Filosofía en español 
Filosofía en español


Tomo tercero Carta VIII

Reconvenciones caritativas a los Profesores de la Ley de Moisés
En respuesta a un Judío de Bayona de Francia

1. Muy Señor mío: recibí la de Vmd. conducida por Don Lázaro Suárez, Mercader de esta Ciudad, agradeciendo, como debo, las protestas de afecto a mi persona, y estimación de mis Escritos, que Vmd. hace en ella; sin que la circunstancia de profesar Vmd. una Religión tan opuesta a la mía, obste a que yo crea aquellas protestas muy sinceras, ni menos rebaje en mi estimación su valor; antes en alguna manera le encarece [86] por la parte que significa en Vmd. un juicio superior a las preocupaciones vulgares, de las cuales es una, harto común, mirar la diversidad de Religiones como inseparable de la enajenación de los ánimos. Error cierto, igualmente absurdo, que nocivo. Es absurdo, porque todos los hombres debemos contemplarnos como hermanos, separando mentalmente los vicios, y errores de las personas para constituir aquéllos, objeto de nuestra displicencia, como éstas de nuestro amor. Es nocivo, porque impide, o debilita en los Profesores de la verdadera Religión los medios para traer a ella a los Sectarios de las falsas; siendo cierto, que como la benevolencia del que exhorta da una gran energía a la persuasiva, así su aversión respecto de aquel a quien pretende convencer, le indispone para la convicción.

2. No sé si Vmd. asentirá fácilmente a que yo sigo la máxima propuesta, a vista de que se queja de que los señores Españoles aborrecen el Pueblo de Israel más que otra ninguna Nación del Mundo: odio, que Vmd. reprueba como injusto, cargando sobre él a los Españoles de la nota de ingratos; por lo que luego añade, que los Cautivos Españoles de Berbería reciben por lo general muchos beneficios de los Hebreos Españoles, residentes entre aquellos bárbaros. Yo pretendo al contrario, y haré ver a Vmd. que es injusta su queja.

3. Y lo primero que pudiera notar en la cláusula citada de la Carta de Vmd. es dar nombre de Pueblo de Israel a los que hoy profesan la Ley de Moisés. Señor mío, los Profesores de la Ley de Moisés, después de su dispersión por las Naciones, constituyen Secta, o Partido, pero no Pueblo; pues no hay en el Mundo Pueblo alguno, que se pueda decir Hebreos, o Judíos; siendo cierto, que los que hay en varios Pueblos siempre son una pequeña parte respecto del todo; y que sean pocos, o muchos, nunca dejan de ser considerados como forasteros.

4. No ignoro, que el Rabino Benjamín de Tudela, que floreció en el duodécimo siglo, en la relación de sus viajes dice, que hay en el Asia un Reino entero de Judíos, [87] de extensión de dieciséis jornadas, gobernado en toda soberanía por uno de la misma Nación: que el que reinaba en su tiempo se llamaba Anán, y era descendiente de David: que asimismo un hermano de éste, llamado Salomón, dominaba con total independencia otro Estado; pero añade, que no se podía penetrar aquellas tierras, por ser preciso para llegar a ellas pasar diez jornadas de desierto. Y en la misma conformidad refiere, que hay otros Estados, o Repúblicas puramente Judaicas, mas todas colocadas en sitios inaccesibles. Pero en la relación de Benjamín de Tudela hay tan crasas fábulas, y errores históricos, cronológicos, y geográficos, que es indigna de toda fe. ¿Qué consideración merece un Autor, que pone la Escuela de Aristóteles junto a Alejandría de Egipto, y hace a Rómulo coetáneo de David, habiendo precedido este Santo Rey al Fundador de Roma cerca de tres siglos, insertando de más a más este error cronológico en la ridícula, y extravagante fábula de que Rómulo, temiendo una expedición de David, y de su Capitán Joab, excavó debajo de los montes una caverna de quince millas de longitud para esconderse en ella. ¿No se echa de ver en esto, que este Autor Judío, por el empeño de honrar a su Nación, estaba pronto a abrazar cualquier patraña? Y para conocer, que lo es eso de Estados, o Repúblicas de Judíos independientes de toda otra Nación, basta el saber, que nadie hasta ahora habló de ellas sino este Viajero.

5. Yo conozco, que Vmd. usa de las voces del Pueblo de Israel por el buen sonido que tienen, como relativas a aquel tiempo, en que esta expresión era muy honorífica, como designativa de una Nación más favorecida de Dios que todas las demás del Mundo. Mas no nos detengamos en las voces. Vamos a la substancia.

6. Supone Vmd. como un hecho constante, y notorio, el que los Españoles exceden en el aborrecimiento de la Nación Judaica a todo el resto del Mundo. Pero yo creo tener un gran derecho para dudar por lo menos de lo que Vmd. supone. Porque, pregunto, ¿qué señas han dado [88] los Españoles de su aborrecimiento a los Judíos, que no hayan dado otras muchas Naciones? Supongo, que las expulsiones, y malos tratamientos, que en diferentes tiempos han padecido los Judíos en España, juntamente con el desprecio, que acá se hace de la Nación Judaica, dan motivo a Vmd. para la suposición que hace. Pero haré ver a Vmd. que en nada de esto es singular la Nación Española. Empecemos por los Romanos.

7. En Suetonio podrá ver Vmd. que Tiberio expelió todos los Judíos de Roma, con la agravante circunstancia de enviar los Jóvenes de esta Nación a Países enfermizos: Iudaeorum iuventutem per speciem sacramenti in Provincias gravioris coeli distribuit: reliquos gentis eiusdem, vel similia sectantes, urbe submovit. Y que lo proprio hizo después el Emperador Claudio, de que puede inferirse, que se habían restituido en tiempo de Calígula. Tácito refiere también la expulsión hecha por Tiberio, con la circunstancia de haber enviado cuatro mil jóvenes a la Isla de Cerdeña porque podían servir allí de algo; pero haciéndose la cuenta de que en caso que muriesen luego, por ser aquella Isla muy insaludable, se podía reputar por una pérdida despreciable: Et si ob gravitatem coeli interiisent vile damnum. Este desprecio, y aborrecimiento de los Romanos a los Judíos confirma el mismo Tácito, cuando en el Libro quinto de sus Anales llama a la Nación Judaica teterrimam gentem.

8. En Flavio Josefo (que como Autor nacional, y proprio habrá sin duda Vmd. leído, siendo tan dado a la lectura de los Libros, como me expresa en la suya) vería las horribles carnicerías que en Cesaréa, Scitopolis, Ascalón, Ptolemaida, Damasco, y otras partes de la Asia hicieron los habitadores en los Judíos; algunas veces, a la verdad, dando ellos ocasión; mas otras sin motivo alguno, más que la ojeriza común a la Nación Judaica.

9. Si descendemos a mirar una por una las principales Naciones Europeas, apenas se hallará alguna, que no haya explicado su odio a los Judíos, no sólo igualmente, pero aún más que la Española. Aquella numerosa Tropa, que el [89] año de 1096 sin Jefe, dirección, ni orden, tumultuariamente se congregó con ánimo de ir a la conquista de la Tierra Santa, constaba de doscientos mil hombres Franceses, y Alemanes. La gran hazaña de éstos fue matar cuantos Judíos encontraron en los Lugares por donde pasaban.

10. Lo proprio hizo la otra canalla, que en tiempo de Felipe VI se juntó en Francia con el mismo designio, o pretexto de la conquista de la Tierra Santa, derramando ríos de sangre de esta infeliz Nación en varias partes, especialmente en Tolosa, y en el Bajo Languedoc. Véase sobre estos dos hechos la Historia Eclesiástica del Abad Fleury en los libros 64, y 92.

11. No fue menor contra los Judíos la ira de los que el año de 1236 se congregaron en algunas Provincias de Francia, también con el destino del viaje de la Tierra Santa, que ni aun perdonaban a los Infantes, ni a las mujeres preñadas.

12. En tiempo de Ricardo primero fueron innumerables los Judíos que sacrificó a su odio el populacho de Inglaterra, especialmente en Londres, en York, y en otras muchas Ciudades, sin preceder de parte de ellos motivo alguno. Refiere estos dos hechos el Monje Mateo de París, y otros Historiadores Anglicanos.

13. En el Suplemento al tomo 7, num. 6, referí, citando a Juan Cristoforo Wagenselio Autor Alemán, la horrible matanza que hicieron los Alemanes en los Judíos el año de 1348, por la pretextada aprehensión de que la peste, que entonces se padeció, provenía de que los Judíos habían envenenado las aguas de fuentes, y pozos.

14. No niego, que en España padecieron sus persecuciones los Judíos, pero menos sangrientas que las expresadas. El Padre Mariana dice, que el Rey Sisebuto los persiguió; pero sobre que parece, que esta persecución se redujo a comminarlos con la expulsión de las tierras de España, para obligarlos a recibir el Bautismo; el mismo Mariana, añade, que esto lo hizo Sisebuto a persuasión del Emperador Heraclio. Como quiera, esta persecución no fue [90] particular de España, pues al mismo Autor refiere, que el Rey Dagoberto los arrojó al mismo tiempo de Francia, instigado también del Emperador Heraclio, el cual los había expelido antes de las Provincias del Imperio.

15. En cuanto a furores del Pueblo tumultuante contra los Judíos sólo me ocurren dos casos en España; y uno, y otro muy desiguales en la extensión a los que arriba referí de otras Naciones, porque uno fue limitado al Reino de Navarra, el otro a la Ciudad de Lisboa. Refiere el primero el Padre Mariana, lib. 15, cap. 19; pero con una circunstancia desnuda de toda verosimilitud. En esta sazón, dice, los Navarros, por tener los Reyes flacos, se alborotaron, y como gente sin dueño se encarnizaron en los Judíos, que moraban en aquel Reino; en particular en Estella cargó tanto la tempestad, que degollaron diez mil de ellos. No pienso que la población de Estella pase de mil vecinos; ni hay vestigios de que fuese mucho mayor en los pasados siglos: con que aun cuando todos en aquel tiempo fuesen Judíos, no pasarían los individuos de cinco mil. Ni aun cuando debajo del nombre de Estella se entienda el territorio, o merindad, de quien Estella es cabeza, es creíble, que en él se anidase tanto número de Judíos. Por lo cual el citado Historiador dificultando el hecho, inmediatamente a las palabras copiadas arriba prosigue así: Si ya el número, o las memorias no van errados.

16. El caso de Lisboa es el mismo que tengo escrito en el tercer Tomo del Teatro Crítico, Disc. 6, num. 42. Pero se debe enmendar allí un yerro; y es, que por equivocación dije, que aquella tragedia había sido ocasionada en la Iglesia Catedral de aquel Pueblo, no habiéndolo sido sino en un Convento de Religiosos.

17. Puede ser que cuando Vmd. hizo la suposición de que los Españoles exceden en el odio de los Judíos a las demás Naciones, no tuviese presentes los hechos referidos; sí sólo, que con otras Naciones les conceden habitación, y en España no. Mas a esto tengo mucho que reponer. Lo primero, que la negación de domicilio no significa odio, [91] pudiendo proceder de otras muchas causas distintas de todo lo que es ojeriza, y aborrecimiento. Lo segundo, es totalmente cierto, que en la expulsión, que se hizo en España de los Judíos, únicamente intervino el motivo de celo por nuestra Religión. Hiciéronla los Reyes Católicos D. Fernando, y Doña Isabel con consejo del Cardenal Jiménez, todos tres personajes celosísimos de la pureza de nuestra Santa Fe, y especialmente el Cardenal, hombre enteramente desnudo de todo afecto, o pasión viciosa.

18. Lo tercero, y principal, expelieron los Reyes Católicos los Judíos de España. Antes los había expelido de Francia el Rey Felipe el Hermoso. Pensará Vmd. al leer esto, que propongo la expulsión de Francia sólo como empate, o compensación de la de España. No Señor. Mucho más pretendo. La expulsión de Francia fue bárbara, cruel, y tiránica. Nada tuvo de esto la de España. No citaré a Vmd. para justificación de uno, y otro sino Autores Franceses. Para lo primero el Abad Fleury en el libro 91 de su Historia Eclesiástica, num. 6, donde dice así: Queriendo el Rey Felipe expeler los Judíos de su Reino, los hizo prender todos en un mismo día, que fue el 22 de Julio del año 1306. Y el orden se dio tan secretamente, que casi no percibieron seña alguna. Todos sus bienes fueron confiscados, dejando sólo a cada uno el dinero preciso para salir del Reino, y prohibiéndoles, pena de la vida, restituirse a él... Algunos pocos Judíos admitieron el bautismo, muchos de los otros murieron en el viaje de fatiga, o de pesadumbre.

19. Cito para lo segundo al Padre Orleans en su Historia de España, tom. 3, lib. 9, pag. mihi 650, donde se lee lo siguiente, hablando del Rey Don Fernando el Católico. El año de 1492 inmediatamente después de la toma de Granada, por un espíritu de celo arrojó de sus Estados todos los Judíos en número de cerca de doscientos mil. Otros dicen ochocientos mil. Verdaderamente se censura en esto su Política, porque por esta expulsión perdieron sus Provincias inmensos tesoros, que los Judíos transportaron a otros Países.

20. Coteje ahora Vmd. un caso con otro. En el primero [91] fue causa de la expulsión una sórdida avaricia, junta con una cruel inhumanidad. En el segundo fue único motivo el amor de la pureza de la Fe, segregado de todo interés humano. El Rey de Francia ganó mucho en la expulsión de los Judíos, porque al mismo tiempo los robó. El Rey Católico perdió mucho en ella, porque perdió para su Reino las grandes riquezas, que dejó llevar a los Judíos. El Rey de Francia hizo una gravísima injuria a los Judíos, despojándolos. El Rey de España usó de su derecho expeliéndolos; porque todo Príncipe Católico le tiene para no permitir en su Reino otra Religión que la suya.

21. Es verdad, que el sucesor de Felipe el Hermoso Luis X permitió la restitución de los Judíos a Francia, la cual no lograron en España después de su destierro. ¿Pero fue aquella restitución motivada de alguna piedad? No, sino de mero interés. Felipe el Hermoso los robó al expelerlos: Luis su sucesor, los disfrutó al admitirlos. Cito al mismo Abad Fleury en el lib. 92 de su Historia, num. 16. Son sus palabras: Mas por otra parte permitió, que los Judíos volviesen a Francia, de donde habían sido expelidos, y sus bienes confiscados; de suerte, que no se creía que hubiesen de volver jamás; y esto lo permitió mediante la contribución, que le hicieron, del dinero que había menester para la guerra de Flandes.

22. Véngase ahora Vmd. con la queja de que los Españoles exceden a las demás Naciones en el odio de los Judíos. Si Vmd. lo mira bien, hallará que otras Naciones, tanto más aborrecen a los Judíos, cuanto más aman el dinero de los Judíos que los Españoles.

23. Y últimamente le daré a Vmd. una brillante prueba de que toda la displicencia, que de los Judíos experimentan en los Españoles, tiene por objeto, no su Nación, sino su Religión. Esta prueba me la ministra el XIV Concilio Toledano, celebrado el año de 693, en cuyo primer Capítulo, con consentimiento del Rey Egica, se estableció que los Judíos, que se convirtiesen a nuestra Santa Fe, quedasen exentos de todo pecho, o contribución al Fisco [93] Real. Así decreta hablando de ellos: Ita nempe, ut quique eorum ad Christum plena mentis intentione se converteverint, & Fidem Catholicam, absque aliquo infidelitatis fuco servaverint, ab omni exactione, quam sacratisimo fisco persolvere consueti sunt, cum his, quae habere poterint: securi, exortesque persistant.

24. De modo, señor mío, que todo esto se reduce a que los Reyes de España, por amar la salud de los Judíos, ceden a los gruesos intereses que podían percibir de ellos. Otros Reyes, por amar el dinero de los Judíos, no se embarazan en que crean lo que quisieren; y que los admitan, que los rechazen, todo es a fin de chuparles el jugo nutricio.

25. Por lo que mira a los buenos oficios, que Vmd. asegura deben los esclavos Españoles en Berbería a los Judíos, posible es que sea así; y también es muy posible, que sea mucho menos de lo que Vmd. expresa, por no estar bien informado de lo que en el tratamiento de los esclavos Españoles pasa en Berbería: Atestiguo (dice Vmd.) con los Cautivos, que vienen de Berbería, los beneficios que por lo general reciben entre aquellos Bárbaros de los Hebreos Españoles, comprándolos a los Moros para librarlos de las Mazmorras en que los meten, y del tiránico trato que les dan, trayéndolos a su casa, poniéndolos a su mesa, &c.

26. Señor mío, el tiránico trato de los Moros respecto de los Cautivos Cristianos, es más invención de Cautivos embusteros, que realidad. Lo que he oído a tal cual hombre de bien, que tuvo la desgracia de caer en manos de Moros, es, que entre ellos sucede lo mismo que entre nosotros; esto es, hay por allá, como por acá, Amos de buena, y mala índole: y aun los de mala índole casi no la explican jamás sino con la voz, y con el gesto, como el esclavo no haya faltado a la obediencia, cometido delito, o caído en algún grave descuido. La razón de todo esto es, que aquellos Bárbaros son interesados en la conservación de sus esclavos, por cuya redención perciben gruesos intereses; y así por mala índole, o por mucha aversión que [94] tengan a los esclavos Cristianos, se abstienen de todo tratamiento áspero, que les quebrante la salud, y mucho más que les quite la vida, porque en lo primero perderían la utilidad del servicio, y en lo segundo el dinero de la redención. En suma el Moro de peor condición, salvo el caso de uno, u otro rapto de ira, cuida de la vista, y salud de su esclavo Cristiano, como acá se cuida de la de un caballo, u otra bestia, en cuya posesión se utiliza su dueño. Cautivo he visto, que ponderaba el buen trato que le habían hecho los Moros, y experiencias de mucho amor en sus Amos. Y así es natural que sea, porque los Moros son hombres como nosotros; y no serían hombres, sino bestias, si no les inspirase algún afecto amoroso la gracia, el buen modo, la buena índole, la buena presencia, y sobre todo la habilidad, y buen entendimiento de este, o aquel esclavo.

27. Lo que algunos Cautivos nos dicen por acá, y creo lo dirán también por allá, que padecieron en Berbería alguna grave vejación por la Fe, es enteramente ajeno de verdad. Desde que en Argel se tomó por el más importante tráfico la piratería sobre los esclavos, jamás se hizo allí proceso a algún esclavo sobre la creencia, ni violentado a que abandonase su Religión; a menos que él, con algún desordenado proceder, irritarse la cólera de los Moros, o que con Misión, o sin ella (esto segundo es más ordinario) metiéndose a predicante, maldijese la Ley Mahometana, o a su Autor el falso Profeta Mahoma; en cuyo caso, tratándole como blasfemo, le aplicarían pena capital. Las señales que trae por acá uno, u otro Cautivo de haber padecido alguna pena corporal, como la privación de orejas, la impresión de algún yerro ardiente, &c. y él quiere atribuir a su constancia en la Fe, sólo son señales de que cometió algún delito, por donde mereció aquella pena.

28. Tan lejos está de que los Moros, ni con la persuasión, ni con la fuerza induzcan a sus esclavos Cristianos a abjurar su Religión, que antes tienen mucho que sentir [95] cuando alguno por su maldad lo hace, porque luego las Leyes le hacen libre, y el Amo pierde el esclavo, y su precio.

29. Más es, que los Moros estiman, o por lo menos hacen confianza de los esclavos Cristianos, que ven observantes de su Ley; y al contrario, miran con desconfianza, y ojeriza a los que conocen tibios, o relajados. La razón de esto se viene a los ojos. Del esclavo, que es buen Cristiano, está asegurado el Amo, que no cometerá con él robo, o perfidia, pudiendo justamente temer lo contrario del mal Cristiano. Es el caso, que los preceptos de la Ley natural son reconocidos de los Mahometanos como de los Cristianos. Y por esta razón, como nosotros decimos por modo de adagio, de mal Moro nunca buen cristiano: los Moros dicen, de mal Cristiano nunca buen Moro.

30. Mas sin embargo de que los Cristianos, que son esclavos de los Moros, no sean bárbaramente maltratados por ellos, posible es, que los que son comprados por los Judíos, experimenten en ellos algo más de dulzura, ya que no en la substancia, en el modo; porque al fin los Judíos son por lo común para el trato civil más racionales, y tienen el entendimiento más cultivado que los Moros. Y si por uno, u otro hecho particular se pudiese formar concepto en la materia, a más me extendería. Dígolo, porque conocí a uno, que había sido Cautivo en Argel, donde después de ser sucesivamente esclavo de tres Moros, fue comprado por un Judío, de quien había sido tratado mucho más benigna, y amorosamente que de los Moros.

31. Pero lo que se lee en algunos de nuestros Historiadores Españoles, refiriendo la expedición de Carlos V a favor de Mulei Hacen, Rey de Túnez, despojado por el famoso Corsario Barbarroja, es de mucho mayor consideración para el asunto de los buenos oficios, que deben los esclavos Cristianos a los Judíos en Berbería; porque de dichos Historiadores consta, que un Judío salvó dos veces la vida a muchos millares de esclavos Cristianos, a quienes quería degollar Barbarroja. Los mejores Capitanes, [96] que tenía este General en su Ejército, y como tales sus inmediatos subalternos, eran un Judío, llamado Sinaam Smirco, y un Turco, llamado Haidin Calamanos. Estaban a la disposición de Barbarroja diez mil esclavos Cristianos en la Plaza de la Goleta, y quince mil en la de Túnez; y cuando vió a Carlos V en disposición de embestir la Goleta, propuso a los dos Capitanes nombrados la determinación en que estaba de quitar a unos, y a otros la vida. Convino en ella el Turco; pero el Judío se opuso tan eficazmente, que retraso a Barbarroja de aquella cruel ejecución. Conquistada por Carlos V la Goleta, y retirado a Túnez Barbarroja, volvió al bárbaro designio de degollar los quince mil esclavos, que había en aquella Ciudad; y segunda vez halló apoyo en el Capitán Turco, como contradicción en el Judío, a cuya generosa piedad debieron dos veces la vida los quince mil Cristianos de Túnez, como una vez los diez mil de la Goleta.

32. En los dos casos, que acabo de referir, verá Vmd. que nada disimulo de lo que hallo favorable a su Nación en el asunto que Vmd. se propone de constituirla acreedora a la gratitud de los Cristianos esclavos en Berbería. Pero tampoco puede dejar de ver Vmd. que unos pocos hechos particulares nada prueban en la materia, debiendo suponerse, que en la Nación Judaica, como en otras, hay algunos sujetos de genio clemente, y benigno para todo el Mundo. La Religión no influye en el temperamento, cuyo existencia en el sujeto precede a la Religión. Así se ven en las Religiones falsas sujetos de índole generosa; como en la verdadera algunos de corazón feroz, y sanguinario.

33. Consiguientemente a lo dicho es posible que uno, u otro Judío haya, por el único motivo de compasión, comprado tal cual Cristiano a los Moros; mas que esto sea cosa algo frecuente no puedo admitirlo. No ignora Vmd. que la Nación Judaica esta notada generalmente de muy adicta al interés pecuniario. Así, exceptuando uno, u otro caso particular, los Judíos en Berbería comprarán los esclavos Cristianos, que consideren útiles para su servicio; y [97] qué sé yo si tal vez se comprará alguno con ánimo de pervertirle.

34. Y verdaderamente Señor mío, si los Judíos hoy compran los Cristianos en Berbería para librarlos del mal tratamiento, que les dan los Moros, muy distintos son de sus antepasados; pues hubo tiempo en que éstos compraban los Cristianos Cautivos para matarlos. Atroz, y lamentable en extremo es el caso, que refiere en su Crónica el Abad Teófanes, citado por el Cardenal Baronio al año de 614. En la desolación, que los Persas de orden de su Rey Chosroas hicieron de la Ciudad de Jerusalén, y de toda la Palestina el año quinto del Imperio de Heraclio, llevaron innumerables Cautivos Cristianos, los cuales luego (en número de noventa mil dicen algunos) compraron los Judíos para matarlos, como de hecho lo ejecutaron. Estas son las palabras de Teófanes: Anno quinto Imperii Heraclii ceperunt Persae Iordanem bello, & Palestinam, & Sanctam Civitatem, & multos in ea per manus Iudaeorum interfecerunt id est, ut quidam aiunt nonaginta milia; isti enim ementes Christianos, prout unusquisque habere poterat, occidebant eos. El Abad Teófanes fue sujeto de ilustre santidad; por consiguiente, no sólo es increíble que impusiese a la Nación Judaica tan atroz delito, mas aunque lo refiriese como verdadero, sin estar bien informado.

35. Diráme acaso Vmd. que los Cristianos compensaron ventajosamente aquella bárbara ferocidad ejecutada en ellos con la horrible matanza que en varias ocasiones, y Reinos (como yo mismo referí arriba) hicieron en los Judíos. Pero repongo que hay dos circunstancias, las cuales hacen sin comparación más odioso el hecho de los Judíos. La primera, que fue meditado, y cometido a sangre fría. La compra y venta de tantos millares de esclavos sujetos separadamente a un gran número de dueños, que los apreciarían diversamente; ya según su codicia, ya según la calidad de ellos, es negocio, no sólo de muchos días, mas que pide de parte de vendedores, y compradores ánimo nada alterado, o furioso. La segunda circunstancia, y [98] que tiene conexión con la primera, es, que la misma calidad del ingenio muestra, que los mismos Jefes, o Caudillos de los Judíos intervinieron en él, por lo menos con su permisión, y aprobación. A no ser así, les fuera fácil con tenerlos.

36. Una, y otra circunstancia faltaron en las bárbaras ejecuciones que los Cristianos hicieron en los Judíos. El vulgacho, arrebatado de un impetuoso furor, cometió aquellas violencias; y el vulgacho solo, no sólo sin la aprobación, o permisión de los Príncipes, o Magistrados, ni Civiles, ni Eclesiásticos, mas siempre improbando éstos el hecho, y aun castigándolo, cuando las circunstancias lo permitían. En Spira padecieron pena capital algunos de los Cristianos, que el año de 1096, con ocasión de la Cruzada, se ensangrentaron en los Judíos. El Rey Ricardo primero de Inglaterra hizo ahorcar a los que pusieron fuego a las dos casas donde se refugiaron los Judíos cuando el motín de Londres contra ellos. En el de Lisboa del año 1506 padecieron el último suplicio muchos de los amotinados, y entre ellos dos Religiosos, que con una Cruz delante del populacho furioso le iban capitaneando: profanación horrible de la Religión Cristiana, por el mismo caso que se quería ostentar como acción de un heróico celo por ella.

37. Pero lo que a Vmd. y a todos los de su Secta debe hacer más fuerza es, que los mismos Jefes de nuestra Religión, digo los Soberanos Pontífices, siempre que se ofreció la ocasión, se explicaron a favor de los Judíos, procurando redimirlos de las vejaciones, que les hacía el populacho Cristiano.

38. Entre las Epístolas de San Gregorio el Grande se hallan por lo menos cuatro, dirigidas a este fin. En la 34 del primer libro, Indicc. 9. con ocasión de habérsele quejado un Judío que en Terracina los habían expelido de un sitio donde solían congregarse a celebrar sus festividades, manda al Obispo de Terracina los desagravie, restituyéndolos al mismo sitio, y estorbando que nadie los impida [99] continuar en él su solemnidades. Y da la razón el Santo en esta notable sentencia: Eos enim, qui a Christiana Religione discordant, mansuetudine, benignitate, admonendo, suadendo, ad unitatem Fidei necesse est congregare: ne quos dulcedo praedicationis ad credendum invitare poterat, minis, & terroribus repellantur. En la 26 del libro 7. Indicc. 1, manda al Obispo de Palermo haga se les dé satisfacción a los Judíos de aquella Ciudad en asunto de una queja, que habían dado a su Santidad. En la 58 del libro 7, Indicc. 2, sabiendo que a los Judíos se habían usurpado unas Sinagogas, y luego se habían consagrado para nuestro culto; después de tratar el despojo de inicuo, y la consagración de temeraria, declara no obstante, que estando consagrados los Templos ya no se les pueden entregar a los despojados: pero al mismo tiempo ordena, que se les dé en dinero el valor correspondiente, y que todas las alhajas halladas en las Sinagogas se les restituyan en su ser. En la 15 del libro 11, Indicc. 6, porque en Nápoles se había impedido, como en Terracina, a los Judíos continuar sus festividades, manda al Obispo Napolitano, después de reprehenderle con alguna severidad sobre el caso, no se las estorbe en adelante. En la 5 del libro 7. Indicc. 2, porque en Caller un Judío recién convertido, y baptizado, llevando por compañeros algunos imprudentes Cristianos había ocupado una Sinagoga, y propuesto en ella la Imagen de nuestra Señora, y una Cruz: después de improbar severamente el atentado, manda al Obispo de Caller que quite con todo respeto la Imagen, y la Cruz, y haga restituir la Sinagoga a los Judíos.

39. El Papa Alejandro II, en una Carta suya, que es la 34, dirigida a todos los Obispos de las Galias, los aplaude por haber protegido a los Judíos contra el furor de los Franceses, que iban a guerrear contra los Sarracenos de España. Y dice en la misma Carta, que la guerra contra los Sarracenos es justa, porque éstos persiguen a los Cristianos; y por la razón opuesta, injusta contra los Judíos. [100]

Inocencio II, en Carta escrita el año de 1199, prohibió forzarlos a recibir el Bautismo, turbarlos en la celebración de sus fiestas, exigir de ellos nuevos servicios, y desenterrar sus cuerpos.

Gregorio XI protegió fervorosamente a los Judíos en la persecución que padecieron en Francia por los de la Cruzada el año de 1236, escribiendo a este fin al Rey, y a varios Obispos de Francia.

Lo mismo hizo el Papa Juan XXII en la que padecieron en Francia el año de 1320, por la Tropa que llamaron de los Zagales, que se habían propuesto a la conquista de la Tierra Santa.

El año de 1348, que el rudo, y ciego populacho dio en el delirio de que la peste, que entonces desolaba algunos Reinos de Europa, provenía de que los Judíos habían envenenado fuentes, y pozos, y con este motivo hizo una horrible carnicería de ellos, especialmente en Alemania: Clemente VI expidió dos Bulas a favor suyo; de las cuales en la segunda mandó a todos los Obispos publicar en sus Iglesias que nadie maltratase en algún modo a los Judíos, pena de excomunión Pontificia.

40. He puesto todo lo dicho a los ojos de Vmd. para que vea cuánta diferencia hay entre las violencias ejecutadas por los Judíos contra los Cristianos, y las cometidas por los Cristianos contra los Judíos: aquéllas autorizadas por sus Jefes; éstas improbadas, y aun castigadas por los nuestros: aquellas calificadas por los principales de la Secta Judaica, como meritorias; estas tratadas por los Príncipes Eclesiásticos, y Seculares, como delincuentes.

41. De modo, Señor mío, que a ninguna Nación, o Secta se deben imputar los desórdenes del ignorante, y ciego Vulgo, cuando no sólo los superiores, mas aun los doctos, y discretos de la misma Nación, o Secta los condenan; pero sí cuando los principales, o los imperan, o los aprueban por lo menos. En el primer caso estamos los Cristianos; en el segundo los Judíos. El vulgo es, con muy poca diferencia, uno mismo en todo el mundo; esto es, [101] ignorante, y rudo en cada individuo; pero cuando llega a conglobarse, preocupados los entendimientos de algún error, y agitados los corazones de alguna pasión de odio, o ira, precipitado, furioso, cruel, y bárbaro; y esto sucede principalmente cuando juzgan interesarse la Religión en sus violencias. Una furia bestial es entonces para ellos celo heróico por la Religión.

42. De este mal entendido celo religioso del Vulgo han nacido muchas ridículas opiniones, con que los de una Religión pretenden infamar, o hacer odiosos, y despreciables a los de otra, cuales son las de que Vmd. se queja en su Carta, inventada para dar a la Nación Judaica un carácter especial de horror, y abominación. La queja es justa; pero también es cierto que únicamente cae sobre el Vulgo. A ningún hombre de buen juicio, y libre de preocupaciones he visto persuadido a esas fábulas. Y por lo que toca a mí, no en una parte sola he manifestado que las tengo por tales. En el Tomo quinto del Teatro Crítico, Disc. 5, num. 13, puede ver Vmd. que impugno, como error vulgar, el que los Judíos tienen cola; y en el número siguiente demuestro, a mi parecer con evidencia, ser falso lo que tan comúnmente se dice que los Médicos Judíos quitan; esto es, de cada cinco Cristianos enfermos, para quienes son llamados, matan uno. En el Suplemento del Teatro, pag. 177, num. 27, y los dos siguientes condeno también con Tomás Brown, como falsa, la noticia de que todos los Judíos, exhalan mal olor. Y en la pag. siguiente num. 30, cito a Juan Cristoforo Wagenselio, que defiende a los Judíos de la atroz acusación, que hace contra ellos una gran parte de la plebe, de que matan todos los niños Cristianos que pueden; pero dejando lugar a que en tal cual caso particular hayan cometido tales homicidios.

43. Mas a la verdad, el que los Judíos practiquen esta atrocidad, no es sólo la opinión del Vulgo, pues la afirman algunos Autores nada despreciables; y como en el citado lugar del Suplemento no he explicado mi sentir en orden [102] a ella, sí sólo referido el dictamen de otro Autor, lo haré ahora.

44. Los que atribuyen esta monstruosa crueldad a los Judíos varían algo en modo. Unos dicen lo que ya se ha insinuado, que matan todos los niños Cristianos que pueden: otros, que sacrifican uno el día de Jueves, o Viernes Santo, u otro día de aquella semana. Yo creo, que en esta materia, ni todo es verdad, ni todo mentira. No entraré jamás en que entre los Judíos haya estatuto, o costumbre autorizada de matar los Cristianos que pueden haber a las manos, o de hacer ese sacrificio, que se dice, por la Semana Santa. Lo primero, porque es increíble que toda una Nación, y no Nación bárbara, pues habita, y conversa con tantas Naciones bien cultivadas, ni por error, ni por ferocidad haya convenido en tan horrible establecimiento. Lo segundo, porque si fuese así, constaría por la deposición de los Judíos, que sinceramente se convierten: lo cual no hay.

45. Pero asiento a que esta maldad se ha practicado algunas veces por particulares individuos de la Nación Judaica, porque algunos hechos de éstos se han justificado bastantemente. Gayot de Pitaval en el libro 18 de sus Causas célebres refiere uno acaecido en Metz de Lorena el año de 1669, comprobado con todas las solemnidades del Derecho. El caso fue, que un Judío, llamado Rafael Levi, hurtó un niño Cristiano; y luego que empezaron a aparecer indicios contra él, dispuso que llevando el niño a una selva, allí le matasen, y destrozasen, de modo, que pareciese haber sido despedazado por alguna fiera. Pero convencióse enteramente el robo, y el homicidio, y Rafael Levi fue quemado vivo. Verdad es que del proceso no consta que el robo se hiciese con intención del homicidio, pues pasaron dos meses y medio entre uno y otro, a cuyo plazo se reconoció que el niño estaba recién muerto; antes parece fue casualmente el homicidio ocasionado del deseo de ocultar el robo.

46. Si estos casos son muchos, o pocos, más, o menos [103] frecuentes, ¿quién podrá determinarlo? El Abad Fleury, después de referir en el Tomo 15, y en el 18 de su Historia Eclesiástica varios de hechos de éstos, unos acaecidos en el XII siglo, otros en el XIII, añade lo siguiente: Algunos Autores dicen que los Judíos cometían estas crueldades para tener sangre de Cristianos, y usar de ella para remedios, u operaciones mágicas; pero las razones, que dan de esto, son tan frívolas, que me desdeño de referirlas. Por otra parte yo no encuentro alguno de estos hechos apoyado de pruebas incontrastables; e importa verificarlos, sino es que sea por causa del culto de estos pretendidos Mártires; porque la Iglesia sólo se interesa en convertir a los Judíos, mas no en destruirlos, o hacerlos odiosos.

47. Lo que el Autor dice de el culto de los pretendidos Mártires, es relativo a la noticia que antes había dado de haberse venerado, y dado culto como a verdaderos Mártires a algunos infantes, que se creía haber sido muertos por los Judíos. Lo de que no encontró alguno de aquellos hechos apoyados sobre pruebas incontrastables, nada infiere positivamente a favor de los Judíos. Leería sin duda en varios Escritores los hechos, y no las pruebas; porque lo común de los Historiadores es referir aquéllos, sin especificar éstas. Mas pues hubo pruebas incontrastables del hecho de Metz de Lorena, es verosímil que las hubo en algunos otros. Bien que es igualmente verosímil, que por el gran odio, que la Plebe Cristiana profesa a los Judíos, a que es consiguiente igual inclinación a calumniarlos, una gran parte, o la mayor de aquellos odiosos hechos fuese impostura, y no realidad. ¿Y qué mucho? Es tan ignorante, y rudo el Vulgo, que muchas veces piensa hacer obsequio a la Religión, acusando por levísimas conjeturas de algún delito enorme a los Judíos; y también juzga hacer obsequio a la Religión, creyendo a los acusadores. Tal vez calumnias semejantes proceden, no de ignorancia, sino de mera malicia sugerida del odio. De lo cual el mismo Abad Fleury refiere algunos ejemplos.

48. En Heirmiburg, Lugar de la Diócesis de Pasau, el [104] año de 1338, o poco antes, un Sacerdote colocó en la Iglesia una Hostia bañada en sangre, mas no consagrada, persuadiendo al Pueblo que la sangre había brotado milagrosamente de las heridas, que le había dado un Judío; y confesó después en presencia del Obispo, y de otras personas fidedignas, que él mismo había ensangrentado la Hostia, y forjado la calumnia por el odio que tenía a los Judíos. Y porque la Hostia dentro de poco tiempo se halló medio comida de insectos, otro Sacerdote quiso mantener la impostura, colocando en lugar de ella otra enteramente semejante. Estas calumnias descubiertas no quitaron que en Pulca, Lugar también de la misma Diócesis de Pasau, poco después se formase otra igual. Un hombre lego mostró una Hostia ensangrentada, diciendo que la había hallado debajo de paja en la calle delante de la casa de un Judío; y el Pueblo, suponiendo, sin más examen, que de los sacrílegos golpes del Judío había resultado la sangre, se arrojó sobre los Judíos, y mató a muchos. Pero las personas de más juicio, añade el Autor, juzgaron que más se hacía esto por pillar sus bienes, que por vengar el pretendido sacrilegio.

49. Así sucede siempre que hay alguna acusación falsa contra los Judíos. Sólo alguna porción del Vulgo Cristiano es autora de ella, y siempre los hombres de juicio la imprueban, y condenan. Yo tendré por delitos suyos verdaderos aquellos, que judicialmente constaren, como el de Metz de Lorena, dando siempre por inciertos los que no tienen más fundamento que rumores populares.

50. Ya sólo resta un punto de la Carta de Vmd. sobre que decir algo, que es lo del Talmud. Este nombre se da a una compilación de toda la doctrina Judaica, que hizo la primera vez Judas, hijo de Simeón ciento cincuenta años después de la ruina de Jerusalén, y después en distintos tiempos fue aumentada por otros Rabinos. Pretende Vmd. persuadirme, que ésta es una obra muy buena, y exenta de todo error. Y porque el testimonio de un Judío, y aun de mil Judíos, en la materia es de ningún peso, me cita [105] a favor de ella un Autor Católico; esto es Galatino, que hablando del Talmud, dice ser obra muy excelente, y digna de ser estudiada en las Universidades, y Colegios de la Cristiandad.

51. Sí Señor, Pedro Galatino, a excepción del elogio de ser el Talmud obra muy excelente, dice lo demás que Vmd. expresa. Pero también es cierto, que ésta es una extravagancia de Galatino, de que se ríen los demás Autores Católicos, entre ellos Sixto Senense, hombre sin controversia mucho más docto que el Galatino, mucho más inteligente en la lengua Hebrea, y mucho más versado en el Talmud, como quien había profesado la Religión Judaica, hasta que le convirtió el Santo Pontífice Pío V antes de ser Papa, ni Cardenal. Proinde (son palabras de Sixto Senense en el lib. 2. de su Biblioteca Santa, litt. T.) non possum hic non magnopere mirari inane studium Petri Galatini ex Ordine Minorum, qui cum, in primo de Arcanis Catolicae veritatis libro, defensionem Talmudicorum voluminum suscepisset, in eam vanitatem devenit, ut non solum affirmaverit. Talmudica opera in latium verti oportere, & publice in Scholis Christianorum explicari, sed hoc ipsum conatus fuerit astruere auctoritate Clementis Papae V. &c.

52. El mismo Sixto Senense nos da luego a conocer, que el Talmud, en vez de ser una obra excelente, es una obra pestilente, que abunda de impiedades, y delirios; pues demás de las blasfemias, que contiene en orden a Cristo Señor nuestro, las cuales son tan horrendas, que el Autor no pudo resolverse a escribirlas por no horrorizar a los lectores, contra Dios, contra la caridad, contra algunos Santos del Viejo Testamento, contra la misma Ley de Moisés; profiere desatinos Teológicos, Históricos, y Morales, iguales a los que tienen admitidos las Naciones más bárbaras del Mundo. Referiré aquí algunos, con la advertencia de que Sixto Senense, de quien los copió, cita para cada uno de ellos, con toda puntualidad, el lugar del Talmud, donde se hallare.

53. Dios, antes que criase el Mundo, por no estar ocioso, [106] se ocupaba en formar varios Mundos; los cuales destruía luego, y volvía a fabricar, hasta que aprehendía a hacer el Mundo, que hoy tenemos.

Dios ocupa siempre las tres primeras horas del día en la lección de la Ley Judaica.

Habiendo subido Moisés una vez al Cielo halló a Dios escribiendo acentos en la Sagrada Escritura.

Dios, el día primero del Novilunio del mes de Septiembre juzga todo el Mundo; y en los días siguientes de la misma Luna se aplica a escribir los justos en el libro de la vida, y los malos en el libro de la muerte.

Tiene Dios cierto lugar separado, donde en determinados tiempos derrama copiosas lágrimas, y se aflige por haber, airado contra los Judíos, destruido el Templo de Jerusalén, y esparcido por la tierra su Pueblo.

Dios mandó al Pueblo Judaico, que en cada Novilunio haga un sacrificio, para expiar el delito, que Dios cometió cuando dio al Sol la luz, que injustamente quitó a la Luna.

Siempre que Dios trae a la memoria las calamidades, que padecen los Judíos oprimidos por las Naciones, derrama dos lágrimas en el Mar Océano, y dolorido, se golpea el pecho con ambas manos.

En otro tiempo Dios, en las tres últimas horas del día, se entretenía jugueteando con un pez de portentosa magnitud, llamado Leviathan, hasta que indignado contra él (no se sabe por qué), le mató, y saló sus carnes para darlas a comer a los Santos en la vida venidera.

Habiendo el Angel Gabriel cometido un delito grave, mandó Dios azotarle con unas disciplinas de fuego.

Adán tuvo concúbito con todas las bestias de uno, y otro sexo, sin poder satisfacer su apetito hasta que usó de Eva.

El Cuervo, que Noé despachó del Arca, resistía salir de ella por el temor de que, en su ausencia, Noé adulterase con la Corneja, que era su consorte.

David no pecó, ni en el adulterio, ni en el homicidio; y cualquiera que diga que pecó, es Hereje.

Las almas de los hombres pasan de un cuerpo a otro debajo [107] de esa ley: que si la alma pecó en el primer cuerpo, pase al segundo: si peca en el segundo, pase al tercero; y si también peca en éste, sea arrojada al Infierno.

La alma de Abel pasó a Seth, y la alma de Seth a Moisés.

Las almas de los hombres indoctos en la resurrección no recibirán sus cuerpos.

El que orare vuelto al Mediodía, conseguirá sabiduría; y riqueza el que orare al Septentrión.

Si alguno pasare debajo del vientre de un Camello, o por entre dos Camellos, o por entre dos Mujeres, jamás podrá aprehender algo del Talmud.

Si alguno negare los Libros Talmúdicos, niega el mismo Dios.

El Rabino, que no tuviere odio mortal, a su enemigo, y procurase vengarse de él, es indigno del nombre de Rabino.

Mayor castigo merecen los que contradicen las palabras de los Escribas, que los que contradicen las de la Ley Mosaica a las cuales el que contradijere puede ser absuelto; pero el que contradice las palabras de los Rabinos, irremisiblemente debe morir.

Si los testigos fueren convencidos de falsedad, deben ser castigados con la pena del Talión; mas si sucediere, que el que fue injustamente acusado, sea condenado, los testigos deben ser enteramente absueltos.

Aquél, a quien la mayor parte de los Jueces condenare a muerte, debe morir; mas si todos los Jueces unánimes convinieren en su condenación, sea absuelto.

Si alguno hallare bolsa con dinero en lugar público, y supiere que el dueño de ella ya desesperó de hallarla, no está obligado a la restitución.

54. Omito otros muchos insignes disparates, y especialmente lo que el Talmud dice contra los Cristianos, porque estoy en ánimo de dar esta Carta a la estampa. Los que manejan los Libros pueden verlo en el lugar citado de Sixto Senense; y el Vulgo mejor es que lo ignore, porque rara, o ninguna vez usa bien de tales noticias.

55. Ahora, bien, señor mío, contra el testimonio de [108] Sixto Senense no hay réplica, que pueda ser admitida, porque sabemos muy bien, que este Autor fue sincerísimo, y religiosísimo: manejó el Talmud con gran cuidado, y era peritísimo en la lengua Hebrea.

56. Acaso recurrirán los Judíos a algunas interpretaciones violentas de los desatinos Talmúdicos. Y aun me parece que Vmd. significa eso, cuando se ofrece enviarme algunas de los Emblemas del Talmud con su declaración, probados por la Santa Escritura, y que veré la diferencia de su significado a lo que suena la letra. Señor mío, el explicar errores de modo que admitida la explicación dejen de ser errores, es cosa fácil. La dificultad está en dar explicación que deba, o pueda ser admitida; esto es, natural, y no violenta. Y yo me atrevo a desafiar a Vmd. y a todos sus Rabinos, sobre que no me darán exposición alguna de los errores Talmúdicos citados, que no sea muy forzada, e incongruente a la letra del texto.

57. Lo que yo entiendo en esto es, que los Rabinos de estos últimos siglos son mucho más instruidos, y cultivados que los de los siglos anteriores, y por tanto reconocen los errores, y extravagancias que hay en el Talmud; pero no atreviéndose a combatir derechamente la autoridad de esa colección, que hallan tan establecida por sus mayores, y tan reverenciada como sacrosanta del Pueblo, tomaron el sesgo de exponer como pudieron aquellos delirios, trayéndolos a sentidos extraños, en que dejan de ser delirios.

58. El que los Rabinos antiguos, que existieron en los nueve, o diez primeros siglos del Cristianismo, fueron unos hombres ignorantes, crédulos, supersticiosos, qu adoptaban como tradiciones legítimas los más ridículos cuentos de viejas, consta, no sólo de los que esparcieron en los libros, de que se formó la colección del Talmud, mas también de otros muchos, los más impertinentes del Mundo, que amontonaron en sus exposiciones de la Biblia, y de que hacen memoria los Expositores Cristianos, que leyeron los Comentarios Judaicos de la Escritura. Mas después del siglo décimo parecieron los Rabinos Natán, [109] Abenezra, Abrahán, Halleví, Moisés, Maimónides, José Kimchi, y sus dos hijos David, y Moisés, Salomón Jarchi, Abrabanel, y otros que miraron con algún desengaño las más groseras ficciones Judaicas; pero con más luz que todos los demás Moisés Maimónides, de quien se dice vulgarmente haber sido el primero entre los Judíos, que dejó de decir necedades. Fue éste un hombre de extraordinaria capacidad, de quien Vosio afirma, que fue eminente en la Literatura Hebraica, en la Jurisprudencia, y en la Medicina también, y en la Matemática; y de quien dice el Doctísimo Obispo Huet: Inter Iudaeos quotquot a Mosis aetate floruerunt, doctrinae, & ingenii gloria praestantisimus Rabbi Moses Ben Maimon. Donde advierto, que Maimónides, y Ben Maimon significa una misma cosa; esto es, hijo de Maimón.

59. Este Rabino, pues, abrevió el Talmud, purgándole de la mayor parte de sus quimeras; y en otra obra expositiva de la Escritura, atándose al texto, aunque usa muchas veces para su explicación de la Filosofía Aristotélica, hace guerra declarada a las ridículas tradiciones de su gente: por lo que la mayor parte de los Judíos conspiraron contra él, como un enemigo de su Religión; pero los Judíos Españoles estuvieron de su parte, o ya por pasión nacional, porque este famoso Rabino fue natural de Córdoba, o ya porque los Rabinos Españoles eran en aquel tiempo mucho más hábiles que los de las demás Naciones, como quienes tenían abierta para su estudio la gran Escuela Arábiga de Córdoba. En efecto, en el mismo siglo (que fue el XII) florecieron otros dos famosísimos Rabinos Españoles, Abenezra, y muy probablemente también José, y David Kimchi.

60. Como quiera, los muchos enemigos, que tuvo Moisés Maimónides, no estorbaron, que con el tiempo triunfase de todos ellos; de suerte, que hoy todos los Hebreos le veneran como el Príncipe de todos los Rabinos. Así dice el Obispo Huer, que todos los Judíos respetan sus decisiones como oráculos dictados del Cielo: Illius [110] effata haud secus quam dictata de Caelo oracula audiunt. De Optim. Gen. Interpretandi. La lástima es, que este gran ingenio dejase intacto el tronco de la superstición Judaica, contentándose sólo con derribar las ramas; ni aun todas esas, según el testimonio del P. Ricardo Simón. Digo que dejó en pie el tronco de la superstición Judaica, porque fue hasta la muerte constante profesor de la abrogada Ley de Moisés.

61. De lo dicho en esta materia resulta el concepto que insinué arriba. Los Judíos modernos por una parte ven que el Príncipe de sus Rabinos, y otros que le siguieron, han reconocido en el Talmud varias fábulas monstruosas, y máximas inicuas. Por otra parte el interés de la Secta los mantiene en la veneración del Talmud como de una cosa muy sacrosanta. Con que para conciliar uno con otro, recurrieron al medio de trasladar del sentido literal al alegórico, u otro improprio las extravagancias, y errores del Talmud. ¿Pero esto mismo no hace visible la ignorancia, rudeza, y superstición de los antiguos Rabinos, Autores del Talmud, de modo, que los mismos Judíos, si voluntariamente no cierran los ojos, no pueden menos de conocerla? Ciertamente.

62. He dicho, que el interés de Secta mantiene a los Judíos en la veneración del Talmud. Esta obra fue compuesta, y añadida por algunos Rabinos, que existieron en los primeros siglos del Cristianismo, y eran entonces los Directores, y Maestros principales de la Nación Judaica, a quien como tales mantuvieron en obstinada resistencia a reconocer por verdadero Mesías a nuestro Señor Jesucristo. Con que lo mismo sería faltar los Judíos a la veneración del Talmud, por conocer que contiene muchas fábulas, y errores groseros, que confesar, que en su resistencia a venerar como verdadero Mesías al que los Cristianos adoran como tal, fueron guiados por unos hombres estúpidos, o alucinados: lo que viene a ser lo mismo que confesar, que es falsa, y errónea la Religión que profesan. [111]

63. No ignoro, que los Judíos dicen, que los Rabinos, que compusieron el Talmud, nada más hicieron, que poner por escrito las tradiciones, que llaman Orales; esto es, que no constaban por escrito alguno, habiéndose comunicado de boca en boca desde Moisés hasta ellos, y derivado primeramente de Dios a Moisés. ¿Mas qué importa que digan esto, si los muchos horrendos absurdos, que hay entre esas tradiciones, muestran claramente que no vinieron de Dios, ni de Moisés, ni aun de hombres que fuesen dotados de algún juicio?

64. Señor mío, pues Vmd. como me asegura, ha leído mis Escritos, discurro habrá hecho por ellos el juicio, que hacen casi todos los demás; esto es, que soy perfectamente sincero, y que nunca el odio, el amor, u otra pasión humana dan impulso a mi pluma, sí sólo el puro amor de la verdad, y de que el público la conozca. Buena prueba hacen de esto para Vmd. y para todos los de su Secta los pasajes que cité arriba de mis Libros, en que defiendo a los Judíos de algunas imposturas, con que procuran hacerlos más odiosos, y abominables muchos de nuestros vulgares. Y esta misma defensa deberá persuadirlos a que de tal modo detestos sus errores, que al mismo tiempo amo las personas; porque ¿qué otro motivo sino este amor podría inducirme a ser su Apologista contra aquellas imposturas?

65. Quisiera yo que Vmd. y todos los de su Secta entendiesen, que esta misma buena disposición de mi ánimo hacia ellos hay en todos los Católicos de buen entendimiento. ¿Y cómo puede ser otra cosa, sabiendo éstos, que nuestra soberana doctrina del precepto de la Caridad comprehende a los Judíos, como a todos los demás hombres? Si la Nación Judaica se hiciese cargo de esto, creo la hallarían mucho menos indócil los argumentos, con que los Católicos combaten su errada Secta; porque como noté al principio de esta Carta, el concepto que hacen los profesores de alguna Religión, que los de la opuesta los miran con odio, y rencor, influye en sus corazones una aversión [112] capaz de endurecerlos, y obstinarlos, aun cuando los de la opuesta los impugnen con clarísimas evidencias.

66. Bien presente tenía esto el Gran Augustino cuando nos dio la importante lección de que en los casos de predicar a los Judíos procedamos con tal dulzura, que en la suavidad de la exhortación conozcan la sinceridad con que los amamos; añadiendo, que en ninguna manera los despreciemos, o insultemos porque van descaminados; antes cariñosamente procuremos llamarlos a nuestra compañía, y atraerlos a la senda de la verdad: Haec, fratres charissimi, sive gratanter, sive indignanter audiant Iudaei, nos tamen, ubi possumus, cum eorum dilectione proedicemus. Nec superbe gloriemus adversus ramos fractos, sed humilibus consentientes, non eis cum praesumptione insultando, sed cum tremore exultando, dicamus, venite ambulemus in luce Domini (Tom. 6. in Orat. adversus Iudaeos).

67. Inducido de este espíritu de lenidad, y amor, quisiera yo representar a Vmd. con algunos eficaces argumentos la falsedad de su Secta; pero veo, que ésta es materia, no de una Carta, sino de un Libro entero, y Libro grande; cuando sólo el que se toma del cumplimiento de las Profecías del Testamento Antiguo en Cristo Señor nuestro, y en su Iglesia; de la incompetencia de ellas al esperado Mesías de los Judíos; si se han de refutar juntamente los vanos efugios, con que éstos pretenden evadirse de este invencible argumento, ocupará un volumen más que mediano. Sin embargo, por vía de complemento de esta Carta propondré a Vmd. algunos de los capítulos, que no necesitan, ni de mucho aparato de erudición, ni de largos razonamientos, para convencernos de que van visiblemente descaminados los que después de la venida de Cristo profesan la Ley de Moisés.

68. El primer argumento a este propósito formo sobre las grandes variaciones de los Judíos en orden a su esperado Mesías. La variación de alguna Secta sobre cualquier artículo, que se considera substancial en ella, visiblemente caracteriza su falsedad. De este género es para los Judíos [113] su prometido Mesías. Esperábanle cuando Cristo Señor nuestro vino al Mundo, y prosiguieron esperándole por algunos siglos, en cuyo espacio de tiempo varios embusteros de la misma Nación los engañaron, ostentando cada uno ser el prometido Mesías; con que la hicieron objeto de escarnio, y risa, no sólo para los Cristianos, mas aun para Mahometanos, y Gentiles. Por lo que, pasado un gran espacio de tiempo, cansados, o corridos de tantas burlas, muchos de sus Doctores empezaron a mudar de tono, afirmando, que ya ha muchos siglos que vino el Mesías; pero que está escondido, o en el Paraíso Terrenal, o en otra parte, suspendiéndose su descubrimiento por los pecados de los mismos Judíos. Otros echaron por el efugio, de que la promesa del Mesías no es artículo esencial de la Religión Judaica, la cual por tanto queda íntegra en lo substancial, aunque sus profesores se hayan engañado en la esperanza de él. Pero sobre que así éstos, como aquéllos se apartaron de lo que sobre la materia pensaron casi todos sus mayores (en que es visible la variación substancial) vino ya muy tarde el recurso a una, y otra solución; esto es, forzada de las muchas burlas, que ya habían padecido por la esperanza unánime de su venidero Mesías.

69. En el Tomo séptimo del Teatro Crítico tengo enumerados veinticuatro impostores, que en diferentes tiempos, desde el primer siglo del Cristianismo, hasta fines del próximo pasado engañaron a los Judíos, haciendo cada uno el personaje del Mesías, de modo que algunos de ellos arrastraron, o toda la Nación, o gran parte de ella, ocasionándole esta errada persuasión gravísimos daños. Y aun a aquella lista puedo añadir el famoso Cromuel, de quien hago memoria en el Suplemento, pag. 292, porque aunque éste no engañó a los Judíos, los Judíos se engañaron con él, como expongo, y pruebo en el lugar citado.

70. Esta esperanza perdurable, a quien sobran méritos para pasar a desesperación, las contradicciones de unos Judíos con otros sobre el mismo artículo, y en fin, las repetidas [114] burlas, que en virtud de su vana esperanza padecieron por impostores de su misma Nación, no sólo mostraron a las gentes la falsedad de la Religión Judaica, mas también representaron sus Profesores a los ojos de todo el Mundo como hombres ridículos, y alucinados.

71. El segundo argumento se toma de la comparación de la Sinagoga antigua con la moderna; esto es, de la que precedió la venida de Cristo, con la que le subsiguió.

O quantum haec Niobe, Niobe distabat ab illa!

En la Sinagoga antigua había Profetas, y no pocos: había milagros, y muchos; y así en estos dos grandes favores, como en otros, hacía Dios visible, que miraba al Pueblo de Israel como Pueblo suyo. ¿Pero ahora? Fuimus Troes. Todo se acabó. A los Profetas sucedieron Pseudo-Profetas: a los Patradores de prodigios, Seductores que los prometieron, y no ejecutaron. Tales fueron todos aquellos, que vendiéndose por Mesías, ofrecían su redención a los Judíos, por medio de portentosas victorias, sobre los Profesores de todas las demás Religiones, parando estas promesas en hacer su opresión más dura, y su creencia más irrisible. ¿No es eso seña clara de que el árbol, que un tiempo produjo tan bellos frutos, y ahora, en vez de profecías, y milagros, sólo es fecundo de ilusiones, está enteramente viciado, por alimentarse ya, no del nutrimento saludable de la Fe, sino del juzgo adulterino del error?

72. El tercer argumento se deduce del estado aflictivo, y calamitoso en que se halla la gente Hebrea desde el tiempo de la Pasión de nuestro Redentor, hasta ahora; el cual, mirado fuera de toda preocupación, no puede menos de considerarse como castigo de algún atrocísimo crimen cometido por dicha gente. No es esto decir que generalmente, las calamidades temporales sean castigo de algunos delitos. Deja Dios muchas veces, por justísimos motivos, padecer a los buenos, y prosperarse los malos. Las circunstancias son quienes determinan la prudencia al juicio de si la infelicidad mundana es pena del delito, u ordenada del [115] Cielo por otra causa; y siguiendo esta regla, resueltamente afirmo, que cuanto padecen los Judíos, se debe mirar como castigo de la muerte que dieron al Salvador, y de su obstinación en no reconocerla injusta.

73. Diecisiete siglos ha que está viviendo la Nación Hebrea en la más miserable opresión, que hasta ahora padeció gente alguna; dispersos por el Mundo, sin poder formar siquiera alguna pequeña República; aborrecidos, y despreciados como gente vilísima; arrojados ignominiosamente, ya de esta región, ya de aquella; cargados de graves exacciones, y ceñida su libertad con severísimas leyes, donde son contenidos. Así como una calamidad tan larga, y tan funesta es tan particular a los Judíos, que no se le halla ejemplar en alguna otra Nación; así es preciso discurrir, que interviene en ella de parte de la Providencia, respecto de los Judíos, algún motivo muy particular. ¿Y cuál puede ser este motivo particular, sino un delito tan particular a los Judíos, que no cayó jamás en él otra alguna gente; esto es, la muerte de Cristo?

74. Este argumento, que por sí es eficacísimo, recibe muchos grados de fuerza, observando la diferentísima conducta que Dios tuvo en castigar a los Judíos antes, y después de la venida del Redentor. Antes de ella había idolatrado varias veces el Pueblo Hebreo; y siendo el crimen de la Idolatría tan horrible, se contentaba Dios entonces con castigos pasajeros; esto es, que duraban poco tiempo; pasado el cual, a los azotes sucedían los alhagos. Esto consta de varios lugares de la Escritura. Vino el Redentor, y poco después de su muerte sucedió la ruina lamentable de Jerusalén, a que se siguió la dispersión, y opresión de la gente Judaica, la cual lleva ya diecisiete siglos bien cumplidos de duración. ¿Qué es esto? ¿Antes duraba el castigo por días, o cuando más por años, y ahora por siglos? ¿Mudó Dios de genio? ¿No lo dirán los Judíos, pues le confiesan el atributo de la inmutabilidad? ¿Cayeron éstos en alguna nueva Idolatría, que, por ser mucho más torpe que todas las anteriores; mereciese a Dios mucho más severa indignación? [116] Bien lejos de eso, desde que vino el Redentor al Mundo, hasta ahora, consta que no idolatró más la gente Hebrea; antes bien, a costa de mucha sangre suya resistieron los Judíos, únicos en esto entre todas las Naciones, conceder al Emperador Cayo el título que pretendía de Divino; y antes, por no consentir cosa que contuviese la más leve apariencia de Idolo, derribaron, e hicieron pedazos la Aguila de oro que Herodes había colocado en la puerta mayor del Templo. ¿Pues cómo Dios tan moderado antes en castigar la Idolatría de los Judíos, hoy que tan constantes están en su Ley de Moisés, los trata con tanta severidad? A la vista está la causa. Castigólos antes por el delito de la Idolatría; hoy los castiga por otro delito mayor que el de la Idolatría; por la muerte que dieron al Santo de los Santos, al Hijo de Dios, y tan Dios como su Padre.

75. El asunto del cuarto argumento es la adecuada, y puntual correspondencia de la ruina de Jerusalén, ejecutada por los Romanos con la predicción que Cristo Señor nuestro hizo de ella, y se halla estampada en el cap. 19 del Evangelista San Lucas por estas palabras: Quia venient dies in te: & circundabunt te inimici tui vallo, & circundabunt te: & coangustabunt te undique: & ad terram prosternent te, & filios tuos, qui in te sunt, & non relinquent in te lapidem, super lapidem: eo quod non cognoveris tempus visitationis tuae.

76. En cuyas pocas líneas se expresan con la más ajustada puntualidad el motivo que hubo de parte de Dios para decretar la destrucción de Jerusalén; el medio que para conseguirla tomaron los Romanos; y últimamente la total ruina de aquella infeliz Ciudad. El motivo de parte de Dios fue la incredulidad de los Judíos: Eo quod non cognoveris tempus visitationis tuae. El medio de parte de los Romanos fue aquel gran Muro de treinta y nueve estados de circuito, que corresponden a más de legua y media de las Españolas, (Véase a Josefo, libro 6 de Bello Judaic. cap. 13) con que se estorbaron las furiosas irrupciones [117] de la guarnición, y la introducción de todo género de víveres: Et circundabunt te inimici tui vallo. Finalmente, la entera destrucción de Jerusalén, que empezó por el incendio del Templo, de allí pasó a la inferior parte de la Ciudad, y últimamente a la superior; Ad terram prosternent te... & non relinquent in te lapidem super lapidem.

77. Concluyo ya con un bello paralelo, que hace el Venerable Padre Señeri en el segundo Tomo del Incrédulo sin excusa, cap. 14. num. 12. de las circunstancias que intervinieron de parte de los Judíos en la muerte de Cristo; con las que ordenó la Divina Providencia la destrucción de la Nación Judaica, en que se hace palpable que ésta fue pena de aquel delito.

78. «Si el temor, dice, de las Armas Romanas fue el consejero de la muerte dada a Jesús, el furor de las Armas Romanas fue el verdugo castigador de esa muerte.

Si los Judíos le compraron la vida del Redentor al impío Judas por treinta reales, apreciándole con esto menos que a un vil jumento; los Soldados de la rendición, y del saco de Jerusalén tuvieron en tan poco a los Judíos, que no sabiendo qué hacerse de ellos, daban a treinta por un real, que aún no llegara a equivaler a la piel del mismo jumento desollado.

Si los Judíos llevaron a Cristo por las calles públicas con las manos atadas a las espaldas, como a reo de gravísimos delitos, y le azotaron atado desnudo a una Columna; los Romanos arrastraron por las calles públicas a los más venerables de aquella detestada Nación, con las manos también detrás de las espaldas atadas a unos con cordeles, a otros con cadenas, y sobre aquellas Plazas también desnudos los azotaron hasta hacerlos morir debajo de los golpes; como después lo lloró (pero sin entender la causa) Filón Hebreo, más docto para el bien de otros, que para el suyo.

Si los Judíos crucificaron a Cristo sobre el Calvario, los Romanos les mudaron a los Judíos en otros tantos Calvarios todos los collados circunvecinos, hasta faltar [118] selvas de que sacar más patíbulo, y suelo sobre que plantarlos». Esta expresión del Padre Señeri es copiada de Josefo, el cual en el libro 6. de Bello Iudaico, cap. 12. dice: Et propter multitudinem (de los Judíos crucificados) iam spatium crucibus deerat, & corporibus cruces.

«Si los Judíos en el tiempo de la Pascua cometieron su horrible Deicidio; los Romanos en el tiempo de la Pascua sitiaron la Ciudad en que fue cometido; esto es, en el tiempo que, recogida de todos los contornos para la fiesta de los Azimos la malvada gente, se puede creer que fácilmente llegaría a cuatro millones; pues el número sólo de los purificados, según la Ley, lo calculó el Historiador (Josefo) en dos millones, y setecientas mil personas. De suerte, que como el cazador no se determina a tirar la red, mientras la tropa de los pájaros, que aguarda, no está muy espesa; así parece que la Divina Justicia no cuidó de dar el último ataque a la impía Ciudad, hasta que la miró más colmada de habitadores.»

79. Hasta aquí el Padre Señeri. Y hasta aquí yo también. Ya dije arriba a Vmd. que para comprehender todos los argumentos, que tenemos contra los Judíos, sería necesario un grueso volumen. Yo me he contentado con los pocos que he propuesto, escogiendo, y prefiriendo unas pruebas manuales y sencillas, cuya fuerza se descubre a primera vista, a otras más operosas, y eruditas, que así como constan de mayor copia de materiales, son más ocasionadas a que los contrarios las frustren, confundiendo las especies. Ruego a nuestro Señor con las mayores veras, que por su infinita Misericordia disponga el corazón de Vmd. de modo, que mis razones hagan en él la impresión, que yo deseo; ofreciéndome con las mismas a servir a Vmd. en cuanto me ordenare, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo tercero (1750). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo tercero (nueva impresión), páginas 85-118.}