Filosofía en español 
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Tomo segundo Carta XXVIII

Milagro de Nieva

1. Muy señor mío: El cargo que Vmd. me hace sería muy justo, si la suposición, que envuelve, de que yo, cuando expuse al Público mi duda sobre el continuado Milagro de nuestra Señora de Nieva, sabía que esta Sagrada Imagen está colocada en la Iglesia del Convento de Santo Domingo, que hay en aquel Pueblo. Yo confieso llanamente a Vmd. que esta es una circunstancia de gran peso, y que debe entrar en cuenta [352], como muy importante para el examen de la cuestión. La sapientísima, y ejemplarísima Religión de Santo Domingo tiene tan autenticada en la Iglesia de Dios la circunspección, seguridad, y solidez, con que procede en todas sus cosas, que el dictamen, y aprobación, no sólo del todo de la Religión, mas aun de cualquier Comunidad particular suya, en cualquier materia grave, que pueda haber examinado por sí misma, se debe mirar con sumo respeto. Y esta poderosísima autoridad tiene a su favor el divulgado Milagro de nuestra Señora de Nieva.

2. El Convento de Santo Domingo, que hay en el Lugar de Nieva, distribuye, ya en estampas, ya en medallas, copias de aquella Sagrada Imagen a cuantos las solicitan, debajo del supuesto de ser cada una de ellas un milagroso preservativo de los rayos para cualquiera, que sólo una legítima presunción, mas aun me atrevo a decir certeza moral del divulgado Milagro, por lo menos en cuanto a la parte de ser no natural, sino milagrosa la indemnidad de los rayos, que logra el territorio de Nieva. Los Religiosos habitadores de aquel Convento, entre quienes habrá habido sin duda en todos tiempos algunos muy doctos, perspicaces, y reflexivos, tienen a la vista las circunstancias de donde se puede colegir, si aquella indemnidad procede de causas naturales, o se debe a providencia sobrenatural: luego el examen de ellas los persuadió a esto segundo. A no ser así, no promovieran, ni pudieran promover, como lo hacen, la universal creencia del prodigio.

3. He dicho, que el dictamen, y práctica de los Dominicanos de Nieva son decisivos en cuanto a la parte de ser milagrosa la indemnidad de los rayos, que goza aquel territorio; porque se ofrecen dos puntos que disputar; los cuales, aunque concernientes al mismo principio, no son conexos entre sí. El primero es dicha excepción milagrosa del territorio de Nieva. El segundo es, [353] si este privilegio se extiende a todos los que traen consigo alguna copia, o en Estampa, o en medalla de la Imagen de Nieva. El primero es de fácil averiguación para los que están habituados en el País, siendo sujetos doctos, reflexivos, y libres de toda preocupación, cuales se debe creer, que nunca faltan algunos en el Convento de Dominicos de Nieva. Mas el segundo no es de fácil comprobación; bien que es posible que hayan sucedido algunos casos, que lo comprueben. V. gr. si se observó, que en varias ocasiones, cayendo un rayo donde estaban juntas con bastante inmediación tres, o cuatro personas, sólo dejó sin lesión a una de ellas, que traía el defensivo de la Imagen; pues aunque esto que una, o dos veces solas se podría atribuir a mera casualidad, siendo repetidos los casos, ya no hay lugar a este pensamiento.

4. Pero lo que me parece más verosímil es, que de la primera creencia se derivó la segunda. Experimentado, y sabido, que en el término de Nieva no cae rayo alguno por especial protección de la Reina de los Angeles, en atención al culto, y veneración, que recibe en aquel la Santa Imagen, fue fácil, que con una especie de secuela conjetural pasase la consideración de muchos a imaginar, que esta protección se extendería a los que por especial devoción con aquella Imagen trajesen consigo alguna copia de ella. Y en efecto no se puede dudar, que los que acompañaren esta religiosa práctica con una viva fe, en orden a esta especial asistencia de la Reina de los Angeles, la lograrían.

5. Digo, que ser requiere para lograr este privilegio aquella viva fe, que es gratuito don de Dios; porque pensar, que el privilegio esté vinculado a una persuasión meramente humana, o natural, derivada precisamente de haber oído a muchos, que hay en este privilegio, es error, y error perniciosísimo, porque ésta mal fundada confianza puede a una, u otra alma ocasionar la condenación eterna. Supongamos, lo que puede suceder [354] muchas veces, que en ocasión que esté el Cielo explicando sus iras con un furiosísimo nublado, el cual a corta distancia haya disparado ya algunas centellas, estén seis personas en una cuadra, de las cuales la una tiene una Imagen de Nieva al pecho, y al mismo tiempo dentro de la alma la funesta llaga de un pecado grave. Asústanse los demás, y se aplican a rezar algunas oraciones; mas si entre estos hay alguno, que sienta también la conciencia lastimada de alguno, o algunos pecados graves, no se contentará con rezar, antes sí procurará hacer algún acto de Contrición, o si tiene a mano un Sacerdote, que pueda absolverle, se confesará con él. Pero el que tiene la Imagen de Nieva, seguro, a su parecer, de que aquellas amenazas no tienen más que ver con él, que si el nublado estuviese distante muchas leguas, se estará con gran serenidad sin hacer diligencia alguna para sacar el alma del infeliz estado en que la tiene. Si entonces, pues, cae sobre él un rayo, ¿adónde se hallará este desdichado en menos de un momento? Podrá ser, que el mismo rayo, que a él hizo cenizas, dejase ilesa la Sagrada Imagen; y este sí que sería un milagro oportunísimo para promover la devoción de nuestra Señora, purificada de temerarias confianzas.

6. De modo, que yo tengo por objeto muy proporcionado a una piadosa creencia la protección de nuestra Señora con los rayos respecto de los que traen alguna copia de la Imagen de Nieva; mas con advertencia, de que será credulidad más impía que piadosa la que induzca a tener menos cuenta con el alma en confianza de esa protección. Quien con mayor dolor de sus pecados recurriere a la Divina clemencia, luego que empiecen a arder las llamas del nublado, con más fundamento podrá esperar la protección de María. ¿Pero en qué se funda para lograr las benignidades de la Madre, quien, aun amenazado de los fuegos celestes, no se duele de haber ofendido al Hijo?

7. Esto es, señor mío, lo que yo siento en orden a [355] ese sagrado defensivo de los rayos. Y lo mismo hubiera expresado en la Carta XXXI del Tomo antecedente, a saber entonces, que la venerada Imagen de Nieva está en un Convento de Santo Domingo, y que los Religiosos de él distribuyen sus estampas y medallas. Ni aun sabía que hubiese Convento Dominicano en el Lugar de Nieva.

8. Es una advertencia, que se debe tener siempre presente para hacer juicio de la existencia, o ficción de algún milagro, atender a la calidad, y circunstancias de los que testifican de él como inspectores oculares. Que el Vulgo de un País preconice un milagro, que sucede dentro de su término, me dejará siempre dudoso de la verdad. La ignorancia suele dar el primer origen a la fama, y ya extendida la fama, la pasión la sustenta, por más evidencias que se hagan en contrario. Llevan muy mal los habitadores, que se les desposea de la creencia de un honroso favor del Cielo, en que habían consentido; y así, a cuenta de la terquedad, se esfuerzan a mantener el error. En lides intelectuales no hay fuerza humana contra esta bestia de muchas cabezas, que llamamos Vulgo. En vano uno, u otro hombre de razón, aun del mismo País, procuran su desengaño. De Herejes los tratan, o poco menos. Tan siniestro es el concepto que tienen formado de los sagrados fueros de la Religión. Con que al fin, una gran turba de ignorantes reduce al silencio a pocos cuerdos; y tomándose por asenso, aun de esos pocos, un silencio violento, se proclama por creído universalmente, y sin excepción alguna el milagro.

9. Esto es lo que he experimentado, no una, sino muchas veces, y no en un País sólo, sino en varios. Por lo cual, estando yo antes en la creencia de que el prodigio continuado de Nieva no tenía más fiadores, que aquellos populares, o que sólo ellos habían originado, y extendiendo la fama, nadie debe extrañar en tal circunstancia mis dudas, como ni que ahora las deponga [356], cuando se me presentan por la existencia del milagro unos testigos, por su religiosidad, discreción, y sabiduría tan dignos de toda fe, como son los Religiosos de un Convento Dominicano. Bastaría decir Religiosos. Pero no juzgo que esté por demás el expresar, que lo son de aquella sapientísima Religión, a quien el Papa Juan XXII con tanta razón llamó Ordo veritatis.

Dios guarde a Vmd. &c.g


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo segundo (1745). Texto según la edición de Madrid 1773 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión), páginas 351-356.}