Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Primer periodo de la filosofía griega

§ 37

Discípulos de Pitágoras

La obscuridad y dudas que reinan acerca de Pitágoras, reinan igualmente acerca de sus discípulos. Ante [132] todo, conviene advertir que hay muchos que, llevando el nombre de pitagóricos, no deben ni pueden ser contados entre los discípulos de Pitágoras como filósofo. En los últimos siglos del paganismo greco-romano y en los primeros del Cristianismo, aparecieron en escena no pocos de los apellidados filósofos pitagóricos, los cuales apenas tenían de tales más que el nombre. Amalgamando algunas ideas vagas y algunas tradiciones más o menos legendarias de su escuela y de las antiguas asociaciones pitagóricas, con mitos orientales, con los misterios e iniciaciones de las divinidades paganas, con la magia y operaciones cabalísticas, se presentaban al pueblo, cuya credulidad y superstición explotaban, como poseedores de una ciencia oculta, misteriosa y divina, que de todo tenía menos de filosófica, toda vez que, en lugar de especulaciones y máximas científicas, sólo poseían y hacían alarde de fórmulas cabalísticas, operaciones mágicas y comunicaciones teúrgicas. Además de otros nombres menos conocidos, basta citar, como tipos de esta clase de pitagóricos, los de Sotión de Alejandría, Euxeno de Heráclea, Apolonio de Tyana y Anaxilao de Larisa.

Dejando a un lado a estos discípulos espúreos de Pitágoras, y concretándonos a los que difundieron y conservaron con mayor o menor pureza el espíritu y las tradiciones científicas del filósofo de Samos, diremos, con Ritter, que la tradición relativa a los filósofos pitagóricos sólo hacia los tiempos de Sócrates adquiere algún grado de certeza histórica. «Esta certeza, añade el citado historiador de la Filosofía {30}, se refiere [133] particularmente a cuatro o cinco hombres, que son Filolao, Lysis, Clinias, Eurites y Arquitas. Aristóteles habla de tres de éstos, de Filolao, Eurites y Arquitas: la existencia del primero y la del tercero se halla reconocida en la historia de una manera indudable. En orden a Lysis, sabemos que vivió en Tebas y que fue maestro de Epaminondas; y si lo que dice acerca de Clinias no es muy cierto, al menos es bastante verosímil.

»Acerca de la época en que vivían estos filósofos, se puede decir que Filolao en Tebas fue el maestro de Sinmias y Cebes, antes que éstos fueran a Atenas a oír las lecciones de Sócrates; que Lysis, poco tiempo después, fue maestro de Epaminondas, y que Arquitas fue contemporáneo de Dionisio el Joven y de Platón. La época en que vivieron los otros se determina por estos datos, puesto que todos tuvieron relaciones entre sí. Hasta me inclino a conceder algún crédito a la tradición que nos dice que Filolao, Clinias, Eurite y también otros, fueron discípulos de Aresas, que había aprendido la Filosofía pitagórica en Italia. En armonía con esta opinión, sería necesario decir que la cultura de la doctrina que llamamos pitagórica, entraña mayor antigüedad, sin que por eso se deba negar que los primeros rudimentos de esta Filosofía habían existido antes de Aresas en el instituto pitagórico. De todos modos, esta Filosofía no nos es conocida sino en el estado en que nos la transmitieron Filolao, Eurite y Arquitas, porque aunque existe un fragmento bajo el nombre de Aresas, su contenido no debe reputarse auténtico».

«Por otra parte, añade el historiador alemán, Aresas tampoco se dice que haya escrito cosa alguna: hay [134] más aún; existe una antigua tradición, que parece bastante fundada, según la cual, los primeros que publicaron escritos referentes a la Filosofía pitagórica fueron Filolao y sus contemporáneos. De los cinco filósofos arriba mencionados, parece que Lysis y Clinias no escribieron nada para el público... Por el contrario, de Filolao poseemos algunos fragmentos cuya autenticidad demostró Boeckh. Tampoco puede ponerse en duda que Arquitas dejó muchas obras, por más que se le hayan atribuido a otras que no le pertenecen.»

Además de los cinco pitagóricos aquí citados por Ritter, florecieron después Xenófilo de Tracia, Fantón, Diocles y Polymnasto, cuya patria parece haber sido Phlionte.

Aunque Ritter parece excluir del número de los discípulos de Pitágoras y su escuela a Ocelo de Lucania y Timeo de Locres, otros historiadores respetables, y entre ellos Ueberweg, los enumeran entre los partidarios y representantes de la escuela pitagórica {31}, añadiendo también los nombres de Hipaso, Hipodamo, Epicarmo y algunos otros adeptos más o menos fieles de la doctrina pitagórica.

De lo dicho hasta aquí se desprende que las noticias referentes a los discípulos y representantes genuinos de la escuela pitagórica, no son menos obscuras e inciertas que las que se refieren a la vida misma del mismo [135] Pitágoras y a la autenticidad de su doctrina; y se desprende igualmente que la escuela pitagórica, considerada en conjunto, nos ofrece tres etapas o fases históricas.

La primera corresponde y se refiere a la vida y doctrina del mismo Pitágoras. La segunda etapa se refiere, no a los discípulos inmediatos y personajes, por decirlo así, de Pitágoras, sino a los mediatos, o que florecieron muchos años después, como Filolao y Arquitas. En la tercera etapa están comprendidos todos los neo-pitagóricos que florecieron, ya antes, ya después de la era cristiana.

En orden a la primera fase, puede decirse que carecemos en absoluto de datos y documentos perfectamente auténticos. Aristóteles, a pesar de su exactitud, o, mejor dicho, a causa de su exactitud en citar las opiniones de los demás, expone con frecuencia las de los pitagóricos, pero en ninguna parte afirma que pertenezcan verdaderamente a Pitágoras, ni expone la doctrina propia de éste; lo cual parece indicar que el Estagirita no estaba seguro de que las opiniones y teorías pitagóricas, corrientes en su tiempo, pertenecieran de hecho al fundador de la escuela.

Con respecto a la segunda y tercera fase de la escuela pitagórica, abundan los documentos más o menos auténticos para conocer las opiniones de los representantes respectivos de las mismas, pero sobrecargados y mezclados con multitud de leyendas y tradiciones fabulosas, referentes a Pitágoras y su doctrina. Así es que, como observa Zeller, la tradición acerca del sistema pitagórico y su fundador, crece en detalles a medida que se aleja de la época primitiva a que se [136] refieren; y, por el contrario, a medida que nos acercamos a la época del origen del pitagorismo, la tradición y los detalles enmudecen más y más {32}, hasta desaparecer casi por completo.


{30} Ritter, Histoire de la Philos. anc., I. IV, cap. I.

{31} Es curioso y digno de notarse lo que escribe A. Gelio, apoyándose en el testimonio de Timon, a saber, que Platón, para escribir su Timeo se sirvió de un libro por el cual dio mucho dinero, y que se supone escrito por alguno de los filósofos pitagóricos. Hermipo afirma también que Filolao escribió un libro que Platón adquirió a grande precio, y del cual copió su diálogo titulado Timeo.

{32} «Con la extensión de los documentos, añade el citado Zeller, cambia también su naturaleza. Corrieron ya desde un principio leyendas maravillosas acerca de Pitágoras; pero, andando el tiempo, su historia entera se transforma en una serie no interrumpida de sucesos extraordinarios. En su origen, el sistema pitagórico presentaba el carácter de la sencillez y la antigüedad, y estaba en armonía con el carácter o dirección general de la Filosofía antesocrática. En las exposiciones posteriores se acerca más y más a las teorías platónica y aristotélica, hasta el punto de que los pitagóricos de la era cristiana llegaron a sostener que Platón y Aristóteles habían recibido de Pitágoras sus ideas y le debieron sus descubrimientos...
»Así, pues, estas exposiciones (de los filósofos pitagóricos, y principalmente las de los neoplatónicos), no pueden ser consideradas como fuentes históricas dignas de fe, ni siquiera en cuanto al fondo mismo de las cosas. Debemos rechazar las indicaciones que contienen, aun cuando éstas, consideradas en sí mismas, no carecen de verosimilitud... Y, a la verdad, ¿cómo fiarnos en orden a las circunstancias accesorias, de escritores que nos engañan groseramente acerca de lo esencial?» Die Philos. der Griechen, per. I, cap. II, § 1º.

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Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 131-136