Zeferino González (1831-1894) |
Historia de la Filosofía La Filosofía de los pueblos orientales |
El mazdeísmo o reforma religiosa de que acabamos de hablar, debió su origen, o al menos su nombre y consolidación, al Zoroastro de los griegos, que es el Zarathustra de los persas y de los Naçkas. Casi todos los historiadores convienen en que este célebre legislador religioso nació y vivió en la Bactriana; pero no sucede lo mismo cuando se trata de fijar su carácter social y la época de su nacimiento; pues mientras algunos suponen que no tuvo representación alguna política, considerándole como un simple reformador religioso, otros añaden a este último carácter el de jefe y hasta rey de la Bactriana, haciendo de él una [69] especie de Moisés de la raza iránica; no faltando quien dice que pereció de muerte violenta en una invasión de las tribus touránicas, enemigas del mazdeísmo.
No es menor la discordancia de opiniones en orden a la época en que floreció. Remotísima es la antigüedad que le atribuye San Justino, quien habla de sus guerras con Nino. Eusebio de Cesárea y San Agustín le suponen contemporáneo de Abraham. Según Aristóteles, Hermipo, Plutarco y algunos otros, floreció cinco mil años antes de la guerra de Troya. La opinión más probable, y la que siguen Burnouf, Spiegel, Oppert con otros críticos modernos de los más acreditados, es que Zoroastro vivió dos mil quinientos años antes de Jesucristo, con corta diferencia.
Ya queda indicado que el punto culminante y capital de la doctrina de Zoroastro es la negación del panteísmo brahmánico. El Ormuzd del legislador bactriano tiene bastante analogía con el Jehovah de los hebreos, a juzgar por varios pasajes de los Naçkas o libros canónicos del mazdeísmo que conocemos, en los cuales Ahoura-Mazda (el Ormuzd de los griegos y latinos) es apellidado luminoso, resplandeciente, eminente en grandeza y en bondad, perfectísimo y muy poderoso e inteligentísimo, y sobre todo es denominado espíritu santísimo, creador de los mundos existentes. Así es que la doctrina zoroástrica acerca del origen de las cosas es la que más se acerca a la creación del Génesis mosaico.
Otra de las analogías y, pudiéramos decir, reminiscencias que presenta el mazdeísmo con respecto a la revelación primitiva consignada en el Pentateuco mosaico, es la afirmación de la caída originaria del [70] hombre. En el Boundehesch, uno de los libros o fragmentos canónico-religiosos del mazdeísmo, después de narrar la tentación y caída del primer hombre y la primera mujer, en términos bastante parecidos en el fondo a la narración de Moisés, se dice: «El Dev (el genio o espíritu malo) que habla la mentira, hecho ya más atrevido, se presentó por segunda vez, y les trajo frutos que comieron, y por esto, de cien ventajas que antes tenían, sólo les quedó una».
En un cántico o himno, considerado por los orientalistas como uno de los fragmentos más auténticos de Zoroastro, las ideas principales de éste se hallan resumidas en los siguientes términos: «Hay o existen dos Genios, que son el bueno y el malo, los cuales son igualmente libres, y reinan sobre el pensamiento, la palabra y la acción. Es preciso elegir entre los dos: elegid, pues, al Genio bueno. Por medio, y a causa de su oposición, estos dos Genios producen todas las acciones humanas; el ser y el no ser, el primero y el último, son los efectos que corresponden a estos dos Genios o Dioses.
»Los hombres mentirosos serán desgraciados; los verídicos serán salvos. Escoged: siguiendo al Genio mentiroso y malo, os preparáis una suerte infeliz: los que siguen el partido y la dirección de Ahoura-Mazda, el Dios santo y verdadero, deben honrarle por medio de la verdad y de acciones santas...
»¡Oh, Mazda! Cuando la virtud es desgraciada en la tierra, tú eres el que acudes a su socorro; tú das al hombre piadoso el impero de la tierra, y tú castigas al hombre sus palabras cuya promesa es mentira. Procuremos merecer esa vida feliz por medio de continuos [71] esfuerzos. Practicad las máximas salidas de la boca misma de Mazda (el Dios bueno, creador y omnisciente), máximas que son mortales para los mentirosos, pero favorables al hombre sincero: en estas máximas debéis buscar vuestra salvación».
El mazdeísmo hacía consistir la moral en la pureza del pensamiento, de la palabra y de las obras; admitía la existencia de penas y recompensas en la vida futura, y rechazaba la idolatría y el antropomorfismo. Así es que, según el testimonio de Herodoto, no tenían templos, ni altares, ni estatuas de los dioses. El culto que daban al fuego era sólo un culto simbólico, dirigido a Ormuzd como dios del bien y de la luz, o sea como dios verdadero y único; pues es cosa sabida que Ahriman no posee todos los atributos de la divinidad propiamente dicha, puesto que le falta la eternidad.
Todo esto, sin embargo, debe entenderse del mazdeísmo propiamente zoroástrico o primitivo, según dejamos indicado ya; porque, andando el tiempo, y después de las guerras entre medos y persas, y, sobre todo, merced al contacto con las tribus asirio-caldeas, el mazdeísmo sufrió grandes alteraciones en la parte filosófica o especulativa, y más todavía en la parte práctica, por medio del magismo y del culto de las divinidades asirias y caldeas.
La dificultad de comprender y explicar el origen y la existencia del mal, fue lo que arrastró a Zoroastro a abandonar sus tendencias y, como si dijéramos, sus sugestiones monoteístas, que aparecen claramente en sus libros y en sus concepciones, para abrazar el dualismo, error fundamental de su doctrina. Al lado de Ormuzd, principio del bien, aparece como [72] independiente, y enfrente del dios bueno, Ahriman, principio y causa del mal. La lucha entablada entre estos dos seres representa y causa las vicisitudes de los seres y el movimiento de la historia, hasta que en el fin de los tiempos el dios del mal sea vencido y anulado por el dios bueno y eterno.
Así y todo, y tomada en conjunto la concepción zoroástrica, bien puede ser considerada como una de las más nobles y perfectas que produjo la razón humana abandonada a sus propias fuerzas, o, al menos, sin el auxilio de la revelación divina conservada en toda su pureza; porque en el mazdeísmo se descubren vestigios evidentes, aunque obscuros, de esa misma revelación divina. Las siguientes palabras de Lenormant contienen, en nuestro sentir y en resumen, la crítica general más exacta del mazdeísmo zoroástrico o primitivo. «La doctrina de Zoroastro es, sin contradicción, el esfuerzo más poderoso del espíritu humano hacia el espiritualismo y la verdad metafísica, sobre el cual se ha ensayado fundar una religión, prescindiendo de toda revelación y por las fuerzas solas de la razón natural: es la doctrina más pura, más noble y más próxima a la verdad entre todas las del Asia y de todo el mundo antiguo, excepción hecha de la de los hebreos, basada en la palabra divina. Es la reacción de los más nobles instintos de la raza jafética, raza espiritualista y filosófica por excelencia entre los descendientes de Noé, contra el panteísmo naturalista y el politeísmo, su consecuencia inevitable, que se habían introducido paulatinamente en las creencias de los Aryas, adulterando los recuerdos de la revelación primitiva. En su indignación contra el politeísmo y la idolatría, Zoroastro [73] transporta por un procedimiento semejante al de los Profetas de Israel y Padres de la Iglesia, los nombres de los personajes divinos de la religión védica a los malos espíritus. Los dioses de esta religión, Devas, se convierten en demonios; dos de los más importantes, Indra y Siva, son transformados en ministros del principio del mal. Zoroastro en su doctrina religiosa tiende al monoteísmo puro; se eleva con poderoso vuelo hacia este dogma de la verdad eterna; pero apelando a las fuerzas solas de su razón, privado del auxilio sobrenatural de la revelación, Zoroastro tropieza con el formidable problema del origen del mal: este es el escollo que detiene su vuelo; incapaz de salvarlo, cae en la concepción funesta del dualismo».
La doctrina zoroástrica, en efecto, considerada en su pureza primitiva y con anterioridad a su amalgama con el magismo y con las teorías y prácticas asirias y caldeas, responde a la elevación y profundidad de ideas, y, sobre todo, a la tendencia espiritualista que caracteriza y distingue a la raza arya. En el fondo de la concepción zoroástrica dominan y sobrenadan, por decirlos así, la conciencia moral y la razón, la idea de lo verdadero y de lo bueno, la tendencia ético-espiritualista y la especulación metafísica. Es probable que esta elevación y pureza de la doctrina zoroástrica fueron debidas en parte a la revelación primitiva, o sea a una reacción y restauración de la misma; pero no por eso debemos rechazar ni negar la parte legítima de influencia que corresponde a la fuerza nativa del genio de los aryos.
Por lo demás, la obra de Zoroastro, como todas las obras humanas, adoleció de graves defectos, [74] principalmente desde el punto de vista religioso. Además de su monstruosa concepción de los dos principios, o sea del dios-principio del mal, Zoroastro, o no supo, o no se atrevió a romper con el politeísmo naturalista de sus conciudadanos, contentándose con modificar y moderar sus prácticas y supersticiones populares. Así es que, andando el tiempo, la religión de Zoroastro, relativamente pura y elevada en su origen, degeneró fácilmente hasta quedar reducida al culto del fuego y a las fórmulas ridículas y supersticiosas de la magia.
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Historia de la Filosofía (2ª ed.) 1886, tomo 1, páginas 68-74 |