Zeferino González (1831-1894) |
Historia de la Filosofía La Filosofía de los pueblos orientales |
Hase dicho y repetido con frecuencia que la moral búdhica es tan pura y perfecta como la moral cristiana, y hasta se ha aventurado la idea de que la religión de Jesucristo trae su origen y deriva del budhismo por caminos ocultos y desconocidos. Los que en su inconcebible odio contra el Cristianismo se hallan dispuestos a ver perfecciones, bellezas y verdad en todas partes y en todas las religiones, menos en la religión [47] cristiana, ensalzan a porfía las perfecciones y bellezas de la moral búdhica, presentándola a la vez como demostración, ya de la posibilidad del origen humano del Cristianismo, ya del poder y fuerza de la razón humana para formular y constituir un sistema de moral tan perfecto y acabado como el que entraña la religión católica.
Que estas aseveraciones de los budhófilos, o, mejor dicho, de los enemigos del Cristianismo, están destituidas de fundamento sólido, y son por demás exageradas, pruébalo con bastante claridad la exposición sumaria que de las doctrinas búdhicas dejamos hecha en los párrafos anteriores. Sin duda que la doctrina moral del budhismo, al menos durante sus primeros años, llama la atención por su pureza y elevación relativas, cuando se la compara con la que profesaron los filósofos de primera nota; pero esto no da derecho alguno para equipararla con la moral cristiana, ni en su fondo o esencia, ni en sus medios, ni en su principio racional, ni en su término o destino.
No en su fondo o esencia, porque, después de todo, la moral búdhica no es más que la reproducción o expresión incompleta de la ley natural. Los diez preceptos de ésta quedan reducidos en aquella a cinco, quedando eliminado precisamente el principal de todos, el que sirve de base para los demás, cual es el amor de Dios sobre todas las cosas. Añádase a esto: 1º, que el precepto búdhico de no matar, envuelve un sentido irracional y hasta ridículo, muy ajeno y contrario al sentido cristiano; 2º, que la moral católica incluye preceptos y máximas especiales y superiores, como el de la confesión auricular, la recepción de la [48] Eucaristía, la Misa, la santificación de las fiestas, con otros semejantes, extraños completamente a la moral del budhismo.
No en sus medios, según se colige de lo que se acaba de indicar en orden a la Eucaristía, confesión y demás Sacramentos, y se colige también de que entre estos medios de moralidad y santificación ocupan lugar preferente, no la contemplación apática y estúpida del budhista que la toma y emplea como medio de disminuir y matar su actividad, su pensamiento y hasta su conciencia, sino la contemplación que tiene por objeto a Dios como Bondad Suma y Santidad infinita que imitar. Si a esto se añade que el budhista es hasta incapaz de emplear la oración y servirse de la gracia divina como medios de moralidad, puesto que no reconoce la existencia de un Dios a quien orar, en cuyo auxilio o gracia pueda confiar, cuya santidad deba imitar, se verá claramente que por este sólo título la moral del catolicismo, cuyas alas principales son la oración y la gracia, se halla colocada a inmensa distancia de la moral búdhica.
No en su principio racional, porque el principio racional de toda moral es ante todo la idea de Dios, y en segundo término la idea metafísica del bien, y ya hemos visto que la moral propia, primitiva y genuina del budhismo, o niega la existencia de Dios, o prescinde de éste, mientras que, por otro lado, o sea en el orden metafísico, se encuentra en relaciones íntimas con el nihilismo y el materialismo, sistemas profesados, defendidos, y, lo que es más, reducidos a la práctica por escuelas importantes del budhismo.
No en su término, porque el Nirvana absoluto, el [49] aniquilamiento del ser personal, la extinción de la existencia relativa del alma, destino final y aspiración suprema de la moral búdhica, no merece ni mencionarse siquiera al lado de lo que constituye el premio, la aspiración y el destino final de la moral cristiana, la posesión de Dios vivo y personal por medio de la intuición de su Esencia infinita, Verdad trascendental en que están todas las verdades, y por medio del amor fruitivo de la Bondad infinita, esencia y fuente de todos los bienes posibles. ¿Qué comparación cabe entre una moral esencialmente teísta en su principio, en sus medios y en su fin, cual es la enseñada por Jesucristo, y esa moral búdhica que, no sólo desconoce a Dios, sino que enseña a obrar el bien por amor de la nada final?
Y téngase en cuenta que comparamos aquí la moral cristiana con la búdhica, tomando a ésta en su sentido más favorable y en su manifestación más pura; porque ya se ha dicho que en diferentes países y en posteriores tiempos, recibió adiciones y alteraciones que rebajan mucho su valor primitivo, cosa en la cual resalta también la superioridad de la moral cristiana, que se conservó y conserva idéntica a través del espacio, del tiempo y de todas las vicisitudes de la historia.
Finalmente: la doctrina del budhismo sobre el suicidio bastaría, a falta de otras pruebas, para demostrar la inferioridad de su moral con respecto a la del Cristianismo. Según textos numerosos y explícitos aducidos por Burnouf, consta, –y el indianista francés lo reconoce así–, que el budhismo admite, no ya sólo la licitud, sino la santidad del suicidio en ciertos casos y por motivos religiosos. [50]
¿Y qué será si a lo dicho se añade lo que pudiéramos llamar demostración a posteriori, la superioridad de la civilización cristiana respecto de la civilización búdhica? No hay para qué recordar que en toda civilización y para toda civilización, la moral representa y entraña uno de los elementos más poderosos y más importantes de la misma. Compárese ahora la civilización producida, informada y vivificada por la moral del Evangelio, por el principio ético del Cristianismo, y dígase si esta civilización no ofrece caracteres de incontestable superioridad en comparación a la civilización producida, informada y vivificada por la moral del budhismo. Si el árbol se conoce ante todo y sobre todo por sus frutos, ciertamente que los producidos por el árbol búdhico, aun concretándonos al terreno moral y práctico, son muy inferiores a los producidos por el árbol cristiano, y no abonan en manera alguna las pretensiones del racionalismo, ni los elogios interesados de ciertos budhófilos.
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Historia de la Filosofía (2ª ed.) 1886, tomo 1, páginas 46-50 |