Zeferino González (1831-1894) |
Historia de la Filosofía Generalidades |
La materia de la historia de la Filosofía es de dos maneras o especies: interna y externa. La materia interna es la misma Filosofía considerada como esfuerzo consciente, sistemático y progresivo de la razón, para el conocimiento de la realidad concebida desde un punto de vista general, en su esencia, sus leyes y sus relaciones fundamentales. Lo que se ha dicho en el párrafo primero acerca de la idea de la Filosofía y de su historia, fija de antemano la materia interna de esta última. Si se quiere expresar la misma idea con otros términos, puede decirse que la materia interna de la historia de la Filosofía son los varios sistemas filosóficos que aparecen en diferentes puntos del espacio y del tiempo, como productos del esfuerzo de la razón, o, mejor, como productos y manifestaciones del trabajo metódico y consciente de la inteligencia en orden [11] al conocimiento general y científico de la realidad.
La razón, la experiencia y las ciencias históricas demuestran de consuno que la inteligencia del hombre se halla sometida a ciertas condiciones exteriores que influyen de una manera más o menos directa y eficaz en su desenvolvimiento, ora favoreciendo y acelerando éste, ora contrariando su energía, ora comunicándole determinada dirección. Y esto es lo que constituye y representa la materia externa de la historia de la Filosofía; porque la verdad es que esta historia no sería completa ni llenaría su objeto si, al ocuparse de la materia interna y de los sistemas filosóficos, no se hiciera cargo y no tomara en consideración los acontecimientos, circunstancias y condiciones que ejercieron influencia más o menos eficaz y decisiva en el desenvolvimiento de la razón filosófica, en el origen, naturaleza, direcciones y efectos de los sistemas.
Pertenecen a este género y forman parte de la materia externa de la historia de la Filosofía: a) la persona de los filósofos, con los datos referentes a su vida y costumbres, a su carácter moral, a la fuerza o intensidad de su inteligencia, a sus estudios, maestros, &c.; b) el grado y caracteres de la civilización del pueblo en que nació o vivió el filósofo, la religión y la lengua del país, y la educación recibida; c) el espíritu general de la época y la constitución e ideas políticas reinantes; y, finalmente, en menor escala, el clima, las condiciones geográficas y geológicas del país, los sucesos históricos contemporáneos o inmediatos, las revoluciones, &c.
Así como la combinación oportuna y racional de los términos y proposiciones constituye la forma del [12] silogismo, según los lógicos, así también la forma de la historia de la Filosofía debe consistir, y consiste, en la coordinación metódica, racional y oportuna de lo que constituye la materia interna y externa de la misma. El elemento principal, la condición más indispensable para alcanzar esta coordinación metódica que constituye la forma de la historia de la Filosofía, consiste en no perder de vista que en esta historia debe entrar por mucho el estudio y conocimiento de las causas y efectos que determinaron el proceso de los múltiples sistemas filosóficos que en la misma se presentan. En otros términos: entonces podrá decirse que la historia de la Filosofía posee su verdadera y propia forma, cuando la materia interna y la externa reciban disposición o combinación adecuada para representar con la posible claridad y exactitud el desenvolvimiento sucesivo de la razón filosófica, juntamente con las causas y razones del orden, alternativas y vicisitudes de este desenvolvimiento.
Dicho se está de suyo que no se trata aquí de lo que pudiéramos llamar la forma externa y accidental de la historia de la Filosofía, o sea de la forma resultante de las cualidades del estilo, división por capítulos, libros o párrafos, colocación de textos, &c., sino que se trata de la forma interna y substancial, por decirlo así, por medio de la cual la historia de la Filosofía, no solamente se distingue esencialmente de todas las demás historias y ciencias, sino que, por razón de esa forma, constituye un verdadero conjunto histórico-científico, con unidad una y verdadera.
La forma de la historia de la Filosofía será imperfecta, si la disposición oportuna y la combinación adecuada [14] de los materiales no se halla informada y vivificada por un criterio fijo, amplio y comprensivo, capaz de percibir el sentido íntimo y real de los sistemas y doctrinas, comunicando al propio tiempo a su historia cierta unidad, cierta uniformidad doctrinal, basada en la convicción real y en el criterio filosófico del historiador. Porque no somos de aquellos que creen que el historiador de la Filosofía debe carecer de sistema filosófico, o que al menos debe ocultar sus ideas. Lejos de eso, opinamos, por el contrario, que el historiador de la Filosofía necesita tener un sistema, una concepción sistemática, un criterio general, que pueda servirle de guía, de norma y como medida para comprender las doctrinas de los filósofos, juzgar de su importancia y relaciones mutuas, discernir su valor real y la naturaleza de sus resultados e influencias en la historia y la civilización. Cierto es que el historiador de la Filosofía debe poner exquisito cuidado en no dejarse llevar de sus aficiones y convicciones personales al juzgar y criticar las doctrinas de los filósofos; cierto que debe ante todo exponer con fidelidad y exactitud las opiniones y sistemas que se suceden en el campo de la Filosofía; pero de aquí no se infiere que deba carecer de sistema propio. Para exponer con imparcialidad y verdad las opiniones de los otros, no se necesita ser escéptico o carecer de convicciones en la materia. Y es absurdo afirmar o suponer que el mejor historiador de la Filosofía sería aquel que careciese de sistema propio y de convicciones fijas en materia de Filosofía, como sería absurdo pretender que el mejor historiador del Derecho sería un hombre que no profesara opinión alguna determinada y fuera completamente escéptico en la [14] materia. Por punto general, en esta materia, como en tantas otras, los que hacen más alarde de libertad de juicio, de amplitud de miras y de imparcialidad, son los que en la práctica las observan menos y los que más se apresuran a juzgar de las doctrinas y sistemas filosóficos, no solamente con sujeción a su criterio personal, sino con sujeción a sus apasionamientos racionalistas y anticristianos.
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Historia de la Filosofía (2ª ed.) 1886, tomo 1, páginas 10-14 |