Capítulo III
Americanismo (Justo Arosemena)
1. Tradición hispanoamericanista, 2. Concepción de la Historia, 3. Visión de la Historia de América, 4. Ideal hispanoamericanista
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El ejemplo europeo, necesidades perentorias, y el idealismo de algunos revolucionarios fueron factores determinantes de la gestación del pensamiento hispanoamericanista. El Congreso de Viena, el peligro ibérico y la amenaza de la Santa Alianza, el sueño de Bolívar, son respectivamente ejemplos característicos de estos factores cuya interdependencia, con mayor o menor acento según los diversos autores, y según el transcurrir del tiempo, juega todavía en el opúsculo que al respecto nos legara Justo Arosemena, un papel decisivo. En tal sentido, por ser obra de las circunstancias históricas y no creación aislada de un individuo, su expresión primera a través de una personalidad determinada posee de preferencia un valor simbólico.
No obstante haberse afirmado la prioridad cronológica, al respecto, de Monteagudo, ya O'Higgins –así lo observa Don Justo– en 1818 y Bolívar en 1819 habían manifestado en documentos diversos su ideario americanista. Por otra parte el mismo Monteagudo, noticia de innegable interés, en su conocido folleto de 1824 hace referencia a un escrito que versa sobre igual tema: “Desde el mes de Marzo de 1822, se publicó en Guatemala, en el Amigo de la Patria, un artículo sobre este plan, escrito con todo el fuego y elevación que caracterizan a su ilustrado autor el señor Valle”.{1}
Revelándose anti-federalista en lo concerniente a la política interior de las nuevas nacionalidades, Monteagudo proclama no obstante la “federación” exterior, la liga hispanoamericana. Esta pretendida unión a través de la liga muestra un marcado carácter circunstancial, la federación es necesaria para asegurar unas cuantas conquistas en peligro, pasado el cual, no se le han de conceder atribuciones ejecutivas de importancia. Escrito el folleto, como el opúsculo de Arosemena, por y para un congreso en vías de realización, le hizo falta al primero lo que se hizo patente en el segundo: sentido del futuro; la inquisición sobre el porvenir americano superadas las circunstancias históricas que en uno y otro caso hacían perentoria la convocatoria de un congreso. No otra cosa se desprende del plazo que el escritor y prócer tucumano fija al mismo, reservando para la liga funciones de carácter adjetivo, secundario:
Sin atribuir a la asamblea ninguna autoridad coercitiva que degradaría su institución, con todo podemos asegurar que al menos en los diez primeros años contados desde el reconocimiento de nuestra independencia, la dirección en grande de la política interior y exterior de la confederación debe estar a cargo de la asamblea de sus plenipotenciarios.{2}
El primer bosquejo de la idea hispanoamericanista se nos presenta pues, fuertemente influido por las exigencias del momento: hay que cimentar la independencia, mantener la paz, precaverse contra el peligro exterior. Monteagudo, aun, llama la atención sobre la amenaza que representaba el imperio brasileño en su tiempo; y el modelo –salvo propósitos– de la liga ha de serlo el Congreso de Viena. Pronto nuevas fuerzas históricas imprimirán diferente sentido a la idea de fusión latinoamericana. A la vez, el pensamiento, con mayor consciencia de esas mismas fuerzas, le dará una estructura más firme y más independiente del espacio-tiempo que vive. Nos hemos referido a Juan Bautista Alberdi.{3}
Un fuerte sentimiento americanista, genuino y profundo hasta colocarlo por encima de su nacionalismo, una mayor amplitud temática en todo lo concerniente a los prolegómenos del congreso, y el esbozo de lo que denominaríamos americanismo cultural, vital preocupación de las generaciones contemporáneas, son cualidades y características esenciales de la idea americanista alberdiana, y su más positiva contribución al respecto. Nada fundamental escapa a la apretada síntesis de su ideario: arreglo de límites (motivo importante en la obra de Arosemena), equilibrio económico de las naciones, derecho marítimo, navegación de los ríos sudamericanos, derecho internacional mercantil, todo en función de la unión, son problemas que aborda con criterio objetivo, ajeno a toda parcialidad de tipo nacionalista. Pero su aporte más significativo es, sin lugar a dudas, el nuevo sentido conferido al congreso. Ya no es posible, no es oportuno, en una liga ofensiva-defensiva, fundamentar la unión; antes bien hay que predicar el desarme general; los nuevos factores históricos hacen anacrónico el plan de la Asamblea de Panamá, se impone ahora la centralización aduanera, las miras económicas, el congreso comercial. Alberdi es claro al respecto:
Ya la Europa no piensa en conquistar nuestros territorios desiertos; lo que quiere arrebatarnos es el comercio, la industria, para plantar en vez de ellos su comercio, su industria de ella: sus armas son sus fábricas, su marina; no los cañones: las nuestras deben ser las aduanas, las tarifas, no los soldados. Aliar las aduanas, e aquí el gran medio de resistencia americana.{4}
Monteagudo fue un clarividente del caudillismo, Alberdi, del imperialismo económico, Arosemena, del nacionalismo (regionalismo?), cuya potencia hará abortar el gobierno común. Esto es de importancia para calibrar su profundo federalismo. Pero para entender más a cabalidad el pensamiento de Don Justo es necesario referirse a otro aspecto, legado de Alberdi como base de toda futura especulación indoamericanista. Antes lo señalamos con el nombre de americanismo cultural, necesidad que si bien no se hace sentir con fuerza en el siglo XIX, cuando se haga la historia de este tema de actualidad será imprescindible remontarse hasta las fuentes alberdianas y en ellas apoyarse con insistencia. Independientemente de la polémica que sostuvo con Florencio Varela en 1841, polémica que nos revela como fue Alberdi un sostenedor del autoctonismo literario frente a los clásicos, en su citada Memoria de 1844, además de la postulación del intervencionismo como doctrina política propia para las relaciones inter-hispanoamericanas, dada su comunidad histórica, étnica y cultural, vuelve sobre el tema, ratificándose en su tesis frente a Varela: “La uniformidad de nuestra lengua, leyes, creencias i usos hace que la competencia para el ejercicio de ciertas ciencias i materias, sea de suyo americana”{5}. Indudablemente Alberdi es el teórico del hispanoamericanismo de mayor calificación y de más hondo sentir continental producido por el siglo XIX.{6}
Justo Arosemena continúa la tradición, acertada por otra parte, de pensar en una liga americana entendiendo por tal una vinculación de diverso tipo entre las naciones de origen español exclusivamente. Aunque es posible que desconociese los opúsculos de sus predecesores –a quienes menciona sólo a través de una cita de Vicuña Mackenna–, su folleto Estudio sobre la Idea de una Liga Americana (1864) contiene implícita la subdivisión que sobre la “materia americana” dejara Alberdi. Su construcción formal, análoga a la del Estado Federal, y como éste, producto de una convicción profunda dirigida a la realización práctica de una transformación política (autonomía ístmica y segundo congreso de Lima respectivamente), mantiene sobre los anteriores la ventaja de un mayor sentido histórico y de un casuismo tanto más oportuno cuanto que estaba concebido como prolegómeno para una Asamblea Latinoamericana en vísperas de efectuarse. A esta sensibilidad histórica, que Monteagudo evidencia en sus artículos antifederalistas, pero que olvidó, al igual que Alberdi, en su prospecto americanista, hemos de remitirnos en particular.
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Difícil sería pretender determinar las fuentes precisas y directas del auge de los estudios históricos en el continente; y más aun en Colombia y Panamá. El positivismo, de tan grande influencia en la América Latina, aunque poco propicio para el desarrollo de concepciones historicistas, ofrece sin embargo con su “Ley de los tres estados” un esquema ideal para la historiografía del siglo XIX en su afán comprensible pero anticientífico de plantear el pasado colonial como una etapa “teológica”, con todas las concomitancias negativas que tal período involucra según el positivismo comtiano.{7} La influencia de este ambiente cultural se manifiesta en Arosemena en su visión de la acción española en el Nuevo Mundo, visión que reclama todos los supuestos básicos de la Leyenda Negra, explicable por otra parte en una época en que la justificación a toda costa de la revolución americana hacía imposible la corriente revisionista que define la historiografía actual.
No hay en Don Justo ningún trabajo, inédito o impreso, que recoja, orgánicamente expresadas, sus ideas históricas. Es por ello imprescindible rastrear en sus ensayos histórico-sociológicos los supuestos tácitos o manifiestos que orientan su obra de investigador. Nuestra labor implica, pues, la organización de tales supuestos en un sistema de lógica coherencia. La legitimidad de la interpretación que esta tarea contiene, no puede ser invalidada por una u otra excepción a los asertos que aquí se comprenden, en virtud precisamente de la apuntada falta de organicidad en la expresión literaria que al respecto ofrecen los escritos que ahora nos ocupan.
Para Arosemena el acontecer político e histórico, si bien mantiene cierta autonomía sobre la naturaleza humana, en última instancia sólo puede ser explicado por las determinaciones generales de esta misma naturaleza. Aun no se ha llegado al historicismo: el ser no se explica por el devenir; sino que el devenir es entendido en función del ser. Este naturalismo típico de ciertas escuelas del siglo XIX informa tanto la Filosofía Política como la concepción histórica de Don Justo. No hay que explicar por un absurdo contrato social, sino por las tendencias instintivas naturales del hombre, la formación de los gobiernos. De ahí la importancia de la Psicología y de la mentolojía (es decir, frenología) para los estudios políticos e históricos. No hay, dice Arosemena, instinto o sentimiento que no influya en los fenómenos políticos.{8} La autonomía del suceder histórico deviene precisamente de la modificación que a tal bagaje psicológico trae la peculiaridad racial, topográfica y climática. La importancia de estos factores en su concepción histórica es tal que una observación superficial parecería descubrir un determinismo histórico construido sobre los mismos; pero tal determinismo es ajeno por completo a la autonomía que concede a esta ciencia, fundamentándose, como ya señalamos, en su filosofía naturalista.
La acción humana sobre las circunstancias que permiten hablar de autonomía del curso histórico es totalmente ineficaz e igual sucede con las leyes del acaecer político. Si como subfondo de estos factores (raza –geografía– clima) hallamos las dos grandes leyes determinantes de toda evolución: el espíritu de dominación y el espíritu de independencia{9}, la peculiaridad de lo histórico la encontramos sin embargo en las leyes que informan aquellos factores, leyes que escapan a la voluntad humana. Dice por eso que “los portentosos movimientos que dan por resultado divisiones o fusiones de pueblos, y que tan gran papel hacen en la historia política del género humano, se hallan sujetos a leyes naturales complicadas y difíciles de observar, pero no por eso menos rigorosas que las leyes simples del mundo físico”.{10}
El ejemplo de las ciencias naturales que por tan largo tiempo se afincó en la lógica y metodología de las culturales, encuentra una curiosa adaptación en el pensamiento de Arosemena. A las leyes físicas de la gravitación y repulsión o de la fuerza centrípeta y centrífuga, corresponde en el mundo natural humano el espíritu de dominación y de independencia, y en el histórico-sociológico y político el centralismo y descentralismo. Ley auxiliar, pero de importancia, es la determinación topográfica que obra en el sentido de la descentralización y de cuya aplicación con propósitos sociológicos es ejemplo el Estado Federal; en tanto que con el nombre de adquisividad o espíritu de enriquecimiento da Arosemena un lugar al elemento económico en la etiología del devenir histórico. No obstante su fundamentación naturalista y empírico-psicológica de la historia, Arosemena tuvo como pocos en su época consciencia de la continuidad histórica, evidenciada, formalmente, en el espacio concedido en sus estudios a los acontecimientos del pasado, especulativamente, por su consideración de que tanto en el mundo físico como en el moral (que en él implicaría el histórico) no hay aniquilamientos sino sólo transformaciones.{11}
Independientemente de sus ideas filosóficas de la historia, en sus fundamentos conceptuales más profundos,{12} supuestos indispensables de sus estudios históricos, éstos revelan aun sobre temas europeos intuiciones sorprendentes que constituyen logros definitivos de la historiografía científica y del movimiento revisionista. Sin otro material aparente que las obras del historiador y jurista Wheatton, citado parcamente, llega Arosemena en base a su concepción de la historia y por tanto a priori, a conclusiones prohijadas por ese mismo movimiento; tal entre otras, la visión desprejuiciada de las invasiones bárbaras. La convicción en las leyes sociológicas en que creía lo llevó a profetizar la unidad italiana en un año en que aquella distaba aun de realizarse y cuando la perspectiva histórica era imposible por el acontecer tumultuoso e inorgánico de los hechos contemporáneos. Empero Don Justo era plenamente consciente de la relatividad de la ciencia política e histórica, relatividad que nace por una parte de la multiplicidad y complejidad de la evolución social, por otra de los factores subjetivos que entran en juego en la historiografía y que impiden llevar a la perfección su ideal de un historiador sin patria, religión ni oficio.
La clara consciencia de la continuidad histórica que hemos señalado como virtud manifiesta de la concepción de Arosemena se nos mostrará particularmente fecunda en su visión histórica de América en general, y de Panamá en particular. A la primera de ellas hemos de referirnos.
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Mencionamos ya la influencia que naturalmente había de tener la historiografía latinoamericana del XIX en su apreciación de la acción española en el continente, no obstante lo cual, gracias al equilibrio de sus interpretaciones históricas y a la fría imparcialidad de su temperamento nórdico –señalado con frecuencia por sus exegetas–, mantiene Don Justo, en algunos puntos, una posición equidistante entre la laudatoria de tantos historiadores de la madre patria, y la vilipendiante de otros muchos iberoamericanos. Así, mientras explica por una parte el retraso latinoamericano frente al progreso de las colonias inglesas por “la condición misma de la madre patria; en seguida la de los colonos; después el gobierno establecido, y en fin el modo como cada región hizo su independencia”{13}; por otra cae en falsedades históricas –fruto de deficiente documentación– tales como considerar que “las leyes protectoras –de los indios– eran más bien la excepción que la regla de la política colonial”.
Sin pretender entrar con amplitud en consideraciones históricas sobre la época precolombina, Arosemena intenta, al menos en una ocasión, mostrar una concatenación entre la situación etnográfica indígena y la formación de las nacionalidades hispanoamericanas.{14} Aparte del juicio que merezca un intento semejante es innegable su audacia y originalidad. Es de lamentar que no volviese sobre el tema en las secciones concernientes a la historia de las Repúblicas Latinoamericanas en sus Estudios Constitucionales (1870){15}; obra demasiado apegada al suceder cronológico de los acontecimientos, en desmedro de su función interpretativa, que tan brillante se nos revela en otros estudios y opúsculos.
Exceptuando los puntos que señalamos con insistencia, la visión que Arosemena nos presenta de la Historia de América es bastante convencional: América es para España una mina de oro y un campo de catequización. El sistema educativo teologizante, el mercantilismo y sus errores, régimen centralizador, &c. son tópicos frecuentes en los escritos de Arosemena, y en los del ambiente intelectual de su época. No obstante, su afirmación de que el procedimiento mismo de la independencia prueba de antemano la imposibilidad de la unión administrativa hispanoamericana, tiene una importancia fundamental para su ideal americanista. En efecto, si consideramos los intereses del caudillismo disperso en regiones de acentuado localismo; la falta de dirección suprema de la revolución, en contraste con Norteamérica, la acumulación de intereses burocráticos regionales en virtud de aquella misma carencia de jefatura única, hemos de concluir que, como pensó Bello, es una utopía toda pretensión de genuina fraternidad inter-hispanoamericana que no esté construida, como lo quería Arosemena, sobre los lineamientos generales de una liga americana, aunque no sobre la unidad administrativa de las naciones.
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La inestabilidad política de las repúblicas hispanoamericanas responde, según Arosemena, a la incipiente formación institucional nacida de la imitación o de la improvisación, sin haberse tomado en cuenta los factores que inevitablemente constriñen nuestro presente: la proyección hacia el futuro de las concomitancias que dieron fisonomía histórica a la Colonia y a la Revolución. Estas concomitancias, nacidas del elemento racial, según su ideología, en parte apreciable, a la vez que piden, rechazan la idea de la unidad hispanoamericana. Esta, en efecto, siendo necesaria para la propia seguridad de sus integrantes, es poco menos que de imposible realización a causa de la soberanía de los pueblos. Pero Arosemena entiende por soberanía “popular” no la de la masa ignara, sino la que defienden las clases sociales aptas para el disfrute del poder político, grupos éstos que en modo alguno permitirán la disminución de su soberanía en aras de un gobierno continental.{16} Un hombre tan comedido como lo era Arosemena, no podía, es cierto, crear, para obviar tal situación, un pensamiento revolucionario. Quien concibe la felicidad de los pueblos como equilibrio entre el orden y la libertad no puede teorizar contra ese mismo orden. Quien escribió en los periódicos sobre la “Lealtad” al sistema imperante –aun cuando ese sistema sea el de un caudillo-dictador como Vivanco–, no puede concebir el derrumbe de tal “orden” en obsequio de un hispanoamericanismo auténtico. Tal ha sido la omisión esencial de los opúsculos que hasta ahora hemos reseñado.{17} La tradición hispanoamericanista en el XIX no deja de ser un venerable recuerdo histórico por la ausencia de esa mística que Rodó en el XX le supo infundir, creando así un movimiento continental de inmensas repercusiones.
Arosemena espera de la evolución lo que en su época sólo habría sido posible por medio de la revolución. La posibilidad de la Liga Sudamericana queda así determinada por el reconocimiento de diferentes soberanías, lo que implica la no intervención de los estados integrantes. Como podemos observar esta es precisamente una tesis contraria a la de Alberdi. Es que la fuerza de las nacionalidades se había afincado hasta el punto de hacer utópica una verdadera unidad hispanoamericana. Y Arosemena fue consciente de ello. Empero, y a pesar de la relatividad de tales aserciones, su americanismo señala una evolución y una involución con relación al ideario alberdiano. Don Justo, en efecto, no se percata del papel de la economía en un sistema internacional, y si ya Alberdi había desechado la idea de una liga ofensiva-defensiva, aquea y anfictiónica, Arosemena hace de esto el eje central de su ensayo, en tanto que no presiente, con la clarividencia del argentino, el impacto del imperialismo económico en Latinoamérica. Esto no impidió que más tarde, seis años después, en un párrafo de ocasión, rectificara algunas y ratificara las más de sus ideas:
La unión a que parece destinada la América del Sur, no bajo un solo gobierno, ni aun tal vez por una liga ofensiva i defensiva, sino más bien en comercio, en literatura, en derecho internacional i en doctrinas lejislativas, pudiera extenderse a las instituciones políticas que no afectasen de necesidad la especial manera de ser que a cada estado distingue.{18}
El deslinde dle las fronteras es un tema ya tocado por Monteagudo en 1824; el americanismo cultural reclama a Alberdi como uno de sus gestores; la idea de la ciudadanía americana encuentra en la obra de Aresomena el factor esencial de toda posible Liga Sudamericana. En este caso, como en toda presunta convención contemplada hasta ahora, sus efectos se circunscriben a las naciones de origen hispánico con exclusividad. Es esta una tradición que obra en idéntico sentido a través de los congresos y de los escritos americanistas de casi todo el siglo XIX. Lucas Alamán, el Ministro mejicano que proyectó e hizo aprobar en Tacubaya la unión aduanera iberoamericana, fue, según Vasconcelos, el hombre en quien por primera vez habían de chocar las tendencias “bolivarianas” y “monroistas”, representada la última por Adams, y Poinsett, delegado al Congreso de Tacubaya y factor principalísimo en su fracaso. “Con Alamán –dice– nace el hispanoamericanismo en clara y definida posición frente al hibridismo panamericanista”.{19}
Hace poco hicimos mención del casuismo de la ideología americanista de Arosemena, siendo éste tal, que inclusive presenta un proyecto de tratado que sirva de base para la liga sudamericana. Es que Don Justo escribe su folleto con miras a la feliz realización del Segundo Congreso de Lima, el cual llegó –según noticia de Guillermo Andreve– a presidir. Ya antes, desde 1853, Arosemena había laborado con tesón para el restablecimiento de la Gran Colombia, llegando incluso a hacer aprobar algunas disposiciones tendientes a tal efecto.{20} Esta pretensión de formar bloques regionales, la exclusión de Méjico y de Santo Domingo de su proyecto de Liga, no ha de interpretarse como mutilación de la unidad hispanoamericana. Razones históricas (Méjico y Santo Domingo estaban en esa época bajo la férula europea) impedían su participación en el Congreso. Si es cierto que causas geográficas en el sentir de Don Justo no hacían posible la efectiva unidad de toda la América Española (América Central y Méjico, pensaba, están llamadas a formar una unidad independiente de la sudamericana) esto no impide que algunas de sus ideadas convenciones generales abarquen todos los países hispanoamericanos, tal entre otras, la ciudadanía común.
Como medio directo de la unidad postulada señala Arosemena, en especial, un tratado comercial (lo que no implica, nótese bien, la unidad aduanera ideada por Alberdi y Lucas Alamán). Convenciones consulares, postales y telegráficas, así como de contingentes terrestres y marítimos son otros tantos medios que harán de la unidad proclamada indudable garantía de paz e independencia.
El tópico esbozado, que hemos visto planteado desde Monteagudo, y clave de la posición de Arosemena al respecto, no sabemos aun hasta donde no sea en el presente consecuente con la realidad internacional, y hasta donde las nuevas fuerzas históricas no exijan la actualización del ideario de Arosemena a través de su auténtica tradición bolivariana e hispanoamericanista.
Señaladas las determinaciones generales que en el campo teórico distinguen el americanismo de Arosemena, falta aun –problema fuera de nuestro objeto– calibrar la importancia histórico-política de su actuación diplomática en el Segundo Congreso de Lima. Justo Arosemena, desconocido fuera de nuestros lares en uno y otro sentido, marca una etapa cuya magnitud pasa inadvertida, no para mengua suya, sino para irrisión de la erudición americanista.
En la especulación, en la teorización istmeña durante el siglo XIX, hemos visto el planteamiento de una problemática que se hace consciente tanto de los problemas de carácter universal, como de los surgidos de la especial circunstancia americana. Justo Arosemena es figura clave, principal, en ambas direcciones del pensamiento panameño. Pero éste se aboca igualmente a la consideración de la peculiaridad nacional. Arosemena juega también aquí importante papel. La teorización del Istmo según las figuras cumbres de nuestra historia, será, consecuentemente, objeto de nuestra atención. Panameñidad y Concepción del Istmo son, efectivamente, temas fundamentales que informan en gran parte la estructura histórica del pensamiento panameño durante el siglo XIX.
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{1} Monteagudo, Bernardo: Ensayo sobre la necesidad de una federación general entre los estados hispano-americanos y plan de su organización. En Escritos Políticos, Ed. “La Cultura Argentina”, Buenos Aires, 1916, pág. 373.
{2} Monteagudo, Bernardo: Op. Cit., pág. 369.
{3} Para un estudio amplio de la personalidad de Monteagudo, cuya fugaz permanencia en Panamá tiene más de una significación histórica, confróntese Máximo Soto Hall: Monteagudo y el Ideal Panamericano, Ed. Tor, Buenos Aires, 1933.
{4} Alberdi, J. B,: Memoria sobre la conveniencia y objetos de un Congreso general americano. En Obras Selectas, Tomo VI (Vol. I.), Librería “La Facultad” de Juan Roldán, Buenos Aires, 1920, págs. 17-18.
{5} Ibid., pág. 20.
{6} Confróntese también Rómulo Rodríguez Zelada: Alberdi, el Indoamericano, Ediciones Allpa, Buenos Aires, 1946.
{7} Aunque desconocemos casos concretos de tal influencia, en el sentido apuntado, no podemos dejar de señalar su posibilidad.
{8} Arosemena, Justo: Constituciones Políticas de la América Meridional. Tomo I, Imprenta A. Lemale Ainé, Havre, 1870; págs. VII-X. En la época de su publicación la frenología estaba en boga. Don Justo mismo se sometió a un examen frenológico.
{9} Cfr. Estudio sobre la Idea de una Liga Americana, Imprenta de Huerta y Cía., Lima, 1864, pág. 47 y Constituciones Políticas, op. cit., pág. IX.
{10} Estudio sobre la Idea de una Liga Americana, op. cit., pág. 40.
{11} Ibid. pág. 12.
{12} “Creía que la filosofía general de la historia no puede conducir a la filosofía particular de la historia de un pueblo en que concurren, junto con las leyes esenciales de la humanidad, gran número de agentes e influencias diversas que modifican su fisonomía, del mismo modo que las leyes de la naturaleza material modifican el aspecto de los varios países”: Méndez Pereira, Octavio; Justo Arosemena, Imprenta Nacional, Panamá, 1919, pág. 70.
{13} Estudio sobre la idea de una Liga Americana, op. cit., pág. 49.
{14} Tal es el caso de Panamá en su Estado Federal, idea sobre la que insistiremos posteriormente.
{15} Guillermo Andreve en su Justo Arosemena (Boletín de La Academia Panameña de la Historia, Año VII, nº 20, Enero de 1939) dice, posiblemente por distracción, que esta obra “fue editada por primera vez en Gante en 1878”, cuando es evidente que su primera edición fue en 1870, con el título de Constituciones Políticas de la América Meridional.
{16} Estudio sobre la Idea de una Liga Americana, op. cit., págs. 94-95.
{17} Por razones de brevedad no hemos hecho mención de la Memoria de Carrasco Albano.
{18} Constituciones Políticas de la América Meridional, op. cit., Tomo 1, pág. XXX.
{19} Vasconcelos, José: Bolivarismo y Monroismo. Temas Iberoamericanos, 3ª edición, Ediciones Ercilla, Santiago de Chile, 1937, pág. 12.
{20} Moscote, José D.; Arce, Enrique J.: Vida ejemplar del Doctor Justo Arosemena. Cap. XVII. (Inédito).
(Ricaurte Soler, Pensamiento panameño y concepción de la nacionalidad durante el siglo XIX, Panamá 1971, páginas 61-77.)