Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Generalidades

§ 1

Concepto de la historia de la Filosofía

Aristóteles da comienzo a sus catorce libros Metaphysicorum con aquella afirmación de todos conocida, a saber: que todos los hombres desean naturalmente saber (omnes homines natura scire desiderant), o poseen natural inclinación a la ciencia. Afirmación es esta que, aunque parece vulgar a primera vista, encierra profundo sentido filosófico, según se desprende de las reflexiones luminosas que hace Santo Tomás {1} al exponer y comentar, con su acostumbrada penetración y [2] seguridad, esta sentencia del Estagirita. Y es digno de notarse que el Doctor Angélico supone y afirma que este deseo natural de saber se refiere al saber en sí mismo, a la ciencia metafísica considerada en sí misma, abstracción hecha de sus aplicaciones ulteriores y de su utilidad posible: quaerere scientiam non propter aliud utilem, qualis est haec scientia, non est vanum.

A nuestro intento, sin embargo, en la ocasión presente, basta recordar que ese deseo de saber, espontáneo y universal en el hombre, de que nos habla el discípulo de Platón, es el grano de mostaza que creció y crece, se desarrolló y se desarrolla, hasta constituir la ciencia filosófica, cuya historia tratamos de escribir. Pero, ¿qué se entiende por esta ciencia filosófica? ¿Qué materias y cuestiones constituyen la esencia y el ser de la Filosofía, y representan, por consiguiente, el dominio y los límites de su historia? [3]

Preguntas son estas que entrañan un problema nada fácil de resolver, al menos con seguridad y precisión exacta. Porque, si volviendo la vista atrás, echamos una rápida ojeada sobre el sentido y significación que se ha dado a la palabra filosofía en diversas épocas y por diferentes autores, nos será sumamente difícil determinar, circunscribir y fijar aquel sentido y aquella significación, y, consiguientemente, la naturaleza y el dominio de la Filosofía y de su historia.

Zeller observa con razón que la palabra filosofía recibió entre los griegos sentidos y significaciones muy diferentes. Y, en efecto: si recorremos los escritos de Herodoto, Jenofonte, Platón y Sócrates y algunos otros, veremos que la denominación de filósofo se tomaba con frecuencia como sinónima de sabio, de sofista, de físico o naturalista, y alguna vez se aplicaba a los poetas y artistas. En general, puede decirse que al principio toda cultura del espíritu humano, la aplicación o ejercicio de su actividad en cualquiera de sus fases, la manifestación, en fin, de la virtualidad y fuerza nativa de la razón humana en esfera superior a la del vulgo o generalidad de los hombres, recibía el nombre de filosofía y también de sabiduría. Porque es sabido que en sus primeros pasos estos dos nombres marcharon, por punto general, confundidos y como identificados, y aun puede añadirse que estuvo más en uso el segundo que el primero hasta la época de Pitágoras {2} y [4] hasta la enseñanza de Platón, cuyos escritos contribuyeron mucho, no ya sólo a generalizar el uso de la palabra filósofo, sino también a concretar y fijar su verdadero sentido.

Al mismo resultado contribuyeron igualmente los escritos y la enseñanza de Aristóteles; pues si bien es cierto que tanto éste como su maestro emplean alguna vez la palabra filosofía en su sentido primitivo y vago, generalmente le atribuyen una significación concreta, diferencial y científica. Que si para Platón la Filosofía es el esfuerzo por medio del cual el espíritu humano se eleva al conocimiento objetivo del ser y de la perfección moral, y distingue lo que es de lo que aparece, lo inteligible de lo sensible y fenoménico, para su discípulo la Filosofía es el conocimiento reflejo y sistemático de los principios del ser y del conocer, la investigación científica del mundo y de sus primeras causas, y del hombre con sus potencias, su origen y sus fines.

En las escuelas que posteriormente se formaron al calor de la restauración socrática, y bajo la influencia más directa e inmediata de Platón y Aristóteles, el nombre y noción de Filosofía vuelven a perder la precisión y el sentido racional, concreto y científico que habían recibido de la boca y en los escritos de aquellos dos grandes filósofos. En muchas de estas escuelas, la Filosofía queda reducida a la investigación ética, o, mejor dicho, a la investigación de los bienes en que consiste la felicidad del hombre, y medios de llegar a su posesión. En otras, la ciencia filosófica es amalgamada y confundida con la erudición histórica, la crítica, la música, la gramática y otras semejantes. En algunas, [5] finalmente, el elemento mitológico, la simbólica, la teurgia y la magia, absorben, si ya no decimos que ahogan, la Filosofía, en el sentido propio de la palabra.

En resumen: desde los primeros tiempos históricos hasta Pitágoras, la denominación de filósofo y la de sabio, equivalente por entonces de la anterior, se daba a los que sobresalían o se distinguían del vulgo por alguna cultura superior del espíritu, o porque poseían conocimientos especiales en cualquier ramo, ciencias, artes, literatura, gobierno, &c., y también a los que se distinguían de la generalidad por la práctica de la virtud o ejercicios de obras buenas. A esta primera época podemos aplicar las palabras de Cicerón, cuando escribe: Omnis rerum optimarum cognitio atque in his exercitatio Philosophia nominata est.

Desde Pitágoras hasta Aristóteles inclusive, el nombre y noción de la Filosofía se determinan, aclaran y fijan paulatinamente hasta adquirir significación propia y diferencial, y, por último, se presenta, aunque con cierta vaguedad, entre vacilaciones pasajeras y con alguna obscuridad, como la ciencia del mundo, de Dios y del hombre, como la investigación científica, consciente y refleja de la esencia, de las leyes y de las relaciones de la realidad objetiva. Y aquí es digno de notarse que algunos de estos filósofos, y principalmente Sócrates y Platón, reconocen y confiesan que la ciencia que el hombre puede alcanzar de estos objetos es muy imperfecta y como nada en comparación de la ciencia de Dios, único verdadero sabio {3}, y único que [6] posee la ciencia verdadera y digna de este nombre.

En las escuelas posteriores, la idea de la Filosofía, o se circunscribe a la investigación de la felicidad de la vida humana y de sus condiciones, como las escuelas cínica, cirenaica, epicúrea, &c., o amalgama y confunde toda clase de conocimientos, desde la retórica y poética, hasta la magia y la simbólica, como las diferentes ramas y fases del neoplatonismo, o subordina todos estos conocimientos, lo mismo que la especulación metafísica, a la idea ética, como aconteció en la escuela estoica, para la cual no había más Filosofía ni más investigaciones metafísicas que el estudio y la práctica de la virtud, a la cual debía subordinarse todo lo demás; pues, como escribía Séneca, Philosophia studium virtutis est, sed per ipsam virtutem.

Despréndese de lo dicho que la historia de la Filosofía, ni debe abrazar todo lo que algunas escuelas y filósofos apellidaron Filosofía, ni tampoco debe limitarse a lo que otras escuelas y otros filósofos designaron con este nombre, sino que debe marchar y moverse en relación y armonía con la noción o idea propia de la Filosofía. La cual, según queda indicado, abraza el [7] conocimiento racional, o al menos la investigación científica de la esencia, leyes y relaciones generales de la realidad. La idea de Filosofía, y consiguientemente su historia, no descienden al objeto y terreno propios de las ciencias particulares, consideradas como tales, sino que se mantienen en las investigaciones, conocimientos y sistemas que de una manera más directa y general se relacionan con Dios, el mundo y el hombre, que son los tres grandes objetos que integran la realidad objetiva, cuya esencia, leyes generales y relación, constituyen y representan la materia y como el objeto específico de la Filosofía.


{1} Sin contar otras varias consideraciones muy filosóficas acerca de las aplicaciones y efecto de ese natural deseo de saber que existe en el hombre, Santo Tomás busca y señala la razón suficiente de este fenómeno, o, digamos mejor, de este hecho: a) en la tendencia espontánea y natural de lo imperfecto a la perfección, del entendimiento en estado de potencia al entendimiento en estado de acto, de la inteligencia potencial e informe a la inteligencia actuada e informada por las ideas; b) en la natural inclinación de toda substancia o naturaleza a su propia operación, a la acción correspondiente a su propia esencia, la cual en el hombre y para el hombre no es otra que la acción de entender o saber, puesto que es la acción más propia del hombre como hombre y la que le distingue y separa de las demás cosas: por consiguiente, nada más natural que la inclinación del hombre a la ciencia, el deseo de saber y conocer las cosas y sus razones y [2] principios. «Cujs ratio potest esse triplex: primo quidem quia unaquaeque res naturaliter appetit perfectionem sui, unde et materia dicitur appetere formam, sicut imperfectum appetit suam perfectionem. Cum igitur intellectus a quo homo est id quod est, in se consideratus, sit in potentia omnia, nec in actum eorum reducatur nisi per scientiam, quia nihil est eorum quae sunt, ante intelligere, sic naturaliter unusquisque desiderat scientiam, sicut materia formam. Secundo, quia quaelibet res naturalem inclinationem habet ad suam propriam operationem; propria autem operatio hominis in quantum homo est intelligere, per hoc enim ab omnibus aliis differt: unde naturaliter desiderium hominis inclinatur ad intelligendum et per consequens ad sciendum.» Comment. in 12 lib. Metaphys., lib 1º, lecc.1ª.
No es menos hermosa la tercera razón probando que el hombre desea naturalmente la ciencia, acto y perfección propia del entendimiento humano, porque por medio de éste se verifica la unión del hombre con la Inteligencia Suprema y la posesión de la perfecta felicidad: Non conjungitur homo nisi per intellectum, unde et in hoc ultima hominis felicitas consistit.

{2} Cualquiera que sea la exactitud histórica de la anécdota que atribuye a Pitágoras el origen del nombre filósofo, exactitud histórica que no todos reconocen, es lo cierto que esta palabra tomó carta de naturaleza, por decirlo así, entre los escritores y hombres de letras, a contar desde la época en que floreció el fundador de la escuela itálica.

{3} No una, sino varias veces, insiste Platón en este pensamiento, que pudiéramos llamar filosófico-cristiano, ora poniéndolo en boca de Sócrates, ora expresándolo por su propia cuenta, según puede [6] verse en la Apología Socratis, en el Convivium, en el Phoedrus, en el Lysis, y hasta en algunas de sus cartas. Así, por ejemplo, en la Apología, Platón, después de recordar la pregunta hecha al oráculo de Delfos acerca de la sabiduría de Sócrates, pone en boca de éste las siguientes palabras: «Interrogavit utique (Cherephon) an esset ullus me sapientior: respondit Pythia, sapientiorem esse neminem... Quidnam Deus est? aut quid hoc sibi voluit? Ego enim mihi conscius sum, neque in magnis nec in parvis esse me sapientem. Quid igitur sibi vult cum me asserit sapientissimum?... Videtur autem, o viri Athenienses revera solus Deus sapiens esse, atque in hoc oraculo id sibi velle, humanam sapientiam parvi, imo nihili pendendam esse.» Opera plat. Mars. Fic. interp., pag. 470.

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Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 1-7