Abentofail   1110-1185
El filósofo autodidacto
1 · 2 · 3 · 4 · 5 · 6  islámica 

Abentofail · El filósofo autodidacto · [ 5 ]

Hayy, edicion de Ockley, Londres 1708
Hayy observa el mundo celeste

Llega a la conclusión de que el cosmos o reunión de los cuerpos celestes es esférico

Cuando, gracias a su despierta inteligencia, que le había hecho fijarse en un argumento como éste, tuvo la certeza de que el cuerpo celeste es finito, quiso saber qué figura tiene, y cómo lo limitan las superficies que lo terminan. Consideró primero el sol, la luna y las demás estrellas, observando que todas salen por oriente y se ponen por occidente. De entre ellas, las que pasaban por su cenit, describían un círculo grande; las que, apartándose de él, se inclinaban hacia al Norte o hacia al Sur formaban otros, menores que aquéllos. Todas las más alejadas del cenit, hacia cualquiera de las dos partes, tenían sus círculos menores que las más próximas; de modo que los círculos más pequeños en que se mueven los astros, son dos: uno alrededor del polo Sur, o sea, la órbita del Suhayl, y el otro alrededor del polo Norte, es [122] decir, la órbita de al-Farqadan. Como [nuestro solitario] habitaba en la línea del Ecuador, según dijimos al principio, todos estos círculos eran perpendiculares al plano de su horizonte y estaban dispuestos simétricamente por el Sur y por el Norte; Hayy veía los dos polos a la vez. Fijábase en que cuando una estrella se levanta en un círculo grande y otra en uno pequeño, si las salidas son simultáneas, también lo son las puestas. Como esto sucedía en todas las estrellas y en todos los tiempos, se convenció de que el cielo tiene figura esférica. Confirmóle tal creencia el observar que el sol, la luna y las estrellas salen por oriente, después de haberse ocultado por occidente, y que aparecían a su vista con un mismo tamaño a la salida, a mediado de su carrera y al ocaso. Si su movimiento no fuera circular, sería posible que en algún tiempo las viera más próximas; y siendo así, sus dimensiones y sus volúmenes le aparecerían distintos, y las vería mayores cuando estuvieran cercanas, y menores a medida que se alejasen: pero como no sucedía así, afirmábase en la idea de la esfericidad.

Siguió observando el movimiento de la luna, [124] tomado de occidente a oriente, y también el de los planetas, hasta llegar a conocer una gran parte de la ciencia del cielo. Vio claro que sus movimientos se desarrollan en muchas esferas, contenidas todas en una sola, que es la más alta y la que mueve todo, de oriente a occidente, en el período del día y de la noche. Exponer sus progresos en esta ciencia sería largo y es asunto divulgado en los libros; para nuestro propósito basta con lo que hemos expuesto.

Semejanzas del mundo celeste con el mundo sublunar

Cuando llegó a este grado de conocimientos, diose cuenta de que la esfera celeste y lo que gira a su alrededor, es a manera de un todo, cuyas partes están unidas entre sí; de que los cuerpos, acerca de los cuales había reflexionado antes, como la tierra, el agua, el aire, las plantas, los animales, &c., están contenidos y permanecen en ella; de que en su totalidad la esfera misma es algo semejante a un individuo de la especie animal: sus estrellas brillantes hacen las veces de los sentidos; las diversas esferas unidas entre sí, son como los miembros; y todo lo que, dentro de ella, pertenece al mundo de la generación y de la corrupción, desempeña el papel que en el interior de los [125] animales realizan los diferentes residuos y humores, en los cuales muchas veces se forman otros seres, como sucede en el macrocosmos.

Piensa Hayy si el mundo sería producido o eterno.
Razones que halla en pro y en contra de cada tesis

Una vez que tuvo la certeza de que el conjunto celeste es, en realidad, como un solo individuo, y cuando redujo en su mente a unidad las múltiples partes, usando el mismo razonamiento que empleara para reducir a la unidad los cuerpos existentes en el mundo de la generación y de la corrupción, pensó si el universo mundo sería algo producido, después que no existió, y que de la nada ha venido al ser, o bien sería algo que no ha dejado de existir en el pasado y que no ha sido precedido por la nada, bajo ningún aspecto. Dudó en esta ocasión y ninguna de las dos opiniones pesó en su ánimo más que la otra. Porque cuando se decidía por la tesis de la eternidad, le salían al paso muchas objeciones respecto a la imposibilidad de la existencia infinita, semejantes al razonamiento por el que había llegado a concluir la no existencia de un cuerpo infinito. Veía también que esta [existencia] no está libre de [accidentes] producidos y no es posible que exista antes que ellos; y lo [126] que no puede preexistir a los [accidentes] producidos, es, por tanto, producido. Y cuando se decidía por la opinión de la producción [de la nada], le salían al paso otras objeciones. Veía que la tesis de la creación del mundo, después de no haber existido, no se puede concebir, sino justamente con la idea de que el tiempo lo haya precedido; pero éste es una parte de la totalidad del mundo, inseparable de él; luego no se puede uno imaginar el mundo posterior al tiempo. Además, se decía: «Si el mundo es producido, necesariamente ha de tener un productor; éste, ¿por qué lo ha hecho surgir en tal momento y no antes? ¿Le ha sobrevenido una novedad, no existiendo nada fuera de él, o ha sido por un cambio verificado en su esencia? Pero, ¿quién habrá producido este cambio?». Y no cesó de pensar en este asunto durante años, saliéndole siempre al paso objeciones, sin que lograra decidirse por una opinión.

Si el mundo es producido, necesita un creador, que no será cuerpo

Cansado de estas investigaciones, se puso a reflexionar acerca de las consecuencias que se derivan de las dos opiniones, pues acaso serían las mismas en ambas. Entonces comprobó que, suponiendo la [127] producción del mundo y su venida a la existencia desde la nada, se deduce necesariamente que no se pudo haber hecho por sí mismo, y, por tanto, que le es preciso un hacedor que lo haya traído a la existencia; que este hacedor no puede percibirse por medio de ningún sentido, porque, de suceder así, sería un cuerpo; si fuese un cuerpo, formaría parte del mundo, sería producido y necesitaría un productor; si este segundo productor fuese también un cuerpo, necesitaría otro tercero, y este tercero, un cuarto, y así sucesivamente hasta el infinito, lo cual es absurdo. El mundo exige, por tanto, un hacedor que no sea cuerpo; y si no es cuerpo, no habrá medio de percibirlo por ningún sentido, puesto que los cinco sentidos sólo perciben los cuerpos o sus accidentes; si no puede ser percibido, tampoco puede ser imaginado, porque la imaginación no es más que la representación de las formas de las cosas sensibles, cuando éstas han desaparecido; si no es cuerpo, son imposibles en él todas las cualidades corpóreas, y le es extraña la primera de ellas, a saber: la extensión en longitud, latitud y profundidad, con todas sus consecuencias. Si el mundo, pues, tiene un hacedor, sin duda que éste tendrá poder sobre aquél y lo conocerá; «¿no lo conocerá quien lo creó? Él es bueno y sabio». [128]

Si el mundo es eterno «a parte ante», necesitará un motor, exterior a él e incorpóreo, que haya producido su movimiento

Si suponía la preexistencia del mundo, es decir, que siempre hubiera sido como es y que no lo hubiese precedido la nada, veía deducirse de esto que su movimiento es eterno a parte ante, puesto que no lo ha precedido ningún reposo, tras el cual haya comenzado. Pero todo movimiento exige necesariamente un motor que, o es una fuerza extendida en un cuerpo, bien sea el mismo del motor, bien sea otro exterior a él, o es una fuerza que no está extendida ni repartida en un cuerpo. Ahora bien, toda fuerza extendida y repartida en un cuerpo, se divide cuando él se divide, doblándose cuando éste lo hace; v. gr., el peso de la piedra, que la mueve hacia abajo: si la piedra se divide en dos partes, su peso se divide en otras tantas; si se le añade otra, su peso se aumenta en lo mismo; si fuera posible que la piedra aumentase hasta lo infinito, su peso aumentaría en igual proporción; y si llegase a una magnitud determinada y en ella se detuviese, el peso llegaría también a un cierto punto, en que se detendría. Pero ha quedado demostrado que todo cuerpo es, indudablemente, finito; luego la fuerza que radique en él lo será también; por tanto, [129] si encontramos una fuerza que produzca un acto infinito, seguramente no radica en un cuerpo. Pero observamos que la esfera celeste se mueve siempre con un movimiento sin fin y sin interrupción, puesto que la suponemos eterna a parte ante; luego necesariamente resulta que la fuerza que la mueve no está en su mismo cuerpo, ni en otro situado fuera de ella, y que pertenece a algo extraño a los cuerpos, a lo cual no se le pueden atribuir cualidades corporales.

Ya había descubierto Hayy, en sus primeras reflexiones sobre el mundo de la generación y de la corrupción, que la realidad de la existencia de todo cuerpo sólo proviene de su forma, o sea, su disposición para los distintos movimientos; y que la existencia que el cuerpo tiene por parte de su materia es inconsistente y casi imperceptible. Por tanto, la existencia del mundo entero proviene sólo de su disposición para el movimiento dado por este motor, el cual está libre de materia y de cualidades corpóreas, exento de todo lo que es perceptible por los sentidos o accesible a la imaginación; y si este motor es el autor de los distintos movimientos del cielo, por medio de un acto permanente, continuo e ininterrumpido, indudablemente ha de tener poder sobre ellos y los ha de conocer. [130]

Se confirma Hayy en su idea de la existencia de un autor incorpóreo

Vino a parar, pues, por este camino a lo mismo que había concluido en su primer razonamiento, sin que fuese obstáculo la duda que tenía respecto a la eternidad del mundo o a su producción: los dos razonamientos le certificaban a la vez la existencia de un Autor incorpóreo, que no está unido a ningún cuerpo, ni separado de él, ni dentro ni fuera de ninguno, puesto que la unión y la separación, la interioridad y la exterioridad son, todas, cualidades corpóreas, y Él está exento de ellas.

Este autor será causa de los demás seres, creador de ellos

Como la materia en todo cuerpo necesita de la forma, puesto que sólo por ella subsiste y sin ella no tiene ninguna realidad, y como no se tiene certeza de la existencia de la forma, sino después de cerciorarse de la existencia de este Autor, convencióse de que todos los seres lo necesitan para existir, y que ninguno puede subsistir sino por Él; Él es, por consiguiente, su causa, y los seres, sus efectos, bien hayan [131] sido traídos a la existencia desde la nada, bien no hayan tenido principio en el tiempo y jamás aquélla les precediese. En ambos casos, estos seres son efectos, y en su existencia necesitan y dependen del Autor; sin la subsistencia de Él, no subsistirían; sin la existencia de Él, no existirían; sin su eternidad, no serían eternos; Y Él, en su esencia, prescinde y está libre de ellos. ¿Podría no ser así?

Ya se ha demostrado que la fuerza y poder de este Autor son infinitos, y que todo cuerpo, así en su esencia como en sus accidentes, es finito, limitado. Por lo tanto, el mundo todo con lo que contiene –los cielos, la tierra, los astros, lo que entre ellos, encima o debajo, hay– es acto y creación suya, y es posterior a Él per se [con posterioridad de naturaleza], aunque en el tiempo no fuera posterior. Es como si coges un cuerpo cualquiera en tu mano y luego lo mueves: sin duda ninguna, este cuerpo seguirá el impulso de la mano, con un movimiento posterior al de ella, con posterioridad de naturaleza, aun cuando no de tiempo, pues ha sido simultáneo. Así también el mundo todo es efecto y es creado, fuera del tiempo, por este Autor, «que no tiene más que mandar, cuando Él quiere una cosa, diciéndole: –«Sé», y ella es». [132]

Huellas de este autor, que Hayy ve en todos los seres

Cuando vio que todos los seres son obra de este Autor, examinólos de nuevo, buscando manifestaciones de su poder, de su admirable y rara obra, de su amorosa providencia y de su ciencia sutil. Y en los pequeños seres, y más aún en los grandes, se le aparecieron huellas tales de sabiduría y de arte extraordinario, que lo llenaron de admiración, cerciorándose de que esto no podía proceder sino de un Autor perfectísimo y superior a la perfección, «a quien no se escapa el peso de un átomo en los cielos o en la tierra, ni nada que sea más pequeño o más grande».

Tiene este autor todas las cualidades de la perfección y está libre de las de la imperfección

Examinó después atentamente todas las especies de animales y vio cómo este Autor había dado a cada una su forma y enseñándole después a emplearla; porque si Él no hubiese guiado a los animales en el uso de los miembros de que los dotara, mostrándoles las ventajas que con ellos podrían conseguir, no los [133] hubiesen utilizado, y hubieran sido una carga para ellos. Por eso conoció que Él era generoso entre los generosos, misericordioso entre los que más. A partir de este momento, cada vez que veía algún ser dotado de belleza, de esplendor, de perfección, de poder, o de una superioridad cualquiera, reflexionaba y reconocía que era un efluvio de este Autor, de su existencia, de su acción. Comprendió, por tanto, que todo lo que a Él pertenece por su esencia, es más grande que estas cualidades [citadas], más perfecto, completo, bello, brillante, hermoso y durable, sin relación con ellas. No dejó de rebuscar las cualidades de la perfección, y vio que todas las tiene emanan de Él, y que es más digno de ellas que los demás seres que las poseen.

Consideró luego las cualidades de la imperfección, y vio que Él estaba libre y exento de ellas. ¿Y cómo no lo había de estar? ¿No es la idea de imperfección la de la nada pura, o de lo relacionado con la nada? ¿Cómo se ha de unir o mezclar la nada con el ser puro, el que existe necesariamente por su esencia, el que da la existencia a todos los demás seres, sin el cual no la hay, puesto que Él es la existencia y Él es la perfección, la plenitud, la belleza, el resplandor, la potencia, la ciencia y, en suma, Él? «Todo perece si no es su faz». [134]

Hayy se siente inclinado hacia este autor, cuya existencia conoció a los treinta y cinco años de edad

Alcanzó Hayy este grado de conocimiento a los cinco septenarios de su vida, o sea, a los treinta y cinco años de su edad. Afirmábasele tanto en el corazón la idea de este Autor, que no ocupaba su pensamiento sino en Él, olvidando el examen y la investigación de los seres a que antes se había dedicado, hasta el extremo de que no paraba mientes en cosa alguna, sin que le reflejase vestigios de su arte; luego dirigía el pensamiento hacia el Artista, dejando a un lado la obra; entonces se volvía ardientemente hacia Él, y su corazón se desplazaba, con fuerza y por completo, del mundo sensible para sumirse en el inteligible.

Trata de saber con qué facultad había conocido a este ser: no había sido por medio de los sentidos ni por la imaginación

Cuando consiguió el conocimiento de este Ser, cuya existencia no tiene causa, siendo Él la causa de la existencia de los demás, quiso saber por qué medio había conseguido él mismo tal conocimiento y con [135] qué facultad había conocido este Ser. Examinó sus propios sentidos, a saber: el oído, la vista, el olfato, el gusto y el tacto, viendo que a todos ellos sólo llegan los cuerpos o sus accidentes: el oído no percibe más que los sonidos originados por las ondas del aire al tropezarse con los cuerpos; la vista, únicamente los colores; el olfato, los olores; los sabores, el gusto, y el tacto, las temperaturas, lo duro y lo blando, la aspereza y la suavidad. Del mismo modo, la imaginación no alcanza ninguna cosa, sino las dotadas de longitud, latitud y profundidad. Todas estas percepciones son cualidades corpóreas, y a los sentidos no puede llegar otra cosa, ya que son facultades extendidas por los cuerpos y repartidas conforme a las divisiones de ellos, no pudiendo afectarles, por tanto, más que lo que es divisible. Pues si la imaginación está repartida, como se ha dicho, indudablemente, al percibir un objeto cualquiera, éste se dividirá conforme a la naturaleza de ella. Por consiguiente, toda facultad que radica en un cuerpo no percibe más que los cuerpos o sus accidentes. Pero ya queda demostrado que este Ser, de existencia necesaria, está exento de toda clase de cualidades corpóreas; por tanto, no se le puede percibir, sino mediante algo que no sea cuerpo, ni facultad que en él radique o tenga alguna relación con él, cualquiera que sea. [136]

Lo había conocido por su propia esencia, por estar impreso en su alma el conocimiento de él

Entonces se cercioró de que conocía a aquel Ser por medio de su esencia misma, y que el conocimiento de Él estaba impreso en su alma. Vio también claro que su propia esencia, por medio de la cual lo conocía, era algo incorpóreo, sin ninguna cualidad de los cuerpos; que todo lo exterior y lo corporal, que percibía en sí mismo, no era la realidad de su esencia, puesto que ella sólo se encontraba en aquello por medio de lo cual conocía al Ser de existencia necesaria.

El alma es incorpórea e incorruptible

Cerciorado ya de que su esencia no era el cuerpo que perciben los sentidos y la piel cubre, desprecióle totalmente y se puso a reflexionar acerca de aquella otra, nobilísima, por medio de la cual se conoce a este Ser supremo y necesario. Pensó si ella podría perecer, corromperse o desaparecer, o si, por el contrario, tendría duración eterna. Y vio que la corrupción y la desaparición son cualidades únicamente de los cuerpos, en cuanto que pierden una forma y revisten otra: verbigracia, el agua cuando se vuelve aire, el aire [137] cuando se torna agua, las plantas cuando se cambian en tierra y ceniza, y la tierra cuando se convierte en plantas; ésta es, en efecto, la cualidad de corrupción. En cambio, no puede concebirse de ninguna manera la corrupción de lo que no es cuerpo ni necesita de él para subsistir y que está libre en absoluto de la corporeidad.

Hayy trata de averiguar cuál será el destino del alma después que el cuerpo haya desaparecido

Convencido Hayy de que su esencia real no era corruptible, intentó averiguar cuál sería su condición, una vez que abandonase el cuerpo y se liberase de él. Ya antes se había cerciorado de que no lo abandona, sino cuando el cuerpo no le sirve como instrumento. Examinó entonces todas las facultades perceptivas, y vio que cada una de ellas funciona en potencia unas veces, en acto, otras; como, por ejemplo, el ojo, cuando está cerrado o desviado del objeto visible, sólo percibe en potencia (el sentido de la frase percibir en potencia es que no lo hace en el momento, sino que puede hacerlo en lo futuro); en cambio, cuando está abierto y dirigido hacia el objeto visible, percibe en acto (es decir, en el momento). Asimismo, cada una de estas facultades puede hacerlo de estas dos maneras. Si una [138] de ellas no lo ha realizado jamás en acto, mientras esté en potencia no desea la percepción de su objeto propio, porque no lo conoce; ejemplo, el ciego de nacimiento. En cambio, si lo ha hecho alguna vez y luego ha venido a quedar en potencia, mientras continúe así deseará la percepción en acto, porque ella ha conocido ya su objeto propio, se le ha unido y se ha inclinado hacia él; ejemplo, el que se queda ciego, después de haber tenido vista: que siempre deseará [volver a ver] los objetos visibles. Y cuanto más hermosa, espléndida y perfecta sea la cosa percibida, tanto mayor será el deseo hacia ella y más grande el dolor por su pérdida; ésta es la causa de que el dolor de quien pierde la vista después de haberla disfrutado sea mayor que el de quien queda sin el olfato, porque las cosas visibles son más perfectas y más hermosas que las relativas al olfato. Pues si entre las cosas hay una, cuya perfección es infinita, cuya hermosura, belleza y esplendor no tiene límites, que está sobre estas cualidades hasta el extremo de que ninguna puede existir sino procedente de ella y fluyendo de su ser, es indudable que quien pierda la percepción de esta cosa, después de haberla conocido, sentirá, mientras dure su pérdida, dolores infinitos; así como quien logre poseerla eternamente tendrá un placer no interrumpido, una felicidad sin fin, una alegría, un gozo y un contento sin límites. [139]

Diversa situación del alma si, durante la vida del cuerpo, no conoció al ser necesario, si lo conoció y se apartó de él, o si lo conoció y no se separó de él

Pero antes se había convencido Hayy de que el Ser necesario está dotado de todos los atributos de la perfección, libre y exento de todas las cualidades de la imperfección. También se había cerciorado de que la esencia, mediante la cual el propio Hayy llegaba a percibir este Ser, no es nada que se parezca al cuerpo, ni corruptible como él. De lo cual dedujo que si el ser que tiene una esencia de esta naturaleza, capaz de tan alta percepción, abandona al cuerpo por la muerte, se dará uno de estos tres casos:

Si antes de esto, en el período en que gobernó al cuerpo, no conoció jamás al Ser necesario, ni se unió con Él, ni oyó nada respecto de Él, la separación del cuerpo no le producirá deseo de este Ser, ni dolor por su pérdida; porque todas las facultades corpóreas desaparecen con la eliminación del cuerpo y no desean tampoco sus objetos propios, ni tienden hacia ellos, ni se duelen por su pérdida, siendo ésta la condición de los animales irracionales, tengan o no la forma humana.

Si antes, en el tiempo que gobernó al cuerpo, conoció a este Ser, sabiendo de sus perfecciones y [140] de su hermosura, pero se desvió de Él, arrastrado por sus pasiones, y la muerte le sorprendió en tal estado, privándole, por tanto, de la visión intuitiva, entonces la deseará, pero permanecerá en un largo castigo y en sufrimientos infinitos, y podrá librarse de ellos después de una larga prueba y gozar luego de la visión intuitiva que anhela, o bien continuará sumido eternamente en sus dolores, según que en la vida corpórea se haya dispuesto para uno de estos dos destinos.

Y si conoció a este Ser necesario antes de separarse del cuerpo, dedicándose a Él totalmente y pensando siempre en su hermosura, belleza y esplendor, sin separarse de Él hasta que la muerte le sorprendió en estado de contemplación y visión intuitiva actual, al separarse del cuerpo permanecerá en un placer infinito, en una alegría, gozo y contento perdurables, producidos por la unión de su visión de este Ser necesario, visión exenta de turbación y mezcla, y despojada de todas las cosas sensibles que las facultades corpóreas exigen, las cuales, en relación con este estado, son dolores, males y obstáculos. [141]

Hayy trata de mantenerse siempre en el estado de visión intuitiva de Dios, que es la perfección y el placer de su propia esencia

Una vez que Hayy se cercioró de que la perfección y el placer de su propia esencia sólo consistían en la visión intuitiva, perpetua y siempre en acto, de este Ser necesario, hasta el punto de que no se debía apartar de Él ni un abrir y cerrar de ojos, para que, sorprendiéndole la muerte en estado de visión en acto, alcanzase un placer sin mezcla de mal alguno, se puso a reflexionar cómo podría conseguir la continuidad de esta visión intuitiva, de modo que no le ocurriese interrumpirla. Aplicaba un momento su reflexión a este Ser; y en seguida aparecía a su vista cualquier objeto sensible, hería sus oídos el grito de un animal, representábasele una imaginación, sentía dolor en algún miembro, experimentaba hambre, sed, calor o frío, o había de levantarse para hacer sus necesidades; y entonces se turbaba su reflexión, apartándose del estado obtenido, siéndole muy difícil volver sin gran esfuerzo al estado anterior, y temía que se le presentase la muerte hallándose en tal apartamiento y caer en la eterna desgracia y en el dolor de la separación. [142]

Ve que los animales y las plantas no conocen a este ser

Esta situación le afligía, sin que pudiera encontrarle remedio. Se puso a observar todas las especies de animales, examinando sus actos y sus inclinaciones, por si acaso podía ver alguno que conociese a este Ser y tendiera hacia Él, para aprender cuál era la causa de su felicidad. Y vio que todos los animales se ocupan solamente en procurarse alimento, en la satisfacción de sus apetitos nutritivos y sexuales, en buscar la sombra o el calor: a esto dedican los días y las noches, hasta el momento de su muerte, del fin e su existencia; y no halló a ninguno que se desviase de esta regla, ni se inclinara a otra cosa en momento alguno. Por lo cual se convenció de que los animales no tienen noticia de este Ser, ni deseo de él, ni lo conocen en ningún aspecto, sino que tienden a la nada o a un estado semejante. Formulado este juicio respecto de los animales, vio que era extensivo a las plantas, desde luego, puesto que no tienen sino parte de las facultades de que gozan los animales; y si los de percepción más perfecta no alcanzan este conocimiento, mucho menos lo obtendrán quienes las poseen más imperfectas. Tanto más cuanto que veía que todos los actos de las plantas no pasan de la nutrición y de la reproducción.

Sospecha que los cuerpos celestes, en cambio, lo conocen

Observó después los astros y las esferas, y vio que todos tienen movimientos ordenados y recorren su órbita de un modo regular; que son transparentes y brillantes, inaccesibles a la mutación y a la corrupción. Supuso vehementísimamente que, además de cuerpos, tienen esencias que conocen a este Ser necesario, y que tales esencias cognoscentes no son cuerpos ni están impresas en ellos. ¿Y cómo no habían de tenerlas, libres de la corporeidad, si él mismo poseía una, a pesar de su insignificancia y de su absoluta dependencia de las cosas sensibles? Pues él formaba parte de los cuerpos corruptibles, y, no obstante ser imperfecto, su esencia no podía menos de estar desligada de los cuerpos y de ser incorruptible. De aquí tuvo por evidente que los cuerpos celestes están, desde luego, en este caso, y comprendió que conocen al Ser necesario y lo ven siempre en acto, puesto que en los cuerpos celestes no se encuentra ninguno de los obstáculos, derivados de la intervención de las cosas sensibles, que en él interrumpían la continuidad de la visión intuitiva. [144]

Los cuerpos celestes son incorruptibles

Reflexionó después acerca de por qué solamente él, entre las demás clases de animales, tenía esta esencia, por la cual se asemejaba a los cuerpos celestes. Ya se había cerciorado antes, al tratar de los elementos y de sus cambios mutuos, de que nada de lo que hay sobre la faz de la tierra mantiene su forma, sino que en todas las cosas se suceden siempre la generación y la corrupción; de que la mayor parte de estos cuerpos son mixtos, compuestos de cosas contrarias, por lo cual terminan alterándose; de que ninguno de ellos es puro y de que el que más se acerca a la pureza, a la falta de mezcla y de adulteración, es el que está más distante de corromperse, como el oro y el jacinto. Pero los cuerpos celestes son simples, puros; luego son incorruptibles y en ellos no se suceden las formas.

Los seres son más perfectos a medida que tienen más formas

También estaba cierto de que, entre los cuerpos existentes en el mundo de la generación y de la corrupción, hay unos, cuya realidad esencial subsiste por más de una forma, como las plantas, los animales. Los de la primera clase tienen pocos actos y están muy distantes de la vida, y si les faltara totalmente [145] la forma, no tendrían ningún camino para vivir, viniendo a parar a un estado semejante a la nada. Los de la segunda tienen muchos actos y es más fácil su acceso a la vida; y si esta forma fuese tal que no hubiese medio para separarla de la materia que le es peculiar, entonces la vida alcanzaría el mayor grado de manifestación, permanencia e intensidad. La cosa privada totalmente de forma es la hyle, la materia: en ella no hay vida alguna, y es semejante a la nada. Las cosas subsistentes por una sola forma son los cuatro elementos, que están en el grado inferior del ser [respecto de la materia] en el mundo de la generación y de la corrupción; de ellos se componen las cosas dotadas de muchas formas; su vida es muy débil, pues no tienen más que un solo movimiento, y esa debilidad radica en que para cada uno de ellos hay un contrario, manifiestamente opuesto, que lo contrarresta en su tendencia natural y que propende a despojarlo de su forma; por lo cual no se consolida su existencia y su vida es débil. Las plantas tienen una vida más fuerte [que la que tienen los cuatro elementos]; los animales, mayor todavía, según lo que sigue: si en uno de estos compuestos la naturaleza de un elemento lo domina, éste, por razón de su poder, domina también la de los restantes, anula sus fuerzas, y el compuesto se somete al elemento dominador; por lo cual –de la misma manera que él– no es apto sino para una [146] vida rudimentaria y débil. Si, por el contrario, no hay en el compuesto ningún elemento predominante, entonces todos los que lo integran son proporcionados e iguales; por tanto, ninguno anula la fuerza del otro en más proporción de lo que la suya propia, sino que los unos obran en los otros acciones iguales, ningún elemento actúa de modo más manifiesto que el otro, ni se apodera de él, y el compuesto está lejos de parecerse a ninguno de los elementos, como si su forma no tuviese contrario; por tanto, es apto para la vida. Por ende, cuanto mayor, más completa y más distante del desequilibrio es esta proporción, tanto más alejado está el compuesto de tener un contrario y es más perfecta su vida. Mas como el alma animal, que reside en el corazón, es precisamente muy proporcionada, ya que es más sutil que la tierra y el agua y más densa que el fuego y el aire, viene a estar en el término medio y ningún elemento le es contrario de un modo manifiesto, por lo cual resulta capaz de la forma de la animalidad.

Razonamientos que mostraron a Hayy el parecido de su alma con los cuerpos celestes

Vio Hayy deducirse de aquí necesariamente que la mejor proporcionada de estas almas animales es la más apta para la vida más perfecta que se halle en el [147] mundo de la generación y de la corrupción; de esta alma casi puede decirse que su forma no tiene contrario; se parece, por tanto, a los cuerpos celestes, cuyas formas carecen de él. El alma de este animal, como realmente es medio entre los elementos, no se mueve de un modo absoluto ni hacia arriba ni hacia abajo; antes por el contrario, si se pudiese colocar a mitad de la distancia que hay entre [el centro del mundo] y la parte más alta a que puede alcanzar el fuego, sin sufrir ninguna corrupción, quedaría inmóvil en este sitio, sin tender a subir ni a bajar; si se moviese con movimiento de traslación, sería para girar alrededor del centro, como se mueven los cuerpos celestes; si lo hiciera con movimiento de rotación, sería para girar alrededor de sí mismo, tomando inevitablemente la figura esférica. Tiene, por tanto, gran semejanza con los cuerpos celestes.

Hayy se ve entonces distinto de los demás animales

Como Hayy había examinado los modos de ser de los animales, no viendo en ellos nada por lo cual pudiera suponer que tenían noción de la existencia del Ser necesario, y en cambio sabía de su propia esencia que la tenía, concluyó que él era el animal [148] dotado de alma proporcionada, semejante a los cuerpos celestes a que antes se aludió. Cercioróse de que él era de una especie distinta a la de los restantes animales y de que había sido creado para otro fin y con un destino más alto que ninguna otra especie animal. Bastábale para suponer su nobleza el ver que la parte más vil de las dos que lo componían, o sea, la corpórea, era la cosa más parecida a las sustancias celestes, situadas fuera del mundo de la generación y de la corrupción, exentas de las novedades de la imperfección, modificación y cambio. Y la más noble de ambas era aquella por medio de la cual conocía la existencia del Ser necesario: algo soberano y divino, que no tiene inherente la corrupción, que no puede calificarse con nada de lo que determina a los cuerpos, que no se percibe por los sentidos, que no se imagina, a cuyo conocimiento no puede llegarse por otro medio que por él mismo, pero capaz de conocerse a sí propio; que es a la vez el inteligente, lo entendido y la intelección, el sabio, lo sabido y la ciencia, y que no se diversifica por esto, pues la diversidad y la separación son cualidades de los cuerpos y propiedades inherentes suyas, y aquí no hay cuerpo ni cualidad ni propiedad corpórea. [149]

Juzga necesario asemejarse a los cuerpos celestes y al ser necesario

Cuando se cercioró de cómo se distinguía de las demás clases de animales por su semejanza con los cuerpos celestes, vio que le era necesario parecerse a éstos, imitar sus actos y poner su esfuerzo en asemejárseles. Vio también que él mismo se parecía algo al Ser necesario, gracias a su parte más noble, con la cual lo conociera, en cuanto que estaba exenta de cualidades corpóreas, de la misma manera que dicho Ser. Entonces comprendió que tenía la obligación de trabajar por adquirir para sí mismo, de cualquier modo posible, los atributos de Aquél, revestirse de sus cualidades, imitar sus acciones, esforzarse en cumplir su voluntad, poner en sus manos todos los asuntos, conformarse de corazón, interior y exteriormente, y hasta con alegría, con todos sus juicios, aunque fueran para su cuerpo una causa de dolor, un perjuicio y aún su ruina total.

Otras asimilaciones que había de procurar, por ser cuerpo, por ser animal y por tener alma

Vio asimismo Hayy que se parecía a las restantes especies de animales por razón de su parte vil, la cual pertenece al mundo de la generación y de la [150] corrupción, o sea, el cuerpo tenebroso y grosero que le exigía diversas cosas sensibles, como la comida, la bebida, la unión sexual; que este cuerpo no le había sido dado inútilmente, ni unídosele en vano, por lo cual tenía la obligación de cuidarlo y de ocuparse de sus necesidades, y este cuidado no lo podía tener, sino por medio de actos semejantes a los de los animales.

Los actos que tenía obligación de ejecutar se le representaban, pues, con una triple finalidad: unos, por los que se asemejaba a los animales irracionales; otros, por los que se parecía a los cuerpos celestes; y otros, en fin, por los que tendía hacia el Ser necesario.

La primera asimilación le obligaba, en cuanto que tenía un cuerpo tenebroso, dotado de miembros diferentes, de facultades diversas y de instintos variados. Obligábale la segunda, en cuanto tenía un alma animal, cuya sede es el corazón, principio de todo el cuerpo y de las facultades que en él existen. Y, finalmente, la tercera, en cuanto que él era la esencia por cuyo medio conocía al Ser necesario; y ya sabía él que su felicidad y su salvación del mal sólo estribaban en la continuidad de su visión intuitiva de este Ser necesario, hasta el punto de no apartarse de ella ni un abrir y cerrar de ojos. [151]

Ventajas e inconvenientes de las tres asimilaciones dichas

Reflexionó después en el medio por el cual alcanzaría esta continuidad, y sus cavilaciones le llevaron a juzgar que le era necesario obtener las tres clases de asimilación. La primera no le serviría de nada para conseguir la visión intuitiva; antes por el contrario, lo desviaba y le impedía su consecución, puesto que se ocupaba de las cosas sensibles, y todas ellas son un velo que la intercepta. Pero esta asimilación es necesaria para la conservación del alma animal, con la que se consigue la segunda asimilación, o sea, la de los cuerpos celestes; por esta razón es necesaria, aunque no esté exenta del citado perjuicio. La segunda asimilación ciertamente que le procuraría una gran parte de la visión intuitiva continua; pero ésta estaría mezclada, puesto que quien posee tal modalidad de visión intuitiva continua, tiene, al mismo tiempo, conciencia de su propia esencia y se vuelve a ella, según se demostrará más adelante. La tercera asimilación le procuraría la visión intuitiva pura, la absorción absoluta, en la que por ninguna razón se tiende a otra cosa que hacia el Ser necesario: del que consigue esta visión intuitiva, se borra, se desvanece, desaparece su propia esencia; y lo mismo le ocurre con las demás [152] esencias, muchas o pocas, excepto la esencia del Ser uno, la Verdad, el Necesario (¡honrado, enaltecido y ensalzado sea!).

Limitaciones que puso Hayy a su vida material, que era necesaria para su vida espiritual

Cuando se cercioró de que su último objetivo era esta tercera asimilación, y que no la podría obtener sino a fuerza de hábito y ejercicio en la segunda, durante largo tiempo, y que este plazo no podría prolongarlo sino mediante la primera –la cual él sabía que, a pesar de ser necesaria, era un obstáculo per se, aunque una ayuda per accidens–, se obligó a no ocuparse de ella sino en la medida necesaria, es decir, la menor cantidad suficiente, con la cual pudiera subsistir el alma animal. Vio que para que el alma subsista, se requieren necesariamente dos cosas: una, la que al interior la provee y repara las pérdidas que haya tenido, es decir, el alimento; otra, la que la preserva del exterior y aparta de ella toda causa de perjuicio, como el frío, el calor, la lluvia, el ardor del sol, los animales dañinos, &c. Comprendió que si tomaba estas cosas necesarias sin peso y sin medida y conforme le ocurriese, tal vez caería en el exceso y tomara más de lo suficiente, trabajando en contra [153] de sí mismo sin darse cuenta. Creyó, pues, que debía fijarse unos límites que no traspasara, unas medidas que no pudiera rebasar; y comprendió que debía fijar también el género de las cosas con que se alimentara: cuáles serían, en qué cantidad y con qué intervalo entre comida y comida.

Clases y cantidad de alimentos que debía tomar

Consideró primero los géneros de las cosas de que debía alimentarse, y vio que eran de tres clases: plantas que no han acabado su crecimiento, ni han alcanzado el límite de su desarrollo, o sea, las diferentes clases de legumbres verdes, que se pueden comer; frutos de plantas, perfectos, llegados a sazón, que han producido sus semillas para que de ellas nazca otro ser de su especie, es decir, las distintas clases de frutos verdes o secos; y los animales comestibles, bien sean terrestres, bien sean marinos. Ya sabía él que todos estos géneros de alimentos eran obra del Ser necesario, en cuya aproximación había él visto que consistía su felicidad y al cual tendía a asemejarse.

Sin duda que el alimentarse de ellos les impedía alcanzar su perfección, y constituía una interposición entre ellos y el fin último a que estaban destinados; esto era oponerse a la acción del Agente, y esta [154] oposición era algo contrario a su personal objetivo de acercarse y de asimilarse a Él. Vio, pues, que lo más conveniente le sería abstenerse de todo alimento, si fuera posible; pero no lo era: porque, si no comía, esto lo llevaría a la corrupción de su cuerpo, y sería además una oposición a su Agente, más grande aún que la primera, puesto que él era algo más noble que las otras cosas que habían de corromperse para que subsistiera él.

Optó, pues, por el mal menor, y se decidió por la oposición más ligera de las dos, juzgando que debía tomar entre los [indicados] géneros [de alimentos], a falta de algunos, aquellos que le fueran más fáciles, en la medida que después se indicará. Si todos se encontrasen [a su alcance], convenía entonces que se fijara y eligiera aquellos que de tomarlos no se siguiese una grande oposición a la acción del Agente, por ejemplo, la pulpa de las frutas que ya han llegado a la madurez y cuyas semillas son aptas para la generación de otros seres semejantes, con la condición de guardar estas semillas, de no comérselas ni destruirlas, ni echarlas en sitios impropios para la vida de las plantas, como las rocas, las tierras salitrosas, &c. Si no encontraba frutos de esta clase, dotados de carne comestible, como las manzanas, las peras, las ciruelas, &c., podría tomar entonces, o bien frutos de los que no es comestible más que la semilla, como las nueces y las castañas, o bien legumbres que [155] no han llegado a su completo desarrollo, a condición, en estos dos casos, de preferir aquellos vegetales que fueran más abundantes y que tuvieran más fuerza reproductiva, de no arrancar sus raíces y de no destruir sus simientes. Faltándole esto, podría tomar los animales o sus huevos, a condición de elegir entre los animales aquellos que fueran más numerosos y no destruir completamente ninguna especie.

Esto es lo que juzgó prudente hacer, respecto de las clases de alimentos que había de tomar. Por lo que toca a la cantidad, decidió que debía ser la precisa para acallar el hambre y no más. En cuanto al tiempo que había de mediar entre las comidas, determinó que, tomando el alimento suficiente, debía persistir sin buscar más, hasta que experimentase una debilidad tal que le impidiera algunos actos forzosos para la segunda asimilación, que en seguida se mencionarán.

En lo referente a las cosas necesarias para la subsistencia del alma animal y con las que se le protege del exterior, poco había de ocuparse de ellas, puesto que estaba vestido de pieles, y tenía una morada que le libraba de los agentes exteriores, y esto le era suficiente, sin preocuparse más de ello. En la comida, cumplió las reglas que se había impuesto, ya descritas por nosotros. [156]

Busca Hayy la asimilación a los cuerpos celestes, según sus tres clases de cualidades

Después se dedicó al segundo [género] de actos, o sea, a la asimilación a los cuerpos celestes, a su imitación y a la adquisición de sus atributos. Estudió sus cualidades y encontró que eran de tres clases: primera, las que les pertenecen por relación a las cosas existentes bajo ellos en el mundo de la generación y de la corrupción, a saber, el calor que les comunican per se y el frío que les transmiten per accidens, la luz, la rarefacción, la condensación y todas las otras cosas que producen en el mundo, con las cuales adquieren aptitud para la emanación de las formas espirituales, que toman del Agente de existencia necesaria; segunda, cualidades que les atañen por su esencia, como la transparencia, el resplandor, la aparente falta de suciedad y de cualquier inmundicia y el movimiento circular: en unos, alrededor de su centro [rotación], en otros, alrededor del centro de otros astros [traslación]; y tercera, las que tienen por relación al Ser de existencia necesaria, como la visión intuitiva perpetua, el no apartarse de Él, amarlo, gobernarse según sus juicios, humillarse en el cumplimiento de su voluntad, no moverse sino según su deseo y bajo su poder. Hayy puso todo su esfuerzo en alcanzar la asimilación a estas tres clases de cualidades. [157]

Hayy procura ejercer en los minerales, plantas y animales la misma acción beneficiosa que los cuerpos celestes

Por lo que toca a la primera clase, trató de asemejarse a [los cuerpos celestes], obligándose a no ver un animal o una planta que tuviese alguna necesidad, obstáculo, desgracia o calamidad, que él pudiera evitar, sin hacerlas desaparecer. Cuando hallaba una planta sin luz por cualquier causa, o adherida con otra que le perjudicaba, o hasta tal punto seca que pudiese perecer, quitábale el obstáculo, si le era posible, separaba de ella la planta dañina, con cuidado de no estropearla y regándola cuando podía. Si su vista se posaba sobre un animal acosado por una fiera, caído en un lazo, que se había clavado una espina, o que se le había introducido en el ojo o en el oído alguna cosa perjudicial, o atormentado por la sed o el hambre, Hayy se esforzaba por apartar de él todo ello, y darle de comer y de beber. Al ver el agua, corriendo para regar las plantas o para abrevar a los animales, detenida por un obstáculo, bien fuera una piedra que cayese en ella, bien un dique, él desembarazaba su camino. Y no dejó de ocuparse en esta clase de asimilación, hasta que alcanzó en ella la meta. [158]

Hayy procura imitar con su limpieza el resplandor de los cuerpos celestes, y hacer, como ellos, un movimiento circular

Por lo que toca a la segunda clase, trató de asemejarse a los [cuerpos celestes], obligándose a un continuo aseo, a quitar la suciedad y la inmundicia de su cuerpo, a lavarse con agua lo más frecuentemente posible, a limpiar sus uñas, sus dientes y las partes pudendas de su cuerpo, a perfumarse, en cuanto pudiera, con hierbas olorosas y con diversas pomadas aromáticas, a preocuparse de hacer otro tanto con sus vestidos, hasta que todo él resplandeciese de hermosura, de limpieza y de buen olor. Junto con esto se impuso diversas maneras de movimiento circular: unas veces daba la vuelta a la isla, recorriendo sus playas y bordeando sus límites; otras, lo hacía alrededor de su choza o de alguna roca, un número determinado de veces, bien andando, bien saltando con paso gimnástico; y otras, daba vueltas alrededor de sí mismo, hasta que se desvanecía. [159]

Intenta asemejarse al ser necesario, abstrayéndose totalmente de la vida material y recurriendo al movimiento de rotación hasta desvanecerse

Por lo que toca a la tercera clase, se asemejaba [a los cuerpos celestes] obligándose a reflexionar sobre el Ser necesario apartándose de las cosas sensibles, cerrando los ojos, tapándose los oídos, luchando enérgicamente contra las seducciones de la imaginación y deseando con toda su fuerza no pensar en otra cosa que en Él, ni asociarle con el pensamiento ningún otro objeto. Para esto recurría al movimiento de rotación sobre sí mismo, excitándose en [acelerar] lo; cuando llegaba a ser muy vertiginoso, se le desvanecían las cosas sensibles, debilitábasele la imaginación y las demás facultades que necesitan de órganos corpóreos, fortaleciéndose, en cambio, la acción de su esencia que está libre del cuerpo; y en algunos instantes su entendimiento quedaba puro de toda mezcla y obtenía la visión intuitiva del Ser necesario. Luego, actuaban sobre él de nuevo las facultades corpóreas y le corrompían aquel estado «conduciéndolo al grado más bajo» y volviéndolo a su situación anterior. Si sentía debilidad, que le impidiese cumplir su deseo, se procuraba algún [160] alimento, en las condiciones ya citadas. Luego tornaba a su ocupación de asimilarse a los cuerpos celestes, según las tres maneras arriba dichas, y se ocupaba en esto durante algún tiempo; luchaba contra las facultades corpóreas y ellas contra él; oponíaseles y se le oponían; y en los momentos en que lograba dominarlas y su pensamiento estaba puro de mezcla alguna, se le aparecía el fulgor de un estado, propio de los que alcanzan la tercera asimilación.

Reflexiones de Hayy acerca de los atributos positivos y negativos del ser necesario

Púsose luego a buscar ésta y a trabajar por alcanzarla. Reflexionó sobre los atributos del Ser necesario. Ya en sus especulaciones teóricas, antes de ponerlas en práctica, se había cerciorado de que estos atributos son de dos clases: positivos, como la ciencia, el poder, la sabiduría; y negativos, como la exención de las cualidades, atributos y accidentes de la corporeidad. Los atributos positivos exigen esta exención, de modo que en ellos no existe ninguna de las cualidades de los cuerpos, entre las que se cuenta la multiplicidad; por tanto, su esencia no se multiplica por estos atributos positivos, sino que, al contrario, todos se reducen a una sola noción, que es la realidad [161] de su esencia. Entonces se puso a buscar el modo de asemejarse a Él, en cada una de estas dos clases.

Por lo que toca a los atributos positivos, sabiendo que todos ellos se reducen a la realidad de su esencia y que en ellos no hay multiplicidad bajo ningún aspecto, puesto que ésta es atributo de los cuerpos, y sabiendo que el conocimiento que Él tiene de su esencia es su esencia misma, se convenció de que si le era posible conocer la esencia divina, este conocimiento, por el cual llegase a ella, no sería una noción sobreañadida a la esencia de Dios, sino que sería Él mismo. Vio, pues, que la asimilación a Él en los atributos positivos consistía en no conocer más que sólo a Él, sin asociarle ningún atributo de los cuerpos, y a ello se dedicó.

Trata de eliminar de su propia esencia los atributos de la corporeidad, por medio del reposo y de la inmovilidad y del pensamiento en el ser necesario, solo, sin asociarle nada

Por lo que toca a los atributos negativos, todos se reducen a la exención de la corporeidad. Dedicose a eliminar de su propia esencia los atributos de la corporeidad. Ya había separado de ella muchos, en su ejercicio anterior, por el que trataba de asimilarse [162] a los cuerpos celestes; pero aún le quedaban bastantes, como el movimiento circular (pues el movimiento es el atributo más peculiar de los cuerpos); como el cuidado que tenía de los animales y las plantas, la compasión que sentía por ellos y la preocupación de quitarles los obstáculos, pues todas estas cosas son también atributos corpóreos, ya que de primera intención no los veía sino por medio de una facultad corporal, y después, por medio de una facultad también corporal, se ocupaba de ellos. Se dedicó a eliminar de su alma todos estos atributos, puesto que ninguno de ellos convenía al estado a que aspiraba: limitóse a reposar [inmóvil] en el fondo de su cueva, con la cabeza baja, los ojos cerrados, abstraído de las cosas sensibles y de las facultades corpóreas, concentradas todas sus preocupaciones y pensamientos sólo en el Ser necesario, sin asociarle nada. Y cuando a su imaginación se le representaba la especie de cualquier objeto, con toda su fuerza la apartaba y la rechazaba de sí.

A tal ejercicio se aplicó cuidadosamente durante largo tiempo. En algunas ocasiones pasó varios días sin comer y sin moverse. Y a veces en los momentos más culminantes de esta lucha, se borraban de su recuerdo y de su pensamiento todas las cosas, excepto su misma esencia, pues ésta no escapaba a su percepción en el momento en que se abismaba en la [163] visión intuitiva del Ser, de la Verdad, del Necesario; ello le afligía, pues que le daba a entender que aún conservaba una mezcla en la visión intuitiva pura y una asociación en el acto de contemplar.

Hayy alcanza la visión intuitiva del ser necesario

No dejó de buscar la inconsciencia de su yo y la pureza en la intuición de la Verdad, hasta conseguirlo: de su recuerdo y de su pensamiento se borraron los cielos, la tierra y lo que entre ellos existe, todas las formas espirituales, las facultades corporales, las facultades separadas de la materia (que son las esencias que conocen al Ser), y hasta su misma esencia desapareció con todas estas cosas. Todo se desvaneció, se disipó «como polvillos aventados», y sólo quedó el Uno la Verdad, el Ser eterno, el que ha dicho con su palabra que no es cosa alguna sobreañadida a su esencia: «¿A quién pertenece hoy la soberanía? A Dios Único e Irresistible». Comprendió sus palabras y no le impidió comprenderlas ni su ignorancia del lenguaje, ni su incapacidad de hablar; abismose en aquel estado y vio intuitivamente lo que [164] «ningún ojo ha visto, lo que ninguna oreja ha oído, lo que jamás se ha presentado al corazón de un mortal».

El autor del libro anuncia una explicación alegórica del «estado» que Hayy alcanzó

No aficiones, hermano, tu corazón a describir una cosa «que no se ha presentado jamás al corazón de un mortal»; porque si muchas cosas de las que se presentan a los corazones humanos son difíciles de describir, ¿qué ha de suceder con la que no tiene camino para presentársele, que no es del mundo ni de la categoría misma del corazón?

Por la palabra corazón no entiendo el órgano corpóreo así llamado, ni el espíritu que está alojado en su cavidad, sino que entiendo la forma de este espíritu, la cual, por medio de sus facultades, se extiende por todo el cuerpo del hombre. Ciertamente que cada una de estas tres realidades lleva el nombre de corazón; pero no hay medio de que tal cosa [el éxtasis] se represente por ninguna de ellas. Y como no puede explicarse sino aquello que por alguna de ellas se represente, resulta que quien pretenda explicar tal estado, pretende un imposible: es como si uno [165] deseara gustar los colores, en cuanto colores, o pretendiese que lo negro, por ejemplo, es dulce o agrio.

A pesar de lo cual, no te dejaremos sin algunas indicaciones para explicarte las maravillas que Hayy vio intuitivamente en este estado; pero tan sólo en forma alegórica, no llamando a la puerta de la realidad, pues no hay otro camino para llegar a la certeza de lo que es este estado, sino alcanzándolo. Escucha, pues, ahora con los oídos de tu corazón y fíjate con los ojos de tu inteligencia en lo que te voy a indicar, pues tal vez encontrarás en ello una guía para el camino real. La única condición que te pongo es que no me pidas por ahora una explicación de viva voz, más amplia que la que confío a estas páginas, porque el camino es estrecho y resulta peligroso el explicar por medio de palabras una cosa inefable por su naturaleza.

Hayy, en su visión, pierde la noción de su esencia y de las demás esencias separadas, y llega a pensar que él es la misma esencia divina

Te diré que, luego de haber perdido Hayy la noción de su propia esencia y de todas las otras esencias, no viendo en la existencia más que al Uno, al Inmutable, tras de ver intuitivamente lo que vio y volver [166] de nuevo a ver las cosas distintas de Dios al despertar de aquel estado semejante a la embriaguez, vínole a la mente la idea de que él no tenía esencia que le distinguiese de la Verdad; que la realidad de su esencia era la esencia de la Verdad; que la cosa que él primeramente ser su esencia, distinta de la de la Verdad, no era nada realmente, pues nada existía fuera de la esencia de la Verdad. Sucedía con esto lo que con la luz del sol, que cae sobre los cuerpos opacos y se ve aparecer en ellos: aunque se atribuye al cuerpo en el que aparece, no es en realidad nada distinto de la luz del sol; si el cuerpo desaparece, su luz también, pero la del sol queda íntegra, no se disminuye con la presencia de este cuerpo, ni se aumenta con su ausencia; cuando aparece un cuerpo apto para reflejar la luz, la refleja, y si tal cuerpo falta, falta esta reflexión y no tiene existencia.

Se afianzó Hayy en esta idea, considerando que antes se le había evidenciado que la esencia de la Verdad (¡poderosa es y grande!) no se multiplica por ningún respecto, y que el conocimiento que Dios tiene de su esencia es su esencia misma; de aquí infería necesariamente que quien consigue poseer el conocimiento de la esencia divina, posee la esencia divina; pero él había logrado el conocimiento, luego él poseía la esencia. Mas esta esencia divina se identifica con su misma posesión, y su posesión misma es la [167] esencia; luego él era la misma esencia divina. Igual le sucedía con todas las esencias separadas de la materia, que conocen esta esencia verdadera, las cuales antes le parecían múltiples, y ahora, mediante esta opinión, le resultaban una sola cosa.

Naturaleza de las esencias separadas, que conocen la verdad

Tal vez este equívoco se hubiera consolidado en su espíritu, si Dios no hubiera tenido misericordia de él y no lo hubiera guiado ordenadamente. Entonces comprendió que la falsa idea se le suscitaba por un resto de la tenebrosidad del cuerpo y de las impurezas de las cosas sensibles, pues las ideas de mucho y poco, de uno y unidad, de pluralidad, reunión y separación, son todas atributos de los cuerpos, y estas esencias separadas, que conocen la esencia de la Verdad (¡honrada y ensalzada sea!), por su exención de la materia, no puede decirse que sean muchas o una, porque la pluralidad nace únicamente de la mutua distinción entre las esencias, así como la unidad no existe sino por la unión; y ninguna de estas cosas se concibe, salvo en las ideas compuestas, revestidas de materia. Pero las explicaciones aquí son muy difíciles; porque si hablas de las esencias separadas, bajo la [168] forma de pluralidad, como hablamos ahora, esto supone que existe en ellas una idea de multiplicidad, siendo así que no la tienen; y si hablas bajo la forma de singularidad, ello hace pensar en la idea de unidad, que es [también] imposible que tengan.

Objeción, basada en la confusión de lo uno y de lo múltiple, a que se llega considerando el estado de Hayy, y se resuelve teniendo en cuenta que la «manera» mística es diferente de la facultad lógica ordinaria

Me parece ver levantarse aquí un murciélago de esos a quienes el sol nubla los ojos, debatiéndose bajo las cadenas de su tenebrosa ignorancia, para decir: «Ciertamente tu sutileza avanza tanto que se aparta de lo natural en los hombres dotados de razón, y rechaza la autoridad de ella; porque un decreto de la razón es que la cosa o es una o es múltiple». Modere su ardor, suavice la aspereza de su lenguaje, desconfíe de sí mismo e instrúyase, estudiando en el mundo sensible y vil, de cuyas capas forma parte, así como lo hizo Hayy ibn Yaqzan, cuando, considerándolo desde un aspecto, lo encontraba múltiple con una multiplicidad inacabable y sin límites, y mirándolo desde otro aspecto, lo hallaba uno, y quedaba dudando en esta cuestión, sin poder resolverla en un sentido con preferencia a otro. Ahora bien, el mundo sensible es [169] el lugar de origen de la pluralidad y de la unicidad; en él se comprende la realidad de estas dos ideas; en él se hallan la separación y la unión, la agregación y la distinción, la coincidencia y la discrepancia; ¿qué había, pues, de pensar del mundo divino, respecto del cual no se dice todo ni parte, ni se puede hablar con palabras usuales, sin suponer ya en él algo contrario a su realidad; que no lo conoce, sino aquel que lo ha visto intuitivamente; que sólo tiene idea exacta de su realidad aquel que ha conseguido alcanzarla? Respecto de su frase: «Hasta se aparta de lo natural en los hombres dotados de razón y rechaza la autoridad de ella», estamos conformes con él y le dejamos con su razón y sus hombres razonadores. Porque la razón, a que él y sus secuaces quieren aludir, no es más que la facultad lógica que examina los seres sensibles individuales, para abstraer de ellos la idea universal; y los hombres razonadores, según ellos, son los que especulan siguiendo este método; mientras que la manera de que nosotros hablamos está sobre todo esto. Que cierre, pues, sus oídos aquel que sólo conoce las cosas sensibles y sus universales, y que vuelva a reunirse con sus congéneres, los cuales «conocen las apariencias de la vida de aquí abajo, y, en cambio, de la otra vida, no se preocupan». [170]

Visión por Hayy de la esfera suprema

Si eres de los que se satisfacen con este género de alusiones e indicaciones respecto de lo tocante al mundo divino, y no das a nuestras palabras la acepción que les atribuye el uso corriente, te diremos alguna cosa más de lo que vio Hayy ibn Yaqzan en la morada, anteriormente citada, de los que poseen la sinceridad.

Después del abismamiento absoluto, del completo aniquilamiento [de sí mismo] y de la realidad de la unión, contempló intuitivamente la esfera suprema, la cual no es cuerpo, y vio que era una esencia exenta de materia, que no es la esencia del Uno, de la Verdad, ni es la esfera misma, ni algo distinto de estos dos entes, sino que es como la imagen del sol, reflejada en un espejo pulimentado: esta imagen no es el sol, ni es el espejo, ni es algo distinto de estas dos cosas. Vio que la esencia de esta esfera, esencia separada, tenía una perfección, un resplandor y una belleza demasiado grandes para que las pueda describir la lengua humana, y demasiado sutiles para revestir la forma de letras o sonidos. Y la vio en el colmo del placer, de la alegría, de la felicidad y del contento, causados por la contemplación intuitiva de la esencia de la Verdad (¡ensalzada sea su majestad!). [171]

Visión por Hayy de la esfera de las estrellas fijas: símil de los espejos que van reflejando luces

Vio también que la esfera siguiente, o sea, la de las estrellas fijas, tenía una esencia asimismo exenta de materia, que no era la esencia del Uno, de la Verdad, ni la esencia separada, propia de la esfera suprema, ni la segunda esfera misma, ni algo distinto a ellas, sino que era como la imagen del sol que se refleja en un espejo, que recibe esta imagen por reflexión de otro, puesto frente al sol. Vio también que esta esencia tenía un resplandor, una belleza y un placer semejantes a los que había visto que poseía la esfera suprema. Vio asimismo que la esfera siguiente, o sea la de Saturno, tenía una esencia separada de la materia, que no era ninguna de las esencias que había visto antes, ni tampoco algo distinto a ellas, sino que venía a ser como la imagen del sol reflejada en un espejo, que la refleje de otro [segundo], el cual la refleje a su vez de un [tercero] puesto frente al sol. Vio que esta esencia tenía también un esplendor y un placer semejantes a los de las anteriores.

Vio, sucesivamente, que cada esfera poseía una esencia separada, exenta de materia, que no era ninguna de las esferas precedentes, ni tampoco algo distinto de ellas, sino como la imagen del sol, reflejada de [172] espejo en espejo, siguiendo el orden mismo en que están ordenadas las esferas; y vio que cada una de estas esencias tenía una belleza, un esplendor, un placer y una alegría «que ningún ojo vio, ni ningún oído oyó, ni jamás se han presentado al corazón de un mortal».

Visión por Hayy de la esfera de la Luna

Finalmente, llegó en sus reflexiones al mundo de la generación y de la corrupción, compuesto por todo lo que hay dentro de la esfera de la luna, y vio que tenía una esencia exenta de materia, que no era ninguna de las que antes había visto, ni tampoco cosa distinta de ellas; que esta esencia [el alma universal] tiene setenta mil caras, cada cara con setenta mil bocas, cada boca con setenta mil lenguas, que alaban, bendicen y glorifican sin tregua a la esencia del Uno, de la Verdad. Vio que esta esencia, en la cual se supone la pluralidad sin que ella sea múltiple, tiene una perfección y un placer semejantes a los que había visto en las esencias precedentes; y que es como la imagen del sol reflejándose en un agua trémula, que a su vez refleje la imagen tomada de un espejo, que recibe la última reflexión, según el orden ya citado, del espejo puesto frente al sol mismo. [173]

Visión por Hayy de su propia esencia

Después vio que él, el propio Hayy, tenía una esencia separada. Si fuera posible dividir en partes la esencia de las setenta mil caras [del alma universal], podría pensarse que esta esencia [suya, separada] era una de aquellas partes; y si no fuese porque ha sido producida después de no existir, también podría decirse que era la misma [esencia de las setenta mil caras, o alma universal]; y si esta esencia [suya] no hubiese sido individualizada por su cuerpo, al tiempo de su producción, cabría suponer que no fue producida.

Las más excelsas visiones de Hayy

Vio en este mismo plano esencias, semejantes a la suya, de cuerpos que fueron y después se disiparon, y de otros que, como él, permanecían en la existencia; vio que estas esencias son infinitas, si es lícito denominarlas como varias, o que son todas una sola, si se puede hablar así. Vio que su propia esencia y estas otras que estaban en su mismo plano tenían una hermosura, un esplendor, un placer sin límites, que «ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni se ha presentado jamás [174] al corazón de un mortal», ni las pueden describir los que saben describir, ni las pueden comprender sino los que [las] conocen por haber alcanzado [el éxtasis]. Vio muchas esencias separadas de la materia, que eran como espejos empañados, cubiertos de inmundicia, que, además, estaban de espaldas a los otros pulimentados, en los que se refleja la imagen del sol, y apartaban de ellos sus caras. Vio en estas esencias una fealdad y una imperfección que nunca había pensado; vio que, sumidas en dolores sin fin, en angustias incesantes, eran circundadas por un torbellino de tormentos, quemadas por el fuego del velo de la separación y como aserradas alternativamente por las sierras de la repulsión y la atracción.

Vio aquí, a más de estas esencias atormentadas, otras que aparecían y luego se disipaban, que se formaban y luego se deshacían. Se fijó en ellas y las observó atentamente «y vio una gran agitación, una cosa enorme (caos), un plan creador incesante, un decretar eficaz, la adecuación última de la materia orgánica, el soplo divino emitiendo el espíritu, la emanación de éste uniéndose al cuerpo y la metempsicosis».

Hayy sale del éxtasis

Poco tiempo estuvo sin recobrar sus sentidos; despertó de aquel estado, que era semejante al desvanecimiento, deslizó su pie de esta mansión, se le apareció el mundo sensible y se borró de su vista el divino; pues no es posible la reunión de los dos en un solo estado. El mundo de aquí abajo y el otro mundo son como dos coesposas: si se satisface a una, se irrita la otra.

Naturaleza de las esencias divinas y de las almas soberanas, que no pueden conocerse aplicando el criterio lógico

Acaso, hermano, digas: «Resulta de lo que has contado respecto de esta visión que las esencias separadas, si pertenecen a un cuerpo eterno e incorruptible, como las esferas, son también eternas; y si pertenecen a un cuerpo corruptible, como los animales racionales, se corrompen también ellas, desaparecen y se aniquilan, según la comparación de los espejos reflectores; porque la imagen no subsiste, sino en cuanto que subsiste el espejo, y si este se corrompe, aquella se corromperá con toda seguridad y se disipará». Y [176] yo te respondo: «¡Cuán pronto has olvidado el pacto, apartándote de lo convenido! ¿Acaso no te hemos dicho antes que aquí el campo de la interpretación es estrecho y que las palabras suponen siempre algo distinto de la realidad?».

«Esto que tú has objetado, sólo tiene su origen en que pusiste al objeto que se compara y al comparado bajo una misma ley en todos los aspectos, cosa que no conviene hacer en ningún género de discusión usual, cuanto menos aquí. El sol, la luz, su imagen, su figura y los espejos e imágenes que en ellos resultan son todos cosas inseparables de los cuerpos, y que no subsisten más que en ellos y por ellos, necesitando de ellos para existir y desapareciendo cuando les faltan. Por el contrario, las esencias divinas y las almas soberanas están todas exentas de la corporeidad y de sus accidentes y completamente libres de los cuerpos, sin nexo ni relación alguna con ellos, siéndoles, por tanto, indiferente la desaparición o la permanencia, la existencia o el aniquilamiento de los [177] cuerpos. Sólo tienen unión y relación con la esencia del Uno, de la Verdad, del Ser necesario, que es la primera de ellas, su principio, la causa que las hace existir, que les da la duración y les comunica la permanencia y la eternidad. No tienen estas esencias necesidad de los cuerpos; son ellos quienes las precisan; si se aniquilaran, sucedería lo propio a los cuerpos, porque ellas son sus principios. Lo mismo ocurriría si fuera posible que se aniquilase la esencia del Uno, de la Verdad (¡no hay más Dios que Él!, ¡ensalzado y glorificado sea!): dejarían de existir las esencias a que nos referimos, los cuerpos y el mundo sensible en su totalidad, no quedando ser alguno, porque todas las cosas están en relación unas con otras. Y aunque el mundo sensible siga al divino como si fuera su sombra, y éste, por ser independiente, pueda pasarse sin aquél, no es lícito, sin embargo, suponer su no-existencia, porque él sigue al mundo divino, y su corrupción sólo indica un cambio, pero de ninguna manera la no-existencia en absoluto. De esto habla el Libro Santo en el lugar que dice que «las montañas serán levantadas violentamente», «y vendrán a ser como vellones de lana», «y los hombres como mariposas», [178] que «el sol y la luna serán envueltos en las tinieblas», «y que los mares se extenderán» «en el día que la tierra se cambie en otra cosa distinta de la tierra y [lo mismo] los cielos».

Esto es todo lo que te puedo decir ahora, hermano, de lo que vio Hayy ibn Yaqzan en esta estación noble. No pidas [que te explique] más por medio de palabras, porque esto es casi imposible.

Hayy se esfuerza en conseguir el éxtasis de modo habitual

Por lo que toca al fin de su historia, te la daré a continuación. Cuando volvió al mundo sensible, después de la excursión realizada, sintió fastidio de los cuidados de la vida mundana, aumentándose en cambio su deseo de la futura, y puso empeño en volver a alcanzar otra vez aquel estado, por los mismos medios que primeramente empleara; alcanzóle con menos esfuerzo que la vez primera y en él permaneció más tiempo; después, volvió al mundo sensible. Luego, se preocupó de alcanzar de nuevo aquel estado, lográndolo ya con más facilidad que las dos primeras veces y durante más largo tiempo. Prosiguió así en la [179] consecución de tal estado, cada vez con más facilidad y duración, hasta llegar ya a alcanzarlo siempre que era su voluntad. Permanecía en este estado y sin apartarse de él, más que por las necesidades de su cuerpo, reducidas ya a la menor cantidad posible para la vida. A la vez, deseaba que Dios (¡honrado y ensalzado sea!) lo separase del todo de su cuerpo (que le solicitaba a abandonar aquel estado), a fin de entregarse de continuo a sus delicias y librarse del dolor que sufría en el momento de abandonarlo, por atender a sus necesidades corporales.

De esta manera continuó, hasta pasar los siete septenarios de su existencia, o sea, los cincuenta años de su edad. Entonces fue cuando entabló amistad con Asal. La historia de sus relaciones con éste es la que con la voluntad de Dios te vamos a contar.

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El filósofo autodidacto