salida de la escuela. No tengo nada que decir acerca de la educación de los niños destinados a una vida de bienestar inútil, debido al hecho de pertenecer sus padres a la clase poseedora creada por el régimen capitalista, porque creo que la existencia ulterior de una clase parásita no debe ser tolerada por la humanidad en general, y cesará de serlo a medida que la educación vaya realizando su fin.

La necesidad de trabajadores capaces está reconocida en el régimen capitalista y, por consecuencia, la escuela técnica moderna (me refiero particularmente a la Gran Bretaña, pero pienso que mis observaciones son ciertas para todos los países industriales) está muy adelantada, dentro de sus límites especiales, con relación a la generalidad de los otros tipos escolares. Realmente, la escuela técnica actual realiza su misión peculiar con eficacia. Tampoco tengo necesidad de insistir sobre esta parte de mi tema, exento de subrayar que, si hoy se mira la educación técnica como un elemento especializado, reservado a ciertas clases de alumnos, o más bien, a individuos escogidos, la educación técnica en el más amplio sentido, es decir, coma formación en la técnica de un arte o de un oficio útil, debe llegar a ser universal, por poco que se quiera que la educación realice su fin. A mi parecer, todo niño debería, conforme a su aptitud particular, aprender así un arte o un oficio; debería aprenderlo a fondo; conociendo los principios científicos que sirven de base a la práctica. En una palabra, ser maestro en él –llegar a ser un trabajador calificado y productivo, poniendo en su trabajo alegría y entusiasmo, y no simplemente para ganarse la vida, sino para servir a los demás y enriquecer el mundo con los productos de sus manos.

b) La formación del ciudadano. Respecto a la subdivisión de la educación profesional que aspira a hacer buenos ciudadanos y que se podría denominar “educación social”, la situación actual es completamente diferente de la que reina en el campo de la educación técnica. La educación social exige que el niño conozca la evolución de la sociedad moderna y de sus clases sociales, que comprenda la función extraordinariamente importante que desempeñan, en esa materia, los factores económicos, y que esté en condiciones de considerar cómo es realmente la sociedad en que se encuentra. Una educación de este género tendría por resultado inevitable hacer de cada niño obrero, con inteligencia normal, un socialista, es decir, un hombre consciente de su situación de clase. Ningún Estado capitalista, por consiguiente, puede tolerarla, puesto que los Estados, no siendo capitalistas más que por la usurpación del poder en su seno por parte de una minoría, no pueden seguir así si no es en virtud de la ignorancia de la generalidad de las masas en materia de ciencia social y económica.

En la Gran Bretaña, la Economía política y la sociología, fuera de los cursos de la Universidad, excepcionalmente figuran en los programas escolares, y lo que se da por Historia es, de ordinario, un montón de acontecimientos pretéritos, pintados con colores adecuados para crear en el niño el gusto del militarismo, para hacer que se identifique con la nación de la que tiene la dicha de ser miembro, que sobrestime la importancia de esa nación (chauvinismo) y que acepte el régimen capitalista no sólo como un hecho normal e inevitable, sino, sobre todo, como deseable.

La única educación accesible a los trabajadores en materia de enseñanza verdadera de la historia, de la sociología y de la economía política, es la educación que se dan a sí mismos, aparte del Estado y de sus escuelas, por intermedio del Consejo Nacional de las Universidades del Trabajo.

Observaciones análogas, acerca del carácter de la enseñanza de la historia y de la negligencia que se observa en orden a las ciencias sociales, convendrían, creo yo, a las escuelas de los demás países, aunque menos acentuadas en Alemania y, desde luego, exceptuando a Rusia.

Aunque el orden social establecido sea opuesto a esa reivindicación, es preciso reivindicar la inscripción, en los programas, de una historia objetiva, así como de las ciencias sociales y económicas, y es preciso también subrayar el hecho de que, en tanto subsistan las clases, uno de los fines de la educación debe ser el crear la conciencia de clase, vista la importancia que eso tiene para el bienestar del individuo y, a la vez, para el de su clase.

12. La enseñanza de la organización

La enseñanza de la organización pertenece al campo de la educación social. Yo concedo a aquélla la mayor importancia. El educando, a su salida de la escuela, se encontrará con que es miembro de una organización, sea el Estado, sea cualquier obra de comunidad en la que le haya colocado su nacimiento; y esa naturaleza no solamente le da ciertos derechos, sino que supone, por su parte, el cumplimiento de ciertos deberes. Además, es casi seguro que llegará voluntariamente a ser miembro de una o varias organizaciones, y la tendencia de la evolución social señala la importancia creciente de las organizaciones de ese género, el hecho de ser el mejor medio para que el individuo encauce muchos de sus deseos y de sus tendencias activas.

La cuestión de la técnica de la organización parece poco comprendida. Se hacen pocos esfuerzos por formar en ella a los niños. Los juegos organizados que ocupan un lugar importante en la educación secundaria inglesa, y la vida de diversos clubs y diversas sociedades en relación con las escuelas, hacen algo en este sentido que yo estimo indispensable. Pero, en general, parece admitirse la idea –evidentemente absurda con sólo formularla– de que la técnica de la organización es instintiva en el hombre. En Rusia, por el contrario, se concede gran atención a esta importante materia, y se enseña a los escolares los elementos de la organización sindical al mismo tiempo que ellos se organizan sobre bases análogas a las de un sindicato. Esto me parece muy recomendable, pues para el escolar proletario, desde el punto de vista de su bienestar, como desde el punto, de vista del bienestar de su clase, es tan importante aprender a ser un buen sindicalista como aprender a ser un buen trabajador.

Por encima de la cuestión técnica, la organización exige, además, un cierto espíritu, una actitud intelectual, o, si se prefiere, una psicología. Exige que el individuo esté pronto, en caso necesario, a sacrificar un bien personal reducido por un bien colectivo mayor.

Podrá decirse que toda enseñanza moral tiende a hacer a los hombres aptos para vivir en las comunidades organizadas. Por desgracia, el capitalismo forja una moralidad de esclavos; el término “moralidad” se ha envilecido de tal modo en el uso corriente, que sería necesario desterrarlo, si se pudiera, del vocabulario pedagógico y reemplazarlo por “organizabilidad”. Es esencial, si la educación ha de realizar su fin, que todo niño llegue a ser apto para la organización, es decir, capaz de pertenecer a una comunidad organizada para la felicidad.

13. La educación física

Por último, debo subrayar el hecho de que la educación ha de referirse tanto al cuerpo como al espíritu. Verdaderamente, va implícito en mis palabras anteriores, pues para llegar a ser buen obrero, es necesario un entrenamiento físico tanto como mental. Sin embargo, la educación debe tender especialmente a hacer seres sanos, porque la salud por sí sola permite sacar el mejor partido de la vida y hacerse más útil a los demás. Luego los deportes sanos y alegres, el ejercicio físico y la higiene deben tener un lugar importante en todo plan pedagógico.

En una palabra, el fin de la educación es, por consiguiente, la Felicidad: para el alumno, como niño y como futuro adulto; y para todos aquellos a quienes alcanzará su conducta a lo largo de la vida. Y ese fin será alcanzado cuando el proceso pedagógico se destine a hacer de los hijos de los trabajadores, hombre sanos, cultos, conscientes, sabiendo organizarse y productivos.

[Pedagogía Proletaria, París 1930, páginas 117-125]