San Agustín (Aurelius Augustinus), hijo de Patricio y Santa Mónica, nació en Tagaste hacia mediados (354) del siglo IV de la Iglesia. Durante su juventud frecuentó las escuelas de Madaura y Cartago, entregándose a la vez a una vida de desórdenes y también a la herejía de los maniqueos, en la cual incurrió siendo ya profesor de retórica en Cartago. La lectura de un libro de Cicerón titulado Hortensius despertó su genio filosófico adormecido hasta entonces, y a los veinte años de edad estudió las Categorías de Aristóteles, entrando así en el templo de la Filosofía bajo los [70] auspicios del fundador del Liceo, lo cual no impidió que diera cierta preferencia a Platón, cuyas tendencias y doctrina filosófica se hallaban más en armonía con su genio sentimental y místico.
Ganoso de brillar en teatro más acomodado a sus aspiraciones a la fama; inquieto y agitado en su interior por el vacío de verdad y de bien que atormentaba su espíritu, se embarcó para Roma, en donde desempeñó por algún tiempo una cátedra de retórica, pasando después a Milán con el mismo objeto. Allí encontró a su madre, a la cual había ocultado su salida de Cartago, y que había venido de ífrica con el objeto de apartarle de sus desórdenes. Durante su permanencia en Milán entró en relaciones con San Ambrosio, cuyos sermones y discursos le condujeron de nuevo al conocimiento de la verdad católica, pero no pudieron librar su corazón de la tiranía de las pasiones. Su conversión fue obra especial de la gracia divina, que, en un momento dado, hizo cesar sus perplejidades, sus luchas y vacilaciones. Treinta y dos años tenía el hijo de Santa Mónica cuando la gracia triunfó de su resistencia y de sus pasiones, y treinta y tres cuando recibió el bautismo de manos de su amigo, maestro y Obispo San Ambrosio. De entonces más su vida fue una vida de santidad y de ciencia cristiana. Vivía vida monástica en compañía de algunos amigos, a quienes dio la Regla que lleva su nombre, adoptada después por varias í“rdenes religiosas. Ordenado de sacerdote por el Obispo Valerio, de quien fue coadjutor o corepiscopus, le sucedió en la silla de Hipona, que ocupó y santificó con sus virtudes hasta su muerte, acaecida a los ochenta y y cuatro años de edad, y mientras que los vándalos [71] tenían sitiada a Hipona. Su cuerpo y su biblioteca fueron respetados por los sitiadores cuando se apoderaron de la ciudad.
Las obras de este insigne doctor de la Iglesia son tan numerosas como admirables por su contenido y por la profundidad de su doctrina. En la imposibilidad de enumerarlas todas, citaremos solamente aquellas cuyo contenido se halla relacionado más directamente con la Filosofía, por más que en casi todas se encuentren pensamientos e ideas de este género. Los principales escritos en que se halla expuesta, aunque por partes, y como diseminada su Filosofía, son:
a) Las Retractaciones, obra en que retracta, corrige y modifica algunas de sus sentencias y opiniones anteriores.
b) Las Confesiones, que contienen la narración de las vicisitudes de su vida moral y el proceso de su vida o desarrollo intelectual hasta su conversión, con cuyo motivo toca ciertas cuestiones y expone ciertas ideas filosóficas.
c) Los libros Adversus Academicos, en los cuales discute las opiniones de los filósofos, y con particularidad las de la Academia en orden a la existencia y conocimiento de la verdad.
d) Los libros De Ordine, el que lleva por título De Vita beata, y los dos libros Soliloquorum, en todos los cuales se tocan y discuten varios problemas pertenecientes a la Filosofía.
e) El libro De Immortalitate Animae y el que escribió poco después con el título De Quantitate Animae, tratados esencialmente filosóficos, como lo es también en gran parte el tratado De Libero arbitrio, [72] dividido en tres libros, y el libro o tratado De Animacuyo objeto es demostrar la espiritualidad perfecta de! alma racional.
f) Merecen contarse también entre los tratados filosóficos el libro De vera Religione, en que se habla del origen y naturaleza del mal, y con mayor razón todavía la obra intitulada De Genesi ad litteram, dividida en doce libros, y en la que se plantean y resuelven varias cuestiones propiamente filosóficas, entre ellas las que se refieren a la divisibilidad infinita de la materia, a la naturaleza del alma humana, y a su origen o propagación.
g) Pertenecen también a este género el tratado De Natura boni, en que se discute de nuevo la naturaleza y origen del bien y del mal; el libro Ad Orosium contra Priscillianistas et Origenistas, en que se refutan varios errores filosóficos, y el tratado De Trinitate, dividido en quince libros, los cuales, si bien contienen en su mayor parte materias dogmáticas y teológicas, ofrecen a la vez frecuentes y notables puntos de vista filosóficos.
h) Finalmente, en la famosa Ciudad de Dios, obra más citada que leída, encuéntranse a cada paso pensamientos y problemas filosóficos, cuestiones, ideas e indicaciones críticas y científicas relacionadas con las ciencias filosóficas. Esta obra, que, según confiesa el mismo San Agustín, más bien debiera intitularse Las dos Ciudades, describe en sus veintidós libros la oposición y la lucha entre el bien y el mal, entre el mundo y Dios, entre la ciencia humana y la ciencia divina, entre la Filosofía pagana y la Filosofía cristiana, oposición y lucha que no pueden narrarse ni discutirse [73] sin narrar y discutir la mayor parte de los problemas filosóficos. Cierto que en esta grande obra, y especialmente en sus primeros libros, tropezaremos con apreciaciones, noticias, detalles y hasta capítulos enteros que ofrecen escaso interés en sí mismos, y hasta con relación al pensamiento fundamental de la obra; pero no es menos cierto que estos defectos se hallan superabundantemente compensados por la majestad de exposición, profundidad de ideas, elevación de miras y unidad armónica de pensamiento que brillan en los doce últimos libros de la obra, de los cuales puede decirse que constituyen la verdadera Ciudad de Dios de San Agustín. En ellos se describe y discute el origen, progreso y destino final de las dos ciudades; en ellos aparece, encarna y se desenvuelve la idea madre de la Ciudad de Dios, que no es otra que la concepción cristiana de la Filosofía de la historia. En realidad, los diez primeros libros de la Ciudad de Dios pueden considerarse como el prólogo, como los preliminares de la obra.