φñZeferino GonzálezHistoria de la Filosofía (1886)

tomo segundo:7980818283848586878889Imprima esta página

§ 80. Escuela dogmático-realista. Pedro de Ailly

Mientras que Suisset, Buridán, Gregorio de Rimini y Biel continuaban la tradición escéptico-nominalista de Occam, encargáronse otros de conservar y continuar con mayor o menor pureza la tradición dogmático-realista de los grandes escolásticos del siglo XIII. Los principales representantes de esta dirección, sin contar los místicos de que hablaremos después, fueron un francés, un flamenco y un español.

El primero, o sea Pedro de Ailly (Petrus de Alliaco), nació en Compiègne, año de 1350; estudió en el colegio de Navarra en París, y corriendo el año de 1380 recibió el grado de doctor en Teología, facultad que enseñó en aquella universidad, después de haber escrito algunos tratados filosóficos en que se mostraba partidario de la teoría nominalista. Sus lecciones públicas, que fueron muy concurridas, contando entre sus discípulos a Gerson, no menos que sus elocuentes sermones, le acarrearon grande renombre y fama entre sus contemporáneos, que le apellidaron Aquila doctorum Franciae. Obispo de Puy y de Cambray sucesivamente, creado Cardenal en 1411, trabajó con celo, acaso imprudente alguna vez, en la reforma de las costumbres públicas y de la disciplina eclesiástica, y después de tomar parte en la asamblea de Pisa y en el Concilio de Constanza, falleció en Avignon en 1419 o 1420.

Ya queda indicado que en sus primeras [390] producciones Ailly manifestó cierta afición al nominalismo; pero en sus escritos posteriores, y sobre todo en sus Comentarios o cuestiones sobre las Sentencias, que es su obra principal bajo el punto de vista filosófico, apenas quedan algunos vestigios del sistema occamista, con particularidad en lo que se refiere a la dirección escéptica que dominaba entre los partidarios del nominalismo occamista.

Porque si bien es cierto que, al tratar de la existencia y unidad de Dios, parece a primera vista que afirma la impotencia de la razón para demostrar evidentemente estas verdades, nótase por el contexto que se refiere a una evidencia clarísima e inmediata, como la de los primeros principios o la que acompaña los hechos de conciencia. Así es que al discutir la demostración de Aristóteles basada sobre la existencia del movimiento, dice que no posee una evidencia suma, porque podría algún protervo negar la existencia o realidad del movimiento: non est evidens evidentia summa aliquid moveri, diceret enim protervus, quod licet sic appareat, tamen non est sic.

Que esta es la mente de Ailly, dedúcese claramente de varios pasajes en que supone y afirma que la razón natural del hombre alcanza un conocimiento evidente, no sólo de la existencia y unidad de Dios, sino de otros varios atributos,{1} como conoce también [391] evidentemente la inmortalidad del alma racional, su libertad y otras varias verdades que, según Occam, no pueden ser conocidas o demostradas por las solas fuerzas de la razón humana.

En suma: el pensamiento filosófico de Ailly, lejos de representar la tendencia escéptica de Occam, representa, por el contrario, el pensamiento de la escuela dogmática, y hasta puede y debe ser considerado con justicia como uno de los adversarios más notables del escepticismo en aquella época, porque imitando a San Agustín y antes que su compatriota Descartes, reconoció el sentido íntimo como fuente y base de conocimiento y de certeza{2} con respecto a los fenómenos internos.

Añádase a esto, que hasta en el terreno jurídico y civil se separa de Occam el cardenal de Cambray, pues mientras el primero sienta las bases del cesarismo y exagera la independencia del poder civil, el segundo reprueba las tendencias y pretensiones de ciertos juristas (civilis juris doctores) que, arrastrados por su excesiva veneración hacia las leyes imperiales y los edictos del César, no temen despreciar las leyes del Emperador celestial y se oponen a los edictos del César Supremo: ut pro ipsis (legibus imperatoris) venerandis, coelestis Imperatoris leges contemnant; pro ipsis defendendis, edictis Summi Caesaris contradicant.

Ailly, además de ser uno de los primeros filósofos y teólogos de su siglo, poseyó conocimientos [392] especiales en las ciencias físicas y naturales, como lo demuestran sus escritos, y como lo demuestra prácticamente el hecho de que la opinión, doctrina y autoridad de Ailly contribuyeron poderosamente a que Colón se afirmara más y más en sus ideas acerca de la existencia de tierras desconocidas y de la posibilidad de descubrirlas navegando hacia el Occidente;{3} de manera que, así como el P. Marchena y el P. Deza fueron los colaboradores principales de Colón para llevar a cabo su grande empresa, Ailly y Alberto Magno fueron, por decirlo así, sus precursores en el terreno de la ciencia.

——

{1} He aquí cómo se expresa en uno de estos pasajes: «Naturaliter possibile est, viatorem de multis veritatibus theologicis habere notitiam evidentem. Probatur, quia philosophi sequentes rationem naturalem devenerunt ad notitiam evidentem istarum veritatum: Deus est; Deus est unus, bonus, simplex, aeternus, etc.» Quaestiones in 1.? lib. Sent., cuest. 1.ª, art. 2.º

{2} «Quamlibet, escribe, cognitionem suam potest anima nostra cognoscere distincte... Anima nostra scit distincte se scire quidquid et quaecumque ipsa scit.» Ibid., art. 1.º

{3} Aparte de otros testimonios sobre este punto, tenemos el muy autorizado del célebre Fr. Bartolomé de las Casas. Reseñando este escritorlas autoridades de modernos autores que disiparon las dudas de Colón, afirmándole en sus propósitos y dándole certidumbre, como si ya hubiera venido y visto estas tierras, se expresa en los siguientes términos: «Lo primero es lo que Pedro de Aliaco, Cardenal, que en los modernos tiempos fue en filosofía, astrología y cosmografía doctísimo, cancelario de París... dice en sus libros de astrología y cosmografía, y este doctor creo cierto que a Cristóbal Colón más entre los pasados movió a su negocio; el libro del cual fue tan familiar a Cristóbal Colón que todo lo tenía por las márgenes de su mano y en latín notado y rubricado, poniendo allí muchas cosas que de otros leía y cogía. Este libro, muy viejo, tuve yo muchas veces en mis manos, de donde saqué algunas cosas escritas en latín por el dicho Almirante Cristóbal Colón, que después fue, para averiguar algunos puntos pertenecientes a esta historia, de que yo antes aún estaba dudoso.» Historia de las Indias, tomo I, cap. XI.

En otros lugares de su historia, el ilustre dominico y protector de los indios hace mención de la influencia especial que sobre Colón ejercieron las ideas y doctrina de Alberto Magno y del Cardenal de Ailly, los cuales, en unión con el Padre guardián de la Rábida y con el después arzobispo de Sevilla, Fr. Diego Deza, contribuyeron, acaso más que nadie, a la realización de la empresa de Colón, tanto en el orden científico o de las ideas, como en el orden práctico y de los hechos.