Contemporáneo también y compatriota de Leibnitz fue el P. Atanasio Kircher, el cual, sin ser filósofo en el sentido propio de la palabra, y sin haber escrito siquiera una obra importante de Filosofía, merece, sin embargo, que se haga mención de su nombre y sus escritos en la historia de esta ciencia. El siglo XVII podrá presentar muy pocos escritores de conocimientos tan extensos y variados, y tal vez ninguno de fecundidad literaria tan grande como el P. Kircher, que, nacido en las cercanías de Fulda en los primeros años do aquel siglo (2 de Mayo de 1602), murió en Roma a los setenta y nueve de su edad. [334]
Que la fecundidad literaria de este jesuita alemán fue verdaderamente admirable, pruébanlo los veintinueve volúmenes en folio que componen sus obras, sin contar algunas inéditas; y que sus conocimientos fueron muy variados y verdaderamente enciclopédicos, pruébalo el contenido de esos volúmenes, en que se habla de todas las ciencias y de casi todas las artes e industrias entonces conocidas. Pero a la universalidad y a la variedad de sus conocimientos no responden ciertamente la profundidad y la exactitud de las ideas. Al lado de algunos descubrimientos físicos y matemáticos; al lado de observaciones atinadas sobre muchas materias; al lado de ciertas ideas más o menos originales y sólidas, abundan ideas y afirmaciones arbitrarias, rebuscadas y peregrinas hasta rayar en extravagantes. Los títulos mismos y epígrafes de sus obras{1} indican y revelan su tendencia a lo peregrino y paradójico.
Efecto y expresión de esta tendencia fue la importancia que concedió a la doctrina de Lulio, y con especialidad a su famosa Ars magna, hasta el punto de escribir un grueso volumen con el designio de perfeccionar y restaurar la teoría luliana (meum de Lullianae Artis doctrina emendanda restituendaque consilium) sobre la materia. Y en verdad que el jesuita alemán llevó mucho más lejos que el franciscano mallorquín [335] las combinaciones de términos, ideas y modos de demostración; en prueba de lo cual, bastará tener presente que el primero encuentra nada menos que 6,561 modos de probar la existencia de Dios{2} en su Ars magna, y que éste contiene muchas más series de combinaciones y aplicaciones que la de Raymundo Lulio.
Ya dejamos indicado que no todos los trabajos de Kircher se resienten de estos defectos, al menos en igual grado que el Ars Magna y algunos otros, pues en el terreno de la historia y de las lenguas antiguas, en el de la arqueología y de las matemáticas, pero sobre todo en el de las ciencias físicas y naturales, abundan en sus libros pensamientos sólidos y exactos, ideas útiles y científicas. Tanto es así, que Buffon y otros muchos naturalistas han explotado y utilizado las obras del P. Kircher, en las cuales, y principalmente en el Mundus subterraneus y en el Ars magna lucis et umbrae, se encuentran los antecedentes y los materiales de algunas teorías físicas, químicas y geológicas, o presentadas como originales, o desenvueltas por escritores que vinieron después.
Por lo que hace a la Filosofía propiamente dicha, es innegable que Kircher profesa las ideas de la Filosofía escolástica, lo cual es una prueba más de que ésta no se opone al estudio y cultivo de las ciencias físicas y [336] naturales. Ora se trate de los sentidos, de la imaginación, del entendimiento agente y posible, del origen y naturaleza de las ideas, de la esencia, atributos e inmortalidad del alma, con otras cuestiones psicológicas; ora se trate de cuestiones metafísicas, el P. Kircher, cuando las toca, las resuelve en el sentido de la Filosofía escolástica, aun en aquellas cuestiones que la fe deja libres{3} o que no se rozan con el dogma.
Es justo advertir, sin embargo, que sus reminiscencias y aficiones lulianas, unidas al empeño de buscar y señalar relaciones, proporciones y analogías en todas partes, le arrastran más de una vez a estampar frases de pronunciado sabor panteísta, tomadas aisladamente, si bien pierden este sabor en virtud de los antecedentes y consiguientes, no menos que del espíritu general de sus escritos y doctrina. Así vemos que Kircher no se limita a la afirmación de una forma universal, como Lulio, sino que supone y afirma que Dios es esta forma universal o católica (Deus forma rerum catholica), como él dice, o al menos la forma absoluta de las formas substanciales de las cosas finitas: Non est igitur Deus forma terrae, aeris... sed formae [337] ipsius terrae, aeris, aquae absoluta forma... Ipse enim (Deus) forma operis sui, se dedit mundum sensibilem.
Kircher puede ser considerado como un punto de intersección, o, digamos mejor, como una especie de foco en que se reflejan simultáneamente el fondo de la Filosofía escolástica, las ideas combinatorias de Lulio, la actividad febril del Renacimiento con sus múltiples y encontradas tendencias, y las aspiraciones naturalistas y experimentales de la ciencia moderna. Trátase aquí de un escritor en quien la imaginación predomina sobre la razón; el conocimiento empírico sobre el conocimiento filosófico; la erudición sobre el genio, y en quien, por último, la muchedumbre y variedad de conocimientos resultan esterilizados en parte por falta de profundidad, de solidez y, sobre todo, de método científico.
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{1} Casi todos estos títulos son más o menos extraños y originales, pudiendo citarse como ejemplo los siguientes: Iter extaticumcoeleste.–Turris Babel sive Archontologia.–Sphinx mystagogica.–Ars magna lucis et umbrae. –Alunurgia universalis, sive ars magna consoni et dissoni. – Phonurgia nova sive conjugium mechanicophysicum artis et naturae paranympha Philosophia concinnatum.
{2} Al hacer aplicaciones de su arte magna o combinatoria a la cuestión de la existencia, de Dios, an Deus sit?, Kircher escribe: «Respondetur affirmative. Hoc probare poteris 6,561 modis. Sed ne chartam innumeris combinationibus impleamus, id tantum per unam columnam Abaci primi de Bonitate, comprobare tentabimus, ut ex uno paradigmate, reliquorum combinationem luculentius percipiat lector.» Ars magna sciendi seu combinatoria, t. II, lib. VI, cap. III.
{3} Así vemos que, aun en la cuestión referente al origen inmediato y proceso o formación del conocimiento intelectual, Kircher sigue la opinión más generalizada entre los escolásticos: «At quoniam intellectus immaterialis corporeae imaginis incapax est, hinc species sensibiles seu phantasmata a sua corporeitate, antequam in intellectu recipiantur, depurare oportet. Non potest autem corporeae imaginis phantasma defaecare seipsum... ergo ab alio, qui non est alius quam intellectus, qui duplex est, agens et patiens. Agens facit intelligi, et intelligere; patiens et intelligit et recipit intelligibilia. Si agens facit intelligi et intelligere; ergo ex specie sensibili faciet speciem intelligibilem.» Ars magna, lib. V, cap. II.