No fueron menores ni el mérito científico, ni la influencia regeneradora de Melchor Cano, condiscípulo y correligionario de Domingo Soto. Este ilustre dominico, [133] que nació en Tarancón por los años de 1509-10, que brilló también mucho en el Concilio de Trento, y que murió en Toledo en el mismo año que su condiscípulo Soto, contribuyó, acaso más que ningún otro escritor español de la época, incluso el mismo Vives, a la regeneración científica. Sin hablar de la Teología, a la cual mostró con su palabra y con su pluma el verdadero camino que debía seguir sin declinar a la diestra ni a la siniestra, y limitándonos al terreno filosófico, es incontestable que su libro De Locis theologicis representa uno de los elementos más influyentes en la regeneración de la Filosofía escolástica. Para convencerse de ello basta recordar:
1.º Que se trata de una obra en que se encuentran a cada paso ideas encaminadas a formar el concepto racional de la Filosofía, y llena de ejemplos y preceptos referentes a su reforma, restauración y progreso, llamando la atención, entre otras cosas, sobre el abuso que cometían algunos escolásticos, ora dedicando largas investigaciones y grandes estudios a cuestiones difíciles de suyo, obscuras y nada necesarias (nimis magnum studium, multamque operam in res obscuras atque difficiles conferunt, easdemque non necessarias), con perjuicio de otras más importantes, ora criticando y juzgando de cosas y personas sin bastante fundamento, dejándose llevar de ideas preconcebidas{1} y de opiniones poco fundadas. [134]
2.º Que en ella se pone de manifiesto la importancia de las ciencias relacionadas de cerca o de lejos con los progresos de la Teología, como son la filología, la crítica, la historia, las lenguas, las ciencias físicas y naturales, insistiendo sobre la utilidad y necesidad de auxiliar y completar los estudios filosóficos, que a su vez sirven de auxiliares a la teología, mediante los autores que se distinguieron por la indagación y los experimentos (magna pervestigatione et multi temporis experimentis) acerca de la naturaleza, y mediante el conocimiento de las cosas físicas y naturales: herbarum, lapidum, animantium, arborum, elementorum, aliarumque rerum terrestrium coelestiumque cognitio.
3.º Que en la ya citada obra, su autor rechaza y condena las cuestiones inútiles y excesivamente sutiles, las discusiones alambicadas o prolijas con exceso, la impropiedad y obscuridad del estilo, y, en general, todos los defectos que más o menos en todas las épocas, pero con particularidad durante los dos siglos anteriores, habían viciado la enseñanza y los escritos de los escolásticos. Melchor Cano tiene, sin embargo, cuidado de advertir que estas censuras no alcanzan a todos los escolásticos, y que por el ingenio o manera de algunos no se debe juzgar de los demás: Ne qui forte in hunc locum inciderint, ex quorumdam ingenio, omnes Scholae auctores aestiment.
Otro de los puntos en que insiste con frecuencia Cano es la independencia del propio juicio, reprobando la práctica de los que admiten las opiniones de otros sin examen alguno (opiniones vel indiscussas amplectuntur), y por ellas pelean pro aris et focis. Pero al [135] sentar esta doctrina, lo mismo que al aconsejar que no se admita como cierto lo que sólo es incierto o desconocido (ne incognita pro cognitis, incertaque pro certis habeamus), el ilustre escritor no incurre en las exageraciones y exclusivismos de muchos renacientes, sino que reconoce la autoridad y la doctrina de los grandes escritores, y con especialidad la de Aristóteles y la de Santo Tomás, maximo gravissimoque theologo atque philosopho, en expresión de Melchor Cano. Porque este teólogo insigne no rechaza ni niega, como pretenden algunos, el predominio relativo de la doctrina de Aristóteles y de Santo Tomás, predominio que constituye uno de los caracteres de la Filosofía escolástico-tomista. Lo que rechaza Melchor Cano es el culto exclusivo y absoluto de la autoridad de estos nombres y de su doctrina. Tan es así, que, sin perjuicio de poner de manifiesto los graves errores de Aristóteles, le concede preferencia sobre el mismo Platón por más de un título,{2} a pesar de la grande y merecida importancia que concedía a este último.
Por lo que hace a Santo Tomás, sin contar otras pruebas e indicios; sin contar tampoco que en sus [136] Relectiones sigue y aprueba su doctrina, los términos en que se expresa al referir la alta opinión que su maestro tenía del Doctor Angélico, indican claramente que tenía en mucho su autoridad doctrinal: tanti divi Thomae sententiam esse faciendam, ut si potior alia ratio non sucurreret, sanctissimi, et doctissimi viri, satis nobis esset auctoritas.
En suma: Melchor Cano contribuyó eficazmente a la regeneración de la Filosofía escolástica,
a) Evitando por su parte, reprobando con sus palabras y rebatiendo en sus escritos los defectos y vicios en que aquélla había incurrido;
b) Recomendando el estudio de la crítica y de algunas otras ciencias, pero con especialidad recomendando el uso de la observación y de la experiencia en las ciencias filosóficas y naturales;
c) Proclamando la independencia relativa de la razón humana en materias científicas y la moderación o sobriedad oportuna con respecto a la autoridad humana.
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{1} «Quid enim tam temerarium tamque indignum sapientis gravitate atque constantia, quam quod non satis explorate perceptum sit et cognitum, id sine ulla dubitatione defendere? Quo loco sane arguendi sunt Scholastici nonnulli, qui ex opinionum, quas in Schola acceperunt praejudiciis, viros alios catholicos notis gravissimis inurunt..» De Locis theolog., lib. VIII, cap. IV.
{2} Después de algunas consideraciones en favor de Aristóteles, especialmente bajo el punto de vista de su comparación con el discípulo de Sócrates, Melchor Cano añade: «Illud constat, neminem in rebus naturalibus (philosophicis) plene eruditum esse posse, si solum Platonem legat: solus autem Aristoteles abunde sat est, ut sit homo in philosophiae tribus omnino partibus eruditus.... Probanda vero magis est D. Thomae opinio (circa Aristotelem et Platonem) sed ita tamen, ut adhibeatur moderatio quaedam.... Placet enim quoque nobis Aristoteles, et recte placet, modo ne repugnantem etiam ad Christi velimus semper dogma convertere: id quod interpretes fere solent.» De Locis theol., lib. X, cap. V.