Filosofía en español 
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Internacional de los Trabajadores de la Enseñanza

Pedagogía Proletaria. Jornadas Pedagógicas de Leipzig 1928

V. Disciplina escolar

A) La disciplina entre los alumnos
por Freinet (Francia)


TESIS

Capítulo primero
Las bases de la disciplina

1. La disciplina autoritaria.– La disciplina de la escuela tradicional era –y sigue siendo, cualesquiera que sean las formas actuales– una disciplina esencialmente opresiva, en oposición con las necesidades físicas, psíquicas y sociales de los alumnos, y en contra de su verdadera educación.

Esa disciplina debe ser necesariamente desterrada.

No pretenderemos codificar los medios de que la disciplina autoritaria dispone. Nos contentaremos con indicar las etapas posibles hacia una disciplina liberal.

La Escuela, hasta hoy, ha hecho, sobre todo, labor instructiva, sin tener para nada en cuenta el alcance educativo de los diversos ejercicios que la adquisición de conocimientos necesita. El Maestro no se preocupaba de las necesidades actuales del niño. Tenía como misión inculcar a sus alumnos lo que había sido reconocido necesario por los adultos, y recopilado en los programas. Era menester constreñir constantemente al niño. La consecuencia natural de esto era que maestros y alumnos, necesariamente enemigos, chocaran a cada instante: el maestro para imponer, los alumnos para defenderse.

En esta lucha, los castigos corporales han ocupado, durante mucho tiempo, lugar preeminente, es más, le ocupan aún. ¿Es, acaso, que, aunque sin golpes, los castigos de encierro, de estar a pie firme, el recargo de lección, &c. no son castigos corporales más hipócritas, y a veces más temibles y más perniciosos?

La Escuela, como la sociedad, ha evolucionada en el sentido democrático. Se han suprimido –en el papel al menos– los castigos corporales, pero sin llegar a las bases de la opresión. Se ha hecho más: se ha orientado hacia una disciplina “liberal”, es decir, que se han “concedido> a los niños ciertas libertades, a cambio de las cuales se les exigen más deberes: se han modificado las “formas” de la opresión; se ha instituido, en ciertos casos, una verdadera ley escolar –obra de los adultos– que da a los niños “la ilusión” de la libertad.

Pero la enseñanza ha conservado todo su fundamento opresivo. Aunque se hayan suprimido en las escuelas públicas los castigos corporales, quedan aún, como grandes principios disciplinarios, las clasificaciones de los alumnos, las recompensas y las penas.

Se ha recomendado oficialmente al educador delegue en sus alumnos ciertas funciones que éstos son capaces de llenar: cuidado del aseo personal y de la limpieza de la escuela, distribución de los cuadernos, cuidado de la biblioteca, &c. ¡Y asombra, a veces, el que los niños no sientan toda la responsabilidad de su cargo, y se muestren indignos de la confianza que en ellos se deposita! De donde se deduce que, antes de conceder la libertad a los niños, es necesario que se manifiesten dignos de ella.

Y la disciplina autoritaria, de la que los maestros de nuestras escuelas públicas no se han despojado aún, continúa preparando concienzudamente la disciplina autoritaria “liberal” de nuestras sociedades democráticas.

Es necesario insistir sobre esta forma transitoria de la disciplina, a fin de hacer comprender a nuestros camaradas que, a pesar de las formas nuevas, son autoritarios, pues las relaciones escolares entre maestros y alumnos no se han cambiado en nada. Y es el cambio de espíritu, basado en la psicología y en la pedagogía nuevas, lo que solamente puede dar solución a la evolución necesaria de la disciplina.

2. Las fuerzas del pasado.– La disciplina autoritaria se ha hecho indispensable, dadas las condiciones materiales de la escuela actual.

El trabajo verdadero de los alumnos, su libre actividad –en el sentido social– suponen una organización especial de la Escuela, completamente diferente de la organización actual.

Un número conveniente de alumnos prestan los cuidados necesarios a los mal alimentados y a los retrasados; locales limpios, aireados, bien situados; material adaptado a los alumnos y al trabajo, son las condiciones absolutamente indispensables a la implantación de la disciplina nueva. Los progresos realizados en un gran número de escuelas maternales muestran toda la importancia de estas condiciones materiales.

Jamás se repetirá bastantes veces, que los locales actuales, con sus ventanas altas y sus estrechos bancos; que el estado físico de nuestros alumnos, su alimentación, las condiciones de su vida familiar, hacen con mucha frecuencia imposible todo ensayo de educación liberal. No será necesario que nos cansemos en denunciar estas taras de la escuela pública.

Los programas oficiales, los manuales escolares –que en la mayor parte de los casos agravan esos programas– en fin, los exámenes enciclopédicos en todos los grados son un obstáculo inmenso para todo progreso educativo. Los exámenes, sobre todo, –que sancionan exclusivamente una instrucción independiente de todo fin educativo– necesitan la “tortura”, la opresión física, intelectual y moral, y son los crueles guardianes de la disciplina autoritaria.

Es sobre estas causas profundas y verdaderas en que descansa la disciplina autoritaria –más que sobre las formas de opresión– sobre las que insistiremos.

3. La organización escolar nueva.– La palabra “disciplina” es particular de la pedagogía autoritaria. Nosotros debemos despojar esta palabra de todo su contenido coercitivo, para no conservar más que su acepción etimológica.

La disciplina nueva, que nos guardaremos bien de llamar disciplina liberal, o lo que es lo mismo disciplina por la libertad, está basada en el conocimiento de las necesidades y deseos de los niños, así como sobre esta afirmación de la pedagogía moderna: que la educación no puede ser obra exclusivamente exterior, sino elevación interior de los mismos individuos y que las adquisiciones que nos sirven par esta elevación son inútiles, si no dañosas, y contribuyen a la “deformación” escolar.

La disciplina nueva está individualizada hasta el máximum, sin ser, no obstante, individualista. Prepara en el niño al trabajador activo de un grupo social armónico. El problema de la disciplina se reduce a las cuestiones siguientes:

–Organizar la vida escolar de tal manera que los alumnos sientan la necesidad de ella, y deseen hacer un trabajo educativo y socialmente útil.

–Hacer materialmente posible la satisfacción de esta necesidad.

–Dar a toda la actividad escolar un fin real, por la organización de la comunidad escolar en el seno de la sociedad.

–Tratar, bajo el punto de vista físico, intelectual y moral, a los alumnos que tiendan a desorganizar la comunidad escolar.

Se ha hablado bastante en estos tiempos de la libertad en la educación. Es ilógico, a nuestro parecer, hablar de libertad en las escuelas en que las condiciones antes enumeradas están lejos de ser una realidad. No se conseguirá más que desalentar a los maestros, que dirán como nuestros guías de democracia: “¡Ved lo que hacen, cuando tienen algunos momentos de libertad!” De otra parte, hacer de esta libertad en sí una de las principales preocupaciones educativas, es, bien mirado, una ilusión burguesa.

Estamos completamente de acuerdo con Mr. R. Cousinet (Nouvelle Education, n° 54): “Dejar a los niños hacer lo que quieran, no es (como tantas veces se ha dicho y se ha escrito) dejarles hacer no importa qué, pues ellos no quieren no importa qué. Suponer que ellos hacen lo que quieren, es suponer que ellos quieren (lo que no es el caso de gentes que quieren no importa qué): es suponer, por tanto, que desean alguna cosa.

“No puede haber disciplina –dice también J. Dewey (L'Ecole et l'Enfant), más que donde un individuo pone libre y plenamente en obra sus capacidades en una actividad que es digna, por sí misma, de ser ejercida.”

Es, pues, de intento por lo que no hemos sentado a priori, el problema de las formas de la organización disciplinaria. Hemos pensado, primero, en la organización del trabajo, pues el trabajo –como dice Pistrak (Los problemas fundamentales de la Escuela del trabajo)– “debe ser organizado de manera que la enseñanza ejerza, en la vida de los niños y en su espíritu, una acción considerable.”

Organizar el trabajo escolar, hacer de manera que la Escuela sea el centro de la vida del niño, es la más esencial de las necesidades disciplinarias.

4. El trabajo en la comunidad escolar.– La autoorganización de los niños y el trabajo mancomunado como fin social, son la base de la nueva disciplina.

Un cierto número de métodos nuevos facilitan este trabajo. Caminar hacia la nueva disciplina es lo que por tales métodos necesitan nuestras escuelas públicas. Nos contentaremos con señalarlos, pues hacer de ellos un estudio profundo no puede entrar en los límites de este trabajo:

–Método de los centros de interés (Dr. Decroly).

–Plan Dalton.

–Método de Winetka.

–Imprenta en la escuela y cambios interescolares.

–Método Cousinet del trabajo libre por grupos.

–Escuela del Trabajo ruso.

Capítulo II
Las formas de la disciplina

El pedagogo debe guardarse de hacer de estas formas lo esencial del problema de la disciplina. Las formas evolucionan, necesariamente, según el medio social y político y según la edad de los alumnos. Esto, que importa principalmente tenerlo en cuenta, es la base sobre la cual está concebida la organización escolar.

1. La disciplina escolar.– En nuestras escuelas públicas, casi todas bajo el régimen autoritario, apenas atenuado, interesa mucho la forma y la orientación de las penas y de las recompensas, en las clasificaciones de los alumnos, en la distribución de permiso, en la organización metódica de la emulación y de la competencia. Cosas todas destinadas a reemplazar la opresión corporal, pero con las que los educadores probos sienten la deplorable influencia en la educación.

Es necesario salir de esta fosa. Al mismo tiempo que procurar orientarse hacia las formas nuevas del trabajo escolar, se procurará dar a la disciplina uno de los aspectos que resumimos aquí.

A) Las Repúblicas de niños son organizaciones de niños por los adultos, para la mayor comodidad de éstos.

“El fin de la organización de los alumnos en las escuelas burguesas –dice Pistrak– es, en la mayoría de los casos, ayudar a los maestros a mantener su autoridad: el martinete y los castigos son reemplazados, gracias al “progreso de la civilización”, por un reparto de funciones destinado a poner a salvo un determinado orden social.

Las características de esta disciplina son: una autoridad firme, representada por un reglamento al cual todos los alumnos deben una estricta obediencia; una organización represiva muy seria, comparable a la organización gubernamental de los adultos, con directores o jefes, un tribunal legal y un código de sanciones.

Esta institución es una etapa frecuente en las escuelas que caminan por la nueva ruta. Los maestros deben tener en cuenta que esa disciplina no da a los niños más que la ilusión de una disciplina liberal, bajo la cual continúan intactos los viejos procedimientos.

B) Las cooperativas escolares, tal como las ha comprendido su iniciador en Francia, M. Profit, han dado al problema de la disciplina una orientación más profunda, insistiendo sobre el espíritu nuevo que debe animar a la Escuela, más que sobre las leyes que pudieran regir estas asociaciones.

Su principio esencial es, en efecto, que son los mismos alumnos quienes deben organizar la escuela –y no solamente las formas exteriores de la Escuela, sino hasta los trabajos escolares. Son ellos quienes deben dar los materiales necesarios a su instrucción y organizar totalmente la vida de su escuela. El maestro deja de ser el amo todopoderoso, y se vuelve el colaborador, el consejero, el amigo.

Seguramente, este ideal no anima todavía a las cooperativas escolares hoy existentes. En ellas no se le ha dado al niño toda la confianza que merece; pero al menos, esta colaboración necesaria entre maestros y alumnos hace desaparecer en parte las barreras que separan educadores de educandos, facilita entre ellos la comprensión mutua, contribuye, pues, a modificar las relaciones escolares, y orienta la escuela pública hacia la institución de comunidades infantiles.

Por esto recomendamos, sin reservas, la institución de cooperativas escolares, encargadas de organizar la vida material y moral de la escuela. Siempre que los maestros no reglamenten, no esclavicen la actividad de sus alumnos, las cooperativas escolares serán un gran paso hacia la nueva disciplina.

C) La Comunidad escolar es la forma ideal de la escuela popular. Es el régimen de autonomía de los escolares, como dicen ciertos pedagogos modernos, o mejor dicho, como dicen nuestros amigos rusos, es el régimen de la autoorganización de los alumnos. Se han visto los beneficios de este régimen en las comunidades escolares de Hamburgo, en la escuela nueva de Odenwald, &c., y, sobre todo, en las escuelas rusas, que han hecho avanzar considerablemente el problema.

Al régimen de gobierno por jefes, con la obligación de obedecer leyes estrictas que rijan la escuela, los educadores rusos tratan de oponer el gobierno de la masa por la masa.

Están persuadidos –y nosotros lo creemos también–de que, para tener todo su efecto educativo, la comunidad escolar debe ser verdaderamente la expresión de la masa de los alumnos. Los jefes no deben ser profesionales capaces de mantener perfectamente una nueva disciplina autoritaria, para lo cual, y para que el orden no se altere, todos los ciudadanos de la comunidad deben aprender a llenar un papel de ciudadano activo, los jefes serán nombrados por la Asamblea General, por un tiempo relativamente corto; los alumnos que cometan faltas contra la comunidad serán juzgados en Asamblea General. Los educadores serán los consejeros y amigos.

La antigua disciplina preparaba sujetos dóciles, obedientes –sin razonar– a las leyes, a los poderes establecidos al margen de su voluntad.

La disciplina nueva debe ejercitar a los niños en organizar ellos mismos su régimen comunal, su vida y su trabajo.

2. Orden, silencio, trabajo.– Esta concepción nueva del problema de la disciplina cambia completamente la naturaleza de las relaciones entre educadores y educandos, que, de enemigos, se convierten en colaboradores.

El maestro que ponga la mayor disciplina no será el que sepa gravitar sobre sus alumnos, por el temor que inspira, prohibiéndoles toda actividad que no obedezca a una orden y que contraríe los deseos del amo, sino el educador capaz de organizar la actividad vital de los niños, de incorporarse a su grupo, de vivir con ellos, ser amado, escuchado, respetado como un buen hermano mayor.

Los educadores se orientarán hacia esta disciplina, en la medida de lo posible, allí donde puedan operar en ellos y en su clase este cambio de actitud indispensable.

El silencio, el orden exterior, no son cualidades de la escuela trabajadora, ya que denotan, en muchos casos, una falta completa de vida y de actividad. Contrariamente a lo que se ha venido creyendo largo tiempo, el silencio y la inmovilidad no son favorables a la educación. Sólo la actividad y la vida son creadoras y enriquecen verdaderamente a los individuos.

Pero trabajo no significa desorden ni libertinaje. La verdadera autoridad del educador se aumentará considerablemente colaborando íntimamente en la vida de los niños.

La moral escolar cambia igualmente de aspecto. Se nos habla de hábitos de obediencia, de sacrificio, de limpieza, de respeto, a lo que nosotros respondemos: soberanía del hábito del trabajo útil, buenos hábitos de actividad, de honradez, de valor, y de constante cooperación, tales son los resultados ciertos de la nueva disciplina.

3. La personalidad del educador conserva, no obstante, su influencia preponderante.

El educador debe conocer, lo mejor posible, la psicología infantil. “La autonomía ha penetrado en el espíritu de los alumnos, dicen los rusos. Las bases, la forma y el contenido de la autonomía escolar deben ser claros para el maestro. Si el maestro no conoce las etapas del desenvolvimiento de los sentimientos sociales en los niños, no puede, no debe pensar en la autonomía de éstos como sistema determinado.”

Es preciso estudiar al niño, verle vivir, vivir con él, oírle hablar, a fin de comprenderle.

La disciplina actual trata al niño como a menor, incapaz de voluntad propia, susceptible solamente de ser dirigido y sermoneado, o bien apela a su razón y a su voluntad para guiarle hacia el bien social y moral.

Los dos métodos son igualmente insuficientes. El niño, por pequeño que sea, sabe bien lo que quiere. Quiere realizar su vida de niño, y es necesario reconocer, que por lo regular, lo consigue, a pesar de los pedagogos. No se puede, de otra parte, esperar resultados serios de un llamamiento a la razón y a la voluntad, que resulta impotente para mover a los mismos adultos.

¿Qué puede hacer, pues, el educador, persona razonable y de voluntad moralizadora, para contribuir a la educación de sus alumnos? ¿Deberá contentarse con verlos vivir y ayudarles a ello? ¿No tiene una misión más delicada y más importante?

El maestro influirá, ciertamente, en sus alumnos; pero falta hallar las mejores condiciones en que esa influencia se manifieste en el sentido educativo.

Nosotros pensamos que es preciso conceder una gran importancia a la acción psíquica del maestro.

Apenas se ha comenzado a explorar este dominio cerrado y sorprendente de lo subconsciente. Por tanto, algunas cosas son adquiridas de modo poco cierto. Pero no se han aplicado aún metódicamente a la Educación los resultados de estas investigaciones psíquicas.

Se ha observado siempre que los niños, particularmente, se dejan gobernar por todas las fuerzas ocultas que, a pesar nuestro, influyen bastante en el destino de cada ser. Pero a ese yo misterioso se le ha tratado como a un enemigo que, a la vez, se le quiere ignorar y combatir, con lo cual –según las leyes psíquicas de que hablaremos– sólo se ha conseguido reforzar a ese enemigo, con detrimento de la educación.

La voluntad, piedra angular de nuestra moral escolar, ¿es capaz de refrenar los caprichos de la imaginación subconsciente, de esa “loca de la casa”?

“Cada vez, dice Coué,{1} que la imaginación y la voluntad se colocan frente a frente, es siempre la imaginación la que triunfa.”

Mejor dicho: cuando una idea se ha apoderado de nuestro subconsciente, hasta el punto de convertirse en sugestión, todos los esfuerzos conscientes que podamos hacer para resistir esa sugestión no sirven más que para activar la realización de la misma. El ejemplo clásico es éste: aprended a montar en bicicleta. En medio de vuestro camino hay una piedra. La idea de tropezarla se apodera de vuestro espíritu y os sugestiona. No quiero –decís– y hacéis los mayores esfuerzos por sortear el obstáculo; pero pasaréis, irremediablemente, sobre la piedra, y pasaréis mejor y con más seguridad que si lo hubierais intentado.

Otra ley de la autosugestión es la llamada ley de finalidad consciente, expresada así: en toda sugestión, en cuyo fin se ha pensado, el subconsciente se encarga de encontrar los medios de realizarle.

Es cierto que en todo esto nos hallamos en presencia de una fuerza formidable y misteriosa, contra la cual es inútil usar las fuerzas de nuestra voluntad, y que mejor será ensayar de disciplinarla, de adiestrarla en lo posible, para hacerla servir a la liberación individual y social de los hombres.

Influir sobre el subconsciente, hacerle actuar en el sentido de la educación, tal será el papel de la sugestión y de la autosugestión.

No insistiremos sobre esta primera forma, bien conocida de todos, de la sugestión: la calma produce la calma; la cólera produce la cólera y el odio, el enervamiento produce la agitación. Esta es una ley infalible en nuestras clases, de donde se deduce esta recomendación esencial: el educador debe tener la mayor calma posible, hablar dulcemente, con voz más bien monótona que chillona; debe aplacar la excitación y el enervamiento con el silencio y la dulzura; debe tener un carácter franco y alegre, si quiere producir alegría; debe ser trabajador y activo, para engendrar la actividad y el ardor por el trabajo.

En este sentido de influencia constante sobre la subconsciencia es, sobre todo, donde la personalidad del educador ejerce una influencia formidable.

Es necesario, por tanto, en la práctica cotidiana, tener en cuenta que si una idea, buena o mala, se apodera del espíritu infantil, la subconsciencia sabrá, a pesar nuestro, realizarla.

No pretenderemos mostrar aquí las ventajas o los daños de una práctica sistemática, en la escuela, de la autosugestión, ni de ver hasta qué punto podría suplir ventajosamente a las tradicionales lecciones de moral. Queremos solamente mostrar a los educadores que ciertas palabras del lenguaje corriente de nuestras escuelas, son susceptibles de producir malas sugestiones, y deben ser absolutamente desterradas.

Repetir, durante días y días, a un alumno: sucio, turbulento, tonto, es suscitar en él una sugestión que le hará, indiscutiblemente, más sucio, más turbulento y más tonto. Nada cuesta, por el contrario, repetir las palabras: limpio, aplicado, inteligente, &c., que despiertan sugestiones favorables a la educación.

Jamás se debe intentar persuadir a un niño que obra mal, de que es cada día peor: esto sería aniquilar todos sus esfuerzos. Es necesario, por el contrario, mostrarle –según la fórmula de Coué– que cada día, bajo todos los puntos de vista, va progresando.

Evitemos, por tanto, las malas sugestiones que producen las notas escritas: mal, sucio, desaplicado, &c. Son notas que no deberán nunca ser escritas por un educador.

Y si sucediera, se nos dirá, que el niño tuviera realmente esos defectos, ¿deberemos ocultárselos?

Debemos persuadirnos que no servirá de nada reforzar en él las malas sugestiones ya de por sí potentes, sino que mejor es ayudarle, por las buenas sugestiones, a ser cada día mejor. Esto independientemente de las otras medidas curativas recomendadas por los pedagogos.

No sirve de nada oponerse al yo consciente o subconsciente del niño. Esto no conduce más que a ocasionar retrocesos, causas de los más graves desórdenes mentales.

El tratamiento curativo mental debe ayudar al individuo a buscar el bien moral y social, antes que ser un tratamiento exclusivamente represivo.

4. Las Organizaciones de niños fuera de la Escuela.– Esas organizaciones ayudan bastante a la nueva disciplina, pues hacen penetrar en la escuela la vida y el espíritu de cooperación y de división del trabajo que preconizamos.

No existen, apenas, en los países capitalistas, a excepción de los equipos deportivos, en que los niños obedecen a la ley del equipo. Hay otra organización de éstas, muy importante –los boy scouts– pero, desgraciadamente, no sirve para la verdadera autoorganización de los niños. Se concede en los boy scouts una grandísima importancia a la preparación de los jefes y a la obediencia estricta a la ley del explorador. Es una organización que prepara, de una parte, jefes ilustrados, y de otra, ciudadanos dóciles. No es, de ningún modo, una organización proletaria.

El movimiento de los pionniers tiene en Rusia una base bastante más popular y democrática. No se propone preparar una élite para el gobierno de la masa, sino la preparación de la masa a la vida política y al control activo de todos los actos de la comunidad.

5. La influencia del medio familiar y social en la educación es, indudablemente, muy grande. En los países capitalistas, el medio social, sobre todo, se opone al establecimiento de una disciplina libre y trabajadora.

A pesar de esto, la escuela debe meterse lo más posible en el medio ambiente. En cuanto a la utilización de las asociaciones de padres para los fines disciplinarios, es ésta una cuestión delicada, unida a la educación de los mismos padres, y que no podemos resolver aquí.

Capítulo III
Conclusiones prácticas

Las escuelas que están aún bajo el régimen capitalista, es posible orientarlas hacia la nueva disciplina y en sentido de una mejor organización del trabajo escolar. La labor es ingrata y difícil, porque la sociedad, la familia, todo el montaje de la vida actual –incluso los programas– se oponen a la sana educación que queremos dar.

Opinamos, no obstante, que los educadores revolucionarios no deben contentarse con modernizar, sin mejorar, una disciplina a base autoritaria. No creemos tengan necesidad de nuestra ayuda para introducir esa mejora.

Les alentamos a orientarse deliberadamente de conformidad con las siguientes normas:

–Organización nueva del trabajo escolar, y vida más intensa en la escuela.

–Marcha hacia la comunidad escolar por el establecimiento de cooperativas que tiendan al libre trabajo social.

En esto hallarán más trabajo y menos huera vanidad; pero se verán recompensados por una actividad nueva, una atmósfera cordial, desconocida hasta hoy, que les producirán progresos escolares ciertos.

Puntos sobre los que deben actuar principalmente los educadores revolucionarios para la implantación de una disciplina mejor

A.– Los programas y los libros. Los verdaderos tiranos en la escuela son raramente los programas, sino más bien los malos libros que agravan los defectos de aquéllos. La lucha contra los malos libros, la edición de libros y bibliotecas mejor adaptados a los nuevos métodos de trabajo, facilitará la disciplina.

B.– Los exámenes, son, ciertamente, el mayor obstáculo a la nueva disciplina. Controlan solamente la adquisición verbal, obligando a los maestros a atestar el cerebro, acomodándose mal su preparación a una disciplina liberal.

Una actuación muy metódica debe emprenderse, sin tardanza, para la modernización de los diversos exámenes. El empleo de los tests puede permitir formar hoy día un juicio más equitativo sobre el grado de instrucción y educación de los alumnos.

C.– Pedir la abolición en las clases de todos los exámenes o clasificaciones periódicas, basadas en la concurrencia.

D.– Actualmente que se habla de la racionalización en el dominio de la instrucción pública, es necesario intensificar la campaña para la reducción de los efectivos escolares al número más favorable a una buena educación.

E.– Insinuar la creación de escuelas especiales para niños anormales o retardados, y hacer efectiva la inspección médica en las escuelas.

F.– Exigir el mejoramiento urgente de los locales escolares y del material de enseñanza, trabajar por la implantación de escuelas de experimentación agrícola, de talleres para aprendices y del trabajo manual.

G.– Generalizar la práctica de los paseos escolares.

H.– Crear grupos de niños proletarios por el estilo de los pionniers de Rusia.

I.– Hacer que los educadores conozcan los nuevos descubrimientos psicológicos y pedagógicos, los métodos modernos de educación y, sobre todo, los métodos de trabajo de las escuelas populares rusas y las prácticas disciplinarias que se usan en esas escuelas.

J.– Finalmente, trabajar por convertir el medio familiar y social completamente favorable a la educación por la liberación del trabajo y de los trabajadores.

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{1} Ch. Baudouin: Suggestion et Autosuggestion, 1 vol., Fischbacher, Paris. E. Coué: La Maitrise de soi-même, 1 vol.; Ce que j'ai fait, 1 vol.

[Pedagogía Proletaria, París 1930, páginas 169-179]