Mientras que los escritores escolásticos que acabamos de nombrar en el párrafo anterior, al mismo [110] tiempo que conservaban el fondo de la Filosofía escolástica, conservaban también sus procedimientos defectuosos, y, llevados de excesivo recelo, evitaban todo contacto con el movimiento literario y filosófico que a la sazón tenía lugar, aparecieron otros que influyeron con sus escritos y con sus ejemplos en la restauración de aquélla. Los medios empleados al efecto fueron dos principalmente: consistió el primero en restablecer la sobriedad en el método y la solidez en las doctrinas que brillaron en la escolástica durante sus mejores tiempos, en el siglo de San Anselmo, de Champeaux y de la escuela de San Víctor, y especialmente en el siglo de Alberto Magno y Santo Tomás, de San Buenaventura, Roger Bacón y Egidio Romano. El segundo medio fue dar entrada, en mayor o menor proporción, a los elementos literarios, críticos y filosóficos que, fomentados por el Renacimiento, chocando unos con otros y combinándose recíprocamente, formaron parte integrante del movimiento intelectual de los pueblos durante aquella época.
Los principales representantes de este movimiento restaurador en la citada época y los que más contribuyeron al mismo, fueron el cardenal Cayetano, Javelli, Francisco Victoria, Domingo Soto, Melchor Cano, Gabriel Vázquez, Arriaga y Francisco Suárez, de los cuales, por lo mismo, haremos después mención propia y especial. Pero al lado de éstos, y siguiendo su dirección regeneradora, brillaron y escribieron en análogo sentido los jesuitas Molina, Fonseca, Soárez, Oviedo y Valencia; los seculares Ciruelo, uno de los primeros catedráticos, y de los que más contribuyeron a consolidar la fundación universitaria de [111] Cisneros,{1} el ya citado Cardillo Villalpando, García Matamoros y Pedro Simón Abril, profesores de la universidad de Alcalá; los dominicos Ambrosio Catarino, Báñez, Medina, Pedro Soto, y más tarde Goudin, autor de una Philosophia thomistica que sirvió de texto en muchas escuelas. í‰stos y otros varios escolásticos, que sería prolijo enumerar, contribuyeron, quién más, quién menos, al movimiento de restauración filosófico-escolástica con sus ejemplos, y sobre todo con sus escritos, bien sea con aquellos que se refieren directamente a la Filosofía, bien sea con sus obras teológicas, en las cuales se encuentran con frecuencia tratados y [112] discutidos problemas importantes de Filosofía, bien sea con obras apologéticas o relacionadas con la exegesis bíblica.
Entre los escritores de esta última clase merecen especial mención Savonarola, como escritor apologético, y Arias Montano, como escritor exegético.
El primero, que nació en Ferrara año de 1452, y que es bien conocido en la historia por los grandes cambios religiosos y político-sociales que su palabra de fuego produjo en Florencia, no menos que por su trágica muerte en 1498 en la corte afeminada de los Médicis, contribuyó a la regeneración de la Filosofía escolástica bajo un doble punto de vista. El primero hállase representado por sus ataques y declamaciones bastante frecuentes contra los abusos de la Filosofía y de los filósofos, y determinadamente contra la importancia y autoridad excesivas que se concedían a Aristóteles.
Sin embargo, la influencia principal y la más estimable de Savonarola, como restaurador de la escolástica, se halla representada por su Triumphus Crucis, especie de apología del Cristianismo, en la cual el grande agitador de Florencia expone y desenvuelve, sin las formas escolásticas, y con una vehemencia de estilo muy en armonía con la impetuosidad de su carácter, la doctrina filosófica y teológica de Santo Tomás perteneciente o relacionada con la apologética cristiana. Porque Savonarola fue discípulo fiel y admirador constante y entusiasta de Santo Tomás, a quien solía apellidar el Gigante. El plan y el contenido substancial del Triumphus Crucis están calcados sobre el plan y el contenido de la Suma contra los gentiles del Doctor [113] Angélico, y en el libro primero, principalmente, Savonarola discute y resuelve los problemas metafísicos, morales y psicológicos más trascendentales y más directamente relacionados con la fe y con la religión católica. Tales son, entre otras, las cuestiones que se refieren a la existencia, la unidad, la eternidad y la omnipotencia de Dios; las que tienen por objeto afirmar y demostrar la Providencia divina sobre el mundo y sobre el hombre, así como la libertad divina en sí misma y en sus aplicaciones a la creación del mundo; las que se refieren al destino final del hombre y a su verdadera felicidad en la vida presente y en la futura, y, por último, las que dicen relación a la naturaleza, facultades y atributos del alma humana, cuya información substancial y cuya inmortalidad discute y demuestra con razones filosóficas el autor del Triumphus Crucis. En este concepto, lo mismo que por la solidez de la doctrina y la perfección relativa del estilo, el libro de Savonarola representa una fase del movimiento regenerador de la Filosofía escolástica. Su tratado Circa il reggimento è governo della cità di Firence, está calcado también sobre el De Regimine Principum de Santo Tomás.
Hemos dicho arriba que Savonarola dirigió frecuentes ataques contra los abusos de la Filosofía y de los filósofos; y ahora debemos añadir que sería sobremanera injusto presentarle como enemigo sistemático de la ciencia y de la Filosofía, según vemos en algunos críticos o historiadores. Mal puede apellidarse enemigo de la Filosofía quien escribió un tratado de lógica, y quien en la obra rotulada De divisione scientiarum, enseña terminantemente que la ciencia, de su naturaleza es buena y útil (scientia enim ex se bona est et utilis), [114] y que lo es también la Filosofía, que sirve al doctor cristiano para defender la Iglesia, para confirmar la fe, para rechazar los ataques de los incrédulos y para defender de sus engaños a los fieles sencillos u ovejas de Cristo: Utilis est Ecclesiae philosophia per se, et ad fidem confirmandam.... admodum est necessaria.... atque oves Christi agnosque ac parvulos ab eorum rabie potentissime defendit.
Cierto es que el gran tribuno cristiano lanza censuras acerbas contra los poetas y humanistas de su tiempo; pero semejantes censuras se refieren a aquellos que, so pretexto de elegancia de estilo, se burlaban de las Santas Escrituras (Sacras Scripturas rugeto naso subsanantes), menospreciando y teniendo en poco a los que se dedicaban a su estudio: Ita despiciant et irrideant, ut eorum sectatores putent pro nihilo habendos.
Por lo demás, añade Savonarola, claro es que yo no condeno la retórica ni la poesía, a las cuales he alabado y enumerado entre las partes de la Filosofía racional: lo que yo repruebo es la petulancia de aquellos que se figuran haber entrado en posesión de todas las ciencias por el solo hecho de poseer el conocimiento de dáctilos y espondeos (cum non habeant nisi dactili et spondei, numerorumque cognitionem.... gloriantur se omnes habere scientias): esto, sin contará aquellos que hacen alarde de renegar de Dios y rechazar su culto para ser tenidos por hombres de ingenio{2} y de saber. [115]
El hecho aquí consignado por el escritor Dominico demuestra que es achaque antiguo en el hombre rechazar la enseñanza cristiana y la fe divina, con el fin de pasar plaza de ilustrado y docto.
El español Arias Montano (Benito o Benedicto), que nació en Sevilla, según algunos, y, según otros, en Fregenal, a mediados del siglo XVI, y que murió en 1611, contribuyó también a este movimiento restaurador con algunos de sus numerosos escritos, y principalmente con el que lleva por título: Liber generationis et regenerationis Adam, sive De Historia generis humani.
Aunque, según indica ya su título, se trata en este libro del hombre considerado principalmente como ser religioso y en sus relaciones con la doctrina bíblica, encuéntranse en él con frecuencia ideas esencialmente filosóficas, entre las cuales ocupan lugar preferente las que se refieren al conocimiento, esencia y atributos de Dios.
Arias Montano, después de afirmar y señalar los dos medios o caminos acordados al hombre para adquirir el conocimiento de Dios, que son la indagación racional (altera, vestigationis) por medio de los efectos, y la manifestación (altera vero, responsi sive ostensionis), o voz reveladora de Dios, concluye que uno de los nombres más característicos de Dios es el de Verdad (solus autem dictus est Veritas), entre otras razones, porque él sólo es el Verum que posee la Verdad por sí mismo: nempe, Deum hunc sive hoc Verum, a seipso Veritatem unice ac singulariter habere.
La evolución de la idea de Dios y de sus principales atributos que a seguida presenta Arias Montano, [116] es altamente filosófica, aunque alguna vez parece que se inclina al tradicionalismo y que exagera la impotencia de la razón humana en orden al conocimiento de Dios,{3} a pesar de lo cual, intenta explicar racionalmente, a ejemplo de Lulio, el origen y proceso de las personas divinas.
Por lo demás, el fondo de su doctrina acerca de la naturaleza y atributos divinos, lo mismo que acerca del mundo, de los ángeles, de la ley natural y demás puntos que trata en la obra citada, coincide con la doctrina filosófica y teológica de Santo Tomás. Su opinión acerca del origen de las lenguas representa un término medio entre los partidarios de la revelación de las mismas y los que atribuyen su origen al hombre. La lengua absolutamente primitiva, que para Arias Montano es la hebrea, fue revelada por Dios al hombre; las demás reconocen un origen humano,{4} siquiera se distingan por su perfección y sean de las más cultas.
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{1} Por encargo del Cardenal Cisneros, Pedro Ciruelo, que era a la vez notable filósofo, matemático y teólogo, explicó por muchos años la Suma de Santo Tomás, del cual era entusiasta admirador. Además de varias obras sobre teología, astronomía y matemáticas, contándose entre las últimas su Cursus quatuor Mathematicarum artium liberalium, escribió algunas esencialmente filosóficas, en las cuales resalta su pensamiento de regenerar la Filosofía escolástica. En el prólogo de sus comentarios super libros Posteriorum de Aristóteles, Ciruelo dice terminantemente que, además de atenerse a una versión pura y enmendada del texto (ex graeco prototipo emendatam insequar), se propone, no solamente evitar, como inútiles, las divisiones minuciosas de los antiguos comentadores, minutissimae illae divisiones priscorum Commentatorum inutiles mihi visae sunt), sino evitar ante todo las cuestiones de poca importancia con sus argumentaciones confusas y sofisticas, más propias para confundir que para aclarar la mente de Aristóteles, limitándose a proponer y discutir cuestiones que sean dignas verdaderamente de la atención de los hombres sabios: «Hinc etenim sese offerunt quorundam veterum commentaria, mille confusionibus plena, quae et potius obscurent quam declarent Aristotelis mentem atque sententiam. Illinc vero recentiorum quaestiones levissimae, quae et argumentorum et sophismatum vermibus totae scatent. Utrorumque igitur incommoda vitare cupiens.... et perlucidum commentarium ad litteram proferam, et dubia unicuique capiti magis idonea, et quae viro sapiente digna videbuntur, ad notabo, resecans omnia impertinentia, quae neoterici miscuerunt.»
{2} «Taceo de multis qui cultum Dei fidemque ejus abnegarunt, eo quod nulla alia ratione se ingeniosos doctosque viros videri posse arbitrantur, nisi Deum vivum, a quo et esse, et vivere, et moveri ingrati acceperunt, blasphemando vituperent.» De divis. scient., lib. III.
{3} «Igitur quidnam Deus quaeque Dei natura sit, humanae indagationis et contemplationis diligentia et opera cognoscere, mortalibus omnino negatum est.» De historia gener. humani, lib. I, cap. II.
{4} «Atque ad hanc tractationem antiquissimae ac primaevae linguae potissimum habenda est ratio, qua primos hominum usos, atque adeo Numen ipsum homines allocutum, suo loco comprobavimus; caeteras vero omnes, quamvis cultissimas, ex hominum consensione et inventione magis quam singulari aliqua Dei lege et iustitutione profecias in usurpationem venisse.» Ibid., cap. IV.