Zeferino González (1831-1894) |
Historia de la Filosofía Primer periodo de la filosofía griega |
Antes de entrar en el segundo periodo de la Filosofía griega, bueno será echar una rápida ojeada sobre el camino que acabamos de recorrer. Esto es tanto más necesario, cuanto que se trata aquí del primer periodo de la Filosofía helénica, y, por consiguiente, de un periodo que entraña cierta confusión y adolece de las vacilaciones inherentes y comunes a toda cosa que comienza.
¿Cuáles son los rasgos dominantes y característicos de este periodo? ¿Cuáles son las evoluciones y el proceso de la idea filosófica a través de los nombres y de las escuelas cuya historia acabamos de bosquejar? [191]
Prescindimos aquí de la Filosofía griega considerada en su estado primitivo y rudimentario, en su estado ante-filosófico, por decirlo así, en su estado de incubación; porque no cabe hablar de escuelas, de caracteres y de sistemas filosóficos cuando se daba el nombre de Filosofía al conocimiento y práctica de cosas buenas; cuando se daba el nombre de filósofos a las personas que se distinguían algo del vulgo o de la generalidad de los hombres por algún conocimiento y práctica del bien: Omnis rerum optimarum cognitio, atque in his exercitatio, philosophia nominata est, según afirma Cicerón, y según indicaron antes que él Herodoto y Tucídides.
Concretándonos, pues, al periodo propiamente filosófico que comienza con Tales y termina con los sofistas, periodo en el cual la Filosofía helénica ofrece ya cierto organismo científico y aspecto sistemático, diremos que
a) Para la escuela jónica, la materia es el ser-todo y el principio de los seres particulares, cuyos gérmenes, incluso el de la vida animal (hylozoísmo) y cuyas virtualidades lleva en su seno: la observación sensible y la experiencia representan el conocimiento (empirismo) y los principios de conocer para esta escuela.
b) Para le escuela de Heráclito, derivación parcial y ascendente de la escuela jónica, el universo es la combinación, o, mejor, la sucesión eterna e indeficiente del ser y del no ser; toda escuela es de suyo fenomenal y transitoria, y el ser se identifica con el hacerse, con el moverse, para ser y no ser. El ser, el Universo-mundo, es una unidad (monismo); pero una unidad de movimiento, una serie de fenómenos que aparecen [192] y desaparecen con sujeción a una ley eterna y absolutamente necesaria. En suma: no existe realmente el ser, lo absoluto, y sí únicamente el fieri, la sucesión, el moveri.
c) Para la escuela de Leucipo y Demócrito, el ser, el Universo-mundo, no es ni la materia-principio de la escuela jónica, ni el movimiento continuo o sucesión alternada y fugitiva de los fenómenos, sino que es un agregado, una aglomeración de seres particulares (atomismo), distintos y opuestos entre sí, infinitos en número, eternos en su duración y sujetos a choques y combinaciones casuales o fatales. El conocimiento o percepción de estos agregados de átomos que constituyen los cuerpos de la naturaleza, o, mejor dicho, todas las cosas, se verifica por medio de los sentidos, excitados e impresionados por los átomos que se desprenden de los cuerpos; pero esta percepción es más bien subjetiva que objetiva. En realidad de verdad, a la inteligencia sola pertenece percibir y conocer la esencia real; porque lo que hay de real y esencial en las cosas son los átomos y el movimiento, y conocer los átomos y el movimiento es función propia y exclusiva de la razón pura.
d) Para la escuela pitagórica, el ser, la universalidad de las cosas, entraña algo más que la materia de los jónicos, más que el fieri o sucesión perpetua de Heráclito, y más que agregados o combinaciones mecánicas de átomos. Entraña un principio trascendente y superior a la naturaleza material, y sobre todo entraña y exige un principio inteligible, una idea racional inmanente en el Universo, como razón suficiente de la existencia y esencia del Universo, con [193] sus formas y existencias particulares. En otros términos: la escuela pitagórica representa la introducción de la idea en el campo de la Filosofía, a la vez que la afirmación implícita e indirecta del principio espiritualista, enfrente de las afirmaciones materialistas y mecánicas de las escuelas de Tales, de Heráclito y de Demócrito.
c) La escuela eleática representa la antítesis completa y omnímoda de las escuelas jónica, atomista y de Heráclito que se acaban de citar. Desenvolviendo y extremando el principio unitario e inteligible de Pitágoras, la escuela de Elea llega finalmente a la siguiente conclusión: el ser es unidad absoluta y pura; el mundo externo con sus cuerpos, átomos y mutaciones es pura apariencia o ilusión, porque toda pluralidad real es imposible, y esto se verifica, no solamente en el orden sensible, sino hasta en el orden puramente inteligible, de manera que el sujeto y el objeto, el pensamiento y la cosa pensada son una misma cosa, son Dios (panteísmo), único ser, única substancia real y toda substancia real. Este ser es pensamiento puro, es substancia ideal-real, inasequible a los sentidos absolutamente (idealismo), y objeto solamente del pensamiento puro.
f) Con los sofistas, o, si se quiere, con ocasión de los sofistas, entra a formar parte de la Filosofía un elemento nuevo e importante. Las escuelas anteriores se habían ocupado casi exclusivamente en el Universo, en la realidad externa, dejando escapar apenas alguna que otra idea en orden al modo y condiciones del conocimiento. La escuela jónica y sus derivaciones, la pitagórica, lo mismo que la eleática, concentran toda [194] su atención sobre el mundo objetivo; el mundo subjetivo, considerado como elemento y principio de la especulación filosófica, apenas llama su atención.
Con los sofistas se modifica este estado de cosas. La especulación filosófica, que hasta entonces había sido meramente objetiva, comienza a fijarse en el sujeto cognoscente en cuanto cognoscente; se plantean, discuten y resuelven con mayor o menor acierto las cuestiones que se refieren al valor y legitimidad de los sentidos y de la razón como facultades de conocimiento, a los límites de la ciencia, a las condiciones de la certeza científica; en una palabra: el problema crítico queda iniciado, ya que no planteado en su verdadero terreno, ni discutido en relación con su importancia y en sus diferentes aspectos, ni resuelto de una manera profunda y verdaderamente filosófica. Ya dejamos apuntado que en este concepto, y desde este punto de vista, los sofistas prestaron un servicio a la Filosofía y representan una evolución progresiva en la historia de esta ciencia.
Hacemos caso omiso, en esta ojeada retrospectiva, de Anaxágoras y Empedocles, porque representan sólo variedades o aspectos parciales de alguna de las escuelas mencionadas. La escuela jónica se eleva en Anaxágoras al presentimiento o concepción rudimentaria del teísmo trascendente, pero sin salir del terreno cosmológico y mecánico, y transformando el concepto hylozoísta en concepto parcialmente dualista y espiritualista.
La concepción o sistema de Empedocles viene a ser una especie de ensayo de conciliación entre las varias escuelas que se agitaban en torno suyo. Para el [195] filósofo de Agrigento, el Universo es a un mismo tiempo unidad y pluralidad, esencialidad una y agregación de substancias o atomismo, ser permanente e inmutable, y sucesión continua o fieri.
Algunos historiadores de la Filosofía consideran la especulación ética como nota característica de la escuela pitagórica, y el estudio de la lógica o dialéctica como nota de la escuela eleática. Aunque hay algo de verdad en esto, en atención a que estas dos escuelas iniciaron cierta dirección ética y lógica respectivamente, no puede ni debe admitirse que esto constituya su carácter fundamental, ni mucho menos. En una y otra escuela domina el pensamiento cosmológico, el cual constituye, a no dudarlo, su carácter verdadero y su contenido esencial. Sólo que el pensamiento cosmológico aparece revestido de fórmulas matemáticas y de algunas aplicaciones éticas en la escuela pitagórica, bien así como en la eleática entra en el terreno de las aplicaciones lógicas. Pero ni la escuela de Pitágoras contiene la teoría ética propiamente dicha, ni la de Elea una verdadera teoría lógica.
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Historia de la Filosofía (2ª ed.) 1886, tomo 1, páginas 190-195 |