Filosofía en español 
Filosofía en español

Luis Araquistain, El peligro yanqui, Madrid 1921, páginas 61-65

La evolución social · V

Aún hay clases en la clase obrera

La Federación Americana del Trabajo, de los Estados Unidos, es –decíamos– como un enorme octopo sin cerebro ni sentidos. Un gran gigante ciego. Nació en 1881 por oposición a la orden, más romántica e idealista, de los Caballeros del Trabajo; pero no adoptó su nombre actual hasta 1886. En 1897, el número de sus afiliados ascendía a 264.825; en 1904, a 1.676.200; en 1915, a 1.946.347; en 1917, a 2.371.434. Estas cifras bastan para dar una idea de su gigantesco crecimiento. Su constitución participa de la complejidad de la propia constitución de los Estados Unidos. Es una federación de gremios. Los sindicatos locales se unen, por oficios, con todos los de la nación, y forman grandes sindicatos nacionales e internacionales (cuando incluyen los de Canadá). A veces, los sindicatos se unen por Estados, y entonces constituyen federaciones de Estado. Otras veces se asocian en «departamentos», que son uniones de sindicatos diversos o afines para una acción común. Hay cinco departamentos: el de la etiqueta sindical, que tiene por objeto exigir que lleven una etiqueta o marca especial los artículos producidos por obreros sindicados, forma de boicot indirecto contra los artículos producidos por obreros no sindicados; el de los oficios de construcción; el de los oficios de metales; el de obreros ferroviarios, y el de obreros de minas. En conjunto, la Federación Americana del Trabajo estaba integrada en 1917 por 111 sindicatos nacionales e internacionales, por 45 federaciones de Estado, por 762 cuerpos centrales de ciudad, por 845 sindicatos de oficios locales y federales, por 26.761 sindicatos locales, por 5 departamentos y por 441 consejos de departamentos locales.

Cada uno de estos numerosos organismos es autónomo; si alguno de ellos se niega a cumplir los acuerdos de los Congresos que anualmente celebra la Federación Americana del Trabajo –especie de Estado gremial en que se funden todas las unidades sindicales–, no hay más recurso que la ruptura del contrato federativo, la separación. Los sindicatos nacionales e internacionales pagan a la Federación, mensualmente, dos tercios de centavo por cabeza; los sindicatos locales y federales, diez centavos, cinco de los cuales se destinan a un fondo aparte para huelgas; los cuerpos centrales y de Estado, diez dólares por año. Los ingresos de la Federación, en 1916, fueron de 404.497,80 dólares; los gastos, 315.047,32 dólares. En 1915, el número de organizadores que sostenía la Federación era de 1.754. La Junta directiva de la Federación está formada por un presidente, ocho vicepresidentes, un secretario y un tesorero. El presidente, desde 1881 –salvo en tres ocasiones–, ha sido Samuel Gompers. Sus honorarios actuales son 10.000 duros por año.

¿Cuál es el programa de este inmenso organismo? No tiene programa permanente; sus programas son sólo circunstanciales y empíricos, no de principios. Pero Samuel Gompers, pontífice de la Federación Americana del Trabajo, ha hablado y escrito voluminosamente en los cuarenta años de su presidencia, y no es difícil extraer de sus palabras el sentido de la poderosa organización que dirige. La preocupación capital ha sido en todo tiempo la de sindicar y federar a los obreros; sobre todo, federarlos. La necesidad federativa la funda Gompers en una ley económica, que la expresa en las siguientes máximas sindicales: «Que ningún oficio particular puede mantener por mucho tiempo los salarios por encima del nivel común. Que para mantener altos salarios en todos los oficios y profesiones, hay que organizarse. Que la falta de organización entre los obreros no cualificados afecta vitalmente a los cualificados organizados. Que la organización general de cualificados y no cualificados puede llevarse a cabo solamente mediante una acción unida. Por lo tanto, hay que federarse.» Puede decirse que la Federación Americana ha realizado este objeto cumplidamente: el profesor George E. Barnett calculó que en 1914 el número total de obreros organizados en los Estados Unidos era 2.674.400; de éstos, en el mismo año, 2.020.671 pertenecían a la Federación Americana.

¿Qué fines se propone este gran leviatán obrero? Como carece de una doctrina bien determinada, abundan las contradicciones en sus escritos programáticos o entre sus escritos y sus obras. Por ejemplo, una de las bases más repetidas es que «hay que abolir los prejuicios de clase, de raza, de credo, de política y de oficio». Pero la realidad es otra. Para la Federación Americana del Trabajo, los hombres se dividen en dos categorías fundamentales: en afiliados a ella y en no afiliados. Contra los no afiliados, toda guerra es lícita. Para Gompers, el credo socialista o sindicalista representa una intolerable herejía o, en el caso mejor, un sueño fantasmagórico. Gompers ha sido implacable contra los socialistas y los Trabajadores Industriales del Mundo, organización de Chicago de tipo sindicalista. En una comida que la Federación Americana dio a los representantes obreros de la Conferencia Internacional del Trabajo, en Washington, Largo Caballero, al brindar, hizo votos porque se libertase a los miles de hombres y mujeres que sufren en las cárceles norteamericanas terribles sentencias, a veces de quince y veinte años, por supuestos delitos de opinión cometidos en la prensa o en la tribuna durante la guerra. Gompers volvióse al comensal más próximo y le preguntó: –«¿A cuáles se refiere?»

Quería decir la pregunta si el delegado español se refería también a los heresiarcas del socialismo y del sindicalismo. En ese caso, no había que pensar en que la petición fuera secundada. En cuanto a los prejuicios de raza, pueden hablar chinos y japoneses. La campaña más tenaz, los dicterios más duros contra la emigración amarilla a los Estados Unidos, han salido de labios y plumas que sirven a la Federación Americana del Trabajo. Rara vez se ha afrentado tan cruelmente a una raza como Gompers y sus colegas a la asiática. En un folleto de la Federación Americana, titulado «El arroz contra la carne» –título que por sí solo expresa el más craso materialismo,– se presenta a los chinos de la costa occidental de los Estados Unidos como a la más abyecta y corrompida de las razas. La raza amarilla ha sido constantemente uno de los temas humorísticos, de befa sangrienta a veces, en los discursos y escritos de Gompers. La exclusión de la emigración asiática ha sido en gran parte obra de la Federación Americana, que defiende la carne en conserva de Chicago contra el arroz chino. Está bien. Realmente es una lamentable tragedia que la competencia entre obreros de pueblos con culturas, costumbres y necesidades distintas tienda a rebajar el tipo de vida de los superiores. No puede negarse el problema ni su gravedad. Pero no creemos que la persecución y el odio racial lo resuelvan. En tales procedimientos se incuban y desarrollan los gérmenes de las guerras. Si algún día los Estados Unidos se ven en guerra con Asia –y la hipótesis desventuradamente, dista mucho de ser absurda,– no será la Federación Americana la menos responsable. A pesar de sus irreales declaraciones contra los prejuicios de raza, de clase y de credo.

Y como los asiáticos, pueden hablar muchos obreros del mediodía y del oriente de Europa. La Federación Americana recibe todo menos fraternalmente a estos grupos humanos aventados por la persecución y la miseria. Sus ideas, la multiplicidad de sus lenguas, sus necesidades vitales, menores, y su pobreza, mayor, hacen de ellos huéspedes poco gratos a los obreros norteamericanos. La clase obrera norteamericana representa un grado superior de estado económico, en general, sobre la clase obrera europea, y no se diga sobre la asiática. Es una especie de sub burguesía, que, al propio tiempo que lucha contra la clase capitalista de su país, defiende sus intereses contra la clase obrera, más proletarizada, de otros países que suministran emigración. Internacionalmente, es una clase más. ¿Es un bien, es un mal? Por lo menos es una fuente potencial de conflictos internacionales y un motivo de debilidad desde el punto de vista de una inteligencia y unión de todos los trabajadores del mundo. Porque aunque la Federación Americana pertenece a la Internacional sindical, su espíritu nada tiene de internacional ni de comunidad de clase con la mayor parte de los obreros de Europa y Asia.