Nació este notable filósofo a principios del siglo XV en Barcelona, según la opinión más probable, sin que sea posible fijar ni el año de su nacimiento ni el de su muerte, pues sólo consta que fue médico, y que por los años de 1436 enseñó Filosofía y Teología en Tolosa de Francia.
Su obra principal y más conocida, que hoy lleva generalmente el título de Teología natural o Teodicea, [396] llevó en las primeras ediciones el de Liber creaturarum, sive de nomine. Montaigne la tradujo del latín al francés en 1570, y en España, además de la edición moderna de Barcelona, fue traducida, anotada y publicada en 1616 con el título de Diálogos de la Naturaleza del hombre, de su principio y de su fin.{1}
En cuanto a su contenido, la obra de Sabunde es lo que pudiéramos llamar una teología natural ético-cristiana. La existencia, naturaleza y atributos de Dios, según que pueden ser conocidos y demostrados por la razón natural, tomando como puntos de partida y términos de comparación la naturaleza externa y el alma humana, constituyen la trama principal y el objeto esencial del libro. Pero el conocimiento, desarrollo y aplicación de estas verdades al orden moral bajo el punto de vista cristiano, constituyen también una parte importante de la obra, y de aquí su carácter ético-cristiano, que se descubre principalmente en los últimos capítulos del libro.
El filósofo español, después de probar y demostrar a su manera, y sin acudir a la Biblia, la naturaleza, atributos y hasta la Trinidad de las personas de Dios, prueba también la existencia del pecado original, el modo con que se propaga, sus resultados en la naturaleza; prueba la necesidad y conveniencia del juicio [397] universal y de la resurrección; discurre por razones naturales acerca de la Encarnación y Redención, de la gracia y de los sacramentos, y establece como base de la moral el amor perfecto que el hombre debe a Dios, deduciendo de los atributos divinos la naturaleza de varias obligaciones y de los deberes más importantes del hombre para con Dios en el orden moral.
Los que han dicho que Sabunde fue el precursor de la moderna Filosofía racionalista, o no leyeron su libro, o quisieron engañar a sus lectores. Para quien haya leído este libro y tenga a la vez un mediano conocimiento de la Filosofía y Teología escolástica, es evidente que la doctrina del filósofo español coincide en el fondo con la doctrina de los escolásticos, y más particularmente con la de Santo Tomás. Su concepción y sus teorías sobre la naturaleza y atributos de Dios, sobre la esencia, atributos, potencias y funciones del alma racional, sobre el pecado original, sobre los deberes morales, sobre la Encarnación, sobre los sacramentos, etc., es la concepción misma del Doctor Angélico. La única diferencia que entre la doctrina escolástica y la de Raymundo Sabunde existe, se refiere al método y modo de tratar las cuestiones. La primera toma por base de sus procedimientos científicos, por un lado la revelación, representada por la Biblia, la tradición, la enseñanza de la Iglesia, y por otro lado la ciencia, representada por la razón, la experiencia interna o psicológica, el conocimiento y observación del mundo externo. La segunda se atiene casi exclusivamente a los procedimientos del segundo género, prescindiendo de los primeros, aunque sin negar su valor y utilidad. El procedimiento de los escolásticos tiende [398] a enseñar, convencer e ilustrar a los fieles o cristianos con preferencia a los infieles; el procedimiento o método de Sabunde tiende, por el contrario, a enseñar, convencer y atraer a los no creyentes, como objeto preferente, sin perjuicio de ilustrar a la vez a los creyentes. Así es que en el prólogo auténtico y primitivo de su libro{2} supone y afirma que éste sirve y es suficiente para conocer los errores todos de los antiguos filósofos, de los paganos e infieles, no menos que para reconocer la verdad de la fe católica,{3} y para demostrar la falsedad de las sectas contrarias. [399]
Sin ser del todo exacta, es, sin embargo, mucho más fundada la opinión de los que le apellidaron discípulo de Raymundo Lulio; porque la verdad es que, sin que haya razón para llamarle discípulo de éste, puesto que no adoptó ni sus tendencias y fórmulas cabalísticas, ni sus opiniones especiales, coincide, sin embargo, con su compatriota en algunos puntos, y principalmente en la tendencia a exagerar el poder de la razón humana con respecto a las verdades de fe divina, con especialidad con respecto a la Trinidad. Para convencerse de ello, basta fijar la atención en los raciocinios y pruebas que aduce al tratar de este punto, que pueden considerarse, si no como reproducción exacta, al menos como reminiscencias explícitas de los raciocinios empleados por Lulio. «Dios, nos dice, es realísimamente infinito, de inmensa virtud y fuerza, porque la suma naturaleza es sumamente activa: luego síguese necesariamente que hay en Dios producción de cosa infinita... Es imposible que el infinito en acto pueda ser producido de la nada; porque, a ser de otra manera, hubiera dos dioses contrarios actualmente infinitos; y por lo mismo es necesario que Dios produzca una cosa actualmente infinita de su infinita substancia.» Partiendo de esta base, Sabunde pasa a probar «con algunas razones, que Dios produjo Dios de su substancia», siendo una de ellas que si Dios quiso y pudo producir el mundo de la nada, con mayor razón debemos decir que pudo y quiso producir algo de su misma substancia, que es un modo de producción más perfecto que producir de la nada.
Este modo de discurrir y esta clase de demostraciones coinciden perfectamente con lo que hemos [400] observado en Raymundo Lulio, coincidencia que se nota también entre el afato del filósofo mallorquín y lo que Sabunde señala como primer acto o función del entendimiento, función que consiste, según nuestro filósofo, en «entender las palabras y el sentido de ellas.»
Por lo dicho, se ve que Sabunde, lejos de pertenecer a la escuela de Occam, representa más bien la antítesis de la misma, puesto que mientras Occam y sus discípulos acuden a la revelación divina en busca de certeza, aun para las verdades puramente filosóficas, Sabunde, por el contrario, acude a la naturaleza y a la razón natural para conocer y probar las verdades pertenecientes a la revelación. Con algún mayor fundamento podrían reclamar su nombre los partidarios del ontologismo, porque Sabunde reconoce el valor científico y demostrativo de la prueba ontológica con respecto a la existencia de Dios, y también con respecto a sus atributos como fundamento a priori y norma primitiva del orden moral,{4} en lo cual, no sólo [401] precedió a Descartes, sino que le sobrepujó a causa del desarrollo y aplicaciones al orden práctico que dio a la demostración ontológica.
Por otra parte, el filósofo español no puso toda su confianza en la prueba ontológica, como hizo Descartes, sino que echó mano de otras varias, y entre ellas de la demostración moral, empleada siglos después por Kant, y esto constituye precisamente uno de los caracteres que distinguen y realzan el mérito del filósofo español.
Sabunde demuestra la existencia de Dios, tomando por base y punto de partida el orden práctico. El hombre, nos dice el filósofo español, hace obras buenas y malas, y como tales, dignas de premio y castigo respectivamente; mas como quiera que «el hombre ni se puede premiar ni castigar a sí mismo, por eso se sigue necesariamente que existe algún superior al hombre», capaz de castigar las acciones que son contrarias al orden moral, y premiar las buenas. De aquí deduce Sabunde que se prueba «por el libre albedrío del hombre, que es necesario que el mismo hombre tenga algún superior que pueda con recta justicia premiarle o castigarle, según lo que sus obras merecieren: concluyendo finalmente, después de desenvolver esta demostración, que es cosa «suficientemente probada y [402] cierta que por el libre albedrío que el hombre tiene, es necesario que haya Dios, y el argumento es concluyente y muy fuerte.» Excusado parece advertir que esta doctrina de Raymundo Sabunde contiene el fondo y la esencia de la Crítica de la razón práctica, que constituye uno de los más legítimos títulos de gloria del filósofo de Königsberg.
Diremos, para concluir, que Sabunde representa una reacción sólida, práctica, fecunda y positiva contra la dirección escéptico-nominalista dominante a la sazón en las escuelas, y que de él puede decirse también que cierra con gloria el ciclo de la Filosofía escolástica, considerada en su período de dominación exclusiva y antes que surgiera a su lado la Filosofía moderna, porque ya hemos indicado que la doctrina de Sabunde es en el fondo la doctrina de los escolásticos. Järg dice con mucha razón que Sabunde, «al sentar el conocimiento de sí mismo como base de su teología filosófica, no hizo más que repetir lo que, en pos de San Agustín y los doctores de San Víctor, había enseñado Santo Tomás con su escuela; toma de Duns Escoto la escala de las cosas creadas en su ascensión gradual, y sigue paso a paso, y muchas veces palabra por palabra, a Santo Tomás y Alberto Magno.»
Cualquiera que lea, en efecto, la obra de Sabunde, principalmente en las ediciones latinas primitivas, se convencerá fácilmente de que el fondo de su doctrina filosófica coincide con la de Santo Tomás. En las cuestiones psicológicas, la conformidad de ideas{5} puede apellidarse completa.
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{1} Esta edición, que tenemos a la vista, no fue la primera que se hizo en España, ni tampoco la primera traducción española de la obra de Sabunde, pues ya había sido impresa en Toledo (1504) y en Valladolid año de 1549. En el extranjero tuvo también muchas ediciones y traducciones, lo cual prueba su importancia y popularidad, especialmente en el último tercio del siglo XV y durante todo el siglo XVI. Dícese que en la biblioteca de Múnich existen hasta veinte traducciones de esta obra.
{2} Aludimos al prólogo del autor que se encuentra en la edición antigua, si ya no es la primera, que tenemos a la vista, hecha a principios de 1501; pues los que se encuentran en ediciones posteriores y en las traducciones, están generalmente truncados, y alguna vez completamente variados. Es posible, y muy probable, que la autoridad eclesiástica haya exigido la omisión o modificación del prólogo primitivo y auténtico, el cual contiene, a la verdad, ciertos pasajes y conceptos que merecen calificarse de inexactos y peligrosos desde el punto de vista teológico y ortodoxo, como sucede cuando afirma que por medio de las criaturas y de la ciencia de éstas, contenida en su libro, el hombre conoce sin dificultad cuanto se contiene en la Sagrada Escritura, y esto de una manera cierta e infalible. «Per istam scientiam homo cognoscit sine difficultate et realiter quidquid in Sacra Scriptura continetur: et quidquid in Sacra Scriptura dicitur et praecipitur per istam scientiam cognoscitur infallibiliter cum magna certitudino.» No contento con esto, Sabunde añade que por medio de la ciencia o conocimiento de las criaturas, que forma el objeto y contenido de su libro, el hombre alcanza y posee todas las cosas necesarias para la salvación y para llegar a la vida eterna: Et omnia quae sunt necessaria homini ad salutem et suam perfectionem, et ut perveniat ad vitam aeternam.
{3} «Et cognoscuntur in hoc libro, omnes errores antiquorum philosophorum, et paganorum el infidelium; et per istam scientiam tota fides catholica infallibiliter cognoscitur et probatur esse vera, et omnis secta, quae est contra fidem catholicam, cognoscitur et probatur infallibiliter esse falsa et erronea.» Prol., edic. cit., 1501.
{4} «Muy cierto es que Dios es la cosa más perfecta y buena, y la de mayor excelencia que el hombre puede imaginar: luego es necesario que en sí mismo tenga cuanto creemos ser mejor o más perfecto; y de aquí es que porque es mejor ser que no ser, no podemos pensar que Dios no sea, teniendo, como en realidad tiene, perfectísimo ser. Y porque el hombre puede pensar que Dios es su mismo ser, y que este ser no lo ha recibido de otro, ni de la nada, ni de sí mismo, y ésta es perfección en Dios; de aquí se infiere que Dios es su mismo ser. Y pues que el hombre puede pensar que Dios es eterno, inmenso, infinito, necesariamente es así, porque de lo contrario sería menor que nuestro pensamiento.» Libro de las criaturas o teología natural, cap. X, edic. de Madrid, 1616. –Después de afirmar y probar algunos otros atributos divinos desde este punto de vista ontológico, el autor pasa a considerarlos como razón y fundamento de deberes morales para el hombre, diciendo, entre otras cosas: «Porque el hombre sabe que Dios es justo y bueno, le atribuye aborrecimiento a todo género de pecado y a toda malicia: de donde también se sigue que Dios aborrece infinitamente todo género de vicio, de soberbia y de lujuria, y toda suerte de engaño, fraude o fingimiento. Porque sabe el hombre que Dios es infinitamente bueno, por eso entiende que inmensamente ama toda suerte de virtud, caridad, pureza, humildad, temor de Dios, obediencia, etc.» Ibid., pág. 83.
{5} Como ejemplo, léase el siguiente pasaje que resume en pocas palabras tres conclusiones de la psicología del Doctor Angélico: «Diversitas igitur organorum et instrumentorum in corpore arguit diversitatem potentiarum et virtutum in anima. Sunt tamen etiam aliquae potentiae in anima, quae non exercentur per organum. Et quia omnes operationes procedunt ab anima, necesse est quod tot sint virtutes, tot officia, tot potestates in anima, quot sunt operations dissimiles inter se...
«Istae (intellectus et voluntas) non sunt colligatae nec conjunctae cum corpore, nec cum organo corporali; sed sunt per se operantes sine corpore, nec organicae.» Theologia naturalis sive liber creaturarum, tit. cv.
Porque es de saber que en la edición citada de 1501, la obra de Sabunde no está dividida en libros, ni capítulos, ni párrafos, sino en títulos, en número de 330.