Rodrigo Miró
Prólogo
Nota característica del presente cultural de Hispanoamérica, según observa una y otra vez Francisco Romero, es la creciente dedicación a la Filosofía. De México a la Argentina el filosofar deviene cotidiano ejercicio de núcleos en constante aumento, que a través de la cátedra y el libro realizan la faena antes desacostumbrada y confirman su vigencia y autenticidad. Y paralelamente al pensamiento original que responde a las incitaciones de la problemática hispanoamericana se desenvuelve la tarea no menos elocuente de registrar la peripecia de las ideas.{1}
Iniciada apenas la indagación de nuestro ayer, poco hemos logrado en el terreno específico de la historia de las ideas.{2} Sin embargo, nada autoriza a imaginar una absoluta orfandad en la materia. Con las variantes impuestas por la propia y particular circunstancia, y desde el punto de vista de la cultura, aquí se repitió un proceso común a Hispanoamérica. Verdad esta comprobable y advertida en aquellos aspectos de la historia panameña beneficiados con estudios consecuentes.
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Al plantearse el primer gran debate ideológico de raíz americana –legitimidad o ilegitimidad de la Conquista– la cuestión suscitó en Castilla del Oro repercusiones directas e inmediatas. Fray Juan de Quevedo, que inicia en el Istmo la nómina de los jerarcas de la Iglesia, el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, vecino del Darién por casi una década, se cuentan entre los más tempranos contradictores de Las Casas.{3} Todavía al alborear el siglo XVII Fray Bartolomé iba a encontrar en Don Bernardo de Vargas Machuca, Alcalde Mayor de Portobelo, un tardío aunque sereno y convincente impugnador de la Brevísima Destrucción de las Indias. En sus Apologías y Discursos de las Conquistas Occidentales, que así se llama la refutación del apasionado opúsculo lascasiano, Vargas Machuca aspiraba a fundamentar en su experiencia de Indias la teorización jurídica del doctor Ginés de Sepúlveda. Y a través del siglo XVI, rico en acontecimientos políticos, múltiples conflictos locales y agresiones del exterior dieron pábulo a una ininterrumpida querella ideológica que en el orden práctico condujo a compromisos como el que en 1581 puso fin a la rebelión cimarrona.{4} Por otra parte, las necesidades del tráfico marítimo y las urgencias de la guerra contra los piratas hicieron de las ciudades puerto de Panamá permanente cónclave de pilotos, cosmógrafos y expertos militares.{5} Todo ello proclama la existencia de un clima intelectual orientado hacia el conocimiento positivo y poco propenso a los escarceos de la Escolástica.{6}
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Una más segura pauta para rastrear la huella de las ideas en la Colonia se ofrece en la obra de las instituciones que por entonces hicieron de la vida intelectual parte de su más trascendente actividad. Esclarecer, por eso, la función desempeñada por las comunidades religiosas en materia de educación y cultura superior es requisito indispensable. Porque franciscanos y dominicos, agustinos y jesuitas dominaron el mundo intelectual. Y dentro de la común orientación filosófica el predominio de una u otra orden significó un determinado matiz de pensamiento. Es dato que debe tener presente la historiografía de las ideas en Hispanoamérica. Y precisa también acometer el estudio crítico de la literatura que se leyó en aquellos días, porque la Colonia vio florecer un activo comercio de libros. Aunque las disposiciones legales pertinentes y la existencia de la Santa Inquisición fundamentaron por décadas la creencia en una edad mísera y de severas restricciones desde el punto de vista intelectual, es lo cierto que los hispanoamericanos leyeron buena parte de lo que se publicaba y circulaba dentro de la misma España. Investigaciones realizadas por Irving A. Leonard y José Torre Revello así lo prueban. Y en el caso concreto de Panamá nos descubren documentos harto reveladores. Sin hablar de la literatura española de la época, que afluía casi libremente, encontramos allí algún autor antiguo y los más acreditados tratadistas peninsulares de Escolástica, como Suárez y Molina, aparte los compendios del propio Santo Tomás. Luis Vives aparece asimismo en los envíos consignados a Panamá.{7}
Todavía debemos considerar, en la determinación de las condiciones en que se desenvolvió la vida intelectual de la Colonia hispanoamericana, el factor geográfico e histórico-político. En las áreas cálidas del Caribe, sometidas a un intenso tráfago humano y mercantil, donde la Iglesia misma sucumbía al influjo del medio, la especulación filosófica no encontró tierra fértil. Coyuntura favorable ofrecieron, en cambio, distantes ciudades de ritmo asordinado y clima benigno –Bogotá, Quito, Charcas–, o centros que, como México y Lima, por su mismo extraordinario desarrollo permitieron muy diversos florecimientos.
Dentro del marco general expuesto, es evidente que Panamá no brindó condiciones favorables al juego desinteresado de las ideas. Por razones obvias, las instituciones religiosas tampoco lograron arraigo pleno. En el campo educativo sólo los jesuitas sustentaron cursos de estudios superiores, llegando a la creación de la Universidad por instancias de un ilustre panameño, y ya en las postrimerías de su actuación en la América colonial, precisamente cuando el influjo de las nuevas ideas comenzó a trastornar el panorama cultural, fertilizando el suelo en que iba a germinar la obra libertadora.{8}
Que no fuimos inmunes a la inquietud traída por los aires nuevos lo demuestra, entre otras cosas, la vida y la obra de los hermanos López Ruiz, el mayor de los cuales, Sebastián, trajo a las autoridades de la Nueva Granada, de regreso de España, una biblioteca científica, obsequio de Carlos III; lo demuestra la obra literaria de Víctor de la Guardia y Ayala, curioso caso de autodidacta; lo prueba también la actitud de Don José Bráximo, admirador de José Celestino Mutis, que en 1808 ofreció, a través de las páginas del Semanario del Nuevo Reyno de Granada, un premio al que escribiera la mejor “historia de su vida ejemplar, su carrera de estudios, sus descubrimientos, y de las obras útiles que ha trabajado y dejado por nuestro bien en las ciencias que poseía.”{9}
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La lucha por la independencia de Hispanoamérica fomentó la difusión de la ideología revolucionaria en boga: el romanticismo político y social. Y el triunfo de las armas insurgentes dio nuevo e inusitado impulso a la propagación del liberalismo. La organización republicana, superada la etapa bélica, permitió un gran desarrollo intelectual. Y la existencia de múltiples entidades autónomas determinó todo un repertorio de tareas inéditas. En virtud de ello no sólo fue posible sino necesario un pensamiento propio. A la anterior etapa liberal de ingenuas generalizaciones, que en Panamá representa cumplidamente Mariano Arosemena, sucede un pensamiento de mayor rigor crítico que aspira a ser concreto y oportuno. Es lo que va a facilitar la boga de Bentham y Comte. La escena está dispuesta para la aparición de hombres con temperamento reflexivo y tendencia a sistematizar. En el Istmo es el momento de Justo Arosemena, nuestra primera inteligencia sistemática, y un pensador original a más de lúcido teórico de la nacionalidad.
La urgencia de afirmarse en la propia circunstancia estimuló la teorización nacionalista en cada una de nuestras repúblicas y dio pretexto y ocupación a los historiadores, lo mismo que tema y justificación a la poesía. Al propio tiempo, la conciencia de una historia común y la sospecha de comunes peligros originó un generoso sentimiento americanista que paradójicamente encontró en las máximas figuras nacionales sus más fervorosos voceros. En Panamá fue Justo Arosemena el americanista más conspicuo, pero la cuestión nacional suministró el tema magno del pensamiento panameño del siglo XIX.{10}
La monografía a que estas líneas sirven de prólogo constituye una incursión a través del pensamiento panameño del siglo XIX, y sin duda el primer esfuerzo organizado y responsable por esclarecerlo.
Declarados en la introducción el propósito y la manera como se intenta realizarlo, Soler demuestra documentalmente la autonomía del positivismo de Justo Arosemena, contribuyendo con esa valiosa comprobación al mejor conocimiento de don Justo, y acrecentado su significado dentro del mundo hispanoamericano. Estudia enseguida su pensamiento y acción americanistas, que no contradicen la afirmación de lo nacional, y presenta por último, en el autor de El Estado Federal, al vocero máximo de la panameñidad, entendida en esencia como producto de factores geográficos e históricos. Agrega un capítulo destinado a considerar el influjo ejercido en el razonar y la conducta de los panameños por la concepción de la nacionalidad y concluye con una síntesis donde se conjugan los elementos estudiados para afirmar que el pensamiento panameño es fruto inequívoco de la propia circunstancia istmeña a la vez que ingrediente decisivo en el robustecimiento del concepto de lo nacional.
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Revelando un maduro y recto criterio, con una información extraordinaria para las posibilidades del medio, Soler brinda aquí un capítulo del mayor rango a la historia de nuestras ideas. Por la solidez de la documentación, por el método con que ha sido realizado, por el acierto en el escogimiento del tema el trabajo que hoy se ofrece al lector merecía se le calificara de sobresaliente y la recomendación de que se diera a la publicidad. Por otra parte, revela en su autor un fino instinto de investigador y una probada competencia, virtudes que auguran para mañana nuevos aportes de pareja o superior validez.
El estudio de Ricaurte Soler anuncia asimismo que Panamá empieza a participar, en forma constructiva, del común afán por la filosofía a que hacíamos referencia en las primeras líneas.{11} Es que fructifica la obra que desde la Universidad adelantan con singular empeño los responsables de la enseñanza de la Filosofía, Dr. Diego Domínguez Caballero, Prof. Ricardo Resta y Prof. Tobías Díaz Blaitry.
Panamá, 27 de Julio de 1954.
Rodrigo Miró.
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{1} Hace dos lustros, en las proposiciones con que finaliza su “ponencia sobre el pensamiento hispanoamericano para un seminario sobre la América Latina”, José Gaos recomendaba trabajar en la historiografía del pensamiento en lengua española, coadyuvante indispensable al desarrollo de la filosofía en Hispanoamérica. (Ver El pensamiento hispanoamericano. el colegio de México. México, s/f, nº 12 de Jornadas.)
{2} Entre los aportes dignos de mención cabe destacar los siguientes: Méndez Pereira, Octavio: Justo Arosemena; Moscote, José D.: Vocación filosófica del Doctor Justo Arosemena, Biblioteca Selecta, nº 1, de Enero de 1946; Chong, Moisés: El Pensamiento Panameño (Tesis presentada en la Universidad de Panamá el año de 1952 para optar el grado de Profesor de Filosofía e Historia).
{3} La afirmación nada pierde con la anécdota según la cual Las Casas quiso firmar, porque aprobaba su contexto, un escrito de Fray Juan de Quevedo sobre los indios que le había solicitado el Rey.
{4} Se trata más de una pugna viva que de una polémica literaria. En 1540 el Cabildo de Panamá, celoso de sus derechos, solicitó al Rey –con buen suceso– que prohibiera al Presidente y Oidores de la Real Audiencia entrometerse en la elección de Alcaldes y Mayordomo de la ciudad, pues su interferencia burlaba la libertad deseada.
A partir de la prohibición de las encomiendas las colonias del litoral pacífico vivieron largos años de inquietud política. Aquí sufrimos la experiencia de Bachicao, Hinojosa y los Hermanos Contreras. “Todas las tierras por acá están de tal manera que cualquyera vellaco que quyera levantar qualquyera vellaquerya halla muchos de su opinión”, decía en carta al Rey, en 1554, el Gobernador Alvaro de Sosa. Y refiriéndose a una de las manifestaciones últimas de aquella prolongada agitación Enrique de Gandía ha escrito: “El caso de Lope de Aguirre y la proclamación del príncipe don Fernando de Guzmán en plena selva amazónica es de los más curiosos. Empieza por demostrar la importancia que las ideas han tenido en la historia colonial, en un período en que la mayoría de los historiadores han creído que los hombres sólo corrían tras el oro y las ilusiones de tierras maravillosas”. Y encuentra la raíz ideológica de esa actitud en antecedentes peninsulares. España, dice, “fue la cuna de los derechos fundamentales del hombre. En España nacieron los parlamentos; en España sus regiones históricas tuvieron fueros y privilegios incomparables. Ahí están para atestiguarlo los fueros de las provincias Vascongadas y las libertades de Cataluña, de Aragón y de otras regiones. El español fue en toda Europa el hombre libre por excelencia. Ningún otro ser humano de la Edad Media tuvo tantas libertades como los españoles. Existía en cada español, por tanto, un orgullo individual extraordinario que nacía de la conciencia de sus propios derechos y de sus grandes obligaciones para mantener el estado que hacía posible tanta justicia y tanta libertad”. (Prólogo a Jornada de Omagua y Dorado, de Francisco Vásquez. Colección Austral nº 512. Espasa Calpe Argentina, S. A. Buenos Aires, 1945.)
La rebelión de Rodrigo Méndez en diciembre de 1562 cerró el ciclo de disturbios en la antigua Panamá. Hubo entonces tantos comprometidos que las autoridades no se atrevieron a imponer sanciones adecuadas.
{5} Esto ocurría frecuente y espontáneamente siempre que llegaban las flotas de Indias. En 1579 D. Cristóbal de Herazo, “general de la armada española en la costa atlántica del Istmo” reunió en consejo, en Nombre de Dios, “a todos los capitanes, a todos los pilotos y al cosmógrafo, con el mapa a la vista, para ver cual ruta seguiría Drake.” (Arce y Sosa: Compendio de Historia de Panamá. Tomo I, Panamá, 1934. Pág. 205).
{6} Desde la segunda mitad del siglo XVI se inicia una literatura –que he llamado burocrática por ser obra de encargo debida a funcionarios– extraordinaria por su volumen e importancia. Se trata de descripciones de la tierra, relaciones históricas y estudios geográficos que aportan una enorme suma de información, de indispensable consulta para el historiador, el sociólogo, el economista.
{7} Véase de José Torre Revello: El Libro, la imprenta y el periodismo en América durante la dominación española. Buenos Aires, 1940; y de Irving A. Leonard Romances of Chivalry in the Spanish Indies, Berkeley, 1933, y Books of the Braves, Harvard, 1945. Leonard ha estudiado de modo particular la literatura de ficción.
{8} La Universidad se creó en 1749 a propuesta de D. Francisco Javier de Luna Victoria y Castro, colector de la Catedral de Panamá. “Hizo este el fundo de tres Cátedras; una de Filosofía, otra de Teología escolástica y otra de Teología Moral; dotando cada una en trescientos pesos anuales. Se comenzaron a dictar el siguiente año, siendo señalados los Maestros por el P. Provincial Carlos Bentrano, que se hallaba en la visita de aquel colegio. Pretendió el mismo fundador, en conjunta de los Cabildos eclesiástico y secular, los títulos y honores de Universidad, cuyas cédulas y despachos de la Corte llegaron al principio de 1750; con los cuales fue erigida el mismo año la nueva Universidad, con el título de S. Francisco Javier. En ella se incorporaron cuatro prebendados y otros sujetos de méritos distinguidos, que estaban graduados ya en la Universidad de Quito y de Lima, para ser fundadores del claustro. Habiendo permanecido en la antigüedad por espacio de 92 años las cátedras sin interrupción, se leerían a lo menos treinta cursos enteros de Filosofía; más no ha quedado memoria alguna de quienes fueron los Maestros. Después de la nueva fundación se leyeron sólo ocho; y el último quedó sin concluirse siendo los Maestros en la siguiente forma: 1745. P. Joaquín Álvarez, Español de Andújar. Concluido el segundo año, suplieron el tercero otros dos, que fueron, el P. Javier Viedma, Americano de Cuenca, y el P. Francisco Aguilar, Español de Montilla. 1747. P. Francisco Casaus, Americano de Guayaquil. El tercer año lo suplió el P. Cayetano Delgado, Español. 1751. P. Francisco Pallares, Español de Tortosa. 1754. P. Juan Nadal, Español de Gerona. 1757. P. Ignacio Paramás, Español de Barcelona. 1760. P. José Archs, Español de Barcelona. Estaba señalado para este curso y se excusó el P. José Garrido, Americano de Loja. 1763. P. Wenceslao Balcars, Alemán de Olmuz. 1766. P. Antonio Brosca, Alemán de Breslau, quien solo leyó el primer año, al fin del cual fueron extrañados los Jesuitas de los dominios de España.” (P. Juan de Velasco: Historia Moderna del Reyno de Quito y Crónica de la Provincia de la Compañía de Jesús del mismo Reyno. Tomo 1. Años 1550 a 1685, Quito-Ecuador, s./f.).
{9} Ver, del autor, La Cultura Colonial en Panamá. México, 1950. Págs. 62 y 63. Esa propensión hacia el conocimiento positivo parece ser una constante en la historia de nuestras ideas, acaso determinada por el preponderante influjo de la política y la geografía en la vida panameña de todos los tiempos.
{10} La mayor parte del pensamiento panameño del siglo pasado se encuentra diseminado en periódicos y revistas de difícil acceso. Ir al encuentro de esa realidad es una de las más importantes tareas para el investigador de nuestra historia cultural. Con relación a algunos personajes de fin de siglo y principios de la República –Belisario Porras, Nicolás Victoria Jaén, Salomón Ponce Aguilera– se han confeccionado recientemente, por los graduandos de Español de la Universidad de Panamá, útiles bibliografías que suministran una buena base para los interesados en el estudio de sus ideas.
{11} Igual significación tiene la tesis presentada por Isaías García, compañero de promoción de Soler, intitulada: Autenticidad e inautenticidad en lo panameño, 181 págs., 1954.
(Ricaurte Soler, Pensamiento panameño y concepción de la nacionalidad durante el siglo XIX, Panamá 1971, páginas xi-xx.)