Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo primero Carta vigésimo primera

Del arte de Memoria

1. Persuadido ya V. R. a lo poco que puede esperar de los medicamentos para lograr grandes progresos en el estudio, apela de la Anacardina al Arte de Memoria, preguntándome si hay tal Arte, si hay Libros, que traten de ella, y si por sus reglas podrá conseguir una Memoria extremadamente feliz, como de muchos se cuenta, que por este medio la han conseguido. Materia es esta, sobre que hasta ahora no hice concepto firme. Muchos han dudado de la existencia del Arte de Memoria, inclinándose bastantemente a que éste sea un cuento como el de la Piedra Filosofal. Pero son tantos los Autores que deponen de su realidad, que parece obstinación mantener contra todos la negativa. Acaso cabrá en esto un medio, que es admitir que hay un Arte, cuyo método, y reglas pueden auxiliar mucho la Memoria, y negar, que el auxilio sea tan grande como ponderan muchos. Lo primero es fácil de concebir. Pero en lo segundo confieso, que mi entendimiento apenas puede, sin hacerse gran violencia, asentir a la posibilidad. No hallo dificultad alguna en que haya hombres de Memoria, naturalmente tan feliz, que oyendo un Sermón, le repitan todo al pie de la letra; pero que en virtud de algún artificio haga lo mismo quien sin él no podría repetir cuatro cláusulas seguidas, se me hace arduo de concebir. Sin embargo, [172] no es ésta la mayor maravilla que se refiere del Arte de Memoria. Marco Antonio Mureto testifica, que en Padua conoció a un Joven, natural de Córcega, el cual dándole muchos centenares de voces de varios idiomas, totalmente inconexas, mezcladas con otras, formadas a arbitrio, o no significativas, no sólo las repetía prontamente sin errar una, siguiendo el orden con que las había oído, mas también, ya con orden retrógrado, empezando de la última, ya empezando en otra cualquiera, a arbitrio de los circunstantes; pongo por caso: Si le decían que empezase por la centésima vigésima quinta, desde aquélla proseguía; o con orden directo, hasta la última; o con orden retrógrado, hasta la primera. Dice más, que el Joven aseguraba, que podía ejecutar lo mismo, hasta con treinta y seis mil voces inconexas, significativas; o no significativas; y que se le debía creer; porque nada tenía de jactancioso.

2. Verdaderamente se hace inconceptible, que el Arte pueda tanto. Pero siendo tan grande el prodigio, le engrandece mucho más lo que el mismo Mureto añade, que en pocos días se puede enseñar este Arte. El dice fue testigo de que el Corzo enseñó en siete, o en menos de siete días a un noble Mancebo Veneciano, llamado Francisco Molino, que estaba estudiando en Padua, y habitaba en la misma casa que Mureto; de modo, que siendo aquel mancebo de débil memoria, Memoria parum firma, dentro de pocos días se puso en estado de repetir más de quinientas voces, según el orden que quisiesen prescribirle: Nondum sex, aut septem dies abierant, cum ille quoque alter nomina amplius quingenta, sine ulla difficultate, aut eodem, aut quocumque alio libuisset ordine, repetebat. El Corzo decía, que un Francés, Ayo suyo, siendo muchacho, le había enseñado el Arte; y él no se hizo de rogar para enseñársele al Veneciano; pues no bien éste le insinuó su deseo de aprenderle, cuando el Corzo se ofreció, señalándole la hora en que cada día había de acudir a tomar lección. De todo lo dicho, no sólo fue testigo ocular Mureto; pero cita también otros, que asímismo lo fueron. [173]

3. Yo no sé si cuatro, cinco, ni seis testigos son bastantes para persuadir maravillas tales; mayormente cuando sobre la gran dificultad, que ofrecen los mismos hechos, ocurre otra bien notable, en que algunas veces he pensado. ¿Cómo, pudiendo aprenderse este admirable Arte en tan poco tiempo, no se ha extendido mucho más? ¿Cómo los Príncipes, que cuidan de la buena instrucción de sus hijos, no les dan Maestros, que se le comuniquen? ¿Cómo los mismos Maestros no van a ofrecerse a los Príncipes? Lo mismo digo respecto de los Señores, que destinan algunos hijos a las dignidades Eclesiásticas. Un Simple Pedagogo Francés que enseñó el Arte a un particular de Córcega, ¿no adelantaría mucho más su fortuna, ofreciendo tan apreciable servicio a algunos Señores principales? Donde es a propósito notar, que el Arte sería de suma utilidad, no sólo para los que se dan a las letras; mas también para todos, de cualquier clase, o condición que sean. Por ventura, ¿no es cosa importantísima en la vida humana, y en cualquier estado de ella, estampar en la Memoria cuanto se ve, se lee, y se oye; retener los nombres, y circunstancias de cuantas personas se tratan; no olvidar jamás alguno de sus propios hechos, dichos, y pensamientos? El que poseyese esta ventaja, sobre hacerse sumamente respetable en cualesquiera concurrencias, ¿no haría mucho mejor sus negocios, y caminaría con más acierto, y seguridad a sus fines? ¿Pues cómo, pudiendo esto producir grandes intereses a los Maestros del Arte, no ofrecen su servicio en la enseñanza de ella a los Príncipes, y Grandes Señores?

4. No encontrando satisfacción competente a éstos, y otros reparos, esperaba hallarla en un Libro, que sobre el asunto escribió el Señor Don Juan Brancaccio, con el título de Ars Memoriae vindicata, que compré algunos años ha con este fin, y retengo en mi Librería. El título del Libro, y las recomendables circunstancias del Autor, eran unos grandes fiadores, o fundamentos de mi esperanza. Con todo, falta en él lo más esencial para mi satisfacción; y aún pienso, que para la del Público. Alega el señor Brancaccio [174] varios Autores, que testifican de la existencia del Arte de Memoria. Refiere varios hechos de las prodigiosas ventajas, que esta potencia logra, a beneficio de aquel Arte. De uno, y otro, aunque no con tanta extensión, e individualidad, ya antes estaba yo bastantemente enterado, sin que ni uno, ni otro me convenciese. Hace una larguísima enumeración de los que por este medio aumentaron casi inmensamente su facultad Memorativa. Mas a la verdad, de los más no consta, (y de no pocos consta lo contrario) que debiesen aquella felicidad al Arte, y no precisamente a la Naturaleza. Sea lo que fuere de esto, repito, que nada de lo dicho convence; porque otro tanto se puede alegar, y de hecho se alega, por la existencia de la Piedra Filosofal. Cítanse Autores que la testifican, refiérense algunas transmutaciones de hierro en oro, con circunstancias de lugar, tiempo, y testigos; enuméranse muchos sujetos que han poseído el Arte de la Transmutación; sin que todo esto obste a que los prudentes tengan por fábula lo que se jacta de la Piedra Filosofal.

5. Lo que únicamente sería decisivo en la materia, y falta en el Libro del señor Brancaccio, es revelar el artificio, con qué se consiguen aquellas grandes ventajas a la Memoria; cuya reflexionada inspección fácilmente manifestaría, si por medio de él son asequibles aquellas ventajas; así como el atento examen de una máquina, luego da a conocer, si tiene fuerzas para los movimientos a que se destina. De esto tenemos un ejemplo oportuno en el Arte de enseñar a hablar a los mudos; pues aunque esta propuesta se representa a algunos de imposible ejecución, luego que se les da alguna idea de los medios, que para ella se toman, conocen, y asisten a la posibilidad. Siendo el intento del señor Brancaccio persuadir la existencia del Arte de Memoria a todo el mundo, contra los impugnadores de ella, como manifiesta en el título, y en el Prólogo; ¿por qué no usó contra ellos de este concluyente argumento? Mayormente cuando en este descubrimiento hacía un insigne beneficio al Público. El trabajo sería poco; pues si el Corzo, de quien habla Mureto, [175] enseñó al Discípulo Veneciano este Arte en pocos días, no ocuparía, estampado en el Libro, muchas páginas. No sólo no le añadiría trabajo, mas se le minoraría; porque hecho esto, todo lo demás, que contiene su Libro, es excusado para el intento.

6. Hágome cargo, de que el título del capítulo 5 ofrece una breve idea del Arte de Memoria; pero en el discurso del capitulo, nada veo de lo que ofrece la inscripción; pues todo él se reduce a proponer unos auxilios de la Memoria, que ha mucho tiempo que están vulgarizados; y por otra parte no tienen dependencia, ni parentesco alguno con aquella fábrica mental del Arte de Memoria, que consiste en la disposición de lugares, imágenes, signos, y figuras. El componer una dicción de letras iniciales de diferentes voces, para traer distintas cosas por su orden a la Memoria; poner en versos lo que se quiere recordar; ligar a las cinco letras vocales (o también a las consonantes) tal, o tal significación, y repetirlas en varias voces con cadencia métrica, para hacer presentes en ellas algunas artificiosas operaciones, como en los versos, Barbara, Celarent, para la construcción de los Silogismos; y en el de Populeam Virgam Mater Regina ferebat, para colocar Cristianos, y Turcos, de modo, que la suerte adversa caiga sobre éstos; esto es, todo lo que hay en aquel capítulo, todo mil años ha vulgarizado, y que verdaderamente no da idea alguna del Arte de Memoria, sino según el concepto general, y vago, de que esta Facultad se puede socorrer con algunos auxilios artificiales.

7. Ni me satisface el que el Autor promete dar al Público en otro Escrito un Arte de Memoria completísimo; pues ya pasaron treinta y ocho años desde que en Palermo imprimió el Ars Memoriae vindicata, (imprimióse el de 1702) y hasta ahora no sé que haya parecido el Escrito prometido. Tampoco me satisface el que da noticia de muchos Autores, que escribieron del Arte de Memoria, a quienes por consiguiente pueden recurrir los que quieran instruirse en él. Digo, que tampoco esto satisface. Lo primero, porque pocos [176] de esos Autores se hallarán de venta en estos Reinos. Lo segundo, porque el mismo confiesa, que escribieron con afectada obscuridad; y aunque da cierta clave para descifrarlos, parece que queda aún mucha dificultad en pie; pues él mismo confiesa, que la halló grande, y le costó un afán laboriosísimo el entender a Schenckelio, que parece ser el Autor, que halló más cómodo para aprender el Arte, por él la aprendió. Lo tercero, porque acaso en aquella lista hay muchos que escribieron, no del Arte de Memoria, sino en general de la Memoria. Fundo esta sospecha, en que uno de los Autores señalados es Aristóteles, en el Libro que escribió de Memoria; y es cierto, que Aristóteles, en aquel Libro, ni una palabra escribió, que sea concerniente al Arte de Memoria.

8. Todo lo discurrido sobre el asunto me inclina, no a negar la existencia del Arte de Memoria, la cual, aun cuando no tuviera otros testimonios a su favor, se comprobaría bastantemente con el del Señor Brancaccio; sí sólo a persuadirme, que hay mucho de hipérbole en las Relaciones, que se hacen de algunos efectos asombrosos de este Arte. Yo me acomodo muy bien a creer, que con cierto artificio mental se ayuda mucho la Memoria; y no más que esto dicen muchos de los Autores, que se citan a favor del Arte; pero se me hace extremamente difícil, que una Memoria naturalmente débil consiga con el Arte repetir todo un Sermón al pie de la letra. Si algunos lo hicieron, se puede atribuir a que tenían una Memoria naturalmente muy feliz, la cual, añadido el auxilio del Arte, pudo extenderse a tanto. Confírmame en este pensamiento lo que dice Cicerón, que es uno de los principalísimos Autores, que se citan a favor del Arte de Memoria. Éste, (lib. 3. ad Heren.) después de dividir la Memoria en natural, y artificial, añade, que cualquiera de ellas, desasistida de la otra, es de poco valor: Utraque, altera separata, minus erit firma.

9. Es bien verisímil, no obstante, que hay en esta materia otro medio, que es el que he leído en las Memorias de Trevoux, y en Bacon de Verulamio. Estos autores dicen, [177] que el Arte de Memoria hace cosas, que parecen prodigiosas en la repetición de un gran número de voces, aunque sean inconexas, y no significativas; pero que es enteramente inútil para las Ciencias, y otros usos humanos: así, que sólo sirve para ostentación, y juego: del lugar de las Memorias de Trevoux no me acuerdo. Bacon lo dice en el lib. 5 de Augment. Scient. cap. 5. Repito, que es bien verisímil lo que dicen estos Autores; pues cuando desprecian la Arte de Memoria como inútil, no le confesarían aquel admirable efecto, no siendo muy cierto.

10. ¿Pero cómo se puede conciliar lo uno con lo otro? Quien puede repetir quinientas, o mil voces leídas, u oídas una vez, podrá repetir tres, o cuatro hojas de un libro, una vez que las lea... ¿Pues cómo puede menos de ser ésta una gran ventaja para la adquisición de las Ciencias? Diré lo que entiendo en el caso. Todos los que explican por mayor el Arte de Memoria, dicen, que éste consiste, lo primero, en fijar en la imaginación cierta multitud de partes de algún todo material, como las de un Edificio; las cuales partes sirven de lugares, o nichos, por donde se van distribuyendo por su orden las voces, o especies que se van leyendo, u oyendo, y que después, repasando mentalmente aquellos lugares por su orden, ellos mismos, presentados al entendimiento, van excitando sucesivamente la reminiscencia de las cosas, que se colocaron en ellos. De suerte, que, como los mismos Autores afirman, esto viene a ser como una escritura, o lección mental. Estámpase por medio de aquel artificio los caracteres en la imaginación, y después se van leyendo en ella, según el orden arbitrario que se les quiere dar, empezando por cualquier parte el edificio, y prosiguiendo en orden, o directo, o retrógrado; como el que lee la página de un libro, empezará por la voz que quisiere, e irá leyendo, o hacia delante, o hacia atrás, como se le antojare.

11. Puesto esto así, me parece que en esta escritura, o página mental, necesariamente ha de suceder lo que en aquel cartón aderezado, de que usan los Músicos para ensayar [178] sus composiciones; esto es, que si después de ocuparle todo con alguna composición, quieren estampar otra en él, es preciso borrar enteramente la anterior. Pongamos, que todos aquellos lugares imaginarios, o imaginados, están ocupados con una larga serie de voces, y que se quiera estampar en ellos otra serie distinta. Esto no puede ser sino de uno de dos modos, o bien echando fuera los caracteres de la primera serie, o bien cubriéndolos (que es lo mismo que borrarlos) con los de la segunda; y tanto uno como otro, viene a ser un total olvido de ellos. De este modo se entiende bien, que la Memoria artificial sirva para la ostentación de repetir muchos centenares de voces, o muchas páginas de un libro; y con todo sea enteramente inepta para las Ciencias, y otros usos convenientes a la vida humana, porque nunca se sabrá en virtud de ella, sino lo que se aprendió el último día.

12. Tengo propuesto a V. R. lo que alcanzo en orden al Arte de Memoria, o por mejor decir, lo que no alcanzo, pues no es más que dudas todo lo que llevo escrito: así, ni puedo aconsejar, ni disuadir a V. R. el uso de este medio para mejorar su Memoria. Si quisiere tentarle, hay muchos libros, según dice el señor Brancaccio, que enseñan el Arte. Apuntaré algunos de los que él menciona. Juan Bautista Porta, de Arte Reminiscendi. Juan Michael Alberto, de Omnibus Ingeniis augendae Memoriae. Juan Romberch, Congestorium artificiosae Memoriae. Juan Paep Galbaico, Schenkelius detectus, seu Memoria artificialis. Juan Aguilera, de Arte Memoriae. Adamo Brixeo, Simonides redivivus, sive Ars Memoriae. El Padre Epifanio de Moirans, Capuchino, Ars Memoriae admirabilis omnium nescientium excedens captum. Jacobo Publicio Florentino, de Arte Memoriae. Jerónimo Megisero, de Arte Memoriae, seu potius reminiscenciae per loca, & imagines, ac per notas, & figuras in manibus positas. Pedro de Rávena, Phenix, sive introductio ad Artem Memoriae comparandam. Francisco Concio, de Arte Memoriae. El Padre Fr. Cosme Rosselio, Thesaurus artificiosae Memoriae. Todos estos son Latinos. En Castellano [179] sólo señala dos impresos: Juan Velázquez de Acevedo, El Fénix de Minerva, y Arte de Memoria; y Francisco Joseph Artiga, Epítome de la Elocuencia Española. En Portugués uno, Alvaro Ferreira de Vera, Trat. de Memoria artificiosa.

13. El libro Ars Memoriae vindicata, discurso se hallará en Madrid, pues el que yo tengo, allí se compró. Fácil le será a V. R. adquirirle, si quisiere noticia de más Autores. Nuestro Señor guarde a V. R. &c.

Antes de dar al público la carta precedente, me pareció preciso instruirme más en el asunto por medio de uno, u otro Libro de los que tratan del Arte de Memoria; o bien para corregir, reformar, o mudar algo de lo que llevo dicho en la Carta, en caso que la lectura de ellos me hiciese variar el dictamen; o para firmarme en el juicio, que antes tenía hecho, si la lectura me diese motivo para ello. Esto segundo fue lo que sucedió. A pocas diligencias que hice, adquirí dos Libros de los que buscaba; el primero, El Fénix de Minerva, impreso en Madrid el año de 1626, su Autor Don Juan Velázquez de Acevedo: el segundo, El Asombro Elucidado de las Ideas, compuesto por el Conde de Nolegar Giatamor, Italiano, impreso también en Madrid el año de 1725.

Era natural discurrir, que éste, como tan moderno, y posterior al otro más de un siglo, propusiese mucho más adelantado el Arte. Pero realmente no es así. Nada más enseña el moderno, que el antiguo; porque aunque es mucho mayor el volumen, sólo una cuarta parte de él ocupa la enseñanza teórica, y práctica del Arte. De que se puede inferir, no sólo que el Arte de Memoria no logró algún adelantamiento desde que escribió Acevedo; mas también, que éste supo cuánto ha salido a la luz pública, siendo, verisímil, que el Conde Italiano, no se resolvería a escribir sobre el asunto, sin consultar antes los Autores, que mejor le hubiesen tratado; y pues nada más nos enseña que el Español, debemos persuadirnos a que éste nos excusa todos los demás Libros. [180] A que añado dos ventajas, que hallo en el Autor Español, respecto del italiano. La primera, más método, claridad, y limpieza en explicarse. La segunda, varias advertencias muy oportunas, que representan en él mayor penetración del Arte. Mas en cuanto al fondo, ya he dicho, que ni uno, ni otro Autor me hicieron variar el juicio que proferí en la Carta; y aun no sé si le hice algo más bajo. Ni pienso, que el Lector sea de otro dictamen, que el mío, después que le de un Compendio del Arte.

Idea del Arte de Memoria

1. El fundamento de él, como le proponen los dos Autores, consiste en cuatro cosas, a quienes voluntariamente, e impropiamente han dado los nombres de Esfera, Transcendentes, Predicamentos, y Categorías. Esfera es un edificio de dos altos, en cada uno de los cuales hay cinco cuadras, o aposentos seguidos, o a un andar, con puerta de unos a otros. El todo del Edificio es lo que se llama Esfera; apellidan Hemisferio inferior al primer alto, y Hemisferio superior al segundo; a los cuartos, o aposentos dan el nombre de Transcendentes. Predicamentos son cinco lugares que se designan en cada cuadra; esto es, los cuatro ángulos, y el centro. Éstos sirven para colocar en ellos mentalmente las imágenes de las voces, o cosas que se quiere mandar a la Memoria, y se admite, que se coloquen en cada uno hasta siete imágenes, a quienes con la misma impropiedad, que a todo lo demás se da el nombre de Categorías. La primera, o principal se llama Fundamento, la segunda se pone sobre la cabeza de esta, la tercera a los pies, la cuarta al lado derecho, la quinta al izquierdo, la sexta delante, la séptima detrás. Llaman a la segunda Zenit, a la tercera Nadir, la cuarta Oriente, la quinta Poniente, la sexta Medio Día, la séptima Septentrión.

2. El uso de este Artefacto mental es el siguiente: Vanse colocando imaginariamente en los lugares expresados las imágenes de las voces, o cosas, que se quiere depositar en [181] la Memoria, empezando por el Hemisferio inferior. Si las voces, o cosas, que se quiere memorar, no pasan el número de cincuenta, basta usar de los Predicamentos, sin llegar a las Categorías; esto es, basta colocar cinco imágenes en cada Transcendente, o cuadra, una en cada ángulo, y otra en el centro; porque siendo diez los Transcendentes de los Hemisferios, con cinco en cada uno se absuelve el número quincuagenario. Mas si se excediere de ese número, son menester más imágenes, y por consiguiente más lugares donde acomodarlas. Pongamos, que son ciento cincuenta las voces, o cosas: En este caso se usa, demás de la imagen principal de cada Predicamento, a quien llaman primera Categoría, de otras dos en cada uno, poniendo una en la cabeza de la imagen principal, y otra a los pies, que es lo mismo que usar de la segunda, y tercera Categoría, llamadas Zenit, y Nadir. Vienen a tocar de este modo a cada Transcendente quince imágenes, y a todos diez Transcendentes ciento cincuenta. Si pasaren de este número las voces, o cosas, se añadirán en cada Predicamento más Categorías. Y porque puede suceder ser el número tan grande, que no basten todas siete Categorías, se previene, que el que se quiera dar a la práctica de este Arte, no tenga una Esfera sola, sino dos, o tres, o más. Fuera de que para otro efecto es menester tener muchas Esferas; conviene a saber, unas para conservar en ellas permanentemente estampado lo que se quiere retener por mucho tiempo, o siempre en la Memoria; otras para el uso transitorio de repetir luego, por ostentación, algún número considerable de voces, que se han dado para prueba. En las primeras ha de repetir la imaginación la inspección de las mismas imágenes, para que nunca se borren. En las segundas, al contrario, se ha de borrar después de aquel uso pasajero las imágenes estampadas, para que los mismos lugares sirvan a colocar otras, cuando se quiera, lo cual se logra, no pensando más en ellas, con que vienen a olvidarse.

3. Quieren los Maestros del Arte, que el edificio, que llaman Esfera, sea, si pudiere hallarse, realmente existente; [182] porque aunque en defecto de éste puede usarse de uno puramente fabricado por la imaginación, aquél es mucho más cómodo; porque mediante la repetida inspección ocular de él, se estampa acá adentro una especie suya mucho más clara, lo que conduce para que las imágenes colocadas se ofrezcan a la mente con más viveza.

4. Adviértase, que la disposición de lugares, mediante la Esfera, o Edificio de dos altos, dividido cada uno en cinco cuadras, no es absolutamente necesaria, pues se puede usar de otras diferentes, a arbitrio de cada uno. Pongo por ejemplo: se podrá destinar al mismo fin un gran Templo, en cuyas Bóvedas, Columnas, Capillas, Altares, y Estatuas, se pueden colocar mayor cantidad de imágenes, que en la Esfera propuesta; pues en los varios miembros de cada Estatua se pueden poner distintas imágenes. Y puede usarse, no sólo de un Templo, sino de cuatro, cinco, o más. Del mismo modo puede servir un pedazo de territorio, compuesto de montes, llanos, varias heredades, muchas casas, &c. que todo se registre de un sitio; y a este tenor otros cualesquiera complejos materiales, divisibles en muchas partes. Cuéntase, que Pedro de Rávena, que fue de los más famosos en el uso del Arte de la Memoria, o lo cuenta él mismo, que tenía ciento diez mil lugares donde colocar las imágenes, lo cual yo apenas puedo creer.

5. Sea ésta, o aquélla la disposición, y variedad de lugares, se recomiendan, como esencialísimas, cuatro cosas. La primera, que se registre muchas veces con la vista aquel todo material, cuyas partes han de servir de lugares. La segunda, que la imaginativa, con un largo ejercicio, se los familiarice, de modo, que cuando quiera se los haga presentes, con tal claridad, que en alguna manera la presencia imaginaria equivalga a la física. La tercera, que a los lugares se de orden numérico, de primero, segundo, &c. La cuarta, que con una larga aplicación adquiera la facilidad de llevar prontamente la imaginación a cualquiera, o cualesquiera números de los lugares. Esta última diligencia sólo parece precisa para cuando, al que posee el Arte de Memoria, [183] se le pida que repita voces, versos, o sentencias, con tal, o tal orden, que determine el que quiere hacer la prueba. Son, pongo por ejemplo, cien voces las que ha de repetir. Pídenle, que no sólo las repita, según el orden en que se le han dicho, o leído, sino, o salteadas, ya uniformemente, como de tercera en tercera, ya diformemente, como de primera a cuarta, a décima, a decimonona, &c. O con orden inverso, empezando en la última, y acabando en la primera; o empezando en alguna intermedia, como en la septuagesimaquinta, y de allí, procediendo, ya con orden directo, ya retrógrado, ya salteando, ya sin saltear.

6. Puestas todas estas disposiciones, cuando llega el caso de mandar a la Memoria alguna serie de voces, u objetos, se van colocando por su orden las imágenes representativas de ellos en los lugares preparados. Esto llaman escribir mentalmente. Y después, para repetir de Memoria, con remirar por el mismo orden aquellos lugares, se van hallando en ellos las imágenes puestas; lo que viene a ser leer mentalmente, y por las imágenes se viene en conocimiento de las voces, u objetos.

7. Dase aquí nombre de Imagen a todo aquello que es capaz de excitar la idea de lo que se quiere recordar; o sea, por identidad, o por semejanza, o por analogía, o por simbolización, &c. Se usa de la identidad, cuando lo que se quiere recordar es algún objeto material visible, y conocido; y de los otros medios, cuando al objeto falta alguna de aquellas circunstancias. Pongo por ejemplo. Quiero acordarme de veinte hombres, conocidos míos, que se hallan juntos en un banquete. Aquí uso de la identidad, poniéndolos a ellos mismos (esto es, la idea propia de ellos) Juan, Francisco, Pedro, &c. en los lugares preparados. Pero si me diesen los nombres de muchos hombres, que no conozco, usaré de la semejanza, poniendo en los lugares otros de los mismos nombres que conozco. Si me diesen cosas inmateriales, como una larga serie de virtudes, pondría en los lugares algunos símbolos de ellas, o cosas materiales, que me exciten su idea, como por la Fe, una mujer con un velo [184] en los ojos; por la Fortaleza un Sansón, o un Hércules despedazando a un León.

8. Pero aquí ocurre una gravísima dificultad, de que los señores Maestros del Arte en ninguna manera se hacen cargo. Convengo en que no hay ente, u objeto alguno, ni visible, ni invisible, ni conocido, ni incógnito, ni espiritual, ni corpóreo, cuya memoria no se pueda excitar, mediante alguna imagen material. Pero pregunto. ¿Estas imágenes se han de tener prevenidas de antemano en la mente para todo aquello que ocurra mandar a la Memoria? ¿O se han de inventar de pronto, según se fueren proponiendo varias voces, u objetos? Siendo indispensable lo uno, y lo otro, afirmo que habrá poquísimos hombres en el mundo a quienes no sea uno, y otro imposible. Para lo primero, es menester formarse un tesoro inmenso de imágenes; esto es congregar tantas, cuantos entes distintos hay en el mundo, y tenerlas todas presentísimas para cuando llegue la ocasión. Mas, es menester tener imágenes representativas de todos los verbos, con todas las variaciones de tiempos, de todas las dicciones Gramaticales, como pronombres, preposiciones, conjunciones, adverbios, &c. Y aun no basta todo esto, pues ninguna de todas esas imágenes pueden servir para cuando quieran probar al que posee el Arte de Memoria, con muchas voces, formadas a arbitrio, bárbaras, o no significativas. Para lo segundo, se requiere un discurso de prontísima inventiva, y extrema agilidad, cual en ninguno, o rarísimo hombre se hallará.

9. Agrávase en uno, y otro la dificultad con la advertencia que hacen en los Maestros del Arte, que para que se logre el fin no bastan cualesquiera imágenes. Dicen, que son menester unas imágenes de especial energía, y viveza, para que hagan impresión fuerte en la imaginativa; y así quieren que se representen con alguna acción, que de golpe en la mente. Pongo por ejemplo: para recordar este objeto Cuchillo, no bastará colocar su imagen sola en el lugar correspondiente, sino circunstanciada, y puesta en acción, de modo, que haga impresión viva en el cerebro. V. gr. se pondrá [185] en el lugar a un hombre, que a otro está hendiendo la cabeza con un cuchillo. Digo, que este precepto aumenta mucho la dificultad, que tiene, así la congregación previa de tantos millares de imágenes, como la repentina invención de ellas. Yo me imagino, que a algunos se acabará la vida, antes que logren todo el aparejo necesario de lugares, e imágenes.

10. Pero demos ya vencida esta gravísima dificultad. Aún resta otra muy grande, que es traer a la memoria toda la serie de imágenes que se han colocado en los lugares, cuando éstas son muchas. Convengo por ahora, en que este artefacto mental auxilie algo la Memoria, y que sea mucho más fácil recordar las voces, o los objetos, por medio de las imágenes formadas, y distribuidas en el modo dicho, que sin ellas. Pero no veo cómo, quien no puede recordar diez voces, que acaban de leerle, parando la mente en las mismas voces, pueda recordar doscientas imágenes representativas de doscientas voces, o de doscientos objetos.

11. Confirmarán, o harán más sensible todo lo que llevo reflexionado dos ejemplos de que usan, así el Conde de Nolegar, como Don Juan Velázquez, para enseñar la práctica del Arte. El primero propone en esta copla:

Fénix Divina
De tan bellas alas,
Humilde, y Piadosa
Al Cielo te ensalzas.

Oigamos ahora al Conde de Nolegar aplicar las reglas del Arte para recordar esta copla.

12. «Para recordar el verso primero (dice) de esta copla, se pondrá en el primer Predicamento de la Esfera, entrando a la derecha, el Ave Fénix, y en la cabeza se le pondrá una Tiara, u otra cosa de la Iglesia, pues para material no se puede aplicar otra cosa a la dicción Divina: y se hará con ésta, y demás imágenes una, o dos reflexiones, como preguntándose a sí mismo lo que significa un Fénix, que [186] tenga una Tiara en la cabeza, y refiriendo entre sí Fénix Divina, Fénix Divina; y se pasará al segundo Predicamento de la mano izquierda para el segundo verso, y se podrá poner un Tambor con una vara, o palillo con que se toca; y esta vara, o palillo explicara la palabra de, u otra cualquiera, que sirva en algún abecedario, porque ésta es solamente cuestión de nombre, adecuado al uso de nuestro común conocimiento; pero como esto de imágenes a ninguno se le debe mostrar, (quiere decir, que cada uno puede elegir las que quisiere) por esto no será ocasión de argüir, si son adecuadas al conocimiento físico, o no: y si los Filósofos quieren tomar el negro por el colorado, y el azul por el verde, lo podrán hacer con gran facilidad, y no encontrarán de este modo Opositores, aunque se imaginen el papel por madera, y el hierro por papel, &c. Con que vamos a nuestro propósito. La baqueta del Tambor nos servirá para la palabra de, imaginando, que estando para tocarle, dice el Atambor, de, y la Caja, tan; y allí mismo pusiera dos mujeres bellas, asentadas junto al Tambor, y a sus pies les pondría dos alas; y refiriendo lo del segundo Predicamento, dijera, de tan bellas alas. En el tercer Predicamento, a la derecha, frente del primer Predicamento, adonde está el primer verso, pusiera una mujer de rodillas, y que ésta fuera una Señora de elevada clase, puesta en traje pobre, pidiendo a un Juez por un pobre, condenado a un Presidio, el que también estuviera allí presente con una cadena, y con esta imagen explicaría, refiriendo en mi mente la imagen, y las palabras de este tercer verso, humilde, y piadosa. En el cuarto Predicamento pusiera un pedazo de alfombra, o cosa que comenzara con al, y me sirviera de sola esta sílaba, y a ésta le cosiera un cielo de cama, y dijera, al Cielo; y para la palabra, te ensalzas, pusiera un Sacerdote alzando a su Majestad, y que el Ayudante le llegara a dar un poco de sal, y diría, ten sal, alzas; en cuya imagen se cometía la figura Apentesis, y refiriendo, dijera, te ensalzas». [187]

13. El segundo ejemplo ponen en estos dos versos, o llámense dos pies de verso de Arte mayor.

Pongan, Señor, el medio, y el gobierno
los altos atributos de tu Esencia.

«Para ponerse en la Memoria (prosigue el de Nolegar) estos versos, pusiera yo sobre mi mesa, en que escribo, a la derecha, adonde tengo el tintero, una Esclava, o Negra con un Cesto, y en él dos Gallinas echadas, y junto a la Esclava su Señor, el Marqués, o Duque de tal, que entrando en mi cuarto, fuera a espantar las Gallinas, y que la Esclava decía: Pongan, Señor; y al lado derecho de la Esclava un Medio Celemín, que de ordinario llaman el Medio, y a la izquierda una Cadena, que significa la Y, o un poco de Yel, que dijera, Yel: y por el gobierno pusiera delante como admirado, un Gobernador, de los muchos que conozco, e hiciera reflexión, que dijera: Pongan, Señor, el Medio, y el Gobierno; y por el otro verso imaginaría así: Pusiera dos, o tres maderos, con algunas tejas, tomando esta parte por el todo de los altos de una casa, que es la madera, y tejado; y para atributos pusiera dos Príncipes tributarios, con una imagen de la A en la cabeza, o uno, que fuera a cobrar tributos; y si se llamase Andrés, sería mejor, pues podía servir de imagen la A; y haciendo alguna memoria, que de ella se ha de comer, fácil sería acordarse que trajera Andrés por la A, Atributos; y a los pies de este Cobrador pusiera un Alambique de quintas esencias, o Destilador, con un vidrio lleno de agua, quinta esencia, ya sacada, y que estuviera cuidadoso, que no se le quebrase con los pies; y junto al tal vidrio pusiera un palillo, o baqueta de Atambor, que fuese de hierro, para más memoria de que no se quebrase, que ésta ya, como hemos dicho, podía ponerse en algún abecedario, que dijera, de tú; y de esta manera, cuando me fuera a escribir, me acordaría, que a la derecha tenía este verso: Pongan, Señor, el Medio, y el Gobierno; y a la izquierda el otro: Los altos atributos de tu Esencia».

14. Paréceme, que algunos Lectores, después de ver estos [188] dos ejemplos del uso del Arte de la Memoria, juzgarán que más se escribieron por irrisión, que para enseñanza de dicho Arte; haciendo concepto de que mucho más fácil es admitir, y retener en la Memoria aquellos pequeños versos por medio de la mera lectura de ellos, que fijar, y conservar en ella, o en la imaginativa el armatoste de tantas imágenes. Y ya se viene a los ojos, que , si para memorar dos pequeños renglones, es menester tanto aparato de imágenes, ¿qué será menester, cuando se trate de memorar una página, o una hoja?

15. Sea lo que fuere de esto, lo que juzgo absolutamente imposible, es, que por este medio se ejecuten aquellos prodigios de memorar, que jactan, o refieren los que han escrito del Arte de Memoria, como que algunos repetían al pie de la letra todo un Sermón luego que le oían. Un Sermón, por más corto que sea, constará de cuatro, o cinco mil dicciones. Ya hemos visto en los dos ejemplos propuestos, que por lo común para cada dicción es menester una imagen. Añádese, que a veces es menester una imagen, compuesta de distintas imágenes, como en el ejemplo inmediato, para la voz Atributos. Esto supuesto, ocurren las siguientes reflexiones. Primera: El que predica no deja algún intervalo entre dicción, y dicción, esperando a que el Artista oyente discurra, o invente imagen correspondiente a cada una, luego que la articula, y mucho menos, para que después de discurrida, y colocada, repita entre sí dos veces la dicción, como prescriben Velázquez, y Nolegar. Segunda: Aun cuando tuviera tiempo para uno, y otro, resta la dificultad de que al acabarse el Sermón se acuerde prontamente, por su orden, de cuatro, o cinco mil imágenes, que inventó. Para esto es menester, que tenga una insigne memoria natural; y teniéndola, excusa la artificial. Tercera: Más difícil parece acordarse de las dicciones por medio de las imágenes, que recordar inmediatamente las mismas dicciones. Lo primero, pide las más veces para cada dicción acordarse de dos cosas; esto es, de la imagen, y de su particular representación en aquel caso. La razón es, porque [189] las más veces se usa de imágenes, que pueden representar varias dicciones distintas; pongo por ejemplo: la Cadena, que sirve de imagen para significar la conjunción Y, en el ejemplo inmediato, puede también significar lo que suena; esto es, una Cadena; puede significar un esclavo, puede significar el Amor, puede significar una Cárcel, un Preso, un Cautivo, &c. y significará todas estas cosas, y muchas más, con más propiedad, o más oportuna alusión, que una Y. Con que no basta acordarse, que en tal Predicamento, o tal Categoría se puso una Cadena; sí que es menester acordarse de que se puso para representar una Y, lo cual es acordarse de dos cosas; pero acordarse de la Y, sin intervención de imagen, es acordarse de una cosa sola.

16. No por eso condeno absolutamente el Arte de Memoria. Remítome a lo dicho en el número 8 de la Carta. Pero ya me parece nimio la condescendencia, que expliqué en los dos números siguientes sobre la repetición de quinientas, o mil voces. Creo, que el uso de lugares, e imágenes, puede ser provechoso en muchos casos; como para retener por su orden las propuestas, y textos de un Sermón, los varios puntos, y doctrinas de una lección de oposición. Mas para las prodigiosas reminiscencias, de que hemos hablado en la Carta, le juzgo insuficientísimo. Y es bien que e note aquí, que, según los Autores que tengo presentes, es necesaria una grande, y dilatada aplicación para hacerse corriente la práctica del Arte. ¿Cómo se compone esto con lo que dice Mureto, que el Joven Veneciano Francisco Molino, con sólo seis, o siete días de Escuela, se había facilitado para repetir quinientos nombres? Marco Antonio Mureto fue un hombre de gran erudición, y de florísima elocuencia, mas no he visto testimonios, que le elogien por la parte de la veracidad; y la Causa criminal que se le hizo en París el año de 1554, y que ocasionó su fuga a Italia, muestra no fue de santas costumbres.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo primero (1742). Texto según la edición de Madrid 1777 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo primero (nueva impresión), páginas 171-189.}