Filosofía en español 
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Tomo primero Carta vigésima

De los remedios de la Memoria

1. El ansia, que V. R. me manifiesta de aprovechar en el estudio, me deja gustoso, y edificado; como al mismo tiempo compadecido la queja de la cortedad de Memoria; para cuya enmienda solicita de mí la noticia de algún remedio natural, si le hay, para aumentar las fuerzas de esta potencia.

2. Hijo mío, tengo poderosos motivos para complacer a V. R. en la satisfacción de esta demanda: la importancia del fin, la hermandad de la profesión, finalmente, lo mucho que he debido, y aún estoy debiendo a su Padre. Pero en [167] vez del remedio, que me pide, sólo puedo dar a V. R. el desengaño, de que hasta ahora no se ha descubierto tal remedio; cuyo conocimiento le puede ser útil, ya para excusar el trabajo de buscarle, ya para evitar el riesgo de gastar su dinero en alguna droga inútil, y costosa, que algún fraudulento Boticario le venda, como eficacísima para aumentar la Memoria. Cuando digo, que hasta ahora no se ha descubierto tal remedio, hablo de remedio, que tenga efecto permanente; esto es, que usándole alguna, o algunas veces, no sólo por el tiempo de su uso auxilie la Memoria, mas quede esta facultad con mayores fuerzas estables, que las que tenía antes. No dudo yo de que hay algunos medicamentos, que prestan a la Memoria un beneficio pasajero; esto es, sólo por aquel día, en que se usan. Tales son varias especies aromáticas, como el Ámbar, las Cucebas, el Cardamomo, el Incienso; y de los medicamentos compuestos, el Agua de Magnanimidad, y la Confección Anacardina. En general, todos los Cefálicos, o Confortativos del cerebro hacen este efecto. Diré una experiencia que tengo, de que hay algunos remedios tales. Estando en nuestro Colegio, de Pasantía, de San Pedro de Exlonza, ocurrió quejarme de lo mucho que padecía de fluxiones reumáticas, en una conversación, en que se hallaba presente un Cirujano de Mansilla, Lugar poco distante de aquel Monasterio, el cual, oyéndolo, ofreció enviarme unas píldoras capitales, que componía, o tenía el Boticario de aquel Lugar, y las había experimentado admirables para confortar la cabeza. Acepté el remedio, y le usé por tres veces, tomando ciertas dosis de las píldoras al tiempo de acostarme. Eran purgantes; pero demás de este efecto, experimentaba el de que la mayor parte del siguiente día tenía duplicadas fuerzas mi Memoria. No trate de inquirir la composición de las píldoras, pareciéndome, que no valía esta pena un beneficio de tan corta duración, que aun no se extendía a veinticuatro horas, después de tomado el medicamento; y para muy repetido tenía el inconveniente de la purgación. Tengo también alguna experiencia de las Cubebas (granos aromáticos, [168] que vienen de la isla de Java, y son del tamaño, y figura de los de pimienta) que algunos Autores recomiendan como admirables para la Memoria; tres, o cuatro veces tomé dos, o tres de estos granos, para hacer experiencia de su eficacia, y hallé que algo sirven; pero el efecto aún es de menos duración que el de las píldoras, de que he hablado.

3. No se puede, pues, esperar alguna ventaja considerable en el provecho del estudio por medio de estos auxilios, no siendo su uso muy frecuente. Pero éste no le aconsejaré yo a V. R. ni a nadie; antes lo disuadiré a todos, avisado de Etmulero, que como cosa muy experimentada, asegura, que los medicamentos aromáticos, que suelen recetarse como más activos a favor de la Memoria, siendo muy repetidos, o tomados en alta dosis, enteramente la destruyen, y aun inducen fatuidad, o estupidez. Así, solo se puede usar de ellos en uno, u otro caso de alguna urgencia, como en el de una lección de oposición. Y aun en tales casos sería yo de dictamen, que el medicamento se tomase muy pocas horas antes del acto, y aun acaso sólo una hora antes. La razón es, porque en los pocos experimentos que hice de las Cubebas, hallé, que pasado aquel poco de tiempo, que fortalecen en la Memoria, queda ésta, por unas pocas horas, más torpe, que estaba antes de tomarlas. De modo, que la esfuerzan por poco tiempo; y disipado el influjo, el mismo esfuerzo la deja fatigada.

4. Fuera de las experiencias propias, otra, de que fui testigo, me persuadió la poca, o ninguna utilidad de estos remedios. Un Condiscípulo mío de Artes, hijo de un Médico de muy buenos créditos, reconociéndose de cortísima memoria, escribió a su padre, pidiéndole remedio para mejorarla. Enviole éste cierta composición en forma de masa, prescribiéndole, que de ella formase unos como piñones, de los cuales tendría uno metido en cada nariz al tiempo de estudiar. Víle ejecutarlo así repetidas veces. Todo lo que lograba, era mandar a la memoria una tercera parte más de lección, que antes; y aun a este exceso me parece cooperaba el mayor conato, que entonces ponía en el estudio, por [169] no perder nada del fruto del remedio. En lo habitual nada adelantó. No supe de qué ingredientes constaba la confección, sólo se percibía por el olfato, que había alguno, o algunos aromáticos.

5. Pero porque V. R. hace en su Carta especial mención de la Anacardina, por haber oído, que ésta es el remedio supremo para la Memoria, diré lo que particularmente en orden a él tengo entendido. Es así, que en todo el mundo es celebrada esta confección para el efecto dicho, y se refieren notables maravillas de su eficacia, señalando a veces tal, o tal sujeto, que siendo antes de debilísima memoria, después de tomar la Anacardina, retenía al pie de la letra cuanto leía. Pero le aseguro a V. R. que todos éstos son cuentos. En la Religión sonó mucho, que la prodigiosa memoria de nuestro Cardenal Aguirre era el efecto de la Anacardina, que su padre, el cual era Médico, le había dado siendo niño. Yo supe de buena parte ser esto falso, y que aquel Sabio Cardenal sólo había debido su gran memoria a la constitución nativa de su cerebro. En los Autores Médicos no se leen esas altas ponderaciones de la virtud de la Anacardina. Por lo común le nombran en montón, con otros remedios de la Memoria. Yo no vi, ni supe en particular de alguno que la tomase; pero el Doctor Don Gaspar Casal, Médico del Cabildo de esta Santa Iglesia, hombre de mucha experiencia, y observación, me dio noticia tan segura en la materia, como la que yo podría adquirir por observación propia; porque preguntando por mí si tenía alguna experiencia de este medicamento, me respondió, que a tres Estudiantes, a solicitación de ellos, le había dado, sin que de él, a ninguno de los tres, se siguiese mejoría alguna en la facultad memorativa. Con que de este medicamento se debe hacer el mismo juicio que de las Cubebas, y otros; esto es, que fortifica la Memoria por el día en que se toma, sin pasar el efecto más adelante.

6. Lo peor es, que siendo tan corta la utilidad, que resulta de este medicamento, el daño puede ser mucho. Etmulero, a quien citamos arriba, hablando particularmente [170] de la Anacardina, dice, que algunos con su abuso enloquecieron; y así persuade, que nunca, o rarísima vez se eche mano de este medicamento: Eius abusu quidam insani, alii acute febricitantes facti fuerunt; adeo, ut rarissime, vel numquam sit usurpanda. (tom. 2. ubi de laesione Memoriae). Y en el tom. 3, hablando de esta confección, (pag. 354. Edit. Venet. ann. 1712.) viene a repetir lo mismo, si se frecuenta su uso; añadiendo, que destruye enteramente la Memoria: Propter ingredientia nimis aromatica, caute usurpetur, cum abusu eius, memoria penitus abolita, & fatuitas reddita fuerit; quin etiam incaute usurpata, febriculas accersit, & senes labefactat...

7. De aquí infiero, que acaso tiene algún fundamento lo que vulgarmente se dice, que la Anacardina quita el uso de alguno de los cinco sentidos. He oído, que nuestro insigne Boticario Fr. Esteban de Villa, en un Libro suyo trata esto de error vulgar, diciendo con gracia, que sólo quita el tacto del dinero, que por ella se da al Boticario. Pero siendo verdad lo que dice Etmulero de los grandes estragos, que a veces hace en el Entendimiento, y en la Memoria, no hallo dificultad, antes bastante verisimilitud, en que tal vez prive del uso de alguno de los sentidos externos. Aquello no puede ejecutarlo, sin alterar mucho la constitución del cerebro; y si el medicamento es capaz de esto, es capaz por consiguiente de hacer una tal impresión en el origen de los nervios, que sirven a las funciones de este, o aquel sentido externo, que pierdan enteramente su uso.

8. Es bien advertir, que la causa a que atribuye Etmulero el ser tan nociva al Entendimiento, y Memoria la Anacardina, acaso existe en todos los demás medicamentos, que se predican como utilísimos a la Memoria. La confección Anacardina se llama así, porque la basa de ella es el Anacardo; (fruto de un árbol de la India Oriental) pero se mezclan con este fruto algunas especies muy aromáticas, que son las que, según el Autor citado, dañan tanto a las dos potencias. Tengo entendido, que no hay medicamento alguno muy aplaudido para la Memoria, que no sea muy aromático, [171] o que no contenga algunos ingredientes muy aromáticos. Así de todos se deberá temer más, o menos el mismo daño. Del Ambar, que es recomendadísimo para la Memoria, habla tan mal Etmulero como de la Anacardina. Esto es todo lo que alcanzo en orden al provecho, que la Memoria puede esperar de la Medicina, y todo lo que sobre el asunto puedo responder a V. R. a quien guarde Dios, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo primero (1742). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión), páginas 166-171.}