Al historiar el último período de la Filosofía griega, hicimos mérito de la escuela greco-judaica, que tuvo su asiento en Alejandría, su representante principal en Filón y su desenvolvimiento en el gnosticismo judaizante. Esta escuela, que, según allí también dejamos consignado, representa un ensayo de conciliación entre el platonismo, el mosaísmo y el mazdeísmo persa, junto con el emanatismo oriental, amalgamado con ideas cristianas durante el movimiento gnóstico, desapareció insensiblemente de la escena, absorbida en cierto modo por las teorías gnósticas y por la escuela neoplatónica, a las cuales suministró gran parte de sus elementos.
La actividad intelectual de los judíos, especialmente después de la ruina de Jerusalén y su dispersión por el mundo romano, se concentró en la idea religiosa y nacional, resultando de aquí, por un lado, esa gran compilación de las leyes, costumbres y tradiciones religioso-nacionales del pueblo judío, conocida con el nombre de Mischní¢, y, por otro, esa colección de trabajos críticos, de interpretaciones y comentarios sobre los libros sagrados del Antiguo Testamento, conocida con el nombre de Talmud.
La aparición súbita del mahometismo, junto con las rápidas conquistas y grandes transformaciones llevadas a cabo por sus sectarios en el Egipto, la Siria, la Palestina y la Persia, dio nuevas direcciones y [478] abrió nuevos horizontes a la actividad intelectual de los judíos, concentrada hasta entonces y absorbida completamente por el Mischní¢ y el Talmud. Del seno de la Academia judaica, establecida en Babilonia, no tardó en salir el Karaismo, cuyo fundador, Arian ben-David, proclamó el libre examen y discusión del texto bíblico, con independencia de las tradiciones farisaicas y de las interpretaciones rabínicas. Tanto Arian como sus discípulos, apellidados generalmente Karaitas (partidarios del texto bíblico), viéronse naturalmente obligados a buscar en la Filosofía armas para sostener, afirmar y defender sus doctrinas contra los ataques del rabinismo tradicional y autoritario, a la vez que éstos hacían lo mismo con objeto de sostener la ortodoxia judaica contra los ataques del Karaismo. De aquí el estudio de las obras de Aristóteles, y especialmente de su dialéctica, en grande estima tenidas y muy apreciadas entonces entre los árabes, y de aquí el movimiento filosófico entre los judíos del Oriente.
Los principales representantes de este movimiento teológico-filosófico fueron, por parte de los Karaitas, Joseph ha-Roëh, llamado Al-Bacir por los árabes, el cual floreció en el siglo X, y su contemporáneo Ieptieth ben-Ali, a los cuales habían precedido en el siglo IX Al-Mokammec, si bien los escritos de este último fueron teológicos más bien que filosóficos.
El principal adversario del Karaismo fue el famoso Saadia, quien a principios del siglo X (928) regentaba la celebrada Academia de Sora, centro entonces del rabinismo oriental. Su Libro de las creencias y opiniones tuvo bastante séquito entre los talmudistas, y en su comentario sobre el libro de Job, enseña que Satán, [479] y los que se llaman ángeles rebeldes, no son ángeles, sino hombres.
Con la muerte de Saadia coincide el origen, o al menos el desarrollo especial del movimiento filosófico-judaico en España, la cual sucede al Oriente bajo este punto de vista. Aunque la Filosofía siguió cultivándose con mayor o menor éxito en la Siria y el Egipto, sus escuelas quedaron obscurecidas y anuladas por el brillo de las escuelas de España, verdadero centro del movimiento filosófico judaico de la Edad Media.
A esta especie de renacimiento de la literatura judaica en España contribuyó poderosamente Hasdai ben-Schafront, que a mediados del siglo X ejercía la medicina en la corte y en el palacio de Abderramán III y de su hijo Al-Haken II. Este famoso médico judío, que, según testimonio de los mismos escritores musulmanes, gozaba de gran prestigio y crédito con los citados Califas de Córdoba, empleó uno y otro en favor de sus correligionarios, y a su sombra y bajo su protección vinieron del Oriente, y principalmente del Egipto y de la escuela de Sora, doctores judíos, y libros judíos, y médicos y filósofos judíos, que fundaron, en Córdoba primero, y después en otras ciudades, escuelas que se hicieron justamente célebres en los siguientes siglos y que fueron otros tantos centros de cultura intelectual, principalmente en cuanto a Filosofía, astronomía, química, botánica y medicina, hasta que la persecución de los Almohades contra los filósofos y hombres de letras, apagaron su brillo en parte, obligando a sus doctores a diseminarse por las provincias libres ya del yugo islamita. Créese y escríbese generalmente que los judíos en España fueron [480] discípulos de los musulmanes en Filosofía, y que fueron iniciados en esta ciencia por los filósofos árabes. Pero la historia demuestra y dice claramente que los judíos españoles tuvieron escuelas y filósofos notables antes que apareciera en España ninguno de los principales representantes de la Filosofía arábigo-musulmana. Cuando Ibn-Badja, o sea el Avempace de los escolásticos, nació, ya había publicado su Fons vitae Ibn-Gebirol, o sea el famoso Avicebrón, tan citado por los principales representantes de la Filosofía escolástica.