φñZeferino GonzálezHistoria de la Filosofía (1886)

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§ 18. Crítica

Por lo que acabamos de exponer, y por los pasajes citados puntualmente, con otros análogos que pudieran citarse, se ve desde luego que la Filosofía cristiana no necesitó que viniera al mundo la Filosofía semiracionalista de Descartes para poner de manifiesto la importancia científica de la observación psicológica, ni para plantear y resolver el problema de la certeza, como tampoco necesitó de la Filosofía cartesiana para reconocer y afirmar, según reconoce y afirma San Agustín, que en el problema psicológico y en el problema teológico o divino, se halla resumido y representado el problema fundamental de la Filosofía, su objeto esencial: Phiosophiae duplex quaestio est; una de anima, altera de Deo.

Empero el mérito principal de San Agustín como filósofo, consiste en el desarrollo que comunicó a la Filosofía cristiana, haciendo entrar en ella todas las grandes cuestiones que se relacionan con su objeto y esencia propia, y formando un cuerpo de doctrina en [88] que se concentran, aúnan, desenvuelven y armonizan las corrientes varias que hasta entonces habían surcado en sentidos diferentes el campo de la misma. Todas esas grandes corrientes, presintiendo y adivinando, por decirlo así, que se hallaban amenazadas de sucumbir y desaparecer bajo las ruinas amontonadas por el paso de la justicia de Dios a través de Europa y de Asia, parece como que quisieron refugiarse en el gran doctor africano, para que éste, concentrándolas y fundiéndolas en el crisol de su genio poderoso, les diera unidad, y vida y vigor y fuerza bastante para atravesar sin perecer el período de tinieblas, de ruinas, persecuciones y guerras que separan al siglo de la Ciudad de Dios del siglo de la Suma Teológica. Gracias al impulso vigoroso que recibió de San Agustín, la Filosofía cristiana pudo renacer en Santo Tomás con nuevo vigor, y lozanía, y esplendor, después de atravesar ciudades y bibliotecas reducidas a ceniza por el alfanje de los hijos del desierto, y pasando por encima de las ruinas amontonadas por los pies del caballo de Atila.

Así, pues, la Filosofía del grande Obispo de Hipona representa y contiene el primer ensayo relativamente completo y sistemático de la Filosofía cristiana. Encuéntrase realizado en sus obras, bien que de una manera fragmentaria y dispersa, el ideal de esa Filosofía; porque la Filosofía cristiana es el movimiento libre y espontáneo de la razón humana bajo la égida de la razón divina, la cual, dirigiendo y encauzando su actividad, la pone a salvo de los grandes errores y extravíos que en todo tiempo la han deshonrado y pervertido, cuando ha marchado entregada a sus propias fuerzas, al [89] mismo tiempo que agranda y extiende los horizontes de la razón humana. Porque la Filosofía cristiana lleva consigo una especie de refluencia recíproca entre la ciencia humana y la ciencia divina, entre la Filosofía y la Teología. Si la primera suministra a la segunda argumentos, demostraciones, analogías y métodos que la afirman y la aproximan a la razón humana, la segunda suministra a la primera la clave para la solución de los problemas más trascendentales de la Filosofía, de la moral y de la historia, sobre los cuales esparce vivísima luz. La fe, que, aún en el orden puramente humano y natural, es anterior a la razón, lo es mucho más cuando se trata de la fe divina; la cual, por consiguiente, lejos de excluir la ciencia, le prepara más bien el camino (credimus ut agnoscamus.– Crede ut intelligas), y afirma sus pasos, y ensancha su horizonte. Por eso también el ideal de la Filosofía cristiana envuelve y entraña la marcha paralela, armónica y relativamente independiente de la razón y de la revelación, de la ciencia filosófica y de la ciencia teológica: Nisi enim aliud esset credere, et aliud intelligere, et primo credendum esset quod magnum et divinum intelligere cuperemus, frustra dixisset propheta: Nisi credideritis y non intelligetis .

El gran Doctor africano añade que la razón ejerce su actividad y ejerce sus funciones propias, aun cuando se trata de aquellas verdades que son propiamente objeto de la fe divina y de la revelación, porque aún en este caso pertenece a la razón examinar la autoridad que le presenta y manda asentir a aquellas verdades: neque auctoritatem ratio penitus deserit, cum consideratur cui sit credendem. [90]

Puede decirse que hasta en los últimos días de su vida, San Agustín procuró fijar y defender los derechos y el valor legítimo de la razón humana. En algunas de sus obras, el Doctor de la gracia había exagerado la necesidad del auxilio sobrenatural y de la virtud moral (tantum cuique panditur, quantum capere potest propter propriam, sive malam, sive bonam voluntatem); pero en el libro de las Retractaciones modifica estas ideas y desaprueba sus exageraciones acerca de este punto, reconociendo que la razón puede adquirir la ciencia y conocer muchas verdades,{1} independientemente de la bondad moral y de la gracia divina.

Ya dejamos indicado que la Ciudad de Dios representa la creación de la Filosofía de la historia, verdadera ciencia nueva, traída al mundo por el Cristianismo; ciencia que la historia pagana no presintió siquiera, y que, bajo las inspiraciones del moderno racionalismo, se levanta hoy y se rebela con increíble ingratitud contra la religión de Cristo, que le dio el ser.

Mientras que Orosio escribía su historia para rebatir las acusaciones de los gentiles contra el Cristianismo, y mientras que Salviano, en su libro De gubernatione Dei, lloraba cual otro Jeremías sobre los males y calamidades de la época, apuntando o dejando entrever uno y otro la grande ley del progreso humano, que el Cristianismo llevaba en su seno y comenzaba a revelar exteriormente, el autor de la Ciudad de Dios, remontándose sobre estos puntos de vista relativamente [91] parciales e incompletos, trazaba a grandes rasgos la marcha ordenada y progresiva de la humanidad bajo la acción providencial de Dios, bajo las aspiraciones previas y bajo la impulsión presente de la idea cristiana. Las luchas, los desórdenes y las contradicciones que agitan, perturban y conmueven las naciones y los individuos, desaparecen como por encanto para hacernos vislumbrar en su fondo la ley histórica encarnada en el género humano con su unidad de origen, su marcha progresiva a través del choque de las dos ciudades, y su destino final correlativo en la vida futura. A pesar de las negaciones y contradicciones del racionalismo, esta idea, como todas las grandes ideas, se ha perpetuado a través de los siglos, y palpita en el fondo de todas las teorías y trabajos acerca de la Filosofía de la historia. Porque no es sólo en el Discurso de Bossuet donde reaparece; encuéntranse también vestigios y reminiscencias de ella en la Ciencia nueva de Vico con sus corsi e recorsi, y en las Ideas sobre la Historia de la Humanidad de Herder, y en la perfectibilidad indefinida de Condorcet, y en las edades armónicas de Krause, y en la teoría hegeliana y de tantos otros panteístas sobre la Filosofía de la historia.

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{1} «Non approbo quod in oratione dixi: Deus, qui nonnisi mundos verum scire voluisti; responderi enim potest multos etiam non mundos multa scire vera.» Retract., lib. I, cap. IV.