φñZeferino GonzálezHistoria de la Filosofía (1886)

tomo tercero:4041424344454647484950Imprima esta página

§ 41. Crítica

Las indicaciones que acabamos de hacer acerca del pensamiento metafísico, teológico y ético de Bacon, revelan con bastante claridad que su teodicea y su moral, si es que tal nombre merecen los conceptos aislados y diseminados que a estas ciencias se refieren en sus escritos, son esencialmente incompletas, y con frecuencia inexactas y erróneas. Esta dirección antiteista y antiética se revela también en sus máximas [180] morales y políticas, muchas de las cuales entrañan un fondo de bajeza, de inmoralidad y de corrupción, que ha merecido la reprobación hasta de sus admiradores, que movió a Pontecoulant a decir que Bacon «no tenía ni religión, ni probidad, ni moral», y que ha provocado juicios severos, tal vez demasiado severos, de algunos escritores,{1} contra la moral baconiana. Cierto es que a veces se encuentran en sus escritos ideas y sentencias profundamente religiosas y morales, según dejamos apuntado; pero esto sólo quiere decir que Bacon se contradijo a sí mismo sobre esta materia, como lo hizo en otras, y que no sin razón escribió Séneca: Magna res est unum hominem agere.

Infiérese de lo dicho que el mérito principal, y hasta pudiéramos decir, único de Bacon, consiste en haber llamado la atención de los hombres de letras, sobre la importancia y ventajas de la experiencia y del método de inducción para la restauración y progreso de la Filosofía, o, mejor dicho, de las ciencias físicas, [181] porque ya hemos visto que la Filosofía para el Canciller inglés se reduce a la lógica y a la física, comprendiendo en ésta la fisiología zoológica y la historia natural, toda vez que la ontología, la teodicea, la psicología y la moral, o son ciencias vanas, como la primera, o entran en la esfera de la revelación, como las tres últimas.

Y téngase en cuenta que el mérito de Bacon, baje este punto de vista, queda desvirtuado a causa del exclusivismo sistemático que predomina en su método de experiencia e inducción, condenando en absoluto la utilidad e importancia del silogismo o método deductivo. Tampoco habla muy alto en su favor el menosprecio que afecta hacia los más ilustres representantes de la Filosofía griega y escolástica.

Ya hemos indicado que el ejemplo y la parte práctica no corresponden en Bacon al precepto y a la parte teórica. Después de tanto hablar y preconizar la experiencia y la inducción, y a pesar de todas las reglas y máximas sobre la materia, el autor del Novum Organum no hizo descubrimiento alguno de importancia, y hasta puede añadirse que si alguna vez se aparta de la opinión recibida, es para sustituirla con otra menos sólida y científica. Tal sucede cuando atribuye percepción a todos los cuerpos; cuando hace del alma de los brutos un cuerpo o substancia corpórea tenue e invisible (calore attenuata et facta invisibilis) por razón de esta tenuidad, compuesta de partes oleosas y acuosas, y cuando supone que los cielos son sólidos y que a través de sus agujeros (foramina) vemos las nebulosas.

Lange, testigo nada sospechoso en esta materia, reconoce en Bacon una grande ignorancia científica, en [182] la que la superstición no tenía menos parte que la vanidad. «En este asunto, añade,{2} los hechos son demasiado innegables. El más frívolo diletantismo en sus propios ensayos relativos a la ciencia de la naturaleza; la ciencia rebajada a una hipócrita adulación de corte; la ignorancia o desconocimiento de los grandes resultados científicos alcanzados por Copérnico, Kepler, Galileo, que no habían esperado para hacerlos a la Instauratio magna, una polémica acre, una injusta desestimación de los verdaderos sabios que le rodeaban, como Gilbert y Harvey: he aquí hechos más que suficientes para presentar el carácter científico de Bacon bajo un punto de vista tan desfavorable como el que corresponde a su carácter político y personal, hasta el punto de que la opinión de Macaulay, rebatida ya además con justicia por Kuno Fischer, no es sostenible.»

Así es que, a pesar de los elogios, no del todo desinteresados que le tributaron Descartes, D'Alembert y Laplace, es lo cierto que no poseía el genio de las ciencias físicas, y, lo que es más, ni podía poseerlo, ignorando como ignoraba las matemáticas, y no sospechando siquiera el papel importante que en su época misma y en lo sucesivo estaban llamadas a desempeñar en el desarrollo y progresos de las ciencias físicas; porque, según hemos visto, Bacon concedía poca importancia a las ciencias matemáticas, y las consideraba como apéndices de la física. No es de extrañar, por lo tanto, que su mismo compatriota Hume, lo mismo que los eminentes físicos Biot y Liebig, hayan afirmado que Bacon es muy inferior a Galileo, y que no hizo ningún [183] descubrimiento real en esas mismas ciencias físicas de que tanto hablaba, pudiendo añadirse que ignoraba la verdadera naturaleza y la teoría exacta de esa misma inducción que tanto preconizó y recomendó.

Por otra parte, el llamamiento que hizo Bacon a la experiencia y al método inductivo, postergado hasta entonces, racional y fecundo en sí mismo, se convirtió en perjudicial para la Filosofía y la religión a causa de su exclusivismo sistemático, y a causa también de la ausencia de sentido crítico que se echa de ver en sus obras. En este concepto, Bacon es padre, fautor o cómplice del moderno positivismo ateo-materialista, como lo es de los diferentes sistemas sensualistas y materialistas que le sirvieron de premisas intermedias e inmediatas, y con razón escribe Lange que «el pensamiento dominante del sistema materialista procede de Bacon», quien podría ser apellidado verdadero restaurador del materialismo, siendo además muy difícil «indicar los puntos en que su doctrina se diferencia de la de los materialistas».

Es justo advertir, sin embargo, que hay un problema importante, acerca del cual los partidarios del positivismo contemporáneo no pueden invocar con justicia el nombre y la autoridad de Bacon, y es el que se refiere a la existencia de causas finales. Porque si bien es cierto que algunos historiadores de la Filosofía, y no pocos escritores, suelen colocar a Bacon entre los filósofos que rechazan las causas finales, la verdad es que el Canciller inglés no niega la existencia de estas causas, ni la importancia científica de esta cuestión, sino la oportunidad de su discusión y resolución en la física. Y es que, según Bacon, el problema de las [184] causas finales puede y debe discutirse convenientemente en los libros que tratan de metafísica (in his recte): pero es fuera de propósito (in illis perperam) tratar de esto en los libros de física. En pocas palabras: Bacon opina que la investigación de las causas finales pertenece a la metafísica, y, por consiguiente, que se halla mal colocada en la física, a la cual es extraño este problema: Metaphysicae pars secunda est finalium causarum inquisitio, quam non ut praetermissam, sed ut male collocatam notamus.

Con respecto al problema divino o teológico, el pensamiento de Bacon es todavía más explícito, más terminante y más paladinamente contrario a las ideas y aspiraciones del moderno positivismo materialista, pues ya se ha visto que el filósofo inglés admite y reconoce expresamente que la razón humana puede conocer y demostrar la existencia de Dios y sus principales atributos.

No sucede lo mismo en orden al problema metafísico, porque las vacilaciones y contradicciones de Bacon en esta materia, dan cierto derecho a los modernos positivistas para citarle en su apoyo. Su doctrina acerca de la incognoscibilidad natural del alma racional en cuanto a su substancia, se halla en armonía con las ideas del positivismo y favorece sus pretensiones, así como por otro lado se aproxima al tradicionalismo, al atribuir aquel conocimiento a la inspiración divina.

En resumen: el mérito casi único y exclusivo de Bacon como filósofo, consiste en haber proclamado la necesidad del método experimental y de la inducción para el progreso de las ciencias, cosa que Copérnico, Tico-Brahé, Vives, Galileo y otros habían hecho y [185] hacían entonces con mayor sentido científico, sin sus exageraciones, y sobre todo con verdaderos resultados prácticos para el progreso de las ciencias. En este concepto, César Cantú no anda lejos de la verdad cuando escribe,{3} refiriéndose a Bacon: «Aunque se le citaba mucho, era poco leído, y hasta el año 1730 no se había hecho en Inglaterra más que una sola edición de sus obras. El efecto por él producido fue, por lo tanto, escaso, mientras que la escuela experimental italiana abrió el camino a notables descubrimientos. Bacon es mirado como inferior a Galileo por Hume, su compatriota. Sólo en el siglo XVIII, cuando se comenzó a hacer una guerra a muerte a la Edad Media, fue cuando Bacon se vio ensalzado hasta las nubes, como el hombre que había sabido desprenderse de aquélla; y en atención a que en sus predecesores debían encontrarse solamente ignorancia y credulidad, preciso fue atribuirle el mérito de haber creado de un solo golpe la Filosofía experimental, la única que se quería aceptar para fundarla definitivamente sobre la sensación. Prodigósele entonces el incienso a porfía. Condillac llegó hasta proclamarle el creador de la metafísica, cuando apenas se había ocupado de ella sino incidentalmente. Cuando más adelante la Enciclopedia francesa fue vaciada en el molde de su árbol científico, apareció como el representante del saber moderno, del cual, sin embargo, no había sido más que uno de los promovedores.»

Un crítico de nuestros días, partidario del positivismo materialista, y que en tal concepto no escasea los elogios a Bacon y ensalza mucho sus trabajos [186] filosóficos, no puede menos de reconocer la esterilidad práctica del filósofo inglés y los graves defectos que entraña su doctrina.

«En la práctica, escribe Lefèvre,{4} Bacon no supo sacar partido de su método. La ciencia no le es deudora de descubrimiento alguno. Sus investigaciones personales sobre la densidad, el peso, el sonido, el calor, la luz, el magnetismo, sólo condujeron a errores, y hasta negó muchas de las verdades que constituyen los títulos de gloria de Galileo.»

«Con razón ha sido criticada, añade, la división muy artificial y subjetiva que Bacon propone para las ciencias. Funda esta división sobre la diferencia de facultades que ponen en acción las diversas ciencias, como si todas las facultades del espíritu no concurrieran al conocimiento. La clasificación de las ciencias debe verificarse con relación a sus objetos, y no con relación a las facultades del sujeto que las adquiere, memoria, imaginación, razón. El gran renovador fue infiel a su método en más de una ocasión.»

Es posible, sin embargo, que Bacon hubiera modificado algunas de sus opiniones, si hubiese vivido más tiempo; porque hay que tener presente que algunos de los tratados contenidos en sus obras, y entre ellos el rotulado Sylva sylvarum, sive Historia naturalis, fueron ordenados y publicados después de su muerte por sus discípulos.

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{1} He aquí como se expresa la Enciclopedia del siglo XIX: «La moral del canciller Bacon era una moral muy relajada, y tal cual debe esperarse naturalmente de un hombre que llevó la ingratitud hasta el punto de arrastrar al cadalso a su bienhechor; que se convirtió después en el adulador más vil de Jacobo I, y que por complacer a este príncipe, gran admirador de Enrique VII, escribió la vida de este Rey, y encontró reflexiones panegiristas para el asesino de Stanley. ¿No deberían ser arrancadas sus obras de las manos de la juventud, cuando se llega a los consejos que Bacon dirige al hombre que quiera ser autor de su fortuna? He aquí un fragmento tomado al acaso: «Si habéis incurrido en la desgracia del Príncipe, no os retiréis de su presencia; conviene aparentar que no sois insensible a la indignación del Príncipe, sea por una especie de estupidez, o por una altivez excesiva... Haced recaer con destreza vuestra falta sobre los otros.»

{2} Histoire du Material., tomo I, pág. 481.

{3} Hist. Univ., í‰poca XV, cap. XXXV.

{4} La Philosophie, pág. 287.