Filosofía en español 
Filosofía en español

Juan Miguel Sánchez de la Campa · La instrucción pública y la sociedad · 1854

Capítulo V

Qué fue la instrucción pública antes, qué es ahora, qué llegará a ser

Con la historia en la mano se puede decir que la instrucción pública siguió en España hasta la invasión de los árabes la marcha que se reconoce para todas las naciones de Europa. La ignorancia era el patrimonio de todas las clases de la sociedad, si se exceptúan los individuos del alto clero, que recibían del Oriente inspiraciones y que conservaban los restos del saber del mundo antiguo. La invasión árabe dio al país dominado por ellos, luego del establecimiento del califato, un aspecto completamente nuevo y desconocido en todo el Occidente de Europa. Las luces que partían de sus escuelas, fueron muy suficientes para llamar la atención de sus contemporáneos y de las generaciones que les sucedieron.

En España no existió nunca el feudalismo con las condiciones que en otras naciones de Europa; pero el ruido de los combates y la lucha encarnizada en que se libraba la reconquista; las rivalidades y cuestiones gravísimas en que se hallaban cuasi constantemente envueltos los mismos conquistadores, no eran condiciones a propósito para que el pueblo recibiese instrucción de ninguna clase, y mucho más, cuando, en medio de un caballerismo exagerado, carecían de ella los grandes señores.

Queda manifestado en otro lugar el camino que emprendió la instrucción a consecuencia del impulso recibido de manos de don Alonso el Sabio, como así mismo el carácter que esta presentaba en el siglo de oro de la literatura española. Con posterioridad se pueden abrir los códigos y acudir a los escritores que con juiciosa crítica y seguro pulso han reseñado el aspecto que presentaba la sociedad española en sus diversas clases; y si esto no fuera bastante, se puede apelar a las diversas pragmáticas del consejo de Castilla consignadas y admitidas como leyes. Y si aun esto no fuera suficiente, se puede presentar un hecho que no deje lugar a la menor duda sobre el estado de la instrucción pública española.

Este hecho consiste: primero, en la estadística de las escuelas primarias que existían en la península a principios de este siglo: segundo, en el de las escuelas de la latinidad: tercero, en el número de individuos de ambos sexos pertenecientes por todos conceptos al estado eclesiástico; y todo esto con relación al número de almas que contaba la nación.{1} Y si aun no bastase, se puede presentar el principio consignado en la Constitución de 1812, y el plazo que marcaron sus autores para que no disfrutase los derechos de ciudadano español quien no supiera leer y escribir.{2}

Una advertencia corresponde en este lugar, y es que no debe juzgarse de la ilustración de un pueblo por el estado que presente lo que se ha dado en llamar su literatura, lo que para designarle con propiedad debe decirse sus bellas letras. Homero cantó la Iliada; ¿y esta obra inmortal puede calificar el estado de la instrucción de su época? Aunque sea pugnando con opiniones muy respetables, se puede decir que no. La instrucción de un pueblo es verdad que se refleja en los pensamientos del poeta; pero también es verdad que la mente del poeta, que la instrucción del escritor no es la instrucción de aquel pueblo, no son los conocimientos de aquella sociedad. Dirase que si la mente del poeta no marchara en armonía con las inspiraciones y con los conocimientos de aquellos a quienes habla, no lo comprenderían, y no le darían la importancia que requiere, ni le prestarían la atención que exige.{3} Esta es una paradoja, puesto que el hombre, impresionable a todo lo bello y entusiasta por todo lo que se manifiesta a una altura superior a su comprensión, en un momento dado rinde tributo y presta homenaje a todo aquel que considera en una esfera superior a la suya; y este tributo y este homenaje, es tanto más sincero, es de tanta mayor importancia, cuanto más elevado sobre su nivel considera la inteligencia y el entendimiento del que escucha. Esto supuesto, los rasgos trazados por la mano del poeta, los conceptos del filósofo, no pueden nunca considerarse como la medida de la ilustración y el tipo de los conocimientos de la sociedad en que vivió. Deben considerarse como excepciones, tanto más ventajosas para la individualidad, cuanto menos difundidas estaban las luces, cuantas menos fuentes había donde pudiera beber los pensamientos que emitió.

Sometido el país por muchos siglos al dominio ya directo, ya indirecto de la teocracia, y pesando sobre él la mano de hierro de los gobiernos y del Santo Oficio, ni las luces se difundían, ni el legislador se curaba de proporcionar al pueblo la instrucción, como no fuera en aquellos ramos y con aquellas condiciones que armonizasen su pensamiento político.

En el siglo XVIII, mientras brillaba en Francia la enciclopedia y se fundaba en Alemania la escuela filosófica de Kant, la España permanecía aislada; y si en el reinado de Carlos III se dieron pasos muy avanzados en pro de la instrucción; y si el favorito de Carlos IV acogió bajo su protección a algunos que cultivaban las letras, no impidió esto que la instrucción pública española, los conocimientos científicos y filosóficos de la nación, quedarán inmensamente atrás en el camino emprendido por otros pueblos.

Las universidades quedaron conforme estaban, y los estudios puramente eclesiásticos reducidos a servir únicamente de título honorífico para ascender a las dignidades y a los honores. Las ciencias permanecieron cuasi abandonadas; y ahí está para los que opinen lo contrario la oración pronunciada por el inmortal Jovellanos al inaugurar el instituto de Gijón.{4}

Tronó el cañón en 1808, y la nación en masa se levantó contra la más injusta de las agresiones. Los que cargaron sobre sus hombros el empeño de dar al país una Constitución, no tuvieron en cuenta al formar su código que trabajaban para un pueblo que no estaba de ninguna manera preparado para recibirlo: al consignar en él la pérdida de los derechos de ciudadanía a los que en un plazo dado no supieran leer y escribir, demostraron a la faz del mundo dos cosas: la primera, que no les era desconocido el fatal estado de la instrucción pública; y la segunda, que el legislador debe proporcionar los medios de que los deberes que impone y los derechos que concede puedan ser perfectamente conocidos y apreciados.{5}

Los legisladores de Cádiz no hubieran visto defraudadas sus esperanzas, no hubieran visto a el país siendo teatro de escenas desgarradoras, si hubieran podido facilitar al pueblo, en cuya pro legislaron, la instrucción necesaria y suficiente para que adquiriese una idea exacta y racional de los derechos que le concedían, de las trabas de que lo libraban.{6}

Por desgracia para el país, desde esta época los hombres de estado han aspirado a ser legisladores y no maestros: las consecuencias han sido fatales y aun lo serán.

Siempre que de instrucción pública se ha tratado, se ha hecho sin el detenimiento conveniente; y mientras las cuestiones personales y los intereses de bandería, han absorbido la atención de gobernantes y gobernados y consumido las fuerzas del país, el sistema de instrucción pública adoptado no ha hecho otra cosa que añadir nuevos elementos de desorden con las ambiciones infundadas que ha creado, con los hombres inútiles para las ciencias y para las artes, para el trabajo del espíritu y del cuerpo, que ha mandado y manda constantemente a engrosar las filas de las banderías políticas.

Mientras en la época de 1820 a 1823 se excitaban las pasiones con discursos llamados patrióticos y estaba la sociedad en una agitación continua, ni el gobierno ni los hombres influyentes consagraron un pensamiento de importancia a la instrucción. Examínense sino las disposiciones adoptadas en aquella época, y dígase, si habida razón de las condiciones de la sociedad para que se formularon y de las relaciones que tenía con la gran familia humana, se les puede aplicar el calificativo de meditadas.

El sistema de enseñanza establecido por uno de los ministros mas déspotas que ha contado la nación en el siglo actual, tardó dos años en venir a tierra, en parte después de haberse derrumbado el edificio político de que fue constante mantenedor: ¿y cómo vino a tierra? sustituyéndolo con una ley provisional que rigió ¡once años! Sustituyéndolo con un plan provisional que aun dura; y mientras se han formado y regido tres Constituciones y publicado leyes innumerables sobre todos los ramos de la administración pública, solo la instrucción permanece sometida a la voluntad o capricho de un ministro, solo la instrucción está regida por decretos, solo la instrucción está sirviendo de escuela, de ensayo gubernamental. Encargada, ya a una dirección general de estudios; ya a una dirección formando un negociado en el ministerio de la Gobernación de la península, ya a un ministerio en que, si no era la única, en unión con el comercio y las obras públicas formaba uno de los ramos dignos de la atención especial del poder; ya delegada a una sección del ministerio de Gracia y Justicia, demuestra que, a pesar de su importancia, a pesar de la infinita trascendencia de sus efectos, y a pesar de ser el primer ramo de cuantos constituyen la gobernación de un estado, no ha merecido, por parte de los poderes públicos, toda aquella deferencia, toda aquella atención que exige. Y si no, ¿qué otra cosa significa el que mientras ha habido tiempo para hacer leyes de toda clase no lo hubo para legislar sobre ella? ¿qué otra cosa significa el verla encomendada, ya a un ministerio, ya a otro, según el capricho y la voluntad de los gobernantes? ¿qué otra cosa significa esa falta de independencia, ese círculo estrechísimo en que se mueve y ha movido, y lo transitorio y deleznable de las disposiciones que la afectan?{7}

Consecuencia de su estado actual es el ningún resultado positivo que produce: consecuencia de su estado actual es la abyección y el desprecio en que viven los encargados de la instrucción primaria, la inseguridad y el indiferentismo en que vejeta la instrucción secundaria, y la parálisis del cuerpo universitario.

Si la instrucción pública ha de ser una verdad; si ha de producir resultados, atendidas las condiciones del país que impide dejarla en absoluta libertad, es necesario que el poder público la centralice,{8} pura y exclusivamente bajo su mano, y que organizándola convenientemente, haga que su acción bienhechora se trasmita desde el más solitario caserío hasta la capital de la monarquía. Entonces, y solo entonces, será posible que de los resultados de que tanto necesita el país; y entonces, y solo entonces, será cuando el gobierno podrá dirigirla convenientemente en todas sus clases y ramos particulares, y establecer ese equilibrio tan indispensable, si la nación ha de alcanzar el punto a que camina, si ha de formar en las filas de la humanidad ilustrada y progresiva.

Mas para llegar a este objeto, es absolutamente necesario, no solo que se reforme lo existente, sino que también se le imprima un carácter completamente distinto, elevándola a la altura y permitiéndola ocupar su puesto. Si esto no se verifica, no tardará mucho tiempo en que se experimenten funestísimas consecuencias, y en que las consideraciones tenidas un día las llore la sociedad.

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{1} Fuera muy bueno una estadística circunstanciada del número de catedrales, abadías, conventos, parroquias, iglesias, ermitas, santuarios, oratorios públicos y privados, lugares todos donde se celebraba y se celebra; y añadiendo los santos y altaritos que fuera de las iglesias se ven en todas las poblaciones, comparar su número con el de talleres de toda clase de industria. Esta comparación debe hacerse en dos épocas, a principio del siglo y en su año 53.

{2} En otro escrito demostramos la necesidad de que el pensamiento de los legisladores de 1812 se lleve a cabo. Hoy insistiremos nuevamente. Mientras el pueblo no se ilustre, el gobierno popular será una farsa. Mientras la mayoría de los electores sean tan ignorantes como hoy, la opinión verdadera del país será un misterio. En la situación en que el pueblo se encuentra en su instrucción, mientras más se ensanche el sufragio, más predominará en el cuerpo electoral el elemento autómata, y más mentira será lo que se llamará pomposamente la opinión del país, su mandato.

{3} Un poeta es semejante a un pintor: el uno representa la sociedad con palabras y conceptos, y el otro con líneas y colores. El que mire un cuadro reconocerá en él el objeto representado, y mientras más fácil sea este reconocimiento, más mérito advertirá en el pintor. ¿Se dirá por esto que en la época que el pintor trabaja, la sociedad está en disposición de construir cuadros como el suyo? ¿Se dirá que los conocimientos del pintor son la síntesis de los de su época?

{4} Cuando se medita con detenimiento la historia de nuestro país; cuando se observa que una serie no interrumpida de faltas en la instrucción pública, originadas todas por el interés de la teocracia, y so pretexto de conservar y defender la pureza del dogma y de tener el placer sin igual, los magnates, de llevar al tesoro de san Pedro contingentes tales, que pudieran dejar en sus bolsillos cantidades de mucha consideración, se ha venido verificando muy de lejos en términos de conducir al país a las hogueras del Santo Oficio, a la expulsión de los moriscos, a la fanática intolerancia, a la holgazanería, a tener que pagar las contribuciones en especie por falta de metales preciosos, a tener gobiernos como los que pudiéramos citar, célebres por lo absurdo de sus mandatos y por el espectáculo de torpes y destructoras medidas que han adoptado en todos los ramos de la administración pública.

Cuando se ve que las malas costumbres que se introdujeron, que los hábitos de holgazanería, el furor de vivir sin trabajar, el apego a la olla grande, está encarnado en el alma de los españoles de hoy, no se puede menos de dar suelta a la risa cuando políticos miopes y noveles gobernantes pretenden regenerar el país y hacerlo rico y feliz, poniendo en un papel unas cuantas máximas políticas y dándoselo al pueblo a guisa de talismán.

{5} Este principio de eterna justicia se observa en España de un modo prodigioso. Desde el ministro de la corona al alguacil o pregonero de una aldea de cuatro casas, se considerarían desautorizados, envilecidos y humillados, si se dignasen dar alguna explicación para mejor inteligencia de sus mandatos. –Yo no sabía que esto estaba prohibido. –Debía Vd. saberlo. –¿Cómo? si nadie se tomó nunca el trabajo ni de enseñárselo, ni de indicármelo. –No es cuenta mía, debía Vd. saberlo.

Obedecer y silencio; que por más que se diga, el pueblo es libre; los corchetes y los guardias civiles se encargan con razón y sin razón de que lo que se mandó se cumpla, como el que deba cumplir sea pobre y desvalido. Que en España la inteligencia de las leyes de todo género, la obligación de conocerlas y el deber de acatarlas está en razón inversa de la fortuna del ciudadano.

{6} Si desde 1834 se hubiera delirado menos y trabajado más y con mejor buena fe, la España no hubiera representado ante el mundo el ridículo y decaído papel que está haciendo, pues si un día salvó, desde entonces acá, sus fronteras, fue para aherrojar a un estado débil y ruinoso, o para que pisara sus banderas el papa y en pago le regalara el magnífico concordato; ni en su interior hubiera estado tan intranquila, saqueada, desmoralizada y pobre como hoy se encuentra. Pero es mejor para los hombres grandes en este siglo y lo mismo en otros –que España, fue siempre España,– de metal y de miseria, gozar personalmente un día, aunque este goce cueste a quince millones de españoles un año de sufrimiento.

{7} Tratase de fabricar la Constitución española del año 54, y algunas juntas de gobierno, por incidencia y muy abajo de sus programas se acuerdan de la instrucción pública. Lo mismo hace algún aspirante a diputado, y en algún que otro periódico se anuncia alguna idea sobre la necesidad de que la instrucción pública ocupe el lugar que le corresponde. También se insinúa un nuevo plan de estudios; nada tendría de extraño, pues en esta tierra cada escribiente del ministerio de Gracia y Justicia, y cada consejero de instrucción pública es capaz de fabricar un plan de estudios que no tenga pero en menos que se tarda en olvidar sus disposiciones, en menos tiempo que se tarda en leerlo.

{8} Que no se escandalicen mis lectores de esta idea. Cuidado, señores diputados provinciales, que Vds. menos que nadie deben tocar la instrucción. En ningún tiempo la entenderán Vds., y nunca será armónica a las necesidades del país tomando Vds. mano en ella. Y como no faltará quien critique nuestra idea, quien se proponga impugnarla con palabras, quien de buena fe crea obrar bien en este sentido, debemos suplicar a los que hablen por hablar, que estudien; a los que obren de buena fe, que mediten nuestras razones, y que antes de haber leído todo el libro, no emitan opinión sobre él.

{Texto de las páginas 47 a 53 de La instrucción pública y la sociedad, Madrid 1854.}