Filosofía en español 
Filosofía en español


El comunismo en la Argentina

Anda por ahí mucha gente desaprensiva que está creída que no existe entre nosotros un peligro comunista. De la misma manera que sólo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, esas excelentes personas piensan en el comunismo cuando estallan algunas bombas o cuando se declara la huelga general. Es decir, cuando probablemente el comunismo es menos peligroso porque muestra su cara y se le puede combatir, aunque sólo sea para castigar las brutales manifestaciones de su existencia con que, de cuando en cuando, se encarga de recordárnosla.

El peligro comunista existe entre nosotros, sin embargo: y debemos proclamarlo, aunque alguien crea de mal gusto el señalar a nuestros conciudadanos optimistas la existencia en casa de un huésped tan poco agradable.

Existe, y es necesario combatirlo. No sólo en los cuadros sindicalistas, cuyas organizaciones dependen directamente de la Tercera Internacional; no sólo en su partido político, que cuenta con representación en el consejo deliberante de la capital; no sólo en su prensa corrosiva, revolucionaria, audazmente perturbadora; no sólo existe en estos focos perfectamente localizados, sino que ha logrado introducirse en núcleos de cultura, en el ambiente universitario, en cierto periodismo popular, en la misma escuela primaria (es decir, en el Templo, como dirían los viejos pedagogos que conocieron a Sarmiento). No hay literato más o menos dejado de los libreros y que haya leído las ponzoñas de Henri Barbusse; no hay aprendiz de economía política que haya saludado a Marx; no hay periodista de los diarios del hampa; no hay maestrito pedante imbuido de la terminología “communarde” o de la fisiología eugénica de ciertos sectores tudescos, que no propaguen diariamente, en los cenáculos, en los grupos estudiantiles, en los diarios “obreristas” y en los congresos pedagógicos, el virus que provienes de Moscú.

Recuérdese, por ejemplo, la actitud de un abundante grupo de maestros en el último congreso donde se ha demostrado palmariamente la existencia de numerosos profesores comunistas. Y no de simples ideólogos inofensivos, sino de hombres de acción, que ocupan puestos oficiales, y que están dispuestos a envenenar la conciencia de nuestros hijos con la enseñanza destructora de las bases mismas en que está asentada nuestra sociedad.

Ese ambiente, este propicio caldo de cultura, es más peligroso que las bombas que son su corolario lamentable, y a veces trágico. Esto es lo que hay que denunciar, esto es lo que urge eliminar con prontitud.

La ideología, la propaganda viene de Rusia, o de las sucursales establecidas desde hace años por el ahora proscripto señor Zinovieff. Viene también dinero que ayuda a bien vivir a ciertos próceres del comunismo criollo.

El peligro comunista no es, pues, un mito en nuestro país, ni un fantasma que asuste a medrosos reaccionarios.

Es una realidad que es necesario combatir; es un virus que invade todos los ambientes. Es el enemigo, contra el que hay que luchar con vigilante y despiadada firmeza.

A. S. M.

La capa dorada del Presidente Calles

El presidente Calles sabe defenderse. Conocemos bien sus métodos para la defensa interior de su tempestuoso gobierno: con mano dura y decisión inexorable supo eliminar a sus adversarios políticos. Ejecuciones sobre el tambor nos enseñaron cómo se quita de en medio a contrincantes peligrosos y cómo, en la mesa de sus banquetes, cuando preside la “pandilla criminal” –según diría José Vasconcelos, el último de los cómplices desencantados–, el espectro de Arnulfo Gómez no es precisamente la sombra de Banquo.

Además, según la norma invariable de los tiranos ilustres, el hombre terrible de la persecución interior, tiene la obstinada preocupación de la apariencia externa. Y un ejército de corresponsales y escritores adictos le teje para este uso especial, una capa dorada con la que pretende cubrirse, y una nube de artículos, folletos y reportajes, que se encarga de distribuir su secretaría de relaciones exteriores, a veces logra, ante ojos desprevenidos, oscurecer la turbia tragedia, que es el dolor de Méjico y la vergüenza de América.

Esa preocupación hipócrita y esa capa dorada y esa nube ambigua, el presidente Calles, las usa particularmente para ocultar a los ojos del mundo su política de persecución religiosa. Una propaganda hábil y permanente, que se insinúa en los grandes diarios, en los cenáculos literarios, sirve útilmente a esos propósitos. Y los serviciales agentes del gobierno –embajadores, literatos, periodistas– llegan a obtener éxitos parciales.

Nos sorprende muy a menudo el confusionismo que logran introducir en los grandes órganos informativos de Europa y América, aún en los presuntivamente imparciales.

Por eso indigna y apesadumbra a quienes conocen bien la trágica persecución religiosa que se realiza en Méjico, comprobar esas confusiones de la mentira organizada, que se leen en muchos periódicos y revistas, asumiendo a veces la forma de un procedimiento sistemático.

Sin embargo, y a pesar de esta hábil propaganda, cuya pérfida eficacia hemos querido denunciar en estas líneas, la verdad dolorosa se está ya imponiendo a la conciencia universal. Poco ha de servirle al presidente Calles el oropel ficticio de su capa dorada. De su persecución estéril –¿acaso va a destruir Calles a la Iglesia, al cuerpo místico de Cristo, uno, santo, católico, apostólico?– dos cosas se destacan: el resplandor inefable que corona a la iglesia de Méjico, fuerte en su dolor y en su ortodoxia, y el hedor ardiente de la sangre, cuyo vaho indeleble impregna los salones fastuosos de Chapultepec.

M. E. D.