Filosofía en español 
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Tomo tercero Carta décimo séptima

Como trata el demonio a los suyos

1. Muy señor mío: Ofrecí a Vmd. otra Carta consiguiente en el asunto aquella reflexión sobre la malicia diabólica, con que terminé la antecedente. Cumplo ahora la promesa.

2. Si en orden a la multitud, y poder de los Magos se hubiese de hacer concepto por lo que un discurso aparentemente muy bien fundado ofrece a primera vista, nada parecería más razonable, que el juzgar que aquellos confidentes del demonio son muchos, y muy poderosos. No es dudable la ardiente actividad, con que este implacable enemigo nuestro procura la ruina de las almas; por consiguiente tampoco es dudable, que pondrá en ejecución los [170] medios más eficaces para conseguirla; y es igualmente cierto, que el medio más eficaz es brindarlas con la satisfacción de todos sus apetitos. Ahora bien. Esto puede ejecutar por medio de la Magia; conviene a saber, ofreciéndoles, mediante el pacto, asistirlas para el logro de todos sus deseos. Luego así lo ejecutará, o ejecuta.

3. Estoy persuadido a que este discurso es quien fomenta la vana credulidad de tantas hechicerías, y tantos hechiceros; disponiendo el ánimo para dar asenso a las innumerables historietas, y cuentecillos que se oyen, y leen en este asunto, porque los que discurren así, se hacen esta cuenta. El demonio puede, el demonio quiere, luego lo hace. Sólo resta para estorbarlo la resistencia, que puede hallar de parte de los hombres, sin cuyo consentimiento todas sus diligencias sin inútiles. Pero este excepción no quita, que la cuenta, que hacen los crédulos, no salga muy cabal. Es así, dirán, que el consentimiento del hombre es indispensable en este tratado. Y desde luego se concede, que no convendrán en él los más; pero convendrán muchos; esto es, gran parte de aquellos, que siendo agitados de vehementísimas pasiones, no encuentran otro medio de satisfacerlas. Y dado que éstos no constituyan más que la milésima parte de los hombres, hartos hechiceros quedan en el mundo. Por este cálculo España le tocarán más de seis mil.

4. Pero ve aquí que este Discurso, al parecer tan especioso, flaquea por todas partes. Primeramente, lo que supone el poder del demonio está muy lejos de la verdad. Podrá sin duda todo lo que argumento pretende, si Dios no le atase corto. Pero la bondad Divina tiene tirante la rienda a la malicia diabólica. Es el demonio un león rugiente, y feroz, bestia de grandes fuerzas; pero león puesto en cadenas. Si no fuese así, quitaría de repente la vida a todos los hombres, luego que ve que acaban de cometer algún pecado grave.

5. Lo segundo, la notoriedad del hecho manifiesta la falencia de aquel cálculo, de que resultan tantos millares [170] de hechiceros; pues es notorio que no hay tantos, ni con mucho. Todos viéramos los efectos; esto es, muchas hechicerías, si fuese tan grueso el número de los hechiceros. Y yo por mí protesto, que ninguna vi hasta ahora. A que añado, que eso mismo oí decir varias veces a sujetos observadores y veraces.

6. Con todo debo confesar, que este argumento no comprende a todos los crédulos de hechicerías. Éstos se dividen en dos clases, que son los vulgares vulgarísimos, y los semivulgares. Los vulgares vulgarísimos creen, que todo el Mundo, sin distinción de Reinos, Naciones, y Creencias, está lleno de hechiceros; y contra éstos es eficaz el argumento propuesto. Los semivulgares distinguen, diciendo, que a la verdad, entre los que adoran al verdadero Dios hay pocos; pero en las Naciones idólatras muchos. Esto es lo que se lee en varios Escritos, y a estos da fácilmente asenso la razón; siendo natural que el demonio halague, y favorezca con mucha especialidad a aquellos, que mira como muy suyos, como sus alumnos, como sus clientes; a aquellos que le doblan la rodilla, y prestan el culto, que sólo se debe al verdadero Dios. Con estos sus queridos contrae, mediante el pacto, la obligación de asistirlos, de regalarlos, poniendo a su arbitrio todas las comodidades temporales, que apetecen, ya que después de esta vida mortal han de ser eternamente infelices.

7. Este es el punto a que yo quería traer la atención de Vmd. siendo mi pretensión en esta Carta establecer, y probar aquella máxima, con que concluí la antecedente; que el demonio por su malicia rehusa a los hombres, aún aquellas comodidades temporales, que por medio de la Magia podrían adquirir. Esta cláusula me condujo al asunto de esta Carta, en que haré ver, que los que se imaginan que el demonio procura a los Idólatras una vida deliciosa, con la satisfacción de todas sus pasiones, y apetitos, ni conocen al demonio, ni conocen al Mundo. No conocen al demonio, porque la propensión violenta de esta maldita criatura [172] es hacer a los hombres infelices de todos modos; esto es, no sólo en el otro Mundo, más también en éste. No conocen el Mundo, (hablo de aquel conocimiento que da la lectura de las Historias Sagradas, y Profanas); porque si tuviesen este conocimiento, sabrían que efectivamente los que son peor tratados del demonio, son esos adoradores suyos. Ningún bárbaro dueño ejerció tanta crueldad con sus más infames esclavos, como el demonio practica, y practicó siempre con sus devotos. Parece esta ferocísima bestia una sed proporcionada al fuego en que arde; pero no es des de agua, como la del Rico Avariento, sino de nuestra sangre, de que hacer verter tanta en las Regiones donde es venerado como Deidad, que de ella se podrían componer otro Mar Bermejo.

8. Para eso desde la más remota antigüedad introdujo los sacrificios de víctimas humanas; lo que consta de varios lugares de la Sagrada Escritura. Los de Sepharuain quemaban los propios hijos inmolándolos a sus Ídolos: (4. Reg. cap. II) lo que los Maobitas parece también practicaban con su Ídolo Moloch. Y en Isaías, y Ezequiel se ve, que en muchas partes del Gentilísimo había esta horrenda barbarie de obsequiar las falsas Deidades, entregando los infantes a la muerte los mismos que les habían dado la vida. Y aún parece que esta costumbre en aquellos antiquísimos tiempos era general, en atención a que David, y Jeremías, cuando hacen memoria de varias apostasías de los Hebreos hacia la Idolatría, les dan en rostro con la misma brutalidad. El primero en el Salmo 105: Et commixti sunt inter Gentes, & didicerunt opera eorum::: & immolaverunt filios suos, & filias suas daemoniis. El segundo en el cap. 19: Et aedificaverunt excelsa Baalim ad comburendos filios suos igni in holocaustum Baalim.

9. Las Historias Profanas nos continúan las mismas noticias de los tiempos subsiguientes. En la Historia de la Academia Real de Inscripciones, y bellas letras, tomo I. pág. 27. se cita una Disertación del Abad Choisi, en la cual, con testimonios de Manethon, Sanchoniaton, Herodoto, [173] Pausinas, Josepho, Filón, Diodoro Siculo, Dionisio Halicarnaseo, Estrabón, Cicerón, Julio Cesar, Macrobio, Plinio, muchos Poetas Griegos, y Latinos, y algunos Padres de la Iglesia prueba, que los Fenicios, los Egipcios, los Árabes, los Cananeos, los habitadores de Tyro, y Cartago, los de Atenas, de Lacedemonia, los Jonios, todos los Griegos del Continente, y de las Islas, los Romanos, los Escitas, los Albaneses, los Alemanes, los Ingleses, los Españoles, y los Galos; en una palabra, casi toda la tierra estaba inundada de esta cruel superstición.

10. Es verdad, que entre los Romanos eran raros estos sacrificios, y sólo se usaban en ocasiones, y con motivos muy particulares. Pero en compensación les inspiró el demonio otra carnicería mayor, que fue la de los Espectáculos Gladiatorios. Digo que se la inspiró el demonio, porque ¿cómo es posible, que sin influencia especial de este espíritu maligno, en un Pueblo tan racional como el Romano, se tomase por diversión pública, como entre nosotros lo es una Comida, o una corrida de Toros, ver matarse unos a otros centenares de hombres, que a nadie habían ofendido, ni entre sí tenían alguna querella? Y muchos más si se consideran las varias circunstancias.

11. La primera, que respecto de los esclavos esto no era libre, sino que el Magistrado, o el Pueblo obligaba a los que quería al combate. Donde es bien notar, que entre los Romanos eran esclavos todos los prisioneros, que hacían en la guerra. ¡Horrible abuso! Que a unos hombres, que habían nacido libres, sin más delito, que cumplir con la obligación de defender la libertad de su Patria, se redujese a la esclavitud, y esclavitud tal, que los dueños lo eran de su vida, y su muerte, sin más motivo que su antojo.

12. La segunda, que aunque por la institución sólo se usaba de esclavos para esta función sanguinaria, y así se practicó los primeros tiempos, después de se introdujo admitir a hombres libres; siendo muchos los que por estipendio, o por captar gloria de valientes, tal vez por el despecho que [174] les ocasionaba algún gran revés de la fortuna, exponían sus vidas en la arena.

13. La tercera, aunque en la institución, y práctica de los primeros tiempos está se miraba como una pompa fúnebre para honrar la muerte de algunos Varones ilustres, u hombres principales; y aún algunos piensan que era una especie de sacrificio destinado a aplicar los Dioses Manes: después se extendió el uso aún a la muerte de gente privada, como los hijos, o parientes, o amigos del difunto no quisiesen comprar los Gladiatores. Y aún algunas veces el mismo difunto dejaba dispuesto en el testamento, que se honrase su muerte con esta sangrienta pompa.

14. La cuarta, que pasando más tiempo se introdujo, usar de ella meramente por recreación, y festejo; tanto que pocos eran los días festivos principales en Roma, en que no se diese al placer del Pueblo este espectáculo. Y aún llegó a tanto la barbarie, que se celebraban con él algunos convites suntuosos, matándose bellamente los Gladiatores en la misma cuadra, que era teatro de los brindis. Quid credulitati cum deliciis? Quid cum funeribus voluptati? S. Ambros. lib. 3 de Virginibus.

15. Contemplen bien todo esto los infinitos admiradores que hay de la política, y generosidad de los Romanos, en cuyo número no entro yo, ni entraré jamás. ¿Pero qué política, qué generosidad, ni qué humanidad se puede esperar donde reina la idolatría? Son allí mucho más eficaces, permitiéndolo Dios así justísimamente, las sugestiones del común enemigo, el cual de este modo trata a los suyos; esto es, inspirándoles que se truciden como bestias feroces unos a otros; y lo es que es más, infundiéndoles en cierta manera su propio genio de deleitarse con la efusión de la humana sangre.

16. En esta misma conformidad ha procedido hasta nuestro tiempos en los demás Países, donde dominó, u domina la idolatría. En varias partes de la África es servido con víctimas humanas; unas que se le ofrecen voluntariamente, como en el Reino de Casangas; las más, que son por [175] fuerza, como en Riafar, y en los Giachas. En otras partes dictó la Ley de que en la muerte de los Príncipes, y Grandes se maten muchos hombres con el destino de que vayan a servir a aquellos personajes en el otro Mundo. En muchos Reinos de la Asia introdujo la observancia de que, cuando mueren los maridos, las pobres viudas se dejen quemar vivas para acompañarlos, so pena de quedar como una mujeres vilísimas, expuestas al desprecio, ajamiento, y abominación de aquellos naturales. En uno de los Libros de las Cartas edificantes leí, que en una de aquellas Naciones idólatras, donde, o los Portugueses, u Holandeses, (que no me acuerdo, a la verdad, cual de las dos Naciones) tenían una Colonia, habiendo fallecido un Reyezuelo, que tenía muchas mujeres, y mostrándose todas resueltas a morir en la pira; en vano los Cristianos, ofreciéndoles su protección (porque eran allí poderosos) procuraron disuadirlas del destino. Ni una sola pudieron reducir. Tanto ciega el demonio a aquella miserable gente.

17. En el mismo País había reducido en otros tiempos al mismo furor a aquellos famosos Filósofos antiguos Indianos, llamados Gymnosofistas; de los cuales, o todos, o los más dejaban la vida, haciéndose voluntariamente cenizas en una pira: dicen, que por evitar las incomodidades de la senectud, o los trabajos de una prolija enfermedad. Mas como para esto bastaba otra cualquiera muerta menos penosa, creo que por captar el aplauso de un heroico valor, elegían la de fuego. Del Gymnosofista Calano refiere Plutarco en la vida de Alejandro, que se entregó al fuego con gran serenidad a vista de aquel Monarca, y de toda su Corte, cuya sentencia había solicitado el mismo. ¿Para qué la pompa de tantos, y tan ilustres Espectadores, sino para hacer gloriosa ostentación de su magnanimidad? Y en el mismo lugar añade Plutarco el ejemplo de otro Filósofo Indiano, que mucho tiempo después se quemó (según se puede colegir del contexto) en presencia de Julio Cesar.

18. Luciano refiere, como testigo de vista, el caso de un Filósofo Cínico, llamado Peregrino, que con el mismo [176] género de muerte, pero aún con mucha mayor pompa, se hizo víctima de su vanidad. Éste, pocos años antes de padecerla, publicaba a todo el Mundo, que por imitar a Hercules en la muerte, como le imitaba en la virtud, se había de quemar en los inmediatos juegos Olímpicos a vista de toda la Grecia; y así lo ejecutó.

19. A los Bracmanes, o Bramines, y a los Fakirs, (especie de Religiosos Idólatras de la India, aunque también los hay Mahometanos) que se pueden considerar sucesores de los antiguos Gymnosofistas, ya no les inspira el demonio la manía de quemarse vivos; pero en compensación les hace padecer la vida más penosa, y miserable del Mundo, influyendo en ellos la observancia de unas penitencias, o mortificaciones horribles, que exceden mucho a cuanto practicaron los más austeros Solitarios de la Thebaida. El célebre Viajero Juan Bautista Tebernier refiere sobre esto cosas admirables. Hay unos, que en los días más ardientes del Estío, en un suelo arenoso, retostado de los rayos del Sol, desnudos, y fijados solo sobre un pie, se están desde el amanecer hasta el anochecer. Hay quienes clavándose los pies en garfios de hierro, fijados en el tronco de un árbol, se están pendientes allí pies arriba, y cabeza abajo, hasta que el peso del cuerpo, rasgando carnes, venas, nervios, y arterias hace caer el cuerpo a tierra. Hay quienes, haciéndose atar las manos en las espaldas, llevando violentamente los brazos por sobre los hombros, están padeciendo por mucho tiempo inmensos dolores, hasta que en fin enteramente pierden el uso de las manos, y brazos, quedando éstos por el resto de su vida pendientes, como parte inanimadas. Pero su más ordinaria mortificación son prolijos, y severísimos ayunos, con total abstinencia de comida, y bebida, que los reducen a la apariencia de esqueletos.

20. Mas donde el demonio ejerce con mayor crueldad su dominio, que en todo el resto del Oriente, es en el Japón. Allí se saciaría, si fuese saciable, de víctimas humanas, y de mortificaciones horribles. Hay en el Japón varias sectas de Idólatras. Las principales son las de Jaca, del [177] Budso, y de Amida. Especificar en qué se distinguen estas Sectas, y de dónde toman sus nombres, sería aquí muy prolijo, sin ser del caso. Lo que nos importa es, ver cómo es servido de estos miserables el demonio. El P. Charlevoix, que en nueve Tomos escribió la Historia del Japón, en el cap. 13. del primero nos satisface cumplidamente sobre esta artículo.

21. De las Sectas de Jaca, y del Budso, que de la India se comunicaron al Japón, dice lo siguiente: «La doctrina exterior de Jaca halló, sobre todo en estos Isleños, admirables disposiciones para darle curso, y esplendor. No hay cosa en efecto que les parezca difícil, cuando se trata de procurarse una felicidad eterna, y honrar a sus Dioses. De aquí vienen aquellas Escenas trágicas tan frecuentes de toda edad, y de todo sexo, que se dan la muerte a sangre fría, y aún con regocijo, persuadidos a que esto es muy grato a sus Dioses, quienes los recibirán al momento en el Paraíso, sin nueva prueba de su virtud.»

22. «Es cosa comunísima ver a lo largo de las Costas del Mar barcas llenas de estos Fanáticos, (Nota: Estos son de la Secta del Budso) que se precipitan al agua cargados de piedras, o que barrenan las barcas, y se dejan sumergir poco a poco, cantando alabanzas de su Dios Canon, cuyo Paraíso, dicen ellos, está en el fondo del Océano.»

23. Luego habla de los adoradores de Amida, que es la deidad que más séquito tiene en todo el Imperio del Japón en esta forma. «Los Sectarios de Amida, dice, se hacen encarcelar en unas cavernas, donde apenas tienen espacio para estar sentados, y donde no pueden respirar sino por un tubo, que tienen cuidado de conservar. Allí se dejan morir de hambre tranquilamente con la esperanza de que Amida vendrá a recibir su alma al salir del cuerpo. Otros se colocan sobre las puntas de unas rocas altísimas, donde hay minas de azufre, de que a veces salen algunas llamas; y allí están invocando sin cesar la deidad, rogándola que acepte el sacrifico de su vida; y [178] luego que parece alguna llama, tomándola por seña de consentimiento del Dios, se arrojan la cabeza lo primero por aquellos precipicios, en que se hacen pedazos. Otros se tienden en tierra al encuentro de los carros en que llevan sus Ídolos en procesión, para que las ruedas los quiebren los huesos, y estrujen el cuerpo. Otros, finalmente, en las grandes solemnidades, en que es mayor el concurso al Templo, se postran a la entrada, esperando a que cuando sea mayor el aprieto de la gente al entrar, o al salir los pise, y sufoque.»

24. Ya que hemos examinado en orden al asunto las tres partes del Mundo antiguo, Asia, África, y Europa, vamos a ver cómo lo hacía el demonio con los habitadores del nuevo Mundo, mientras permanecieron en la idolatría. Peor aún que con los Idólatras del antiguo. No hay especie de crueldad, que este horrible tirano no ejerciese con aquellos miserables. Las víctimas humanas eran muy frecuentes en aquellas vastísimas Regiones. En el Perú sacrificaban niños de cuatro a diez años por los intereses de los Incas. De suerte, que si el Inca estaba enfermo, para impetrar su salud, o si emprendía alguna guerra para que obtuviese la victoria, se recurría a este abominable sacrificio. Sacrificaban también al mismo fin doncellas, que sacaban de unos Monasterios, donde las tenían encerradas, que también allá sugirió el demonio se fundasen Comunidades de Vírgenes Religiosas para su culto; y en hacerlas quitar la vida inhumanamente, debajo de la engañosa persuasión de que eso convenía para la felicidad del Monarca, explicaba al amor con que miraba a aquellas esposas suyas.

25. Fuera de esto, cuando daban el Penacho al nuevo Inca, que era la insignia de la potestad Regia, como acá el Cetro, o la Corona, sacrificaban doscientos niños de edad que expresé arriba.

26. En el Imperio de Méjico, y Naciones vecinas eran innumerables las víctimas humanas, que se ofrecían a los Ídolos. Es verdad que sólo se sacrificaban los prisioneros de guerra. ¿Pero qué importa? Todos eran comprendidos [179] en el destrozo. Los Mejicanos sacrificaban a los que cautivaban en las guerras con otras Naciones; y éstas recíprocamente sacrificaban los que podían cautivar de los Mejicanos. El P. Acosta, a quien principalmente sigo en estas noticias de la América, por ser el Escritor más autorizado en ellas, dice, que muchas veces se hacían guerra aquellos bárbaros, sin otro motivo que el de hacer prisioneros para sacrificar. Como dijesen los Sacerdotes de los Ídolos, (y lo decían muchas veces) que sus Dioses estaban hambrientos, luego se decretaba la guerra contra tal, o tal Nación; y el empeño principal en las batallas era coger vivos unos a otros, para tener víctimas que matar. De aquí resultaba ser éstas tantas, que hubo ocasión que la suma de los sacrificados en varias partes en un mismo día subió a veinte mil.

27. Creo que no ignora Vmd. que en estos sacrificios había la inhumanísima circunstancia (o por mejor decir esta era la esencia de ellos) de abrirles el pecho a los sacrificados con un cuchillo de pedernal, y arrancarles el corazón estando vivos.

28. En varias Regiones del nuevo Mundo no había, a la verdad, estos sacrificios; pero en esas mismas tenía el demonio otros modos de dar pasto a su sevicia. En unas, por sugestión suya, cuando moría algún personaje principal, se hacía lo mismo que arriba dije de algunas Naciones Africanas, matar muchos de sus más allegados, o por dependencia, o por amistad, para que fuesen a servirlos en el otro Mundo. En otras lo hacían mucho peor con los prisioneros de guerra, que en las Provincias donde los sacrificaban; porque no contentándose con matarlos a sangre fría, les daban la muerte más cruel que podían imaginar; como los hacían los Iroqueses, que atando a sus prisioneros al tronco de un árbol, ya les metían las astillas de cañas entre la carne y uñas de los dedos; ya con materias encendidas los iban tostando en varias partes del cuerpo; ya con sus propios dientes les iban sacando bocados de las carnes, que comían a la vista de aquellos miserables. Y todo [180] esto hacían que durase lo más que se pudiese. En otras, en que no eran tan despiadados con los prisioneros, aunque no igual la crueldad, era mayor el horror; porque los mataban para comerlos, procurando antes cebarlos, y engrasarlos, como acá se hace con las bestias, que nos sirve de alimento.

29. En otras ha inspirado el demonio unas modas, o modos de adornarse igualmente disformes, que dolorosos. Algunos de estos refiere el P. Gumilla en su bella Historia del Orinoco, que si mueven la compasión por trabajosos, excitan la risa por extravagantes. Hay Naciones, donde a las niñas, luego que nacen, les ajustan las madres debajo de las rodillas, y sobre los tobillos, a alguna distancia de ellos, dos fajas, o cintas de torzal de pita, tan fuertes, que les duran toda la vida, y con la comprensión las están atormentando todo el tiempo que crece el cuerpo. El efecto de ellas es abultarse en volumen monstruoso, como una grande bola, la parte de las piernas, que está entre las dos fajas. Y esto tiene aquella gente por cosa de mucha gracia, y donaire. Es gala en muchas partes taladrar las orejas, e ir sucesivamente ensanchando el agujero hasta que cabe por él una bola de trucos. Los Indios Rocones, Nación montaraz de Buenos Aires, al punto que nace la criatura, le rasgan la boca por uno, y otro lado, de modo que las aberturas llegan a las orejas. A la Nación, que llaman de los Entablillados, dieron los Españoles este nombre, porque luego que sale a luz el infante, poniéndole en prensa la parte superior de la cabeza entre dos tablas, la una por la frente, y la otra por el cogote, la dejan ridículamente afilada. Las Indias Achaguas tienen por gala unos grandes bigotes artificiales, que en la niñez les forman sus madres, abiéndoles en la cara con un colmillo del pez Payara, que es agudo como una lanceta, las rayas necesarias, para que los bigotes queden garbosos; y después de enjugar la sangre con cierta tinta ennegrecen aquellas cisuras, con que están hechos los bigotes para toda la vida. Las grasas hediondas, y abominables, con que untándose pretenden [181] dar lustre al cuerpo, y a la cara son comunes a varias Naciones Americanas. Omito otras muchas modas semejantes, que refieren éste, y otros Autores.

30. Finalmente, la horrenda inhumanidad, que practican con los enfermos, ¿cómo podía menos de ser sugerida del demonio? El Padre Gumilla, testigo de vista, dice, que los dejan morir, sin que ninguno de los parientes, y domésticos de la menor seña de sentimiento, o ponga, ni con palabras, ni con obras, la más leve aplicación a su alivio, y consuelo. Todo lo que hacen, es ponerles la comida a mano, la misma de que usan los demás; y que coman, que no, nadie les dice palabra. Con los viejos inválidos parece que proceden del mismo modo, o acaso peor; porque yo le oí al R. P. Mro. Fr. Gabriel de Tineo, que fue Superior de seis Provincias Franciscanas en la América, y hoy reside en esta Ciudad de Oviedo, que viendo a un pobre viejo de aquellos Gentiles enteramente desatendido, y abandonado de sus domésticos mismos, y corrigiéndolos él sobre esta inhumanidad, uno de ellos le respondió secamente: ¿Pues de qué puede servir éste ya en el Mundo?

31. Ve aquí, señor mío, expuesto bastantemente a la larga cómo trata el demonio a los que le sirven, y adoran. Estos son los regalos, que les hace; estos los deleites, y comodidades que les procura. Hagan, pues, otros el aprecio que quieran de esas Relaciones, que en las Naciones Idólatras acumulan tantos, y tantas, que usan para sus fines del pacto que hicieron con el demonio. Yo creo, que como en el pacto dada una de las partes contrayentes pone, o admite las condiciones que quiere, los hombres siempre capitularían con el demonio, que les diese unas grandes felicidades temporales, y el demonio vendría en ello por hacerlos eternamente infelices. ¿Pero vemos esas felicidades temporales entre los Idólatras? Todo lo contrario, como llevo largamente probado en esta Carta.

32. En vano se me opondrá contra esto lo de los Magos de Faraón, los cuales eran Gentiles. En vano, digo, pues yo concedo, que haya hechiceros entre los Idólatras; pero [182] muy raros, y acaso tan raros como entre nosotros. Y aún esto se prueba con lo mismo que nos proponen por argumento; pues el caso de los Magos de Faraones tan raro, que no se encuentra otro semejante en toda la Escritura.

33. Es verdad, que en varias partes de los Sagrados Libros ocurren las voces de Magos, Encantadores, Adivinos, Augures, Ariolos. Pero estas voces más ordinariamente significan cosa muy distinta de lo que nosotros llamamos verdaderos hechiceros. La voz Magos, en varios pasajes de Daniel, y en el cap. 2 de San Mateo, ciertamente significa los Sabios de Caldea, y de otras partes del Oriente. Sabios, digo, en las cosas Astronómicas, y Físicas. Ariolo, o Adivino es voz muy equívoca. Cuando en el Libro de los Números se da este epíteto a Balaan, aunque hay algunos que quieran traerle a mala parte, lo contradice expresamente el texto, que a la letra le manifiesta verdadero Profeta, que habla sólo por revelación Divina: Venit Deus, & dixit ad eum. Dixitque Deus ad Balaam. Venit ergo Deus ad Balaam nocte, & dixit ad eum. En Daniel, Ariolos, Magos, Caldeos, Aruspices, parece se toman por una misma clase de gentes; los cuales, aunque doctos en las Ciencias naturales, mezclaban a ellas algunas vanas observancias, como la interpretación de los sueños. En Isaías, cap. 47, se da el nombre de Augures, o Agoreros a los profesores de Astrología Judiciaria: Stent, & salvent te Augures Caeli, qui contemplabantur sidera, & supputabant menses, ut ex eis annunciarent ventura tibi. Los encantadores propia, y primordialmente eran aquellos, que con ciertas cantinelas ponían inmóviles los áspides, y otras serpientes. Sobre éstos hay una disertación de nuestro Calmet, donde, aunque admite Encantadores mágicos, se inclina a que también cabe en esta materia algún arte natural.

34. Sobre cuyo asunto diré a Vmd. cierta observación mía. Un Caballero de este Principado, por otra parte nada rudo, ni supersticioso, con ocasión de ver caminar una araña por una pared, me aseguró ser experiencia constante, que pronunciando el nombre de mi Patriarca San Benito [183] de modo que ella le oyese, suspendería el curso, quedando inmóvil por un rato. Prontamente se llegó a la experiencia. Él pronunció el nombre de San Benito hacia la araña, y ella se paró. Pero notando yo, que había articulado el nombre del Santo en voz muy fuerte, y sonante, hice juicio de que acaso todo el misterio estaba en que el estrépito de la voz había aturdido algo a la araña. En efecto no era otra cosa; porque habiendo esperado algún tiempo (que no fue mucho) a que la araña se moviese, yo en voz mediana le hice oír el nombre de San Benito, sin que por eso dejase de seguir su camino; pero pronunciando después otra voz profana en tono esforzado, paró en la carrera.

35. De arbitrio semejante a éste podían usar los encantadores. Los que saben la maravillosa curación de los mordidos de la Tarántula por la Música, y otros prodigios de este Divino Arte, podrán discurrir, que los encantadores tenían algunas cantinelas, cuya melodía suspendía, y embelesaba.

36. Sin embargo confieso que muchas veces las voces de Magos, Augures, Maléficos, Aruspices, Ariolos, Encantadores, se toman in mala partem; pero rara vez por los que con propiedad llamamos Hechiceros, sino por los que sin pacto, por lo menos expreso, con el demonio, usan de observancias vanas, y prácticas supersticiosas, cuales hay muchos entre los vulgares, o ignorantes, que profesan la Ley de Cristo, y aún entre algunos, que se precian de Literatos; pero quienes distan infinito de los que con rigor llamamos Magos, o Hechiceros; esto es, aquellos que en virtud de pacto expreso con el demonio obran prodigios raros, como los Magos de Faraón, y acaso la Pitonisa de Saúl. Digo acaso, porque no faltan intérpretes, que a ésta sólo dan el atributo de embustera, diciendo con bastante fundamento en el texto, que para ella fue casual, y no esperada la aparición de Samuel.

37. En fin, señor mío, mi conclusión es, que los supersticiosos, en cuyas prácticas mezcla a veces insensiblemente [184] su acción el demonio, sea por vía de pacto implícito, o de otro modo, pero para cosas de poco momento, en todos Países son muchos. Los operadores de aquellos portentosos mágicos, que con asombro de los oyentes se cuentan en las cocinas, en todos los Países siempre son, y siempre fueron pocos. Dios guarde a Vmd. &c.

Adición para la imprenta

38. Si alguno notare, que hablando de los Magos rigurosamente tales, que constan de la Escritura, no hago mención de dos, de quienes se habla en los Actos de los Apóstoles, uno llamado Simón, y otro Barjesú, respondo lo primero, que yo en esta materia hago una excepción notable de aquel tiempo, que fue ilustrado con la predicación de Cristo, y de los Apóstoles, respecto de todos los siglos anteriores; y posteriores; como en otra parte hice la misma excepción en orden a la multitud de energúmenos. Es el caso, que entonces era movido el demonio de vivísimos estímulos a travesear, y usar de sus artes en daño de los hombres; y de parte de Dios había un especial y muy alto motivo para permitírselo. Al demonio impelía su furiosa malicia a echar todas sus fuerzas para impedir los efectos de la predicación de Cristo, y de los Apóstoles. Dios se lo permitía, porque por medio de los milagros de Cristo, y de los Apóstoles tenía dispuesto triunfar gloriosamente de todos sus esfuerzos.

39. Respondo lo segundo, que siendo los nombres de Mago, y Magia de tan ambigua significación como expuse arriba, y no exprimiéndose en los Actos de los Apóstoles el grado, o especie de Magia, de que usaban aquellos dos llamados Magos; no parece que hará violencia al Sagrado Texto quien dijere, que estos no eran más que unos agudos embelecadores, que con artificiosas apariencias simulaban grandes prodigios; al modo de lo que referí en la Carta anterior a la inmediata del Abad Brigalier, y la Voisin. [185]

40. Debe confesarse, que si la Historia de Simón Mago, que se teje de lo que se lee en los Libros de las Constituciones, y Recogniciones Apostólicas, vulgarmente atribuidas al Papa San Clemente, en San Justino Martir, en Clemente Alejandrino, en San Ireneo, San Agustín, Tertuliano, en el Pseudo-Abdias, y otros antiguos, que siguieron a aquellos, es verdadera, dicho Simón fue uno de los mayores Magos del Mundo. San Justino dice, que este hombre hizo tales prodigios en Roma, que los Romanos le tuvieron por Deidad, y como a tal le erigieron estatua con la inscripción Simoni Deo Sancto, que el mismo San Justino dice que vio en Roma. El Autor de las Constituciones Apostólicas, y el Pseudo-Abdias refieren el combate, que entre San Pedro, y él hubo en Roma, que se terminó en ser, con la Oración del Apóstol, precipitado aquel impío de la altura del aire, (adonde, ayudado del demonio, había tomado vuelo, habiendo prometido a los Romanos subir corporalmente al Cielo) y romperse las piernas en la caída, a que se siguió perder luego la vida. En la Prefación Arábiga del Concilio Niceno se da a entender, que tenía una carroza, en la cual le conducían los demonios por los aires: Multa opere magico perpetrabat mira: acinter caetera fecit sibi currum, quo per area a doemonibus ferretur.

41. Sin embargo, en estos Testimonios hallaron tales tropiezos varios Críticos, que se han mantenido dudosos en orden a toda la historia; y aún algunos más resueltos dan los hechos por supuestos. El Pseudo-Abdias ninguna fe merece apud omnes. Los Libros de Constituciones, y Recogniciones pocos los reconocen por producción legítima de San Clemente; o en caso que lo fuesen, no se puede negar, que después se introdujeron en ellos muchos errores, y fábulas. Dicen, que los Padres, que refieren los mismos hechos, los copiaron con buena fe de aquellos Libros, antes que se descubriese la suposición. Al testimonio de San Justino responden, que es de presumir, que el Santo se equivocó leyendo en la epígrafe, Simoni Deo Santo; en [186] lugar de Semoni Deo Sanco. Este Semon Sanco era una Deidad, o Semideidad Sabino, venerada en Roma; de lo cual aún subsisten monumentos en aquella Capital del Cristianismo. En el Monte Quirinal hay una Estatua con esta inscripción: Sancto Sanco Semoni Deo Fidio. Pero lo más fuerte a favor de estos Críticos es, que en el mismo sitio en que San Justino dice vio la epígrafe Simoni Deo Sancto; esto es, en la Isla Tiberina, el año 1574 se halló enterrado un mármol con esta inscripción: Semoni Sanco Deo Fidio sacrum.

42. ¿Pero qué? ¿Las cavilaciones de estos Críticos carecen de solución? En ninguna manera. Demos que los Libros atribuidos a San Clemente sean supuestos. ¿De dónde consta, que los Santos Padres, que dieron aquellos hechos de Simón Mago por verdaderos, no tuvieron para darles asenso otros monumentos que aquellos Libros? Antes se debe suponer de su veracidad, doctrina, y discreción, que hallaron fiadores muy seguros de los hechos expresados; los cuales en la sucesión de tan largo tiempo se perdieron. A los monumentos Romanos de Semon Sanco es fácil responder, que uno, y otro había en Roma: esto es, Estatuas a esa Deidad Sabina, y también a Simón Mago. ¿Y cómo se puede negar, que no carece de temeridad suponer en San Justino, personaje sobre su santidad tan docto, y tan discreto, como acreditan sus excelentes Obras, una alucinación, o inadvertencia tal en materia tan importante, que hizo de ella asunto para improperar a los Romanos en un escrito público su ceguera?

43. Por otra parte el Autor de los Actos de los Apóstoles habla en términos tan enérgicos de la Magia de este Simón, que sin violencia no se pueden entender, sino de Magia propiamente tal. Dice, que con sus Magias había dementado a los Samaritanos, y todos, sin exceptuar alguno, le escuchaban como un insigne Oráculo, llamándole la virtud grande de Dios: Cui auscultabant omnes a minimo usque ad maximum, dicentes: Hic est virtus Dei, quae vocatur magna. Attendebant autem eum propter quod multo [187] tempore Magiis suis dementasset eos. Así doy asenso a que dicho Simón, no sólo era Mago, sino un gran Mago, comparable a los de Faraón, Jannes y Mambres. Creo también, que Barjesú sería Mago propiamente tal, pues usaba el demonio de él, como de Simón, para oponerse a la predicación de los Apóstoles. Nuestro Señor guarde a Vmd. &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo tercero (1750). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo tercero (nueva impresión), páginas 169-187.}

creyendo a los acusadores. Tal vez calumnias semejantes proceden, no de ignorancia, sino de mera malicia sugerida del odio. De lo cual el mismo Abad Fleury refiere algunos ejemplos.

48. En Heirmiburg, Lugar de la Diócesis de Pasau, el [104] año de 1338, o poco antes, un Sacerdote colocó en la Iglesia una Hostia bañada en sangre, mas no consagrada, persuadiendo al Pueblo que la sangre había brotado milagrosamente de las heridas, que le había dado un Judío; y confesó después en presencia del Obispo, y de otras personas fidedignas, que él mismo había ensangrentado la Hostia, y forjado la calumnia por el odio que tenía a los Judíos. Y porque la Hostia dentro de poco tiempo se halló medio comida de insectos, otro Sacerdote quiso mantener la impostura, colocando en lugar de ella otra enteramente semejante. Estas calumnias descubiertas no quitaron que en Pulca, Lugar también de la misma Diócesis de Pasau, poco después se formase otra igual. Un hombre lego mostró una Hostia ensangrentada, diciendo que la había hallado debajo de paja en la calle delante de la casa de un Judío; y el Pueblo, suponiendo, sin más examen, que de los sacrílegos golpes del Judío había resultado la sangre, se arrojó sobre los Judíos, y mató a muchos. Pero las personas de más juicio, añade el Autor, juzgaron que más se hacía esto por pillar sus bienes, que por vengar el pretendido sacrilegio.

49. Así sucede siempre que hay alguna acusación falsa contra los Judíos. Sólo alguna porción del Vulgo Cristiano es autora de ella, y siempre los hombres de juicio la imprueban, y condenan. Yo tendré por delitos suyos verdaderos aquellos, que judicialmente constaren, como el de Metz de Lorena, dando siempre por inciertos los que no tienen más fundamento que rumores populares.

50. Ya sólo resta un punto de la Carta de Vmd. sobre que decir algo, que es lo del Talmud. Este nombre se da a una compilación de toda la doctrina Judaica, que hizo la primera vez Judas, hijo de Simeón ciento cincuenta años después de la ruina de Jerusalén, y después en distintos tiempos fue aumentada por otros Rabinos. Pretende Vmd. persuadirme, que ésta es una obra muy buena, y exenta de todo error. Y porque el testimonio de un Judío, y aun de mil Judíos, en la materia es de ningún peso, me cita [105] a favor de ella un Autor Católico; esto es Galatino, que hablando del Talmud, dice ser obra muy excelente, y digna de ser estudiada en las Universidades, y Colegios de la Cristiandad.

51. Sí Señor, Pedro Galatino, a excepción del elogio de ser el Talmud obra muy excelente, dice lo demás que Vmd. expresa. Pero también es cierto, que ésta es una extravagancia de Galatino, de que se ríen los demás Autores Católicos, entre ellos Sixto Senense, hombre sin controversia mucho más docto que el Galatino, mucho más inteligente en la lengua Hebrea, y mucho más versado en el Talmud, como quien había profesado la Religión Judaica, hasta que le convirtió el Santo Pontífice Pío V antes de ser Papa, ni Cardenal. Proinde (son palabras de Sixto Senense en el lib. 2. de su Biblioteca Santa, litt. T.) non possum hic non magnopere mirari inane studium Petri Galatini ex Ordine Minorum, qui cum, in primo de Arcanis Catolicae veritatis libro, defensionem Talmudicorum voluminum suscepisset, in eam vanitatem devenit, ut non solum affirmaverit. Talmudica opera in latium verti oportere, & publice in Scholis Christianorum explicari, sed hoc ipsum conatus fuerit astruere auctoritate Clementis Papae V. &c.

52. El mismo Sixto Senense nos da luego a conocer, que el Talmud, en vez de ser una obra excelente, es una obra pestilente, que abunda de impiedades, y delirios; pues demás de las blasfemias, que contiene en orden a Cristo Señor nuestro, las cuales son tan horrendas, que el Autor no pudo resolverse a escribirlas por no horrorizar a los lectores, contra Dios, contra la caridad, contra algunos Santos del Viejo Testamento, contra la misma Ley de Moisés; profiere desatinos Teológicos, Históricos, y Morales, iguales a los que tienen admitidos las Naciones más bárbaras del Mundo. Referiré aquí algunos, con la advertencia de que Sixto Senense, de quien los copió, cita para cada uno de ellos, con toda puntualidad, el lugar del Talmud, donde se hallare.

53. Dios, antes que criase el Mundo, por no estar ocioso, [106] se ocupaba en formar varios Mundos; los cuales destruía luego, y volvía a fabricar, hasta que aprehendía a hacer el Mundo, que hoy tenemos.

Dios ocupa siempre las tres primeras horas del día en la lección de la Ley Judaica.

Habiendo subido Moisés una vez al Cielo halló a Dios escribiendo acentos en la Sagrada Escritura.

Dios, el día primero del Novilunio del mes de Septiembre juzga todo el Mundo; y en los días siguientes de la misma Luna se aplica a escribir los justos en el libro de la vida, y los malos en el libro de la muerte.

Tiene Dios cierto lugar separado, donde en determinados tiempos derrama copiosas lágrimas, y se aflige por haber, airado contra los Judíos, destruido el Templo de Jerusalén, y esparcido por la tierra su Pueblo.

Dios mandó al Pueblo Judaico, que en cada Novilunio haga un sacrificio, para expiar el delito, que Dios cometió cuando dio al Sol la luz, que injustamente quitó a la Luna.

Siempre que Dios trae a la memoria las calamidades, que padecen los Judíos oprimidos por las Naciones, derrama dos lágrimas en el Mar Océano, y dolorido, se golpea el pecho con ambas manos.

En otro tiempo Dios, en las tres últimas horas del día, se entretenía jugueteando con un pez de portentosa magnitud, llamado Leviathan, hasta que indignado contra él (no se sabe por qué), le mató, y saló sus carnes para darlas a comer a los Santos en la vida venidera.

Habiendo el Angel Gabriel cometido un delito grave, mandó Dios azotarle con unas disciplinas de fuego.

Adán tuvo concúbito con todas las bestias de uno, y otro sexo, sin poder satisfacer su apetito hasta que usó de Eva.

El Cuervo, que Noé despachó del Arca, resistía salir de ella por el temor de que, en su ausencia, Noé adulterase con la Corneja, que era su consorte.

David no pecó, ni en el adulterio, ni en el homicidio; y cualquiera que diga que pecó, es Hereje.

Las almas de los hombres pasan de un cuerpo a otro debajo [107] de esa ley: que si la alma pecó en el primer cuerpo, pase al segundo: si peca en el segundo, pase al tercero; y si también peca en éste, sea arrojada al Infierno.

La alma de Abel pasó a Seth, y la alma de Seth a Moisés.

Las almas de los hombres indoctos en la resurrección no recibirán sus cuerpos.

El que orare vuelto al Mediodía, conseguirá sabiduría; y riqueza el que orare al Septentrión.

Si alguno pasare debajo del vientre de un Camello, o por entre dos Camellos, o por entre dos Mujeres, jamás podrá aprehender algo del Talmud.

Si alguno negare los Libros Talmúdicos, niega el mismo Dios.

El Rabino, que no tuviere odio mortal, a su enemigo, y procurase vengarse de él, es indigno del nombre de Rabino.

Mayor castigo merecen los que contradicen las palabras de los Escribas, que los que contradicen las de la Ley Mosaica a las cuales el que contradijere puede ser absuelto; pero el que contradice las palabras de los Rabinos, irremisiblemente debe morir.

Si los testigos fueren convencidos de falsedad, deben ser castigados con la pena del Talión; mas si sucediere, que el que fue injustamente acusado, sea condenado, los testigos deben ser enteramente absueltos.

Aquél, a quien la mayor parte de los Jueces condenare a muerte, debe morir; mas si todos los Jueces unánimes convinieren en su condenación, sea absuelto.

Si alguno hallare bolsa con dinero en lugar público, y supiere que el dueño de ella ya desesperó de hallarla, no está obligado a la restitución.

54. Omito otros muchos insignes disparates, y especialmente lo que el Talmud dice contra los Cristianos, porque estoy en ánimo de dar esta Carta a la estampa. Los que manejan los Libros pueden verlo en el lugar citado de Sixto Senense; y el Vulgo mejor es que lo ignore, porque rara, o ninguna vez usa bien de tales noticias.

55. Ahora, bien, señor mío, contra el testimonio de [108] Sixto Senense no hay réplica, que pueda ser admitida, porque sabemos muy bien, que este Autor fue sincerísimo, y religiosísimo: manejó el Talmud con gran cuidado, y era peritísimo en la lengua Hebrea.

56. Acaso recurrirán los Judíos a algunas interpretaciones violentas de los desatinos Talmúdicos. Y aun me parece que Vmd. significa eso, cuando se ofrece enviarme algunas de los Emblemas del Talmud con su declaración, probados por la Santa Escritura, y que veré la diferencia de su significado a lo que suena la letra. Señor mío, el explicar errores de modo que admitida la explicación dejen de ser errores, es cosa fácil. La dificultad está en dar explicación que deba, o pueda ser admitida; esto es, natural, y no violenta. Y yo me atrevo a desafiar a Vmd. y a todos sus Rabinos, sobre que no me darán exposición alguna de los errores Talmúdicos citados, que no sea muy forzada, e incongruente a la letra del texto.

57. Lo que yo entiendo en esto es, que los Rabinos de estos últimos siglos son mucho más instruidos, y cultivados que los de los siglos anteriores, y por tanto reconocen los errores, y extravagancias que hay en el Talmud; pero no atreviéndose a combatir derechamente la autoridad de esa colección, que hallan tan establecida por sus mayores, y tan reverenciada como sacrosanta del Pueblo, tomaron el sesgo de exponer como pudieron aquellos delirios, trayéndolos a sentidos extraños, en que dejan de ser delirios.

58. El que los Rabinos antiguos, que existieron en los nueve, o diez primeros siglos del Cristianismo, fueron unos hombres ignorantes, crédulos, supersticiosos, qu adoptaban como tradiciones legítimas los más ridículos cuentos de viejas, consta, no sólo de los que esparcieron en los libros, de que se formó la colección del Talmud, mas también de otros muchos, los más impertinentes del Mundo, que amontonaron en sus exposiciones de la Biblia, y de que hacen memoria los Expositores Cristianos, que leyeron los Comentarios Judaicos de la Escritura. Mas después del siglo décimo parecieron los Rabinos Natán, [109] Abenezra, Abrahán, Halleví, Moisés, Maimónides, José Kimchi, y sus dos hijos David, y Moisés, Salomón Jarchi, Abrabanel, y otros que miraron con algún desengaño las más groseras ficciones Judaicas; pero con más luz que todos los demás Moisés Maimónides, de quien se dice vulgarmente haber sido el primero entre los Judíos, que dejó de decir necedades. Fue éste un hombre de extraordinaria capacidad, de quien Vosio afirma, que fue eminente en la Literatura Hebraica, en la Jurisprudencia, y en la Medicina también, y en la Matemática; y de quien dice el Doctísimo Obispo Huet: Inter Iudaeos quotquot a Mosis aetate floruerunt, doctrinae, & ingenii gloria praestantisimus Rabbi Moses Ben Maimon. Donde advierto, que Maimónides, y Ben Maimon significa una misma cosa; esto es, hijo de Maimón.

59. Este Rabino, pues, abrevió el Talmud, purgándole de la mayor parte de sus quimeras; y en otra obra expositiva de la Escritura, atándose al texto, aunque usa muchas veces para su explicación de la Filosofía Aristotélica, hace guerra declarada a las ridículas tradiciones de su gente: por lo que la mayor parte de los Judíos conspiraron contra él, como un enemigo de su Religión; pero los Judíos Españoles estuvieron de su parte, o ya por pasión nacional, porque este famoso Rabino fue natural de Córdoba, o ya porque los Rabinos Españoles eran en aquel tiempo mucho más hábiles que los de las demás Naciones, como quienes tenían abierta para su estudio la gran Escuela Arábiga de Córdoba. En efecto, en el mismo siglo (que fue el XII) florecieron otros dos famosísimos Rabinos Españoles, Abenezra, y muy probablemente también José, y David Kimchi.

60. Como quiera, los muchos enemigos, que tuvo Moisés Maimónides, no estorbaron, que con el tiempo triunfase de todos ellos; de suerte, que hoy todos los Hebreos le veneran como el Príncipe de todos los Rabinos. Así dice el Obispo Huer, que todos los Judíos respetan sus decisiones como oráculos dictados del Cielo: Illius [110] effata haud secus quam dictata de Caelo oracula audiunt. De Optim. Gen. Interpretandi. La lástima es, que este gran ingenio dejase intacto el tronco de la superstición Judaica, contentándose sólo con derribar las ramas; ni aun todas esas, según el testimonio del P. Ricardo Simón. Digo que dejó en pie el tronco de la superstición Judaica, porque fue hasta la muerte constante profesor de la abrogada Ley de Moisés.

61. De lo dicho en esta materia resulta el concepto que insinué arriba. Los Judíos modernos por una parte ven que el Príncipe de sus Rabinos, y otros que le siguieron, han reconocido en el Talmud varias fábulas monstruosas, y máximas inicuas. Por otra parte el interés de la Secta los mantiene en la veneración del Talmud como de una cosa muy sacrosanta. Con que para conciliar uno con otro, recurrieron al medio de trasladar del sentido literal al alegórico, u otro improprio las extravagancias, y errores del Talmud. ¿Pero esto mismo no hace visible la ignorancia, rudeza, y superstición de los antiguos Rabinos, Autores del Talmud, de modo, que los mismos Judíos, si voluntariamente no cierran los ojos, no pueden menos de conocerla? Ciertamente.

62. He dicho, que el interés de Secta mantiene a los Judíos en la veneración del Talmud. Esta obra fue compuesta, y añadida por algunos Rabinos, que existieron en los primeros siglos del Cristianismo, y eran entonces los Directores, y Maestros principales de la Nación Judaica, a quien como tales mantuvieron en obstinada resistencia a reconocer por verdadero Mesías a nuestro Señor Jesucristo. Con que lo mismo sería faltar los Judíos a la veneración del Talmud, por conocer que contiene muchas fábulas, y errores groseros, que confesar, que en su resistencia a venerar como verdadero Mesías al que los Cristianos adoran como tal, fueron guiados por unos hombres estúpidos, o alucinados: lo que viene a ser lo mismo que confesar, que es falsa, y errónea la Religión que profesan. [111]

63. No ignoro, que los Judíos dicen, que los Rabinos, que compusieron el Talmud, nada más hicieron, que poner por escrito las tradiciones, que llaman Orales; esto es, que no constaban por escrito alguno, habiéndose comunicado de boca en boca desde Moisés hasta ellos, y derivado primeramente de Dios a Moisés. ¿Mas qué importa que digan esto, si los muchos horrendos absurdos, que hay entre esas tradiciones, muestran claramente que no vinieron de Dios, ni de Moisés, ni aun de hombres que fuesen dotados de algún juicio?

64. Señor mío, pues Vmd. como me asegura, ha leído mis Escritos, discurro habrá hecho por ellos el juicio, que hacen casi todos los demás; esto es, que soy perfectamente sincero, y que nunca el odio, el amor, u otra pasión humana dan impulso a mi pluma, sí sólo el puro amor de la verdad, y de que el público la conozca. Buena prueba hacen de esto para Vmd. y para todos los de su Secta los pasajes que cité arriba de mis Libros, en que defiendo a los Judíos de algunas imposturas, con que procuran hacerlos más odiosos, y abominables muchos de nuestros vulgares. Y esta misma defensa deberá persuadirlos a que de tal modo detestos sus errores, que al mismo tiempo amo las personas; porque ¿qué otro motivo sino este amor podría inducirme a ser su Apologista contra aquellas imposturas?

65. Quisiera yo que Vmd. y todos los de su Secta entendiesen, que esta misma buena disposición de mi ánimo hacia ellos hay en todos los Católicos de buen entendimiento. ¿Y cómo puede ser otra cosa, sabiendo éstos, que nuestra soberana doctrina del precepto de la Caridad comprehende a los Judíos, como a todos los demás hombres? Si la Nación Judaica se hiciese cargo de esto, creo la hallarían mucho menos indócil los argumentos, con que los Católicos combaten su errada Secta; porque como noté al principio de esta Carta, el concepto que hacen los profesores de alguna Religión, que los de la opuesta los miran con odio, y rencor, influye en sus corazones una aversión [112] capaz de endurecerlos, y obstinarlos, aun cuando los de la opuesta los impugnen con clarísimas evidencias.

66. Bien presente tenía esto el Gran Augustino cuando nos dio la importante lección de que en los casos de predicar a los Judíos procedamos con tal dulzura, que en la suavidad de la exhortación conozcan la sinceridad con que los amamos; añadiendo, que en ninguna manera los despreciemos, o insultemos porque van descaminados; antes cariñosamente procuremos llamarlos a nuestra compañía, y atraerlos a la senda de la verdad: Haec, fratres charissimi, sive gratanter, sive indignanter audiant Iudaei, nos tamen, ubi possumus, cum eorum dilectione proedicemus. Nec superbe gloriemus adversus ramos fractos, sed humilibus consentientes, non eis cum praesumptione insultando, sed cum tremore exultando, dicamus, venite ambulemus in luce Domini (Tom. 6. in Orat. adversus Iudaeos).

67. Inducido de este espíritu de lenidad, y amor, quisiera yo representar a Vmd. con algunos eficaces argumentos la falsedad de su Secta; pero veo, que ésta es materia, no de una Carta, sino de un Libro entero, y Libro grande; cuando sólo el que se toma del cumplimiento de las Profecías del Testamento Antiguo en Cristo Señor nuestro, y en su Iglesia; de la incompetencia de ellas al esperado Mesías de los Judíos; si se han de refutar juntamente los vanos efugios, con que éstos pretenden evadirse de este invencible argumento, ocupará un volumen más que mediano. Sin embargo, por vía de complemento de esta Carta propondré a Vmd. algunos de los capítulos, que no necesitan, ni de mucho aparato de erudición, ni de largos razonamientos, para convencernos de que van visiblemente descaminados los que después de la venida de Cristo profesan la Ley de Moisés.

68. El primer argumento a este propósito formo sobre las grandes variaciones de los Judíos en orden a su esperado Mesías. La variación de alguna Secta sobre cualquier artículo, que se considera substancial en ella, visiblemente caracteriza su falsedad. De este género es para los Judíos [113] su prometido Mesías. Esperábanle cuando Cristo Señor nuestro vino al Mundo, y prosiguieron esperándole por algunos siglos, en cuyo espacio de tiempo varios embusteros de la misma Nación los engañaron, ostentando cada uno ser el prometido Mesías; con que la hicieron objeto de escarnio, y risa, no sólo para los Cristianos, mas aun para Mahometanos, y Gentiles. Por lo que, pasado un gran espacio de tiempo, cansados, o corridos de tantas burlas, muchos de sus Doctores empezaron a mudar de tono, afirmando, que ya ha muchos siglos que vino el Mesías; pero que está escondido, o en el Paraíso Terrenal, o en otra parte, suspendiéndose su descubrimiento por los pecados de los mismos Judíos. Otros echaron por el efugio, de que la promesa del Mesías no es artículo esencial de la Religión Judaica, la cual por tanto queda íntegra en lo substancial, aunque sus profesores se hayan engañado en la esperanza de él. Pero sobre que así éstos, como aquéllos se apartaron de lo que sobre la materia pensaron casi todos sus mayores (en que es visible la variación substancial) vino ya muy tarde el recurso a una, y otra solución; esto es, forzada de las muchas burlas, que ya habían padecido por la esperanza unánime de su venidero Mesías.

69. En el Tomo séptimo del Teatro Crítico tengo enumerados veinticuatro impostores, que en diferentes tiempos, desde el primer siglo del Cristianismo, hasta fines del próximo pasado engañaron a los Judíos, haciendo cada uno el personaje del Mesías, de modo que algunos de ellos arrastraron, o toda la Nación, o gran parte de ella, ocasionándole esta errada persuasión gravísimos daños. Y aun a aquella lista puedo añadir el famoso Cromuel, de quien hago memoria en el Suplemento, pag. 292, porque aunque éste no engañó a los Judíos, los Judíos se engañaron con él, como expongo, y pruebo en el lugar citado.

70. Esta esperanza perdurable, a quien sobran méritos para pasar a desesperación, las contradicciones de unos Judíos con otros sobre el mismo artículo, y en fin, las repetidas [114] burlas, que en virtud de su vana esperanza padecieron por impostores de su misma Nación, no sólo mostraron a las gentes la falsedad de la Religión Judaica, mas también representaron sus Profesores a los ojos de todo el Mundo como hombres ridículos, y alucinados.

71. El segundo argumento se toma de la comparación de la Sinagoga antigua con la moderna; esto es, de la que precedió la venida de Cristo, con la que le subsiguió.

O quantum haec Niobe, Niobe distabat ab illa!

En la Sinagoga antigua había Profetas, y no pocos: había milagros, y muchos; y así en estos dos grandes favores, como en otros, hacía Dios visible, que miraba al Pueblo de Israel como Pueblo suyo. ¿Pero ahora? Fuimus Troes. Todo se acabó. A los Profetas sucedieron Pseudo-Profetas: a los Patradores de prodigios, Seductores que los prometieron, y no ejecutaron. Tales fueron todos aquellos, que vendiéndose por Mesías, ofrecían su redención a los Judíos, por medio de portentosas victorias, sobre los Profesores de todas las demás Religiones, parando estas promesas en hacer su opresión más dura, y su creencia más irrisible. ¿No es eso seña clara de que el árbol, que un tiempo produjo tan bellos frutos, y ahora, en vez de profecías, y milagros, sólo es fecundo de ilusiones, está enteramente viciado, por alimentarse ya, no del nutrimento saludable de la Fe, sino del juzgo adulterino del error?

72. El tercer argumento se deduce del estado aflictivo, y calamitoso en que se halla la gente Hebrea desde el tiempo de la Pasión de nuestro Redentor, hasta ahora; el cual, mirado fuera de toda preocupación, no puede menos de considerarse como castigo de algún atrocísimo crimen cometido por dicha gente. No es esto decir que generalmente, las calamidades temporales sean castigo de algunos delitos. Deja Dios muchas veces, por justísimos motivos, padecer a los buenos, y prosperarse los malos. Las circunstancias son quienes determinan la prudencia al juicio de si la infelicidad mundana es pena del delito, u ordenada del [115] Cielo por otra causa; y siguiendo esta regla, resueltamente afirmo, que cuanto padecen los Judíos, se debe mirar como castigo de la muerte que dieron al Salvador, y de su obstinación en no reconocerla injusta.

73. Diecisiete siglos ha que está viviendo la Nación Hebrea en la más miserable opresión, que hasta ahora padeció gente alguna; dispersos por el Mundo, sin poder formar siquiera alguna pequeña República; aborrecidos, y despreciados como gente vilísima; arrojados ignominiosamente, ya de esta región, ya de aquella; cargados de graves exacciones, y ceñida su libertad con severísimas leyes, donde son contenidos. Así como una calamidad tan larga, y tan funesta es tan particular a los Judíos, que no se le halla ejemplar en alguna otra Nación; así es preciso discurrir, que interviene en ella de parte de la Providencia, respecto de los Judíos, algún motivo muy particular. ¿Y cuál puede ser este motivo particular, sino un delito tan particular a los Judíos, que no cayó jamás en él otra alguna gente; esto es, la muerte de Cristo?

74. Este argumento, que por sí es eficacísimo, recibe muchos grados de fuerza, observando la diferentísima conducta que Dios tuvo en castigar a los Judíos antes, y después de la venida del Redentor. Antes de ella había idolatrado varias veces el Pueblo Hebreo; y siendo el crimen de la Idolatría tan horrible, se contentaba Dios entonces con castigos pasajeros; esto es, que duraban poco tiempo; pasado el cual, a los azotes sucedían los alhagos. Esto consta de varios lugares de la Escritura. Vino el Redentor, y poco después de su muerte sucedió la ruina lamentable de Jerusalén, a que se siguió la dispersión, y opresión de la gente Judaica, la cual lleva ya diecisiete siglos bien cumplidos de duración. ¿Qué es esto? ¿Antes duraba el castigo por días, o cuando más por años, y ahora por siglos? ¿Mudó Dios de genio? ¿No lo dirán los Judíos, pues le confiesan el atributo de la inmutabilidad? ¿Cayeron éstos en alguna nueva Idolatría, que, por ser mucho más torpe que todas las anteriores; mereciese a Dios mucho más severa indignación? [116] Bien lejos de eso, desde que vino el Redentor al Mundo, hasta ahora, consta que no idolatró más la gente Hebrea; antes bien, a costa de mucha sangre suya resistieron los Judíos, únicos en esto entre todas las Naciones, conceder al Emperador Cayo el título que pretendía de Divino; y antes, por no consentir cosa que contuviese la más leve apariencia de Idolo, derribaron, e hicieron pedazos la Aguila de oro que Herodes había colocado en la puerta mayor del Templo. ¿Pues cómo Dios tan moderado antes en castigar la Idolatría de los Judíos, hoy que tan constantes están en su Ley de Moisés, los trata con tanta severidad? A la vista está la causa. Castigólos antes por el delito de la Idolatría; hoy los castiga por otro delito mayor que el de la Idolatría; por la muerte que dieron al Santo de los Santos, al Hijo de Dios, y tan Dios como su Padre.

75. El asunto del cuarto argumento es la adecuada, y puntual correspondencia de la ruina de Jerusalén, ejecutada por los Romanos con la predicción que Cristo Señor nuestro hizo de ella, y se halla estampada en el cap. 19 del Evangelista San Lucas por estas palabras: Quia venient dies in te: & circundabunt te inimici tui vallo, & circundabunt te: & coangustabunt te undique: & ad terram prosternent te, & filios tuos, qui in te sunt, & non relinquent in te lapidem, super lapidem: eo quod non cognoveris tempus visitationis tuae.

76. En cuyas pocas líneas se expresan con la más ajustada puntualidad el motivo que hubo de parte de Dios para decretar la destrucción de Jerusalén; el medio que para conseguirla tomaron los Romanos; y últimamente la total ruina de aquella infeliz Ciudad. El motivo de parte de Dios fue la incredulidad de los Judíos: Eo quod non cognoveris tempus visitationis tuae. El medio de parte de los Romanos fue aquel gran Muro de treinta y nueve estados de circuito, que corresponden a más de legua y media de las Españolas, (Véase a Josefo, libro 6 de Bello Judaic. cap. 13) con que se estorbaron las furiosas irrupciones [117] de la guarnición, y la introducción de todo género de víveres: Et circundabunt te inimici tui vallo. Finalmente, la entera destrucción de Jerusalén, que empezó por el incendio del Templo, de allí pasó a la inferior parte de la Ciudad, y últimamente a la superior; Ad terram prosternent te... & non relinquent in te lapidem super lapidem.

77. Concluyo ya con un bello paralelo, que hace el Venerable Padre Señeri en el segundo Tomo del Incrédulo sin excusa, cap. 14. num. 12. de las circunstancias que intervinieron de parte de los Judíos en la muerte de Cristo; con las que ordenó la Divina Providencia la destrucción de la Nación Judaica, en que se hace palpable que ésta fue pena de aquel delito.

78. «Si el temor, dice, de las Armas Romanas fue el consejero de la muerte dada a Jesús, el furor de las Armas Romanas fue el verdugo castigador de esa muerte.

Si los Judíos le compraron la vida del Redentor al impío Judas por treinta reales, apreciándole con esto menos que a un vil jumento; los Soldados de la rendición, y del saco de Jerusalén tuvieron en tan poco a los Judíos, que no sabiendo qué hacerse de ellos, daban a treinta por un real, que aún no llegara a equivaler a la piel del mismo jumento desollado.

Si los Judíos llevaron a Cristo por las calles públicas con las manos atadas a las espaldas, como a reo de gravísimos delitos, y le azotaron atado desnudo a una Columna; los Romanos arrastraron por las calles públicas a los más venerables de aquella detestada Nación, con las manos también detrás de las espaldas atadas a unos con cordeles, a otros con cadenas, y sobre aquellas Plazas también desnudos los azotaron hasta hacerlos morir debajo de los golpes; como después lo lloró (pero sin entender la causa) Filón Hebreo, más docto para el bien de otros, que para el suyo.

Si los Judíos crucificaron a Cristo sobre el Calvario, los Romanos les mudaron a los Judíos en otros tantos Calvarios todos los collados circunvecinos, hasta faltar [118] selvas de que sacar más patíbulo, y suelo sobre que plantarlos». Esta expresión del Padre Señeri es copiada de Josefo, el cual en el libro 6. de Bello Iudaico, cap. 12. dice: Et propter multitudinem (de los Judíos crucificados) iam spatium crucibus deerat, & corporibus cruces.

«Si los Judíos en el tiempo de la Pascua cometieron su horrible Deicidio; los Romanos en el tiempo de la Pascua sitiaron la Ciudad en que fue cometido; esto es, en el tiempo que, recogida de todos los contornos para la fiesta de los Azimos la malvada gente, se puede creer que fácilmente llegaría a cuatro millones; pues el número sólo de los purificados, según la Ley, lo calculó el Historiador (Josefo) en dos millones, y setecientas mil personas. De suerte, que como el cazador no se determina a tirar la red, mientras la tropa de los pájaros, que aguarda, no está muy espesa; así parece que la Divina Justicia no cuidó de dar el último ataque a la impía Ciudad, hasta que la miró más colmada de habitadores.»

79. Hasta aquí el Padre Señeri. Y hasta aquí yo también. Ya dije arriba a Vmd. que para comprehender todos los argumentos, que tenemos contra los Judíos, sería necesario un grueso volumen. Yo me he contentado con los pocos que he propuesto, escogiendo, y prefiriendo unas pruebas manuales y sencillas, cuya fuerza se descubre a primera vista, a otras más operosas, y eruditas, que así como constan de mayor copia de materiales, son más ocasionadas a que los contrarios las frustren, confundiendo las especies. Ruego a nuestro Señor con las mayores veras, que por su infinita Misericordia disponga el corazón de Vmd. de modo, que mis razones hagan en él la impresión, que yo deseo; ofreciéndome con las mismas a servir a Vmd. en cuanto me ordenare, &c.


{Feijoo, Cartas eruditas y curiosas, tomo tercero (1750). Texto según la edición de Madrid 1774 (en la Imprenta Real de la Gazeta, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo tercero (nueva impresión), páginas 85-118.}