Comentarios críticos 

David Alvargonzález, Sistema

La ambigüedad que arrastran las definiciones de sistema consideradas, y la incapacidad de estas definiciones para diferenciar las totalidades sistáticas (atributivas, las estructuras) de las totalidades sistemáticas (que implican aspectos atributivos y distributivos), hacen que las clasificaciones de los sistemas propuestas más comúnmente sean meras «listas de lavandería» por cuanto mezclan criterios heterogéneos, externos a la definición propuesta, y, en todo caso, no justifican esos criterios. Sería algo así como si, a la hora de clasificar los tipos de triángulos, en vez de tomar como criterios de clasificación los propios componentes internos del triángulo que aparecen en su definición (los ángulos, los lados), se tomaran otros criterios externos, no geométricos (el material del que esta hecho el triángulo, su color, &c.). De este modo, en vez de una clasificación interna geométrica (triángulos equiláteros, isósceles, escalenos; triángulos rectángulos, acutángulos, obtusángulos), obtendríamos una clasificación meramente fenomenológica y externa (triángulos de piedra, de madera, de metal; triángulos rojos, amarillos, &c.)

Así, por ejemplo, la Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana distingue los sistemas en reales e ideales. Estos últimos se definen como «conjunto de conceptos subordinados a uno o más principios (...)» y se añade, desde una idea de verdad entendida como adecuación de lo real a lo ideal, que «el sistema ideal debe tender a reproducir el sistema objetivo» (ver adecuacionismo). Pero en esta clasificación no se explican las razones por las que se escoge la dicotomía real/ideal para organizar los diferentes tipos de sistemas, y mucho menos se entiende por qué habría de considerarse que los sistemas ideales no fuesen reales: o ¿es que, acaso, aquéllos están más allá de la realidad?

La muy celebrada clasificación de Condillac, en su Traité des systèmes (1749), entre sistemas abstractos, hipotéticos y experimentales, adolece de los mismos problemas, y no es más que un artificio para afirmar la verdad de los sistemas experimentales y negar la de los hipotéticos y abstractos en una línea empirista que luego vamos a ver reproducida en el Vocabulario técnico y crítico de filosofía de Lalande, en boca de Claude Bernard (la Enciclopedia Universal Ilustrada y el Diccionario de Filosofía de Ferrater Mora exponen la clasificación de Condillac).

Efectivamente, otra vez se vuelven a ensayar clasificaciones externas a las definiciones de sistema que se manejan cuando Lalande, en su Vocabulario, distingue los sistemas materiales de los no materiales que, en la acepción «B», parecen entenderse como sistemas ideales. Sigue pesando aquí el supuesto de la inmaterialidad de las ideas, como si éstas no fueran materialidades sui generis, como si no brotaran y estuvieran dándose y ejercitándose en las propias materialidades del mundus adspectabilis. Ni que decir tiene que esta dicotomía entre lo material y lo ideal resulta imposible de mantener en estos términos, y deberá ser violentamente reinterpretada desde la doctrina de los tres géneros de materialidad. Las discusiones del año 1918, que recoge Lalande, sobre si los diferentes tipos de sistemas tienen connotaciones peyorativas o laudatorias (ver también en Lalande la voz «sistemático») son tan extravagantes, cuando se aplican a los tipos de sistemas, como lo serían a propósito de los tres tipos de palancas o de los cinco tipos de poliedros regulares. Sólo cobran sentido cuando se aprecia que esas connotaciones valorativas no van dirigidas a los sistemas sino al empirismo frente al racionalismo, o a los métodos apriorísticos frente a los que se considera experimentales.

Otro tanto tenemos que decir de la clasificación propuesta por Ferrater en su Diccionario de Filosofía cuando distingue los sistemas reales de los conceptuales y cuando establece las tres formas posibles de entender la relación entre el sistema real y el sistema conceptual. Este tipo de clasificación no brota, desde luego, de la definición de sistema dada por Ferrater («conjunto de elementos relacionados entre sí funcionalmente»). Pero es que, además, nuevamente no se entiende por qué habría de considerarse que los conceptos no forman parte de la realidad, como si pudiera hablarse de realidad (de la realidad del átomo de Böhr o del campo electromagnético) al margen de ciertos conceptos, y como si los conceptos fueran previos a las realidades del mundo de los fenómenos.

La clasificación de los sistemas propuesta por von Bertalanffy entre sistemas naturales (reales, ontológicos) y sistemas cognoscitivos (metodológicos y conceptuales) (que aparece recogida en el Diccionario de Ferrater) arrastra los mismos inconvenientes y los mismos errores que las que hemos estudiado anteriormente, a saber, una concepción sustancializada, no dialéctica, de las relaciones entre gnoselogía (y epistemología) y ontología. Otro tanto podría decirse de la clasificación de los sistemas en naturales y artificiales, que tanta importancia tuvo en la sistemática biológica del siglo XVIII.

Por otra parte, la distinción que N. Hartmann aplicó a la historia de la filosofía entre prensamiento-sistema y pensamiento-problema (citada por Ferrater y por Abbagnano en sus respectivos diccionarios de filosofía) ha sido utilizada, en ocasiones, para oponerse al proyecto de una filosofía sistemática, en favor de una filosofía preocupada por los problemas. Sin embargo, tal pretensión no tiene en cuenta que los problemas se definen y presentan como tales siempre en relación con un «entorno» que es el sistema filosófico: la coexistencia de la libertad humana con la omnisciencia y omnipotencia divinas se presentó como un problema para el sistema de la filosofía escolástica, pero, en esos términos, deja de ser un problema para todos aquellos sistemas filosóficos que niegan la existencia del dios de la ontoteología, aunque estos sistemas puedan recuperar parte de ese problema en otros contextos no teológicos. En cualquier caso, la reivindicación de la sistematicidad de la filosofía no tiene porque entenderse de un modo proposicionalista (ver proposicionalismo) como si el sistema filosófico fuera una cadena de proposiciones derivadas de principios o axiomas (es decir, aplicando a la filosofía una idea de sistema tomada de las ciencias formales). Tampoco hay ninguna razón para que una filosofía sistemática tenga que ser necesariamente monista en ontología o en gnoseología (contra lo supuesto en el Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano).

A la hora de intentar ofrecer una clasificación de los sistemas, alternativa a todas estas que venimos comentando, la primera dificultad que se presenta es que una buena parte de lo que se consideran ordinariamente sistemas son, en realidad, estructuras, es decir, totalizaciones sistáticas. El caso más llamativo de esta situación lo ofrecen los organismos vivos que tantas veces son considerados sistemas (por ejemplo, por la propia teoría general de sistemas, inspirada en gran parte en la biología). Pero un organismo vivo, un animal, por ejemplo, aunque pueda ser entendido como un conjunto de sistemas (el sistema nervioso, el sistema circulatorio, digestivo, endocrino, &c.), sin embargo, no puede ser considerado globalmente como un sistema pues un sistema de sistemas no siempre es un sistema (lo mismo que un conjunto de poliedros regulares no es un poliedro regular). El organismo es una totalidad sistática, atributiva (ver atributivo), cuyas partes se determinan causal y estructuralmente según ciertas leyes. Los diferentes sistemas del organismo, sin embargo, sin perjuicio de que tengan componentes atributivos (que permiten su interpretación como totalidades sistáticas con partes causalmente relacionadas), son configuraciones que piden la perspectiva distributiva, pues su construcción no puede hacerse sin comparar diferentes organismos y diferentes sistemas cuya autonomía es meramente abstracta. Por lo demás, constatamos que en biología es común diferenciar la perspectiva sistática de la sistemática cuando se habla de «organismos y sistemas».

La distinción, propuesta por Gustavo Bueno (ver sistema), entre sistemas de primer y de segundo orden está pensada, precisamente, para poder diferenciar los sistemas puros (suprasistáticos o de primer orden) del resto. En los sistemas de primer orden tendríamos unas bases sistáticas Bi, compuestas de componentes básicos heterogéneos bi, y, a partir de esas bases y a través de sus componentes, se constituiría una totalidad distributiva sistemática (suprasistática) de partes que no se codeterminan causalmente. Los ejemplos analizados por Bueno (el sistema periódico de los elementos, el sistema de los cinco poliedros regulares, el sistema de Linneo, el sistema métrico decimal y el sistema de las cónicas) son casos claros de estos sistemas que, aunque están compuestos de bases sistáticas (como no puede ser de otro modo), sin embargo, ellos mismos no dan lugar a una sistasis, ni forman parte de ella.

Los sistemas de segundo orden de la clasificación de Bueno, los llamados sistemas intrasistáticos, a nuestro juicio, engloban dos situaciones diferentes que quizás sea conveniente distinguir. Por un lado, está la situación propiamente intrasistática, la situación en la que el sistema, o los sistemas, forman parte de una totalidad sistática común (TB). Cada base sistática (Bi) es un sistema «en la medida que ella forme parte de la clase interna de los demás sistemas dados en el todo sistático común». Los sistemas orgánicos (nervioso, vascular, respiratorio, &c.) serían un ejemplo de sistemas intrasistáticos en los que la totalidad sistática común (TB) es el organismo. Como muy bien se dice, «cada uno de ellos (refiriéndose a estos sistemas) constituye una concatenación sistática, cuya condición sistemática es adquirida en el contexto alternativo de los demás sistemas». Habría que añadir que esa condición sistemática también se adquiere en el contexto alternativo de un mismo sistema (por ejemplo, el sistema nervioso) que presenta variaciones en las diferentes especies, géneros, &c. de organismos. En este punto, la definición de sistema de Bueno y su clasificación de los sistemas nos permite entender el sentido que tiene hablar de sistemas dentro de un organismo y la imposibilidad de considerar el organismo individual como sistema.

Ahora bien, algunos de los otros ejemplos puestos por Bueno como sistemas de segundo orden (el sistema solar, los sistemas termodinámicos), nos remiten, según creemos, a una situación ligeramente diferente. Hablaremos ahora de «sistemas sistáticos» porque no se trata de sistemas englobados en una totalidad sistática común (TB), sino de sistemas que, sin perder su carácter sistemático, llegan a constituir una sistasis cuyas partes se codeterminan causal o estructuralmente según ciertas leyes internas. Analizamos el caso del sistema solar: En el sistema solar heliocéntrico, las bases sistáticas (Bi) serían, como dice Bueno, los planetas, satélites, cometas, &c. cada una de ellas con sus componentes básicos (bi) (su masa, su distancia al sol, su vector velocidad, &c.). Ahora bien, aquí no hay una totalidad sistática común (TB) que englobe varios sistemas (como el organismo vivo engloba los diferentes sistemas funcionales) sino que lo que ocurre es que un sistema construido con esas bases sistáticas (Bi) frente a otros sistemas alternativos (el sistema ptolomeico, el sistema tychónico, &c.) se llega a constituir, después de Newton, como un sistema absoluto que es, a su vez, una totalidad sistática, una totalidad que tiene aspectos atributivos y cuyas partes se codeterminan causal o estructuralmente según las leyes de la mecánica. Por eso, este sistema, más que sistema «intrasistático» (es decir, englobado en una totalidad sistática (TB) común con otros sistemas), habría que considerarlo un sistema «sistático», un sistema que construye o constituye una sistasis. El concepto de sistema sistático puede parecer, en un principio, un concepto contradictorio, mal formado. Parece que, ante él, habría que recomendar un repliegue, y considerar sistemas sólo a los sistemas de primer orden, los sistemas suprasistáticos que serían los sistemas «puros» pues en ellos las bases sistáticas y sus componentes quedan en un nivel diferente al del «arreglo sistemático». Sin embargo, parece posible que, especialmente en las ciencias a-operatorias, se lleguen a construir sistemas absolutos que puedan ser considerados, a la vez, sistasis. O, dicho de otro modo, parece posible que en una misma construcción concurran aspectos sistemáticos y sistáticos: el sistema solar que es un sistema cuando se lo compara con otros sistemas del mundo alternativos, y que es una sistasis cuando lo consideramos como una totalidad atributiva entre cuyas partes median ciertas relaciones causales, sinalógicas. Por lo demás, la circunstancia de hablar de sistemas sistáticos, como el sistema solar, permite no perder nunca de vista el carácter de construcción, el carácter de «arreglo entre partes», de constitución, que tiene el sistema planetario, un sistema que no es, sin más, una morfología ya dada.

En cuanto a la clasificación de los sistemas desde del punto de vista gnoseológico, sin perjuicio de reconocer una gran fertilidad a la utilización, para este cometido, de los ejes del espacio antropológico, no quisiéramos que pasara desapercibida la clasificación que distingue los sistemas absolutos (a-operatorios), sistemas con una sola alternativa, como el sistema de los cinco poliedros regulares después de la demostración de Euler, de los sistemas relativos, con varias alternativas válidas, como serían, en general, los sistemas b-operatorios y los sistemas fenoménicos. Esta distinción es, desde luego, gnoseológica, y es, sin duda, interna a la definición de sistema propuesta por Bueno pues hace referencia a las diferentes maneras de tener lugar ese «arreglo», ese ajuste sui generis, que tiene que estar presente en la construcción de todo sistema (sea o no científico).

Ateniéndonos a los dos criterios propuestos tendríamos:

1. Sistemas suprasistáticos a-operatorios o absolutos: por ejemplo, el sistema periódico de los elementos. Las bases (Bi) serían los elementos de la tabla periódica. bi serían las partes de esos elementos: número atómico, número de electrones en la última órbita. &c.

2. Sistemas suprasistáticos b-operatorios o relativos, sistemas fenoménicos: por ejemplo, el sistema de las n formas de sociedad política. Bi serían cada una de las formas de régimen político. bi serían las partes de esos regímenes, por ejemplo, los consabidos tres poderes con sus diferentes proporciones y modulaciones.

3. Sistemas sistáticos a-operatorios o absolutos: por ejemplo, el sistema solar. Bi serían los planetas, satélites, cometas, &c. bi serían las partes de cada uno de esos astros: masa, velocidad, distancia al sol, &c.

4. Sistemas sistáticos b-operatorios, relativos o fenoménicos: por ejemplo, el sistema de los cinco modos de producción entendido como constitución de una sistasis procesual en filosofía de la historia. Bi serían cada uno de los cinco modos. bi serían las partes o componentes de cada uno de los modos: clases sociales existentes, relaciones de producción, &c. Una máquina sería también un ejemplo de un sistema sistático tecnológico, con aspectos b-operatorios, cuyos componentes (Bi) tienen partes heterogéneas (bi) que compuestas de manera diferente dan lugar a máquinas alternativas equifuncionales.

5. Sistemas intrasistáticos a-operatorios o absolutos: por ejemplo, los sistemas de un organismo vivo. La totalidad sistática común (TB) es el organismo. Las bases sistáticas (Bi), al ser el sistema intrasistático, son los propios sistemas circulatorio, digestivo, nervioso, &c.

6. Sistemas intrasistáticos b-operatorios, relativos o fenoménicos: proponemos como ejemplo las bolsas de capitales que son sistemas Bi en la medida en que forman parte de una totalidad sistática común (TB) que los mantiene interconectados. Otro ejemplo sería considerar a un sistema jurídico como una totalidad sistática común (TB) que engloba los diferentes sistemas de normas (Bi), penales, civiles, administrativas, &c.

David Alvargonzález
15 noviembre 2000


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