Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Segundo periodo de la filosofía griega

§ 83

Crítica

La doctrina expuesta en el párrafo anterior, casi nos excusa de emitir juicio crítico acerca de la moral [353] del estoicismo. Elevada, pura y hasta sublime en alguna de sus máximas fundamentales, incurre, sin embargo, en frecuente aberraciones, desciende al absurdo, la abominación y la inmoralidad más repugnantes, cuando entra en el terreno de las deducciones y de las aplicaciones concretas. La ética del estoicismo merece bien de la razón, de la sociedad y de la Filosofía, cuando establece y afirma que la virtud entraña la conformidad con la naturaleza y con la razón divina; pero esta concepción que, considerada en sí misma y prout jacet, tiene algo de elevada y superior, decae de esta elevación, no ya sólo cuando fijamos la vista en sus aplicaciones erróneas y exageradas, sino principalmente cuando fijamos la atención en el fondo materialista y en el sentido panteísta que entraña. Porque ya se ha visto que para los estoicos, Dios y la naturaleza material son una misma cosa, una sola substancia. Así, no es de extrañar que la moral estoica, en medio y a pesar de su elevación aparente y parcial, decaiga rápidamente en sus aplicaciones, porque éstas proceden de un árbol dañado en su esencia, cual es su panteísmo materialista. Porque ya hemos visto que la moral del estoicismo es una moral radicalmente viciosa y sin valor real ético, toda vez que entraña la negación de la libertad humana y arranca del principio fatalista que representa una de las tesis fundamentales de la metafísica de los estoicos.

Por otro lado, los dos celebrados preceptos del estoicismo sustine et abstine, buenos y hasta excelentes como expresión del imperio y dirección que la razón debe ejercer sobre las pasiones, dejan de serlo cuando se convierten en preceptos de exterminio de las [354] mismas: una cosa es la moderación de las pasiones y su subordinación a la parte superior, y otra cosa su aniquilamiento y la apatía estoica.

La afectada pureza en el motivo de la acción; su precepto de obrar la virtud por la virtud misma, con el consiguiente menosprecio e indiferencia en orden a todas las demás cosas, y, sobre todo, la independencia autonómica que atribuyen a su razón individual, norma única, medida y fuente de la virtud, tienen grande afinidad, por no decir identidad, con los imperativos categóricos de Kant y con las recientes teorías racionalistas del krausismo de obrar el bien por el bien. Y no hay para qué decir que todas estas teorías morales, a pesar de su aparente desinterés y de sus fórmulas rigoristas, se resuelven definitivamente en refinado egoísmo; en egoísmo que sustituye a la razón divina la razón propia; en el egoísmo del hombre que se coloca a sí mismo en lugar de Dios para recibir las adoraciones de su propia vanidad y de los demás hombres. Víctor Cousin observó oportunamente que el egoísmo, que es la última palabra del epicureísmo, es también la última conclusión lógica del estoicismo.

La física y teología de los estoicos se reducen a un panteísmo psicológico-materialista, más o menos informe, el cual, después de clasificar a Dios entre los cuerpos, hace de la Divinidad el alma del mundo, o sea una fuerza que informa y penetra todas las cosas, que las engendra y destruye por medio de evoluciones e involuciones periódicas, y de la cual son derivaciones o participaciones pasajeras las almas humanas. Sin embargo, esta Divinidad, aunque unida y ligada con el mundo y consituyendo su fondo esencial, es superior [355] al mundo, es causa o fundamento del mismo, y lo gobierna por medio de su razón y de leyes providenciales. No es difícil reconocer que esto tiene bastante analogía con la doctrina cosmológico-teológica del krausismo. Por otro lado, el éter-primitivo, Dios, que se transforma en variedad y multiplicidad de mundos y de seres con sujeción a la ley necesaria del Destino o fatum, trae a la memoria las evoluciones y transformaciones de la Idea hegeliana, sujetas a la ley dialéctica, tan necesaria e inmutable como la del Fatum estoico.

Tomada en conjunto la Filosofía del estoicismo, puede considerarse como una síntesis más o menos completa de la Filosofía cínica y de la doctrina de Heráclito. En la teoría moral de Zenón descúbrense las huellas de la enseñanza del cínico Crates, su primer maestro, y su teoría físico-teológica tiene muchos puntos de contacto con la Filosofía de Heráclito. Así es que la escuela cínica pierde su importancia, y, por decirlo así, su autonomía, desde que aparece y se consolida el estoicismo, el cual absorbe y transforma la moral de los antiguos cínicos. Aparte de sus contradicciones, o, digamos, de sus caídas, tan opuestas a su puritanismo, como, cuando justifica la mentira, el suicidio, &c., la moral estoica tiene el grave defecto de condenar en absoluto el placer y las pasiones, confundiendo e identificando la energía nativa de éstas con la inmoralidad. Una cosa es que las pasiones deban moderarse y subordinarse a la razón y al cumplimiento del deber moral, y otra que sean inmorales y malas por su misma naturaleza, obsevación que puede aplicarse igualmente a los placeres y satisfacciones sensibles. [356]

Otro defecto grave de la moral estoica es la separación, o, mejor dicho, la oposición que establece entre la virtud y la felicidad, como consecuencia, efecto y complemento de la misma, especialmente en la vida futura. Una cosa es que el hombre, al obrar, no deba proponerse como fin principal y único de la acción virtuosa la felicidad personal, y otra que el derecho a esta felicidad no sea consecuencia natural y legítima de la acción virtuosa, o que ésta deba prescindir y rechazar la esperanza y el deseo de esta felicidad, la cual, después de todo, puede considerarse como una prolongación, como una manifestación de la virtud.

En resumen: si consideramos en conjunto al estoicismo, puede decirse que, al lado de cierta elevación parcial desde el punto de vista ético, entraña graves errores como sistema filosófico; porque la verdad es que su psicología es una psicología sensualista; su teodicea es una teodicea panteísta; su metafísica y cosmología son materialistas en el fondo, y hasta su moral degenera en idealismo exagerado en sus principios, contradictorio y empírico en sus aplicaciones y máximas.

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Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 352-356