Al terminar la historia del reinado o predominio de la Filosofía escolástica, dejamos ya consignadas la notable decadencia y la postración a que habían llegado y en que se hallaban al finalizar el siglo XV. Allí [104] apuntamos también las causas principales de esta decadencia, haciendo notar a la vez que la invasión y predominio del nominalismo occamista en las escuelas fue una de las causas que más influyeron en el fenómeno expresado.
Desgraciadamente para la Filosofía escolástica, el postrer período de su movimiento descendente coincidió con el primer período del movimiento ascendente del Renacimiento, y los humanistas, y los eruditos, y los filósofos neopaganos, y los académicos renacientes con sus extrañas Academias y denominaciones,{1} hallaron franco y expedito paso para atacar y oprimir a la primera, ora tomando ocasión de sus vicios y defectos, ora también a causa de la impotencia y debilidad de sus representantes a la sazón, de algunos de los cuales pudiera decirse que sólo manejaban en su defensa largas cañas, arundines longas, como decía [105] Melchor Cano de ciertos teólogos de su tiempo. Las cuestiones inútiles, el abuso de fórmulas técnicas e ininteligibles, las discusiones alambicadas, el formalismo dialéctico-silogístico, la falta de cultura y de pureza en el estilo y en el manejo de la lengua latina, daban a sus enemigos sobrados pretextos y motivos para dirigir contra ella los acerados dardos de la burla y del sarcasmo, armas favoritas de los renacientes contra la escolástica.
Como sucede siempre en casos análogos, la guerra iniciada y sostenida por los adeptos del Renacimiento contra la Filosofía escolástica se convirtió muy pronto, y puede decirse desde su mismo origen, en reacción violenta, excesiva y exagerada, confundiendo, amalgamando y barajando sin distinción ni discernimiento las diferentes épocas de la escolástica y los nombres de sus representantes. Y no fue sólo excesiva e imprudente esta reacción antiescolástica, sino que, a fuer de tal y avanzando más y más en este camino, se convirtió de antiescolástica en anticristiana. Melchor Cano nos dice que había visto o conocido a muchos, especialmente en Italia (nos ipsi, praesertim in Italia, vidimus multos), para quienes, no solamente significaban poco o nada los nombres de Escoto y San Buenaventura, de Santo Tomás y Alberto Magno, de San Anselmo y San Agustín, sino que preferían o hacían más caso de Averroes, de Alejandro de Afrodisia, de Aristóteles y de Platón, que de los apóstoles San Pedro y San Pablo y hasta del mismo Jesucristo: quibus Averroes, Paulas est, Alexander Aphrodisaeus Petrus, Aristoteles Christus, Plato, non divinas, sed Deus. Y el gran teólogo español, después de reprobar semejante abuso, [106] reprueba con mayor energía, si cabe, la conducta de aquellos que, aun después de constituidos en altísimas dignidades eclesiásticas (postque galeros etiam et infulas), no se cuidaban de enseñar la doctrina bíblica, ni la de los Profetas y Evangelistas, sino la de los Cicerones, Platones y Aristóteles: Qui Scriptura Sacra neglecta.... non prophetas, non apostolos, non evangelistas, sed Cicerones y Platones, Aristoteles, personabant.
De lo dicho en párrafos anteriores se desprende que una parte no escasa de los que durante esta época más se distinguieron por sus ataques contra la escolástica y más se apartaron de su doctrina, fueron precisamente los que adoptaron, unos la doctrina luterana, otros la calvinista, y algunos lo que pudiéramos llamar la heterodoxia pagana y el deísmo, como aconteció con muchos peripatéticos averroístas y con algunos políticos de Italia y Francia. Estas tendencias heterodoxas y deístas, junto con la influencia innegable que los primeros adeptos del Renacimiento greco-humanista ejercieron en el origen y desenvolvimiento de la herejía luterana, fueron causa de que algunos escolásticos, mirando con recelo excesivo y exclusivista las reformas, enseñanzas y prácticas de los representantes y preconizadores del Renacimiento, se obstinaran en defender y practicar el método vicioso y los procedimientos defectuosos que habían producido su postración y decadencia. Otros escolásticos, por el contrario, reconocieron esos vicios y defectos, esforzándose a desterrarlos, tanto de la Filosofía como de la Teología, sin perjuicio de conservar intacto y hasta de acrecentar y completar el fondo de verdad que aquellas entrañan. [107]
De aquí nacieron dos escuelas o direcciones diferentes en el seno de la Filosofía escolástica, según que adoptaron en mayor o menor escala las reformas señaladas por los renacientes y por las circunstancias de los tiempos sucesivos. Algunos, que pudiéramos llamar escolásticos rígidos, se limitaron a emplear un lenguaje o estilo menos inculto, y a eliminar ciertas fórmulas más o menos bárbaras y algunas cuestiones sin utilidad práctica y sin alcance científico; pero dando, sin embargo, cabida en sus escritos a algunas de aquellas fórmulas y a no pocas de estas cuestiones inútiles, o cuando menos concediéndoles una importancia que no merecían.
Otros, por el contrario, a quienes pudiéramos llamar escolásticos restauradores, enseñaron y hasta desenvolvieron la Filosofía escolástica, evitando los principales vicios y defectos que sus enemigos le echaban en cara, y que en realidad la habían conducido a una existencia precaria y decadente en la época que precedió al Renacimiento y coincidió con los primeros pasos de éste.
——
{1} Sabido es que el Renacimiento, especialmente en Italia, se distinguió por el afán característico de sus partidarios por fundar Academias con denominaciones más o menos extravagantes y ridículas para sus miembros o individuos. Además de la famosa Academia florentina della Crusca, nos encontramos en Roma con académicos Humoristi, académicos Fantastici y académicos Lincaei. En Sena había académicos Intronati, en Parma los había Innominati, en Alejandría los había que se llamaban Immobili, y los de Verona se llamaban Filarmonici.
Bolonia tenía una Academia cuyos individuos se llamaban Otiosi, los de Génova se llamaban Adormentati, los de Padua Orditi. En Nápoles había académicos Ardenti, en Milán académicos Nascosti, en Cesena académicos Offuscati, en Ancona académicos Caliginosi, en Fabriano académicos Disunti, y en Rimini académicos Adagiati.
No son estas las únicas Academias renacientes, ni los académicos de más extravagantes denominaciones; que también en Cesena había académicos Catenati, en Luca académicos Oscuri y en Perugia académicos Insensati.