Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Tercer periodo de la filosofía griega

§ 106

Crítica

Aparte de su carácter ecléctico, la Filosofía de Filón es esencialmente teosófica, no ya sólo en cuanto al fondo, sino hasta por parte del método y procedimiento. La teodicea preside a todas las demás partes de la Filosofía filónica, y sirve de norma para la solución de los problemas psicológicos, morales y cosmológicos. Pero no es esto sólo: mientras que la Filosofía griega marcha generalmente desde el mundo a Dios, se eleva a la concepción divina por medio del estudio y observación de la naturaleza, de la reflexión y de deducciones lógicas, Filón marcha desde Dios al mundo y al hombre; toma la religión como causa y premisa de la Filosofía, y sólo piensa en resolver los problemas de la ciencia en armonía con la idea divina preconcebida a priori.

Es evidente, por otro lado, que el elemento platónico es el que predomina en la Filosofía de Filón, por más que éste acuda en ocasiones a otros representantes de la Filosofía griega en demanda de ideas acomodadas a su concepción filosófico-bíblica.

Los escritores que han afirmado que el Verbo del Evangelio de San Juan, o el Hijo, segunda persona de [452] la Trinidad cristiana, trae su origen de la doctrina de Filón, o proceden con insigne mala fe, o desconocen por completo el contenido real de la Filosofía filónica. Sin contar la obscuridad, las vacilaciones y los pasajes dudosos y contradictorios del filósofo judío sobre este punto, es evidente que, aun tomados e interpretados estos pasajes en el sentido más análogo al Verbo o Logos del Cristianismo, y, por consiguiente, en el sentido más favorable a las pretensiones de los escritores aludidos, existe distancia inmensa entre el Logos de Filón y el Verbo o Logos del Evangelista. El Verbo de San Juan es igual, coeterno y consubstancial con Dios; es increado y necesario en su existencia como este mismo Dios; posee la misma esencia, con identidad y unidad numérica e individual; sus atributos son los atributos de Dios; su virtud es la virtud infinita de Dios: su causalidad es la causalidad de Dios, sin distinción ni división alguna, ni específica, ni accidental, ni individual.

Por el contrario, el Logos o Verbo de Filón es un ser posterior a Dios; un ser cuya naturaleza, lejos de ser consubstancial con la de Dios, ni idéntica en número con la esencia divina, ni siquiera lo es en especie, toda vez que es inferior a Dios, como ser intermedio entre el mundo y Dios. Por otra parte, la inferioridad substancial y esencial del Logos filónico se halla evidentemente demostrada por el objeto mismo y la razón suficiente de us existencia. La existencia del Logos es necesaria, según el filósofo judío, porque Dios, en razón y a causa de la perfección y pureza de su naturaleza propia, no puede obrar directa e inmediatamente sobre la materia, la cual entra como elemento [453] necesario en la creación del mundo. De aquí la necesidad de admitir el Logos, especie de Deus minor, cuya naturaleza, sin dejar de ser relativamente perfecta y más semejante a la de Dios que la de los demás seres, sea, sin embargo, inferior y muy diferente de la esencia divina, y capaz por lo mismo de ponerse en contacto y relación con la materia.

Tal es la substancia y el fondo real del pensamiento de Filón acerca del Logos divino, el cual dista mucho ciertamente del Logos de San Juan, o sea del Verbo igual a Dios con igualdad de identidad de esencia, y cuya divinidad es la divinidad misma de Dios, si es lícito hablar así: et Deus erat Verbum.

A falta de otras razones, bastaría fijar la consideración en la diferencia absoluta y ensencial que existe entre la trinidad filónica y la Trinidad cristiana, para reconocer que nada hay de común entre el Logos de Filón y el Verbo de San Juan. La Trinidad del Cristianismo, con sus hipóstasis o personas iguales en dignidad, en perfección, en atributos, en esencia, igualmente eternas, igualmente increadas, igualmente infinitas, igualmente creadoras del mundo, igualmente distintas e infinitamente superiores al mundo por ella creado de la nada, en nada se parece a la trinidad de Filón, compuesta de Dios, del Logos y del mundo, seres que excluyen y niegan toda idea de igualdad e identidad de esencia y de atributos; trinidad en que entran elementos increados y creados, eternos y temporales, finitos e infinitos. La concepción trinitaria del filósofo judío, lo mismo que la concepción trinitaria de Platón, que le sirve de base y de norma, apenas contiene analogía lejana y como una sombra de la [454] concepción trinitaria de la religión católica; y esto bien puede apellidarse y es verdad axiomática para quien quiera que, sin preocupaciones sistemáticas, fije la atención sobre las dos concepciones trinitarias.

Los grandes elogios que tributa a los terapeutas, y el menosprecio con que habla en ocasiones de la Filosofía y de la ciencia humana, de las cuales dice que sólo sirven para evitar los errores y engaños de los sofistas (errores hallucinationesque sophistarum), buscando la verdad en una especie de contemplación divina e intuitiva, revelan marcada tendencia al misticismo en la doctrina de Filón, y explican a la vez la influencia que ejerció sobre las teorías del gnosticismo y del neoplatonismo, como la ejerció también en la tendencia alegórica que se manifestó en la escuela exegética de Alejandría.

El gnosticismo pudo inspirarse en el pensamiento, o, mejor dicho, en los libros de Filón, aun con respecto a su tesis fundamental referente al origen y existencia de cosas esencialmente buenas y malas; pues el filósofo judío, obedeciendo aquí, como en otras materias, a la inconstancia y contradicciones de su pensamiento, después de indicar en una parte que Dios debe considerarse como causa del bien solamente (Deum bonorum tantummodo causam esse) y no del mal, concluye por decirnos en otra parte que, entre las cosas creadas por Dios, unas son malas por sí mismas, y otras buenas: Duas naturas invenimus creatas, factas et elaboratas a Deo, alteram ex seipsa noxiam, reprehensibilem, execrabilem; alteram utilem, laudabilemque... Sunt enim ut bonorum, ita etiam malorum thesauri apud Deum.

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Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 451-454