Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Segundo periodo de la filosofía griega

§ 87

La filosofía especulativa de Epicuro

La física de Epicuro es la teoría de Demócrito, con escasas modificaciones. El universo, el Cosmos, es infinito, eterno e indestructible; pero es finito, temporal y corruptible por parte de los seres particulares que contiene. El Universo, y también las partes o seres de que consta, son el resultado de los átomos primitivos, los cuales, moviéndose y chocando eternamente en el vacío, dieron, dan y darán origen a todos los seres reales. La variedad de átomos y de combinaciones producidas por su movimiento, contiene la razón suficiente de la diversidad de substancias que pueblan el mundo, así como de sus atributos y propiedades. La imperfección, los defectos y males de todo género que se observan en el Universo, prueban que éste no es obra de [366] una inteligencia, sino más bien del acaso: las que algunos llaman causas finales, son nombres vacíos de sentido; pues lo que se atribuye a éstas es el resultado del movimiento y choques fortuitos de los átomos. En resumen: los átomos, el movimiento y el vacío son las causas eternas y únicas del Universo, o, mejor dicho, son el Universo, el Ser: todas las cosas, todas las substancias, cualquiera que sea su naturaleza y propiedades, están formados de átomos primitivos y se resuelven en átomos

La extensión o cantidad, la forma y el peso, son las tres propiedades de los átomos, los cuales, puestos en movimiento por razón de su peso o gravedad, forman los seres todos y el mundo, o, digamos mejor, los infinitos mundos que deben llenar el vacío infinito, porque decir que en éste hay sólo un mundo, sería como representarse un campo con una sola espiga. Nada se hace de nada (De nihilo quoniam fieri nil posse videmus), sino que todo se hace de los átomos primitivos. Todo cuanto existe es cuerpo, y nada hay incorpóreo sino es el vacío.

Hasta aquí, la concepción cosmológica de Epicuro puede considerarse como mera reproducción de la del antiguo atomismo profesado por Demócrito. Pero es justo adevertir aquí que Epicuro parece haber introducido en aquel atomismo un principio nuevo, que modifica y cambia notablemente el valor y la significación de la concepción atomística. Había procurado Demócrito explicar el origen y formación del mundo por medio del movimiento de los átomos en el vacío, consiguiente o procedente del peso de los mismos, resultando de aquí los seres y el mundo subordinados, y [367] sujetos en su origen y constitución al destino o necesidad absoluta. Epicuro habíase propuesto librar a los hombres del terror e influencia de los dioses, y al mundo o naturaleza de la acción e influencia de la necesidad fatalista o destino de que echaban mano los estoicos en su teoría cosmológica. Y para conseguirlo, introdujo o supuso en los átomos, además del movimiento necesario procedente del peso o gravedad de los mismos, otro movimiento espontáneo y libre, por virtud del cual pueden estos separarse de la línea recta, produciendo pequeñas declinaciones (exiguum clinamen, como dice Lucrecio), las cuales hacen posibles y facilitan los choques múltiples y las consiguientes combinaciones variadas de los átomos. Tal es el nuevo principio o elemento que introdujo Epicuro en la cosmología atomista, si hemos de dar crédito a indicaciones repetidas y a pasajes terminantes de Diógenes Laercio, Plutarco, Cicerón y Lucrecio. Al doble movimiento producido por el choque y el peso de los átomos, Epicuro añade un tercer movimiento de mínima declinación (tertius quidam motus oritur extra pondus et plagam, cum declinat atomus intervallo minimo), con lo cual se hace posible la diversidad de seres por medio de la multiplicidad y variedad de combinaciones atomísticas: Ita effici complexiones et copulationes, et adhaesiones atomorum inter se.

Según todas las apariencias, la inducción y la analogía suministraron a Epicuro el argumento principal para establecer la existencia de este tercer movimiento atómico, de ese movimiento interno y espontáneo de declinación que constituye la parte original de la cosmología del filósofo de Gargeto o Samos, y que le [368] sirvió a maravilla para excluir y negar la causalidad cósmica del destino o necesidad fatalista, después de haber negado y excluido la causalidad cósmica de Dios. Epicuro, en efecto, no hizo más que trasladar y aplicar a los átomos, principios o semillas primordiales de las cosas, el movimiento voluntario y variable que observamos en el hombre, además del movimiento mecánico y necesario de su cuerpo y miembros {128}, después de lo cual, y por una especie de reversión lógica, buscó en el movimiento primitivo declinatorio de los átomos y el origen y la razón suficiente de los actos voluntarios y libres de los animales y del hombre, actos que deben considerarse como aplicaciones y transformaciones de la fuerza interna que produce el movimiento de declinación primitiva que supone en los átomos. Esta declinación primitiva, que constituye y representa la parte original –si alguna tiene– de la doctrina de Epicuro, sirvió a éste, no solamente para explicar al existencia de la libertad en el hombre, según queda indicado, sino también para negar el proceso infinito en las causas, y para dar razón de la parte de contingencia que observamos en el mundo, en [369] oposición a la necesidad absoluta y universal, enseñada por los estoicos y algunos otros filósofos: Principium quoddam quod fati foedera rumpat, –Ex infinito ne causam causa sequatur.

La psicología de Epicuro es la aplicación de esta doctrina y la deducción espontánea de semejantes premisas cosmológicas. El alma humana es un agregado de átomos redondos, una substancia compuesta de fuego o éter, de aire y de otro elemento innominado y sutil que reside en el pecho. El alma se halla extendida y unida con todo el cuerpo humano, como una substancia sutil y delicada a otra más grosera. La sensación, lo mismo que la intelección, se verifica por medio de imágenes o simulacros materiales que se desprenden de los objetos, flotan en el aire, entran por los órganos de los sentidos, se fijan y se suceden en el alma. Todos los conocimientos se reducen a sensaciones y anticipaciones. Las primeras son el resultado inmediato de la impresión producida en el alma por las imágenes atómicas y sutiles que se desprenden de los cuerpos. Las segundas son el resultado de las sensaciones y como una especie de generalización de las mismas, o, mejor dicho, una colección de sensaciones, puesto que, según Diógenes Laercio, Epicuro definía la anticipación como «un recuerdo de aquello que se nos ha representado exteriormente con frecuencia.» Los discípulos de Epicuro solían dar también a estas anticipaciones los nombres de comprensión, pensamiento, idea racional; pero sea cualquiera la denominación de las mismas, es lo cierto que no son más que el resultado o producto casi mecánico de la sensación, con la cual se identifican en el fondo. [370]

La creencia en la inmortalidad del alma humana es una vana aprensión. «Para librarte de semejantes aprensiones, decía, acostúmbrate a considerar que la muerte es la nada para nosotros. El mal o el bien no nacen más que del sentimiento, y todo sentimiento se concluye con la vida. Mientras vivimos, la muerte no existe para nosotros: cuando ésta ya ha sobrevenido, nosotros ya no somos nada.»

La sensación, el pensamiento, con las demás facultades del alma, son resultado de la fuerza inherente a los átomos y de la combinación de éstos, o, mejor, de la fuerza motriz esencial a los átomos de que se compone. Que el alma consta de átomos, aunque más sutiles que los que entran en la constitución del cuerpo, y que sus facultades y actos son meras manifestaciones de la fuerza interna de la materia atómica, se prueba por la relación y dependencia que existen entre las mutaciones del cuerpo y las vicisitudes del alma y sus facultades. El alma se desarrolla y perfecciona a medida que se desarrolla y perfecciona el cuerpo. Sus facultades y funciones, débiles en la niñez, vigorosas en la virilidad, decaen y se atrofian en la vejez, y vemos además que crecen y disminuyen, cambian, se modifican, aparecen y desaparecen con los cambios, vicisitudes y enfermedades del cuerpo.


{128} Así se desprende claramente de algunos pasajes de Lucrecio, que conocía a fondo el pensamiento de Epicuro, entre los cuales pueden citarse los siguientes.

«Ut videns initium motus a corde creari
Ex animique voluntate id procedere primum

... ...
Quare in seminibus quoque idem fateare necesse est
Esse aliam, praeter plagas et pondera, causam
Motibus, unde haec est nobis innata potestas.»

De natura rer., 2º, v. 260 y siguientes.

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Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 365-370