φñZeferino GonzálezHistoria de la Filosofía (1886)

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§ 7. Crítica

El movimiento de repulsión y de hostilidad que acabamos de ver en Tertuliano y Lactancio, y por punto general en la escuela africana de los primeros siglos, no terminó con ellos. A través de diferentes formas, y a intervalos más o menos largos, ha llegado hasta nuestros días. En el fondo de los varios misticismos que han aparecido en el campo de la Filosofía, y en el fondo, sobre todo, de las teorías tradicionalistas, palpita el mismo pensamiento que informaba los escritos de Tertuliano y Lactancio. A pesar de sus atenuaciones externas e internas, en relación con las vicisitudes y exigencias de los tiempos, es indudable que el misticismo y el tradicionalismo representan la continuación y la marcha a través de los siglos del movimiento de repulsión contra la ciencia humana y la Filosofía racional, iniciado por la escuela africana en los primeros siglos del Cristianismo. De manera que esta escuela representa, dentro del Cristianismo o del período cristiano, la tendencia de la razón humana a [26] sustituir la visión a la especulación científica, el asenso espontáneo e instintivo a la investigación racional, la fe a la ciencia.

Otro defecto capital de esta escuela, o, si se quiere, una de sus notas características, es la imperfección de su psicología, saturada de tendencias e ideas materialistas y bastante inexactas, según es fácil observar, lo mismo en Tertuliano que en Minucio y Arnobio, y hasta en Lactancio, a pesar de la superioridad relativa de sus ideas psicológicas. Cualquiera que sea la opinión que se adopte para explicar la corporeidad que el primero atribuye a Dios, no puede ponerse en duda que su concepción psicológica es una concepción esencialmente materialista, toda vez que atribuye terminantemente al alma humana dimensiones in longum, latum et profundum, y habida también razón de su hipótesis traduccianista o generacianista.

Por lo que hace al maestro de Lactancio, es preciso reconocer que sus ideas psicológicas no eran ni más exactas que las de Tertuliano, ni muy espiritualistas. Arnobio, en efecto, después de afirmar que la inmortalidad conviene solamente a Dios (ingenitus, immortalis, et perpetuus solus est), supone o indica que el hombre no fue producido o creado inmediatamente por Dios, {1} y concluye por enseñar que las almas humanas son una especie de substancias intermedias entre el cuerpo y el espíritu: Non inaniter credimus mediae qualitatis esse animas hominum, utpote a rebus non principalibus editas.[27]

Ya se ha dicho que las ideas de su discípulo Lactancio sobre la materia son más exactas y más espiritualistas que las de Tertuliano y Arnobio; pero no le impidió esto adoptar el error de los milenarios. {2}

En medio de estos defectos e inconvenientes, la escuela separatista tiene el mérito y la ventaja de haber llamado la atención de los hombres pensadores sobre el valor científico, o, digamos mejor, sobre la virtualidad filosófica de la idea cristiana. Al pretender que esta última bastaba por sí sola al hombre en todas sus esferas, y al anular la importancia y valor real de la Filosofía, incurría sin duda en exageraciones inadmisibles; pero al propio tiempo ponía de manifiesto que en la idea católica, en los dogmas y moral del Cristianismo, se hallaba como preformada y virtualmente contenida la solución de todos los problemas más trascendentales y difíciles de la Filosofía. En este sentido, y desde este punto de vista, la escuela separatista o africana prestó un verdadero servicio a la religión y a la Filosofía, porque fue una especie de demostración práctica de que la nueva religión, la religión de Jesucristo, llevaba en su seno el germen y los elementos, no solamente de una regeneración religiosa, sino también de una regeneración filosófica y científica.

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{1}«Sacrilegae crimen impietatis incurrit, quisquis ab eo Deo conceperit hominem esse prognatum.» Contra Gent., lib. II.

{2}«Verum ille (Dei filius) cum deleverit injustitiam, judiciumque magnun fecerit, ac justos, qui a principio fuerunt, ad vitam restauraverit, mille annis inter homines versabitur, eosque justissimo imperio reget.» Instit. divinae, lib. VII, cap. XXIV.