φñZeferino GonzálezHistoria de la Filosofía (1886)

tomo segundo:6061626364656667686970Imprima esta página

§ 69. Escuela propiamente tomista

Como era natural, dada la excelencia de la doctrina de Santo Tomás, junto con el renombre y la influencia que había alcanzado entre los sabios, las corporaciones religiosas y las universidades literarias, la Orden de Santo Domingo proclamó a Santo Tomás su Doctor y maestro, mandando que su doctrina fuera enseñada y seguida por todos.

Por otra parte, los ataques dirigidos contra la doctrina del Doctor Angélico a poco de su muerte, [329] principalmente por algunos Doctores de la universidad de París{1} y de la de Oxford, dieron lugar a calurosas apologías por parte de sus admiradores, contribuyendo a afirmar y esclarecer más y más su doctrina y su prestigio. Lo mismo sucedió con los ataques que algunos franciscanos dirigieron contra su doctrina aun antes de Escoto, y especialmente con los que en 1284, y cuando apenas habían pasado diez años después de la muerte de Santo Tomás, dirigió contra su doctrina el franciscano Guillermo de Lamarre en su Correctorium operum fratris Thomae.

El movimiento en favor de la doctrina del íngel de las Escuelas, movimiento que se deja percibir ya durante su vida, especialmente en Pedro de Tarantasia, que ocupó la cátedra de San Pedro con el nombre de Inocencio V, se hizo más vigoroso después de su muerte, acentuándose más y más con motivo de los ataques mencionados. Los principales representantes de este movimiento durante los últimos años del siglo XIII y primeros del XIV, fueron:

a) Egidio de Lessines, a quien se atribuye un tratado De Unitate formae, publicado cuatro años después de la muerte de Santo Tomás. El objeto principal del autor es afirmar y desenvolver la teoría de su maestro con respecto a la unidad o unicidad del alma en el hombre. [330]

b) Bernardo de Trilia, nacido en Nimes en 1240. Después de enseñar Filosofía y Teología en varios conventos de su Orden, y principalmente en los de Montpellier y París, escribió diferentes obras,{2} entre las cuales sólo llegó hasta nosotros la que trata de la naturaleza y condiciones del conocimiento humano en el estado de unión del alma con el cuerpo: Quaestiones XVIII de cognitione animae conjunctae corpori. Trilia defiende en la obra citada que en la vida presente podemos conocer la existencia de Dios con la sola luz de la razón natural, y también su esencia y atributos principales, aunque no con perfección; que nuestro entendimiento es capaz de conocer con certeza científica muchas verdades, sin necesidad de especial auxilio de Dios; que el origen primitivo y general, aunque no inmediato ni exclusivo, del conocimiento intelectual, son los sentidos, y que no hay ideas innatas.

c) Guillermo de Hottum, profesor en el convento de su Orden en París, y después Arzobispo de Dublín, y su compañero de profesión Tomás Sutton, que enseñó en la universidad de Oxford, defendieron y propagaron también, de palabra y por escrito, la doctrina de Santo Tomás. Lo mismo hicieron Bernardo de Auvernia, que discutió los puntos en que Enrique de Gante se apartó de Santo Tomás, y Juan de París, a quien se atribuye generalmente –aunque algunos lo atribuyen a Egidio Romano– el Defensorium librorum doctoris angelici Thomae Aquinatis in Guillelmi Lamerensis Thomae corruptorium. Esta obra es una refutación [331] detallada del contenido del Correctorium operum fratris Thomae, de Guillermo Lamarre.

d) Guillermo de Tornai, además de otras obras, escribió un tratado acerca de la educación e instrucción de los niños, libro que puede considerarse como el primer ensayo sistemático de pedagogía en la Edad Media. El autor, no sólo demuestra la necesidad y el deber de enseñar a los niños, sino que entra en consideraciones concretas sobre la materia,{3} dando reglas y discutiendo los métodos más convenientes para la enseñanza de la juventud.

e) El discípulo más conocido y fecundo de Santo Tomás por este tiempo, fue Hervé de Nédellec (Hervaeus Natalis), el cual, después de enseñar Filosofía y Teología en varios conventos, y últimamente en París, fue elegido General de toda la Orden en 1318. En sus Comentarios sobre el Maestro de las Sentencias, en sus tratados acerca de la eternidad del mundo, acerca de la bienaventuranza, acerca de la unidad de la forma substancial en el hombre, lo mismo que en sus Quaestiones quodlibetales, Herveo expone y defiende con fidelidad la doctrina filosófica de Santo Tomás, dirigiendo principalmente sus esfuerzos a defender los puntos más vivamente atacados por Escoto. De aquí su detenida discusión del problema relativo al principio [332] de individuación, y su concienzuda refutación de la teoría escotista.

Herveo, como Santo Tomás, afirma terminantemente que el entendimiento humano puede adquirir un conocimiento más o menos perfecto de Dios y de sus principales atributos por las solas fuerzas naturales y sin intervención de la fe divina, por más que no haya faltado en nuestros días algún crítico que le atribuye la opinión de que cuanto concebimos acerca de la esencia divina nos viene de la fe,{4} siendo así que enseña y afirma explícitamente que por medio de la razón natural y de la Filosofía podemos conocer la existencia de Dios, la necesidad y la substancialidad de su esencia, su inmaterialidad, con otros atributos análogos: Deus a nobis potest intelligi et in via tam per naturalem investigationem rationis, quam per revelationem fidei... per naturalem investigationem rationis possumus scire Deum esse, et ipsum non posse non esse..., et quod est substantia immaterialis et intellectualis, [333] sicut patet ex processu philosophorum, qui per solam investigationem rationis cognoverunt eum.

Un año escaso hacía que Hervé había muerto, cuando la doctrina propagada y defendida por él y sus antecesores recibió nueva fuerza y autoridad con la canonización solemne de su autor, realizada por Juan XXII, quien, además de consagrar, en cierto modo, la doctrina de Santo Tomás con esta apoteosis religiosa, pronunció también aquel tot fecit miracula quot scripsit articulos, que contribuyó, sin duda, a que esta doctrina adquiriera mayor autoridad y fuera mirada con mayor respeto entre los católicos. Consecuencia de todo esto fue la revocación del acta o decreto expedido por el obispo de París en 1276, en el cual aparecían reprobadas, bien que no explícitamente, algunas opiniones del Santo Doctor, expresándose en el acta que la revocación de la primera sentencia se hace por cuanto y según que se refiere o se crea que puede referirse a la doctrina de Santo Tomás.

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{1} Sabido es que Esteban Tempier, en unión de algunos profesores de la universidad, condenó como erróneas tres proposiciones relacionadas con el problema de la individuación: 1.ª Deus non potest multiplicare plura individua sub una specie sine materia. 2.ªFormae non accipiunt divisionem, nisi secundum materiam. 3.ª Quia intelligentiae non habent materiam, Deus non potest plures ejusdem speciei creare.

{2} Véase Echard, Scriptores Ord. Praed., t. I, pág. 432.

{3} He aquí los epígrafes de algunos capítulos del libro curioso del escritor dominico del siglo XIII: De instructione puerorum.– De probationibus quod pueri sunt instruendi.–De instructione per parentes.–De modis instruendi.–De scientia qua pueri sunt imbuendi.–De modo acquirendi scientiam.–De modo studendi.– De illis qui tenentur pueros instruere.

{4} Así se expresa Hauréau en su obra De la philosophie scolastique, libro en el cual no faltan graves inexactitudes y apreciaciones erróneas acerca de los escolásticos como filósofos, como tampoco faltan en los í‰tudes sur la Philosophie dans le Moyen Age, de su compatriota Rousselot, el cual, entre otras apreciaciones tan peregrinas como inexactas, atribuye a Santo Tomás la opinión de que las facultades del alma tienen cada cual una existencia distinta entre sí y una existencia separada del alma, y también la opinión de que los actos de la voluntad no son causados effective por esta potencia. Santo Tomás enseña precisamente lo contrario de lo que aquí supone Rousselot. A esto se añade que los textos latinos que aduce se hallan tan mal copiados y tan llenos de barbarismos, que, aun conociendo el lenguaje de la escolástica, es preciso adivinar el sentido, no habiendo apenas un pasaje transcrito o copiado con fidelidad y exactitud.