Con la decadencia de la Filosofía escolástica, iniciada, promovida y desarrollada por las diferentes causas que dejamos apuntadas, durante los siglos XIV y XV, coinciden y vense germinar ya desde el primer tercio del último los primeros síntomas del Renacimiento, el cual a su vez puede ser considerado como el punto de partida y como la forma general del movimiento filosófico que representa la transición de la Filosofía escolástica a la Filosofía moderna. Pero no se olvide que este movimiento filosófico, que abraza gran parte del siglo XV y todo el siglo XVI, no debe exclusivamente su existencia y su naturaleza al solo Renacimiento.
Aunque iniciado por éste e informado generalmente de su espíritu renaciente o neopagano, debido en gran parte su desarrollo, sus manifestaciones y sus caracteres a otros grandes sucesos contemporáneos, cuales [6] fueron, entre otros, la invención de la imprenta, el descubrimiento del Nuevo-Mundo, los viajes a la India, las luchas doctrinales provocadas por el protestantismo, las invasiones crecientes de los legistas y del poder civil contra la Iglesia, la formación y preponderancia de la clase media, las tendencias secularizadoras y absolutistas de los gobiernos, y hasta las guerras político-religiosas de la época.
La fermentación producida en los espíritus por todas estas causas, unida a la fascinación causada en los mismos por el Renacimiento, o digamos por la súbita aparición de las artes, de las letras y de la Filosofía greco-romanas, produjo ese movimiento filosófico, confuso, desordenado y complejo, que llena los siglos XV y XVI, y que representa la transición de la Filosofía escolástica a la moderna, o, si se quiere, el predominio y victoria de ésta sobre aquélla. El espíritu humano, atraído por la belleza plástica de la forma griega, desdeñó la belleza ideal y moral de las artes cristianas; lisonjeado en su orgullo y en su afán de independencia por los predicadores del libre examen, fascinado y lleno de entusiasmo en presencia de los nombres, de los escritos y de los sistemas de los antiguos filósofos de la Grecia, marchó desatentado y como ebrio en todas direcciones, abandonando el terreno firme de la subordinación de la idea filosófico-racional a la idea cristiana, echando en olvido y hasta menospreciando aquella sobriedad científica de que tan brillantes ejemplos diera la Filosofía escolástica en sus grandes y nobles representantes. Y la Filosofía del Renacimiento o de esta época de transición, salvas algunas excepciones, se levantó airada contra la Filosofía [7] escolástica, en vez de levantarla de su decadencia, en vez de corregir sus abusos y defectos, en vez de restituirla al buen camino de que se había separado, en vez de perfeccionarla y desarrollarla en sus ideas y soluciones, y, sobre todo, en vez de completarla y agrandar sus horizontes y sus aplicaciones por medio del cultivo de las ciencias físicas, exactas y naturales. Si el espíritu humano, en vez de seguir en el orden filosófico la tendencia neopagana y racionalista del Renacimiento, hubiera restaurado la Filosofía escolástica, completándola y perfeccionándola, y en el orden religioso, en vez de recibir la influencia protestante con sus naturales frutos, el racionalismo y naturalismo, hubiera seguido desenvolviéndose y progresando bajo la influencia del Catolicismo, ¿cuál sería hoy el estado de la Europa? ¿Se hallaría, como se halla, agitada y conmovida por tan funestos presentimientos acerca de su porvenir? ¿Estaría tan amenazada y corroída por esas doctrinas y costumbres de sensualismo universal y por las corrientes ateo-socialistas? Problema es este que bien merece fijar la atención de los hombres que piensan, al menos de aquellos para quienes la Filosofía de la historia entraña algo más que la concepción determinista, y para quienes la historia de la humanidad es algo más que una rama de la física.