Zeferino González (1831-1894)
Obras del Cardenal González

Historia de la Filosofía
Segundo periodo de la filosofía griega

§ 54

Sócrates

Nació éste en Atenas 470 años antes de la era cristiana, siendo sus padres el escultor Sofronisco y la partera Fenareta. Después de ejercer durante algunos años el arte de su padre, y después de haber practicado en silencio las virtudes y máximas morales que más adelante debían constituir el fondo principal y la autoridad de su doctrina, comenzó a difundir entre sus [201] conciudadanos las ideas filosóficas adquiridas con la meditación más bien que con el estudio, y a enseñar las virtudes morales y religiosas, que él había tenido buen cuidado de practicar antes de enseñarlas con palabras. A pesar de una naturaleza refractaria a la virtud u de un temperamento inclinado a la violencia {59}, Sócrates practicó constantemente la mansedumbre, y durante el curso de su vida dio pruebas y ejemplos de todas las virtudes, sin excluir las domésticas, las guerreras y las político-sociales. Basta recordar, en prueba de esto, la paciencia e igualdad de ánimo con que sobrellevó el genio violento y las extravagancias de su esposa Xantipa; el valor sereno, hasta rayar en heroísmo, que manifestó en los campos de batalla de Potidea y Delium, donde salvó la vida a Jenofonte, y la entereza y valentía con que resistió a los treinta tiranos en el ejercicio de sus funciones públicas.

A pesar de tantas virtudes, y tal vez a causa de éstas, el pueblo frívolo, inconstante y corrompido de Atenas, excitado por los sofistas y seducido por poetas y por políticos más corrompidos aún, condenó a Sócrates a beber la cicuta, bajo pretexto de que corrompía a la juventud y menospreciaba los dioses. La humanidad indignada execrará siempre la memoria de [202] los autores, cómplices y fautores de la muerte del hombre justo, condenando a eterna infamia los nombres del autor de Las Nubes, del orador sofista Melito, del poeta Lycon y del político Anyto.

Por lo demás, los últimos instantes de Sócrates correspondieron al resto de su vida. Su muerte podría compararse a la del mártir cristiano, si la obscuridad e incertidumbre acerca del destino final del alma, junto con los conceptos fatalistas, con las supersticiones y con la levadura politeísta que en sus discursos y actos aparecen, no la afearan y la hicieran perder gran parte de su belleza y sublimidad. Todavía no había resonado en el mundo la palabra del Verbo de Dios, que debía traer al hombre de la ciencia y al hombre de la ignorancia, al hombre de la academia y al niño de la escuela, la solución clara, precisa, filosófica y sencilla del problema formidable de la vida y de la muerte, del origen y del destino del hombre.


{59} Que la naturaleza y complexión de Sócrates no se prestaba mucho a la mansedumbre, y que no entrañaba predisposición y facilidad para la virtud, es cosa atestiguada generalmente por los biógrafos. Por otro lado, para convencerse de esta verdad, basta fijar la vista en el busto clásico y tradicional de este filósofo, con su ruda fisonomía, sus ojos hundidos, su barba áspera, su cabellera inculta, su nariz roma y remangada, sus labios gruesos, caracteres e indicios de una naturaleza vigorosa y ocasionada a pasiones violentas. Dícese que sus compatriotas solían compararle con el sátiro Marsias

<<<

>>>

filosofia.org

Proyecto Filosofía en español
© 2002 filosofia.org

Zeferino González
historias de la filosofía

Historia de la Filosofía (2ª ed.)
1886, tomo 1, páginas 200-202