Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Tercer periodo de la filosofía griega

§ 100

Epicteto y Marco Aurelio

Apenas había bajado al sepulcro Séneca, cuando comenzó a llamar la atención Epicteto, nacido en Hierápolis, ciudad de la Caria o de Frigia, y a quien vicisitudes ignoradas de la guerra o de familia, llevaron a la esclavitud. Su paciencia e imperturbabilidad de ánimo fue verdaderamente estoica, a juzgar por las anécdotas que corren acerca de este filósofo {154}, que fue esclavo de un liberto de Nerón.

La Filosofía de Epicteto es la Filosofía del Pórtico, llevada al último grado de rigorismo en su parte ética. Nótase en ella, como en la de Séneca, la influencia vivificante de la idea cristiana, especialmente en sus [428] máximas referentes a la benevolencia universal, a la obediencia y culto de Dios, y a la conformidad con la voluntad divina en las adversidades y males de la vida presente. Nótase también esta influencia cristiana en los consejos sobre el modo de refrenar las pasiones y apetitos de la carne, y hasta en el desprendimiento de padres, parientes y patria, bien que desfigurando en esto último, o, por mejor dicho, desconociendo el sentido cristiano, puesto que Epicteto subordina este desprendimiento a la tranquilidad del ánimo, y en tanto lo recomienda, en cuanto que lleva consigo la paz o exención de cuidados, y, por consiguiente, con un fin esencialmente terreno y egoísta, cosas que están muy lejos de los fines superiores y de las condiciones propias del desprendimiento cristiano.

Pascal observa, con razón, que Epicteto es uno de los filósofos paganos que conocieron mejor los deberes del hombre, pero que al propio tiempo desconoció la flaqueza de la naturaleza humana, lo cual le arratró a errores de consideración.

Sin contar algunos otros errores generales o comunes del estoicismo, Epicteto considera el alma humana como una parte de la substancia divina; afirma que el dolor y la muerte no son males, y hace al hombre dueño y árbitro de quitarse la vida, añadiendo máximas que dejan de ser morales a causa de las exageraciones del orgullo estoico {155}, el cual pervierte y [429] destruye la naturaleza del hombre so pretexto de seguirla. Que desfigurar el orden moral y negar la naturaleza humana, es aconsejar que en la muerte del hijo o de la esposa, el hombre se mantenga en insensibilidad perfecta, como cuando se rompe una olla: Si ollam diligis, te ollam diligere (memento considerare); nam ea confracta, non perturbaberis. Si filiolum aut uxorem, hominem a te diligi; nam eo mortuo, non perturbaberis.

En medio de estas y otras máximas análogas, más o menos inexactas, pero muy propias de la soberbia estoica, como cuando afirma que el hombre puede adquirir por sí mismo todo el mal y todo el bien sin esperar (omnem utilitatem et damnum a semetipso expectare), sin recibir nada de nadie, Epicteto nos ofrece máximas e ideas que parecen más propias de un filósofo cristiano que de un filósofo gentil, según es fácil observar en las que se refieren a la existencia de Dios, su providencia, culto y obediencia {156}, según se ha indicado arriba.

La doctrina contenida en las Máximas de Marco Aurelio coincide con la que acabamos de ver en el Manual o Enchiridion del estoico de Hierápolis. Lo que en Marco Aurelio llama la atención, es la fidelidad, el rigor y la constancia con que practicó las máximas más rígidas de la moral estoica en medio de la corrupción que le rodeaba, teniendo a la vista los ejemplos [430] de aquellos emperadores romanos, monstruos de maldad y de todo género de vicios, rodeado de desórdenes, guerras y conspiraciones. Nació este gran estoico el año 121 de la era cristiana: fue adoptado por Antonio, a quien sucedió en el gobierno del Imperio, haciéndose notar por su prudencia, su valor y su firmeza, y murió en Sirmio, año 180 después de Jesucristo. Puede decirse que con Marco Aurelio descendió al sepulcro la escuela estoica, que no tardó en desaparecer como las demás escuelas filosóficas, envueltas en las ruinas que sobre ellas amontonaron las tribus y naciones, enviadas por la Providencia para castigar los crímenes del pueblo rey, y para abrir los cimientos y desembarazar el terreno sobre el cual debía levantarse, andando el tiempo, el grande edificio de la civilización cristiana.


{154} En cierta ocasión, en que su amo le golpeaba con mucha violencia, Epicteto le advirtió que si seguía dándole golpes tan fuertes, acabaría por romperle algún miembro. Prosiguió el amo golpeándole con la misma furia, resultando de los golpes la fractura de una pierna del esclavo-filósofo, el cual se contentó con decir a su amo con fría calma: «Ya os había dicho yo que si seguíais así, me la romperíais.»

{155} Algunas de la máximas e ideas de Epicteto, no sólo traspasan los límites de la verdadera moralidad, sino que se convierten o degeneran e indecentes y ridículas, como cuando escribe: «Hebetis ingenii signum est, in rebus corporis immorari, velut exerceri diu, edere diu, potare diu, cacare diu... nam haec quidem facienda sunt obiter.» Enchiridion, cap. LXIII.

{156} «Religionis erga Deos immortales praecipuum illud esse scito, rectas de eis habere opiniones; ut sentias, et esse eos, et bene justeque administrare universa, parendum esse eis, et omnibus iis, quae fiant, acquiescendum, et sequenda ultro, ut quae a Mente praestantissima regantur.» Enchir., cap. XXXVIII.

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Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 427-430