Filosofía en español 
Filosofía en español


[ Juan Martínez Villergas ]

El Tío Camorra

El Tío Camorra

debutando {1} en la escena política

 
¿Será bien que la Francia nos socorra,
o que Inglaterra a nuestra causa se una?
Si le dan a escoger al Tío Camorra,
de entre las dos… se queda sin ninguna.

Muchos días desde que sale el sol hasta que se pone, se ha llevado el Tío Camorra reflexionando acerca de la situación de nuestra patria, amarrada hace mucho tiempo al yugo extranjero, pasando del dominio de Francia al de Inglaterra, y vice-versa, que es [2] lo mismo que decir de Herodes a Pilatos, y no seguramente porque los franceses y los ingleses tengan bastante poder para esclavizarnos, sino porque los prohombres de todos los partidos españoles han tenido suficiente debilidad para vendernos. En esta parte, preciso será confesar que nada pueden echarse en cara los de ahora y los de antaño.

Y cuando a los moderados
reprenden los progresistas,
o bien los de abajo sufren
insultos de los de encima;
   Con amargura recuerdo
aquella fábula antigua:
«dijo la sartén al cazo;
quítate allá que me tiznas.»

Esto, por de contado, no lo dice el Tío Camorra así como se quiera, sino al son de la guitarra, único instrumento que el Tío Camorra sabe tocar, y eso por ser esencialmente español; pues de lo contrario no lo cogería en sus manos. Hasta este punto lleva el ciudadano de Torrelodones su nacionalidad; y al cabo y al fin, si lo miramos despacio, más vale que el Tío Camorra se divierta tocando la guitarra, que no que nuestros políticos negros y blancos, jóvenes y viejos, se lleven años y más años tocando el violón.

Cuando el Tío Camorra coge la guitarra para entonar un jaleo de aquellos buenos de la tierra de Dios, o una jota aragonesa de aquellas que hacen decir a los franceses ¡magnífique! y que nosotros llamamos soleá, se alborota todo el cotarro, y copla viene contra los franceses, y copla va contra los ingleses, puede decirse que de allí al cielo. Otras veces varía el compás, y rasgueando unas manchegas discurre así acerca de la cuádruple alianza:

Portugal, Francia, España
y la Inglaterra,
son las cuatro naciones
de la cigüeña;
   En cuyos nidos
no hay más que polvo, paja,
plumas y picos.

Y si alguno afirma lo contrario que levante el dedo; que aquí está quien lo dice y lo sostendrá hasta que venga Dios a juzgar a los vivos y a los muertos. ¿Qué son en la actualidad las cuatro signatarias de la cuádruple alianza? Vamos por partes: Portugal es una nación, o por mejor decir, Portugal ya no es una nación, y lo peor de todo es que ya no volverá a ser una nación, sino un virreinato en que por ahora la corte de Lisboa recibe de los torys o [3] de los whigs órdenes que más adelante los sucesores de Doña María recibirán de los sucesores de Peel o de Palmerston; justo castigo que envía el cielo a esa provincia española que ha querido formar un reino aparte, sin recursos para sostener su independencia. Me parece que a la postre tendrán los portugueses que caer del asno, reunirse a nosotros, y de dos naciones que hoy son cada una de por sí muy débiles y muy impotentes para defender sus pabellones con decoro, constituir una sola, fuerte, capaz de dar leyes a Europa en vez de recibirlas. Por de pronto, a pesar de todas las bravatas que nuestros vecinos echan por mar e por terra con sus millones de reis y sus centenares de pes de cabalo, conste que Portugal ya no es Portugal; así como Polonia ya no es Polonia, cosa que no solo pasa por axioma entre los hombres, sino que también es verdad reconocida de los loros, a quienes casi todos mis lectores habrán oído decir aquello de «Lorito real… para España, pero no para Portugal».

Y sin embargo, los pobrecitos loros no saben lo que se pescan; porque España, esta nación tan soberbia y tan poderosa en los tiempos del oscurantismo, y tan cachonda y extenuada en el siglo de los fósforos y del alumbrado de gas, tiene ya muy poco que echar en cara a Polonia, y no tardará muchos años, si Dios no lo remedia, en envidiar la suerte de Portugal, que será cuanta desgracia pueda caer sobre nuestras pobres costillas. Digo esto, porque los portugueses, subyugados al capricho de la generosa Inglaterra, no tendrán la desventura de servir a dos amos como nosotros, condenados por lo visto a ser juguete de los ingleses y de los franceses, para que los unos monten y los otros arreen, o lo que es lo mismo,

para que pronto
como a una bestia,
que de dos amos
la dependencia
por el dinero
ganó en la feria;
nos carguen todos
con mucha flema
unos de carne,
y otros de leña.

Esto es lo que el Tío Camorra quisiera evitar, y para ello se propone ilustrar un poco la conciencia de los españoles, publicando una serie de artículos que hablen al alma, y que desafiando las iras del partido francés chorreen patriotismo por todos cuatro costados. Ya este buen español ha manifestado su aversión al yugo extranjero, venga de donde venga; le combatirá no sólo porque es indecoroso, sino porque es innecesario, y el Tío Camorra responde [4] con su cabeza de que el pueblo español recobrará su antiguo poder robustecido con los elementos de la civilización moderna, el día en que comprenda lo que vale, y coloque al frente de los negocios hombres que no tengan compromisos que cumplir, ni deudas que pagar. Por ahora, como que lo más apremiante es lo que dice relación a los traspirenaicos, empezará el Tío Camorra dando un vapuleo menudo a la Francia, para lo cual ha tenido buen cuidado de sacar algunos apuntes históricos, en que se verá palpablemente que la enfermedad que nos aflige es crónica, y que necesitamos curarla radicalmente, antes que se nos compare a los tísicos y a las ermitas, dos cosas diferentes que se parecen en que no tienen cura.

¿Qué es lo que tenemos que agradecer a la Francia? Oigamos a los afrancesados, y tal vez nos convenceremos de que en efecto debemos estar agradecidos a los favores que continuamente nos dispensa la patria de Mr. Teste. En primer lugar, debemos estar reconocidos a la generosidad con que nos suministra sus monedas, pues ya ven ustedes que nos envían todos los napoleones que pueden; pero es porque se llevan nuestros duros, devolviendo gato por liebre. Y no es esto lo peor, sino los napoleones de carne y hueso, conocidos con el nombre de guardias civiles y empleados del ramo, que obligados a encasquetarse el tricornio a imitación del vencedor de Austerlitz, nadie dirá que son personas humanas, y si no fuera porque no tienen nada de hermosos, creeríamos que eran santis bonitis y baratis, solo que no les pega lo de bonitis, pues el mejor de todos puede apostárselas al sargento Cruz, de quien refiere la tradición que reventó de puro feo. ¿Qué es, pues, lo que viene de Francia digno de nuestra consideración? ¿Serán por ventura los monos sabios con que se nos estruja la bolsa sin el placer de divertirnos? ¿Será esa gran cantidad de organillos, antídoto infalible para aborrecer la música? ¿Qué será? Lo único que puede ofrecer alguna utilidad es esa muchedumbre de amoladores que invaden todos los pueblos de España, y por Dios que así estamos nosotros tan desmadejados desde que damos entrada en nuestra casa a hombres que tales oficios ejercen. En cambio, preciso será confesarlo, bien nos han indemnizado los franceses, pues todas las desgracias que nos han ocasionado, todas las plagas que nos han traído, todo el mal que durante muchos años nos han hecho queda recompensado con el placer que nos han dado, con la fortuna que nos han concedido enviándonos al duque de Montpensier, príncipe de los luceros y lucero de los príncipes. ¡Qué lástima que los que nos hicieron la gracia de mandarnos a Montpensier, nos hayan hecho el agravio de llevarse a la duquesa de Rianzares! Las naciones, lo mismo que los individuos, son a veces tan miserables que no saben hacer los favores sino a medias, quitando de este modo todo motivo de gratitud. Pero en fin, más vale algo que nada, y con tal que Doña María Cristina disfrute buena salud y se divierta [5] mucho en París, aunque nunca vuelva a poner los pies en España, tendremos la santa resignación de darnos por muy contentos.

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{1} Perdónese la expresión por lo que huele a estrangis.