Filosofía en español 
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Tomo segundo Discurso tercero

Artes divinatorias

§. I

1. ¡Rara presunción la del hombre, querer averiguar lo que está por venir! Pestañea en lo pasado, anda a tientas en lo presente, y juzga tener ojos para lo futuro. Miéntenle las Historias en lo que fue, los sentidos en lo que es, y cree a vanos sueños en lo que será. Esta extravagancia del entendimiento nace de desorden de la voluntad. Cuanto esta está más ciega, tanto pretende que el entendimiento sea más lince. Grande ceguera nuestra es abrazar con el deseo lo ilícito, pero aún mayor buscar con el discurso lo impenetrable. Desde el cerebro del hombre a la región de los futuros contingentes no abrió camino alguno la naturaleza, y donde no hay senda que guíe al término deseado, cualquiera rumbo que se tome lleva al precipicio.

2. Esta ambición fue el vicioso origen de tanta práctica supersticiosa como inventaron los antiguos Idólatras. Buscaban noticias de lo venidero en los Astros, en los Elementos, en los cadáveres, en las piedras, en los troncos, en el acaso de las suertes, en los delirios de los sueños, en las entrañas de las víctimas, en las voces de los brutos, en los vuelos de las aves. A toda la Naturaleza preguntaban lo que había de suceder, y creían oír la respuesta, por más que la hallaban sorda a la consulta. De la variedad de instrumentos que usaban para adivinar, se denominaron tantas [71] Artes Divinatorias, que apenas caben en la memoria los nombres. La Necromancia, o Nigromancia, adivinaba por la inspección de los cadáveres; aunque después la vulgaridad hizo genérica esta voz, para significar toda especie de Magia ilícita. La Oniromancia, por los sueños: La Aruspicina, o Hieroscopia, por las víctimas: La Catoptromancia, por los espejos: La Piromancia, por el fuego: La Hidromancia, por el agua: La Aeromancia, por el aire: La Geomancia, por la tierra: La Onomomancia, por los nombres: La Aritmomancia, por los números: La Botanomancia, por las hierbas: La Ictinomancia, por los peces: La Dactilomancia, por los anillos: La Teraposcopia, por los portentos, y otras muchas que omito; pues Julio César Bulengero señala hasta cuarenta y cuatro, y no las cuenta todas, ni con gran parte; pues en otro Autor he visto numeradas hasta ochenta y dos.

3. Bastará para conocer toda la extravagancia de los que se daban a este género de supersticiones, saber que había Arte para adivinar por la cabeza del asno, y se llamaba Cefaleonomancia; otra para adivinar por el queso, llamada Tiriscomancia; otra por los higos, que se decía Sicomancia; otra por la inspección de las cabras, con el nombre de Aegomancia.

§. II

4. Habiendo la Religión Católica, enemiga irreconciliable de toda superstición, desterrado las Ares Divinatorias (si cabe dar el nombre de Artes a los errores, o sujetar la reglas los delirios), quedaron solamente dos, más por tolerancia, que por aprobación, la Astrología, y la Quiromancia; o por mejor decir, no quedaron toleradas, sino escondidas debajo del falso velo de averiguar por los temperamentos las inclinaciones, para hacer desde aquí tránsito conjetural a los sucesos. Los Padres, los Concilios, los Teólogos Morales las condenan; pero a pesar de tan poderosos contrarios las mantienen en el Mundo la codicia de profesores embusteros, y la credulidad de espíritus flacos. [72] De la vanidad de la Astrología Judiciaria tratamos en el primer Tomo. Ahora diremos algo de la Quiromancia.

5. Es la Quiromancia un Arte que enseña a adivinar los sucesos del hombre por la inspección de las rayas que tiene en la palma, o parte interior de la mano. Muchos Autores escribieron de esta farándula. De los antiguos sólo tengo noticia de Artemidoro de Efeso, que vivió en el tiempo de Antonino Pio, el cual dio a luz muchos escritos de la adivinación por las rayas de la mano, y por los sueños; pero los primeros se perdieron. Lo que escribió de la adivinación por los sueños ocupa un grueso volumen, que he visto en la Librería de nuestro Monasterio de S. Martin de Madrid.

6. Aristóteles parece que hizo también algún caso de la pronosticación Quiromántica, porque en el Libro primero de la Historia de los Animales, cap. 15, asiente a que hay raya en la mano, que es índice de la breve, o larga vida. Son estas sus palabras: Pars interior manus, vola dicitur. Carnosa est, & scissuris vitae indicibus, distincta: longioris scilicet vitae, singulis, aut binis ductis per totam; brevioris, binis, quae non longitudinem totam disignent. Lo mismo repite en los Problemas, dando allí una razón de esta significación, que es futil, cuanto puede serlo otra.

7. De los Modernos trataron de esta materia largamente Bartolomé Cocles, de quien se dará abajo larga noticia, Rodulfo Goclenio, Juan de Indagine (Luterano), Juan Rothmano, Sebastian Meyero, Alejandro Aquilino, y otros, que citan Jorge Draudio, y el Padre Martín Delrío. Metió también la mano en esta fabulosa Arte la superstición Rabínica; porque un Judío, llamado Ghedalia Ben Rabí Josef Jachija, publicó el año de 1570 un libro de Quiromancia, y Fisionomía, señalando por Autor de él a Enoch, como testifica Julio Bartoloccio en su Biblioteca Rabínica.

8. Hacen especialmente jactancia de la inteligencia de esta Arte aquella especie de vagabundos, que llamamos Gitanos, con cuya ocasión diremos algo del origen de esta gente, medio doméstica, y medio forastera, tan conocida [73] de todos en cuanto a sus costumbres, como ignorada en cuanto a sus principios.

9. El año de 1417 parecieron la primera vez divididos en varias bandas en Alemania, de donde se fueron esparciendo a Francia, a España, y a otras Provincias de Europa. Decían, que eran de una Provincia de Egipto, y que tenían la penitencia de peregrinar siete años, o ya porque sus mayores habían apostatado de la Fe, y vuelto al error de la Gentilidad, o ya porque con sacrílega grosería habían negado el hospedaje a María, Señora nuestra, cuando llegó fugitiva con el Divino Infante a su Región (que uno, y otro se halla en los Autores, y uno, y otro dirían, variando la noticia, como les pareciese más oportuno, aquellos embusteros).

10. Las costumbres (según la descripción que hace Sebastián Munstero, lib. 3, Geogr.) eran entonces las mismas que ahora: vaguear de unas Provincias a otras, hurtar lo que podían, echar lo que llaman buenaventura, adivinando por las rayas de la mano, vivir casi sin Religión, los vestidos inmundos, los semblantes atezados; en fin, todas las señas de la gente perdida. El Padre Martin Delrio les atribuye también el crimen de la hechicería, y cuenta como cosa notoria, y experimentada, que cuando de limosna se les da alguna moneda, todas las demás monedas que están en la caja, o bolsa de donde salió aquella, se desaparecen a su dueño, y van buscando su compañera a parar en poder de los Gitanos. Pero yo he visto muchas veces dar cuartos a esta gente, sin que jamás sucediese tal cosa; y así es claro que este Autor siguió en esta parte, como en otras muchas, su genio crédulo en orden a hechicerías.

11. En cuanto al País de donde salió esta gente, hay no poca duda. Delrio, sobre la fe de Aventino, Escritor de los Anales de los Boyos, cree que vino de la Esclavonia. Pero como desde los pricipios empezaron a admitir en su compañía gente ociosa de todas las Naciones, es creíble que casi todos los que hoy llamamos Gitanos tengan el origen de la Nación donde habitan, y así en España sean Españoles, [74] en Francia Franceses, &c. De aquí es, que en cada Reino hablan el Idioma propio de aquel Reino, sin ser menester para esto que sepan todas las lenguas de Europa, como sin fundamento les atribuye Delrio, el cual con grande admiración dice, que el Jefe de una bandada de estos Gitanos, que andaba por Castilla en su tiempo, hablaba el castellano tan perfectamente, como si hubiese nacido en Toledo; lo cual no merece más admiración, que el que hablase bien el Alemán un hombre nacido en Alemania, aunque sus abuelos fuesen de Persia.

12. En orden al descuido de esta gente en materia de Religión, no es corta prueba lo que sucedió no ha muchos años en esta Ciudad de Oviedo; y fue, que un Gitano condenado a la horca, dijo que no sabía si estaba bautizado, y de hecho se le administró el Bautismo debajo de condición.

13. Volviendo a la Quiromancia, para demostrar su falsedad, se debe advertir, que esta Arte es hijuela, o dependiente de la Judiciaria, por cuanto supone los infujos, que arbitrariamente atribuyen los Astrólogos a los siete Planetas, y señala en la mano ciertos términos donde dominan estos, y donde con caracteres visibles estampan el destino que corresponde a la actividad de cada uno. Así, según las reglas de la Quiromancia, hay en la mano un monte llamado de Venus, donde se cifra cuanto pertenece al infame influjo de este Planeta: otro de Júpiter, donde se designan los honores, y dignidades, así Eclesiásticas, como Seculares: otro de Marte, que significa las cosas bélicas, y cuantos sucesos dependen de la ira, y del acero: otro de Saturno, destinado sólo a pronunciar dolores, llantos, y desdichas. De este modo se va dividiendo la palma en siete espacios, que son otros tantos territorios donde mandan, o apéndices de los vastos dominios, que poseen allá arriba los siete Caciques de la Esfera.

14. Donde se ve, que sobre la falsedad de la Judiciaria (plenamente demostrada en el primer Tomo) añade la Quiromancia la ridícula ficción, de que cada Planeta imprime [75] en la mano del hombre un Almanaque particular de los sucesos venideros correspondientes a su influjo. ¿Quién reveló este secreto a los mortales? ¿En qué conjeturas se fundó el primero que avisó al Mundo esta novedad? En la mano habría rayas, aunque no hubiese en el Cielo Planetas, porque aquellas se siguen necesariamente a la complicación de este miembre en el materno claustro, y la distinción de ella, ser más, o menos en el número, ser más, o menos largas, más, o menos profundas, depende de la varia textura, carnosidad, y prominencia, o depresión de las partes de la mano.

15. La oposición que hay entre los Autores de Quiromancia en cuanto a la atribución de los espacios de la palma a los Planetas, confirma, que cada uno discurre a proporción de su antojo. Unos atribuyen a Venus el monte que está a la raíz del pulgar, y otros a Marte. ¡Monstruosa equivocación, siendo tan diversos los genios de estos dos Planetas! El que está a la raíz del dedo pequeño, atribuyen unos a Mercurio, y otros a Venus. El triángulo, que enmedio de la mano se forma de las lineas del corazón, cerebro, e hígado (así las llaman), dicen unos, que es de Mercurio, otros que de Marte. Con decir que unos, y otros mienten, está compuesta la diferencia.

16. La misma voluntariedad hay en la denominación que dan a las líneas, tomada ya de los Planetas, ya de las partes príncipes, ya de las facultades del cuerpo humano. Una se llama línea de la Luna, otra de Júpiter, otra de Saturno, otra cíngulo de Venus, otra Vital, otra Genital, otra Hépatica, otra del cerebro, otra del corazón; sin haber más razón para todas estas denominaciones, que el capricho de hombres embusteros.

17. A los caracteres que se forman en la mano, del encuentro de algunas pequeñas líneas, les dan la significación, según alguna analogía, o alusión, que divisan en la figura del carácter. Pongo por ejemplo, una cruz, especialmente si está en el monte de Júpiter, significa dignidad Eclesiástica; y tanto más ilustre, cuanto la cruz fuere mayor, y más bien [76] formada. ¿Pero quién no ve, que si la cruz, contemplada como signo moral, puede significar dignidad Eclesiástica, con igual razón, como signo político, o civil, significará suplicio capital? y ni uno, ni otro es del caso; porque si la Quiromancia tuviese algún fundamento, no había de ser signo moral, ni civil, sino natural. Por la misma regla de analogía quieren, que si en la mano se observa alguna estrelluela, pronostica ilustre fortuna; no obstante que en esto hay su variedad, pues en un Libro manuscrito, que trataba de estas boberías, leí un tiempo, que si la estrella está en la yema del pulgar, significa muerte de horca. ¡Notable extravagancia, y contra toda imaginable proporción! Yo vi esta estrella en la parte señalada a un condiscípulo mio, hijo de la Casa de S. Claudio de León, que luego que salió del Colegio de Teología, murió natural, y cristianamente en su Monasterio. Como asimismo en otro condiscípulo, hijo de la Casa de S. Zoil de Carrión (Fr. Juan de Bellisca), experimenté la falsedad de la Quiromancia, porque tenía la mejor línea Vital que vi a hombre alguno, profunda, bien impresa, seguida desde su origen sin la menor interrupción, y tan larga que llegaba a la articulación de la muñeca con el hueso que mantiene al pulgar. Con tan buena línea Vital, a pesar de los Quirománticos, y aun del mismo Aristóteles, no vivió más de veinte y siete años; y yo, que no la tengo con las mejores señales, voy caminando con el favor divino, para cincuenta y uno.

18. Quieren protegerse los profesores de la Quiromancia con aquellas palabras de Job: Qui in manu omnium hominum signat, ut noverint singuli opera sua (cap. 37). Pero que este texto no los favorece, se prueba con evidencia de la variedad de versiones del Hebreo, inconciliables con el sentido a que le quieren traer los Quirománticos. Sanctes Pagnino traduce el original Hebreo de este modo: Vehementia omnes homines claudet, ut sciant omnes homines opus suum. Vatablo de este: Vehementia omnem hominem recludit, quominus cognoscat homo omnes homines operis sui. El Padre Delrio dice, que traduciendo el Hebreo palabra por [77] palabra, sale así la sentencia: In vehementia omnes obsignabit, ad sciendum omnes homines opus ejus. De estas versiones se colige, que la expresión in manu de la Vulgata, es metafórica; y traída al sentido propio, significa vehemencia, o fortaleza: conque prescindiendo de cuál sea el genuino sentido del texto (que a la verdad es recóndito) es claro que no es el que le quieren dar los Quirománticos, pues no se habla en él de la mano del hombre, como suena la corteza de la Vulgata; y así perdió también su trabajo el Doctísimo Valles en el discurso de una ingeniosa exposición moral que dio a este texto {(a) Philosoph. Sacra, cap. 32}: pues procede sobre el falso supuesto de que la mano se debe entender en él como suena. Redúcese a decir, que siendo la mano humana, por las ventajas de su organización sobre las de todos los brutos, instrumento proporcinado a un agente racional con su misma estructura, le está avisado al hombre que debe obrar conforme a la ley de la razón.

19. Arguyen también los Quirománticos con la experiencia, aunque limitada a tan pocos ejemplares, que su escasez viene a ser prueba en contrario: al modo que el que para probar que es rico muestra poco dinero, con eso mismo prueba que es pobre. Refiérese que un Griego por la inspección de la mano pronosticó a Alejandro de Médicis, primer Duque de Toscana, muerte violenta, dando tan precisas señas del homicida, que sólo convenían a Laurencio de Médicis, primo suyo, que en efecto fue el matador.

20. Pero lo más plausible que hay en esta materia son las predicciones de Bartolomé Cocles, Boloñés, señalado entre todos por el más famoso Quiromántico, y Fisonomista, que hasta ahora se conoció. Predijo a Lucas Gaurico, famoso Astrólogo Judiciario, que había de padecer inocentemente un terrible suplicio; y bien que Gaurico se burló del pronóstico por no haber leído en las estrellas tal sentencia, tardó poco tiempo en llevar trato de cuerda de orden de Juan Bentibollo, Tirano de Bolonia, irritado [78] contra el Astrólogo, porque supo que le había pronosticado la expulsión de Bolonia antes de acabarse el año. A Hermes de Bentibollo, hijo del Tirano, predijo el mismo Cocles, que había de morir desterrado en la campaña: de lo cual enojado Hermes, se sirvió de un tal Copón, o Caponi para que matase a Cocles, como lo hizo, dándole con una hacha en la cabeza. Lo más admirable en este suceso fue, que Cocles había adivinado que había de morir de un golpe en la cabeza, y así andaba guarnecido de una celada; y no sólo eso, mas al mismo Copón, viéndole la mano, le había dicho que muy en breve cometería un injustísimo homicidio.

21. Pero estas narraciones no me hacen alguna fuerza. Los maravillosos pronósticos de Cocles, aunque se hallan escritos acordemente por Delrio, Beyerlink, Moreri, y este cita a Varillas en las Anécdotas de Florencia, todos los trasladaron de Paulo Jovio (en los Elogios de Varones Doctos, fol. 67.), Autor más acreditado de elegante que de verídico. Pero aun cuando todo lo alegado fuese verdad, nada probaría. ¿Qué mucho que entre millares de millares de pronósticos por las rayas de la mano, tres, o cuatro hayan salido ciertos? Para esto no es menester arte, basta la casualidad. El haber sido tan pocos muestra que el acierto se le debió al acaso.

22. También se debe advertir, que a veces las mismas predicciones influyen en los sucesos, disponiendo los ánimos de los ejecutores. Sirva de ejemplo el caso de Alejandro de Médicis. Habiéndole dicho a este Príncipe el Quiromanta Griego, que uno de sus más íntimos, de cuerpo grácil, color amarillo, genio taciturno, insociable para los demás (señas que sólo concurrían en Laurencio de Médicis), le había de matar, es natural que mirase con desconfianza, y ojeriza a Laurencio; la cual, percibida de este, le incitase a matar alevosamente al que ya consideraba su enemigo. Y en caso que Alejandro despreciase el pronóstico (como parece cierto, en caso que le hubiese, pues de la Historia consta, que siempre se fió de él, hasta que la confianza le fue fatal) es natural que se le participase [79] al alevoso amigo; y este, como hombre de genio suspicaz, y melancólico, receloso de la impresión que podría hacer contra él la predicción del Griego en el espíritu de Alejandro, determinase quitarla la vida, mirando a la seguridad propia. Aquel Copón, que mató a Cocles, es verosímil que no le hubiese muerto, si Cocles no le hubiera disgustado con el vaticinio de que había de ser homicida: y la predicción de que había de recibir el golpe fatal en la cabeza, pudo inducir al matador a herirle en aquella parte, donde por la predicción creía que no había de ser vano el golpe. En fin, unos versos de Guidon Póstumo, que cita Paulo Jovio en elogio de los vaticinios de Cocles, no le pintan tan veraz como el mismo Jovio quiere; pues el primer dístico da a entender, que era más artificioso en hacer creer sus predicciones, que feliz en acertarlas.

Quis melior vate, quis Coclite verior augur?
Falsa canit, atque haec cogit habere fidem.

§. III

23. Impugnada así la Quiromancia, diremos algo de otras Artes Divinatorias, que conservan aún algunos genios supersticiosos entre los Cristianos.

24. La más común en todos tiempos fue la Oniromancia, que significa Arte de adivinar por los sueños. Algunos Filósofos han patrocinado esta Arte, y entre ellos no poco Aristóteles en el libro que escribió de Praesensione per somnum, donde concede alguna facultad de prevenir los futuros en el sueño a la gente ignorante, y estúpida. Galeno también confiesa que se aplicó a la Medicina por un sueño que tuvo su padre, y en cierta ocasión hizo sangrar a un enfermo porque soñó que le convenía.

25. Pero las Sagradas Letras en varias partes condenan esta Arte por supersticiosa; sin embargo, de ellas mismas consta que algunas veces manifiesta Dios a sus escogidos en la tranquilidad del sueño sus arcanos; mas como esto sea muy raro, es contra la prudencia y contra la Religión [80] dar asenso a las vagas ocurrencias de la fantasía, si no es que Dios, con el modo que puede hacerlo, y lo hizo con algunos Santos, imprima una especie fija, de que es locución suya aquella representación imaginaria. Esto es lo que dió a entender S. Gregorio en el Libro cuarto de los Diálogos, cap. 48, cuando dijo que los siervos de Dios tienen allá en el seno más oculto de la mente un inexplicable modo de discernir cuándo Dios les habla en sueños: Quodam intimo sapore discermunt.

26. Los Médicos quieren que se observen los sueños, como señales del temperamento de los cuerpos, o intemperie de los humores. Dicen que el bilioso, o colérico sueña risas, batallas, incendios: el pituitoso, lluvias, y naufragios; y así de los demás. Tenga esto la probabilidad que quisieren, decimos que el vaticinar por los sueños carece de toda probabilidad. Los que han escrito reglas para este género de vaticinio, están tan encontrados, que unos quieren que se observe la analogía; esto es, alguna semejanza entre la representación del sueño, y la cosa significada: otros, que se atienda a la desemejanza, o contrariedad; conviene a saber, que se interprete el sueño por contrario sentido: y otros en fin, ni uno, ni otro atienden, sino que señalan a los sueños los pronósticos, según su antojo, sin observar ni alusión, ni oposición. Las más de las significaciones que dio Artemidoro (Autor el que trató más largamente esta materia) a los sueños, son el segundo, y tercer género. Y el Médico Adriano Junio {(a) Apud Joan. Zahn. tom. 3, Mundi Mirab. fol. 188} en unos versos que divulgó sobre los vaticinios de los sueños, juntó todos tres géneros, como se ve en los ejemplos siguientes, que he entresacado.

Del primer género.
   Petrae insidens stabili, bonam spem continet.
   Fons limpidus, mentem serenam denotat.
   Fluvius inundans, hostilem incursum notat.
   Tentus manu ensis, auguratur praelium.

Del segundo género.
   Molestias signat, vorare dulcia. [81]
   Si somnians ribedis, angor te premet;
   Sed si fleas, repleberis tunc gaudiis.
   Aurum tenere somnias, voto excides.

Del tercer género.
   Botros edere, Cavilla scurrarum notat;
   Comesta lactuca, indicat morbum gravem
   Vinum bibentem, pugna te manet gravis.
   Clavos tenens, ab hoste periculum cave.

27. Sin embargo, lo más común es discurrir las predicciones de los sueños por via de alusión, o analogía; pero aun limitándose a este recinto, puede cualquiera especie soñada significar muchas cosas diferentes, y opuestas, por ser casi innumerables los alusiones que en cualquiera especie se pueden contemplar, según los visos a que se mira. Soñó Darío, antes de batallar con Alejandro, que veía encendidas grandes llamas en el Ejército enemigo, lo que declararon sus Magos ser presagio de la victoria. Plutarco, que lo refiere, como habla después del suceso, dice que anunciaba lo contrario. Lo cierto es, que el sueño hacía alusión a uno, y otro, y que ni uno, ni otro significaba. César, estando en España, soñó, según la relación de Dión Casio, que cometía incesto con su propia madre; y este Historiador atribuye a este torpísimo sueño la significación de que César había de ser dueño del Imperio Romano. De este modo no hay suceso próspero, ni adverso, que no pueda pronosticarse por los sueños, porque para todo hay alusiones.

§. IV

28. Apantomancia se llama la adivinación por las cosas que casualmente se encuentran. Con ser esta observación sumamente supersticiosa, y vana, algunos hombres grandes cayeron en ella. Gasendo en la Vida de Ticho Brahe dice, que este insigne Astrónomo, si al salir de casa se encontraba alguna vieja, lo tenía a mal agüero, y volvía a recogerse. Y Pedro Mateo en la Historia de Luis XI refiere, que el Conde de Armañac tenía para sí por infausto el encuentro de cualquiera Inglés.

29. El nombre de Agüero, aunque es como genérico [82] para algunas especies de adivinación, se aplica especialmente a aquella que se hace por los accidentes impensados, que ocurren, mayormente en el principio, o progreso de algún negociado, interpretándolos hacia la prosperidad, o adversidad, según el semblante que tienen. Esta superstición en todos tiempos tuvo séquito en el vulgo, y siempre hicieron burla de ella los hombres de juicio. Diéronle noticia a Sócrates, como de un suceso de mal agüero, que los ratones habían comido unos zapatos suyos. Respondió con serenidad el Filósofo, que si le dijesen que sus zapatos habían comido a los ratones, le pondrían en gravísimo cuidado; pero una cosa tan natural como comer los ratones a los zapatos, no debía ocasionarle el menor susto.

30. Algunos con prudente agudeza dieron próspera interpretación a los accidentes, que tenían semblante de infaustos, a fin de precaver la consternación del vulgo. Tropezó, y cayó Escipión al poner el pie en la África; y viendo que lo habían de tener los Soldados a mal agüero, con ingenio pronto acudió a torcerle a la parte favorable, diciendo: Teneo te Africa. En mis brazos te tengo, oh África. Con esto se animó la soldadesca, creyendo que en el impensado accidente de tocar el Caudillo con las manos el Africano suelo, significaba el Cielo la entrega de él al dominio Romano. Muy semejante fue la agudeza del Gran Capitán en la batalla de Cirinola. Pegóse fuego por descuido a un carro de pólvora en nuestro Ejército: desmayaban los Soldados, dando al accidente interpretación siniestra; a cuya consternación ocurrió al General, diciendo en alta voz: Animo, Soldados, que este es buen anuncio, pues ya el Cielo celebra con luminarias nuestra victoria.

31. Puede esta observación eximirse de supersticiosa cuando la casualidad observada por la alusión que tiene, sirve de excitativo ocasional de alguna especie, la cual por sí misma representa como verisímil el suceso futuro. Pondré ejemplo en un suceso que he leído. Un joven enamorado salió a pasear a la orilla del mar, al tiempo que [83] acababa de dar vuelta del mismo sitio la mujer a quien estaba inclinado, y de quien era correspondido. Halló que ésta había escrito en la arena un testimonio de que sería siempre firme. Leyóle con sumo gozo, y se detuvo un rato contemplándole, arrebatado en un deleite extático. Estando en esta suspensión, una onda del mar, que se avanzó más que las otras, llegó adonde estaban las letras, y las borró. Aquí fue el desconsuelo del pobre amante, que luego empezó a condenar su necedad en haber dado asenso a un testimonio escrito en arena, y vecino al agua, que con estas circunstancias representaba la inconstancia de su dicha. Si en este caso el accidente de borrarse tan presto la escritura se aprehendiese como anuncio de que la mujer había de mudar luego de propósito, sería observación supersticiosa, pero si sólo congojase a aquel mancebo, por despertar en su imaginación la común idea de la inconstancia de las mujeres, la cual, por sí misma, le representaría como muy verisímil la mudanza futura de su dama, nada habría en esto de agorería. Esta regla puede servir para ocurrir a algunos escrúpulos en casos semejantes.

32. Aritmomancia se llama la adivinación por los número, y Onomomancia por los nombres. De estas dos especies, mezclando tambíen algo de Astrología, se compone aquella adivinación, que llaman de la Rueda de Beda, arcano de grande estimación entre los que le ignoran, en consideración del Venerable Autor, a quien le atribuyen. Su artificio es el siguiente. Descríbese en tabla, o papel un círculo, o rueda, que tiene como un palmo de diámetro, y en el círculo se inscribe una cruz, en cuyos cuatro brazos se ponen unos números, en cada uno siete, y distintos en cada uno, comprehendido entre todos desde la unidad hasta el número 28 inclusive. Donde terminan los cuatro brazos se reparten estas cuatro inscripciones: Mors major, mors minor, vita major, vita minor. Úsase de esta Rueda para averiguar si el que está enfermo vivirá, o morirá, si el que sale a desafío vencerá, o será vencido; cuál de los pretendientes de algún puesto lo llevará; y otras cosas [84] semejantes: en que es condición precisa saber el día en que se ha de conferir el puesto, o se ha de reñir el desafío, o el doliente cayó enfermo. El uso es de este modo. Mírase el valor numérico de las letras de que consta el nombre del sujeto, cuya fortuna se examina según el Alfabeto Griego (hablo del Alfabeto numeral) en que a cada letra voluntariamente se le atribuyó el valor de cirto número, creciendo el número, según la progresión del Alfabeto: Así la A vale 1, la B 2, la G, que en el Alfabeto Griego es la tercera letra, aunque en el Latino séptima, vale 3. De este modo hasta la I, o jota, que es la décima, van creciendo en unidad; desde la jota hasta la S se aumentan por decenarios, y desde la S hasta acabar por centenarios. Es verdad que el Alfabeto Latino no tiene tantas letras como el Griego, y así no sube a tan crecido número. Súmanse, pues, los números correspondientes a todas las letras del nombre: hecho esto, se atiende qué día del mes lunar es aquel en que vino la enfermedad, o se ha de proveer el puesto, o reñir el desafío; y el número de los días del mes lunar, que corren hasta aquel tiempo, se agrega a los números del nombre. La suma total que resulta se parte por 28; y aquel número resíduo, que, hecha la partición, queda sin dividirse, por ser menor que el partidor 28, se va a ver en qué brazo de la cruz se halla, y según la inscripción correspondiente a aquel brazo, se pronuncia del mal, o buen suceso. Pongo el ejemplo en el caso de averiguar el éxito de una enfermedad. Si el número se halla en el brazo donde está mors major, significa muerte; en el de mors minor, enfermedad larga, y trabajosa; en el de vita major, pronta, y perfecta mejoría; en el de vita minor, difícil, y prolija convalecencia. A esta proporción se discurre en los demás casos. Si no sobra algún residuo en la partición, el número 28, que es el partidor, se ha de buscar en la rueda.

33. Este es el decantado arcano (mejor diremos ridículo trampantojo) de que algunos hacen gran misterio entre los idiotas, y de que erradamente se cree ser Autor el Venerable Beda. Dio ocasión a esta fábula el antojo de un Impresor de [85] las Obras del Santo, que al fin de ellas puso esta Rueda con su explicación; bien que separada en cuanto al contexto, y expresando ser Autor de ella un sabio Egipcio, llamado Petosiris.

34. Sea Petosiris, o sea otro el inventor, no necesita de otra impugnación este enredo divinatorio, más que ponerse de manifiesto. Es una fábrica, que por estar toda fundada en el aire, por sí misma se arruina. Es un tejido de principios arbitrarios, que ni juntos, ni separados tienen conexión alguna con el efecto. La reducción de las letras a números, y tales números, no tiene fundamento el más leve en la naturaleza de las cosas. Los Griegos quisieron significar con tales números tales letras. ¿No es cosa ridícula pensar, que si hubieran querido, como pudieron, significarlas con otros números diferentes, sería distinta de la que es hoy la fortuna de muchos hombres? ¿Qué mayor desatino que juzgar, que de ponerse a un sujeto el nombre de Pedro, o Juan en el bautismo, dependa lograr, o no lograr el puesto, vivir poco, o mucho? Sólo puede admitirse esta ficción, más que poética, para entremés de la Comedia de Calderón Dicha, y desdicha del nombre. ¿Y qué diremos cuando concurren dos de un mismo nombre a la pretensión, o al desafío? He oído responder a algunos, que en este caso se agreguen las letras del apellido. Pero sobre que esa advertencia no la hizo Petosiris, o el que fue inventor de la Rueda, y así es buscada ahora como socorro, añado: ¿Y si convienen en nombre, y apellido, como puede suceder, llevarán ambos el puesto, siendo uno, y indivisible? Aun siendo diferentes los nombres, sucederá muchas veces, que el residuo que queda de la partición del número, sea el mismo, o por lo menos caiga en la misma parte de la Rueda. ¿Qué juicio haremos en este caso? Pero es perder el tiempo gastarle en impugnar delirios. [86]

§. V

35. Crommiomancia es una especie de adivinación por las cebollas, que he leído; es ahora aún muy común en Alemania entre las doncellas deseosas de saber quiénes les han de tocar por maridos. La que por este medio supersticioso quiere averiguar su destino, escribe en distintas cebollas los nombres de todos aquellos, que probablemente pueden lograr su mano. No quiero decir lo demás que se sigue en esta damnable práctica, porque considero en esta materia tan ardiente la curiosidad de algunas doncellas, que si llega a su noticia, querrán hacer la experiencia, atropellando leyes divinas, y humanas.

36. Podemos juntar a las supersticiones referidas la Arte Cabalística moderna, que viene a ser una especie de Onomomancia, y pretende adivinar por medio de las letras de que se componen los nombres, o palabras. He dicho la Arte Cabalística moderna, porque la antigua, aunque no menos supersticiosa, era en la apariencia más elevada, cuya producción fueron los Amuletos, y Talismanes, o figuras de los Astros, y Signos celestes, estampadas en metal, o piedra, conque pretendía derivar sus felices influjos, y otras invenciones semejantes, engendradas en la Filosofía Platónica, y educadas en la vanidad Rabínica. La Cábala, de que hablamos ahora, tiene tres especies, según la división que hace el Padre Kircher en su Edipo Egipciaco, Gametria, Notarica, y Themura. La Gametria, que propiamente es lo que nosotros llamamos Anagrammatismo, interpreta una palabra transponiendo las letras. Los Judíos, que practican mucho la Cábala, nos ministran el ejemplo siguiente de la Escritura. En aquel texto del capít. 23 del Éxodo: Praecedetque te Angelus meus, la voz Hebrea, que corresponde a Angelus meus, es Melachi. De aquí infieren, que este Ángel es S. Miguel, porque trasponiendo las letras de la voz Melachi, resulta la voz Michael.

37. Tal vez el acaso autoriza entre los vulgares esta disparatada adivinación. Ahorcaron en Rion, Cuidad de Francia, a un malhechor, llamado, según el dialecto nacional, Andre Puion; y un curioso notó, que trastornando las letras del nombre, y apellido resultaba este anagrama: Pendú á Rion, que quiere decir: Ahorcado en Rion. Esto es bueno para juego, no para pronóstico; pues en muchos nombres, según los varios anagramas, o combinaciones de letras, saldrán distintas, y opuestas fortunas.

38. La Notarica interpreta la voz, tomando cada letra por inicial de otra palabra. Ve aquí otro ejemplo Rabínico. En aquel texto del Salmo 3 : Multi insurgunt adversum me; la voz Hebrea, que significa multi, se compone de estas letras R B J M : de aquí infieren los Cabalistas, que los enemigos designados en aquel texto son los Romanos, los Babilonios, los Jonios, o Griegos, y los Medos. ¡Qué consecuencia tan bien sacada! Por la misma regla podrían ser los Rusianos, los Bactrianos, los Japones, y los Masagetas. La Temura supone que hay unas letras equivalentes de otras, e interpreta la voz, transmutando sus letras en las equivalentes.

§. VI

39. Ocioso será detenernos más en impugnar semejantes ilusiones, pues mejor se refutan con el desprecio, que con el discurso. Notaré sólo, que aun entre los antiguos Gentiles, de quienes descendieron a nuestros tiempos estas, y otras supersticiones, los hombres de mejor luz hacía irrisión de ellas, aunque en público condescendían con la ceguera del pueblo. Cicerón en los libros de Divinatione, docta, y elocuentemente convenció de vanas todas las Artes Divinatorias, aunque no se atrevió a levantar la voz, de modo que lo oyese el vulgo. Con gracia le dice a su hermano Quinto, hablando de la Haruspicina, que juzga conveniente su práctica por causa de la Religión, y de la República; pero ya que están solos los dos, pueden inquirir, y hablar la verdad sin estorbo: Ut ordiar ab Haruspicia, quam ego reipublicae causa, communisque religionis [88] colendam censeo; sed soli sumus: licet verum expuiere sine invidia.

40. Algunos practicaban los agüeros, no por religión, sino por política; y no pudiendo tener siempre vigilante el disimulo, o una, u otra ocasión se descubría, que en lo interior los miraban con desprecio. Estando Publio Claudio para dar un combate naval en la primera Guerra Púnica, consultó, por seguir la costumbre, los agoreros; pero diciéndole uno, que los pollos que estaban en custodia para aquel género de divinación, llamada Auspicio, no querían salir a comer, los mandó echar al mar, diciendo: Pues ya que no quieren comer, que beban. No es menos chistoso lo que refiere Polidoro Virgilio de un Judío llamado Mosolamo. Estaban de marcha unas tropas, donde este se hallaba, y oyendo a un agorero, que las mandaba parar para contemplar el vuelo de un pájaro, y tomar de él vaticinio, prontamente levantando el arco, le disparó al pájaro una saeta, conque le echó muerto a tierra. Irritáronse contra él el adivino, y otros muchos, pero él los sosegó, diciendo: ¿Cómo quereis que esta ave supiese el suceso de nuestro viaje, cuando ignoraba su propia fortuna? pues es cierto que si supiera lo que la esperaba, no hubiera venido por aquí.

41. Había también muchos engaños en la consulta de las víctimas. A veces eran sobornados los agoreros para dar respuesta a gusto del que les untaba las manos; y también sucedía engañar al vulgo el mismo interesado en el proyecto, para que se hacía la consulta. Viendo Agesilao consternados sus Soldados por la multitud de enemigos, para animarlos se sirvió de este artificio. Escribió en la palma de la mano con grandes letras esta palabra Victoria, y acercándose a la ara, debajo del pretexto de alguna ceremonia religiosa, al punto que se abrió la víctima, cogió su higado, y con destreza estampó en él las letras que llevaba escondidas en su propia mano. Vieron los soldados la inscripción, y contemplándola como escritura en que el Cielo se obligaba a ser auxiliar suyo en la batalla, concibieron el aliento que era menester para lograr la victoria. [89]

§. VII

42. El suceso que acabo de referir, me lleva como por la mano a descubrir la causa, por que las Artes Divinatorias, teniendo tan a la vista su nulidad, y falacia, que es menester una ceguedad total para no verla, logren no obstante la aplicación de muchos sujetos, y en la antigüedad hayan poseído la veneración de todo el Mundo, y más aún el de las Naciones más cultas. Verdaderamente admira que los Griegos, y Romanos, que nos han dejado tantos testimonios de gente habilísima en todo género de materias, fuesen tan ciegos hacia la parte de agüeros, y presagios. Diré la que pienso ser causa de este pernicioso error; y esta será la parte más importante de este Discurso, porque servirá a los espíritus supersticiosos de desengaño.

43. La experiencia, que por lo común es madre del acierto, no siendo bien consultada, es muchas veces causa del error. Los sucesos, a quien va por senda torcida en sus operaciones, unas veces escarmientan, y otras engañan. A los que usan de artes divinatorias les sucede muchas veces aquello que han pronosticado. De aquí infieren, que en el pronóstico se previó legítimamente el suceso; y no es eso. No se previó antes lo que había de suceder ahora. Lo que hay es, que sucede ahora lo que se imaginó antes, sólo porque se creyó que sucedería. Viene el suceso porque fue creído el pronóstico. Si no precediera, o si fuera despreciado el pronóstico, no vendría el suceso. El concebir firmemente los hombres que ha de suceder alguna cosa, trae consigo grandes disposiciones para que suceda. El que cree que ha de vencer (como se ve en el ejemplo de arriba), pelea con confianza, y valor. El que cree que ha de ser vencido, o huye, o resiste con desaliento. El que, engañado de algún Astrólogo, se persuade a que tal año, o tal mes ha de morir, con esta melancólica imaginación, que oprime más, cuanto más se avecina el plazo señalado, se va pudriendo los humores, y debilitando las facultades, y así muere cuando creyó que había de morir, si no lo creyera, [90] no muriera. El que asegura de que ha de lograr algún puesto, tenazmente prosigue en la aplicación de los medios, sin que le quebrante la frustración de muchos, hasta que entre tantos se logre alguno.

44. Otras veces es más oculto el influjo del asenso precedente en el suceso futuro; mas no por eso deja de ser muy verdadero. Pongo un ejemplo en aquella especie de adivinación supersticiosa, llamada Crommiomancia, de que tratamos arriba. La simple doncellita, que deseosa de saber, qué esposo ha de tener, usa de aquella superstición, en virtud de ella cree que lo ha de ser tal sujeto determinado, v. g. Dionisio: ya empieza a mirar a este hombre con muy otros ojos de aquellos conque antes le miraba. Antes era uno del pueblo, en quien ni aún acaso se pensaba; ahora ya es aquel que las estrellas tienen destinado para su dueño. ¡Oh cuán diferente personaje es ya en el teatro de su idea! Ya le halla mil gracias que no tiene, y puesta en este estado aquella mentecata, desea con ardor que sea aquello que piensa que ha de ser: porque avanzándose la imaginación a las dependencias más gratas del matrimonio, que entonces se toman como imprescindibles de aquel determinado sujeto, no puede menos de mirarle con cariño; y un placer imaginario, es chispa que enciende en el alma un fuego verdadero. A esta ansia es consiguiente que solicite el matrimonio con Dionisio: que le haga saber a este por modos directos, o indirectos su deseo, y acaso también el vaticinio: que a él el verse amado le mueva a amar: y si se le participa el pronóstico, hay de más a más este auxiliar excitativo del fuego. Así, enlazadas las almas, es naturalísimo se consiga aquella unión, cuya existencia principalmente depende del deseo de entrambos: mayormente cuando las doncellas, que se dan a estas curiosidades ilícitas, se deben discurrir más contemplativas de sus propios antojos, que de los justos deseos de sus padres. Este suceso, y otros semejantes autorizan aquel modo de adivinación; porque no se hace reflexión al oculto infujo que tuvo la credulidad del suceso. A este modo, y por este [91] medio ganaron Sectarios las demás Artes Divinatorias, atribuyendo los hombres, al ver muchas veces existentes los futuros pronosticados, a misteriosa arte del vaticinante, lo que dependía sólo de haberse creído el vaticinio.


{Feijoo, Teatro crítico universal, tomo segundo (1728). Texto según la edición de Madrid 1779 (por D. Joaquín Ibarra, a costa de la Real Compañía de Impresores y Libreros), tomo segundo (nueva impresión, en la cual van puestas las adiciones del Suplemento en sus lugares), páginas 70-91.}