Zeferino González (1831-1894) |
Historia de la Filosofía Primer periodo de la filosofía griega |
La escuela atomista representa, según queda indicado, una reacción natural contra las exageraciones idealistas, dialécticas y panteístas de la escuela eleática, hubiera podido ocupar lugar más honroso en la historia de la Filosofía, si después de rechazar el panteísmo y el abuso del método puramente idealista y apriorístico de los eleáticos, se hubiera dedicado a completar la Filosofía y las ciencias en armonía con el impulso y las corrientes de Anaxágoras. En vez de adoptar la marcha y la dirección teístico-espiritualista del filósofo de Clazomenes, Demócrito sólo abandonó la concepción hylozoísta de los antiguos jónicos, y rechazó la concepción monista e idealista de los eleáticos, para sustituirles una concepción esencialmente materialista y atea. [165]
Aunque la teoría del conocimiento que enseñaba esta escuela, y principalmente la de Demócrito, encierra gérmenes y tendencias al escepticismo, el filósofo de Abdera no puede ser contado con justicia entre los escépticos absolutos, toda vez que su escepticismo se refiere solamente a la objetividad de ciertas cualidades {48}, en cuanto percibidas por los sentidos. Cicerón, o desnaturalizó, o comprendió mal el pensamiento de Demócrito, cuando escribió, refiriéndose al filósofo de Abdera: Ille, verum esse plane negat.
Si fue y es poco exacto el juicio de los que hicieron a Demócrito partidario del escepticismo, todavía es menos exacta y más aventurada la opinión de los que suponen que la teoría del conocimiento del citado filósofo es una teoría esencialmente sensualista. Por lo que arriba hemos apuntado acerca de esta materia, es fácil reconocer que la concepción de Demócrito sobre este punto tiene más de apriorística y de racional o inteligible que de sensualista y empírica. Para el [166] filósofo de Abdera, los sentidos sólo perciben impresiones subjetivas, y, cuando más, fenómenos y efectos de los cuerpos, pero no conocen la esencia y atributos de éstos, y mucho menos los elementos primitivos de la realidad cósmica. Porque esta realidad consiste en los átomos y el movimientos condicionados por el vacío, y la razón sola es capaz de conocer la existencia, la esencia y los atributos de estos tres principios cósmicos. Añádase a esto que no es creíble que Demócrito, que tanto rebajaba el alcance de los sentidos como facultades de conocimiento, les atribuyera fuerza suficiente para percibir la eternidad del movimiento y la infinidad del vacío.
Excusado parece advertir que el vicio capital de la escuela atomística de Leucipo y Demócrito, es el mismo que palpita y palpitará siempre en el fondo de toda escuela materialista y atea, es decir, la hipótesis gratuita de un movimiento sin principio, sin causa y sin razón alguna suficiente {49}, unida a otras hipótesis no menos gratuitas ni más racionales. [167]
Y con efecto: la base general, la esencia de la Filosofía de Leucipo y Demócrito, como sucede generalmente con todo filosofía materialista, se reduce a una doble hipótesis gratuita, la existencia del átomo con estas o aquellas propiedades y atributos, propiedades y atributos que nadie ha visto ni pudo ver; la existencia del vacío absoluto como elemento o, al menos, como condición esencial de los seres, hipótesis tan contraria a la razón y la experiencia como la de los átomos, y, por último, la existencia de un movimiento que entra repentinamente en escena sin saber por qué, y sin que se le señale origen ni razón suficiente. Por lo demás, esta escuela es lógica en sus deducciones y en la aplicación de sus principios, al negar la existencia de Dios, la providencia, la espiritualidad e inmortalidad del alma humana, como lo es también al reducir la moralidad a una cuestión de cálculo, no menos que al confundir e identificar con el movimiento de los átomos la vida y el pensamiento.
La teoría psicológica de Demócrito presenta, aparte de su materialismo, el grave defecto de hacer al alma meramente pasiva en la formación del conocimiento, el cual nos viene y nos es impuesto por la naturaleza externa, sin intervención de la espontaneidad de nuestro espíritu.
Aunque Laercio afirma que Demócrito tuvo muchos discípulos y secuaces de su doctrina, no figura entre ellos ningún hombre notable hasta llegar a Epicuro, el cual ya pertenece a otra época filosófica. Metrodoro de Chio y Diágoras de Melos, que son los más nombrados entre los discípulos y partidarios de Demócrito, sólo se hicieron notar por haber desarrollado los gérmenes [168] de ateísmo y de escepticismo contenidos en la doctrina de su maestro.
{48} El mismo Sexto Empírico, a pesar de su escepticismo y del natural interés que debía tener en autorizar su sistema con nombres respetables, reconoce que Demócrito no pertenece propiamente a la escuela escéptica. «Paréceles a algunos, escribe, que Demócrito raciocina como los escépticos, porque dice que la miel parece dulce a unos y amarga a otros; pero la escuela de Demócrito da a estas expresiones un sentido muy diferente del de los escépticos: aquello sólo quiere significar que ni la una ni la otra cualidad residen en la miel misma, al paso que nosotros (los escépticos) pretendemos que el hombre ignora si esas cualidades o algunas de ellas pertenecen a las cosas aparentes. Todavía hay otra diferencia mayor entre esta escuela y nosotros, puesto que esta escuela, aunque principia por señalar la contradicción y la incertidumbre que reinan en el testimonio de los sentidos, afirma, sin embargo, de una manera explícita, que los átomos y el vacío existen realmente». Hypot. Pyrrhon., lib. I, capítulo XXX.
{49} Al talento perspicaz de Aristóteles no podía ocultarse este vicio radical de las escuelas materialistas. Así es que llamaba la atención de sus contemporáneos sobre las afirmaciones gratuitas de la escuela atomista en orden a la existencia fortuita y sin origen del movimiento cósmico, mientras que por otro lado, y por una inconsecuencia palmaria, pretendía explicar ciertas mutaciones particulares por medio de movimientos fijos y aun por medio de la influencia o acción de la inteligencia. «Sunt autem quidam, qui et coeli hujus, et mundanorum omnium causam esse ponunt Casum; a casu enim fieri dicunt revolutionem et motum qui discrevit et constituit in hunc ordinem Universum. Et valde hoc ipsum admiratione dignum est, quod dicant ipsa quidem animalia ac plantas a fortuna nec esse, nec fieri, sed aut naturam, aut intellectum, aut quidpiam tale aliud esse causam; non enim quodvis ex semine unoquoque fit, sed ex tali quidem olea, ex tali autem homo: coelum autem et diviniora sensibilium a casu fieri.» Physic., lib. II, cap. II.
>>> |
Historia de la Filosofía (2ª ed.) 1886, tomo 1, páginas 164-168 |